¿Casualidades?
Aquí estoy, sigo en el psiquiátrico,
me enteré que mis padres fallecieron en un accidente de tránsito, camino a este
lugar. Mi hermano, mi querido hermano no apareció jamás, seguro se quedó con la
herencia, sé que abona mi mes para que yo me quede en este lugar siempre, pero
le deseo lo mejor, sin rencores.
Recordando, llegó a mi cabeza el
apodo Alfi, así me llamaban la mayoría de las veces, pero cuando me retaban me
decían mi nombre completo, Alfonsina, y a los gritos.
Recuerdo, también, que cuando me
levantaba para ir a la universidad, mi vista se detenía en una chula, y yo
optaba por otra. Al llegar a la institución, la misma chula en la que mis ojos
se habían detenido, la tenía una alumna sosteniendo su cabello. A diario me
sucedía algo similar, como aquella vez que fui a una librería a comprarme La divina comedia de Dante Alighieri pero me detuve en otro libro, Lengua Madre de María Teresa
Andruetto, y días después, lo solicitaron en una materia de mi carrera. O
aquella vez que, tras haber salido de ducharme y estar segura de haber tirado a
la basura la esponja, mis ojos se detuvieron en ella, que había aparecido en la
pileta del baño como si nada. Otra vez ocurrió que salí de casa, me dirigí al
centro de la ciudad, me puse a mirar vidrieras y mi vista se detuvo en unos
zapatos negros; quedé como tildada, giré mi cabeza hacia la izquierda y una
señora que pasaba los llevaba puestos.
Así, siempre y en distintas
circunstancias. Me acostaba a la noche y mi cabeza daba vueltas y vueltas
pensando en cada una de las experiencias raras por las que pasaba. Hasta que lo
hablé. Primero con mamá, ella decía que podían ser poderes sobrenaturales; mi
papá, en cambio, decía que eran casualidades de la vida. Finalmente, mi hermano
me consiguió un turno con un psicólogo, quien me derivó a un psiquiatra y éste
dio la autorización para que me internen en un psiquiátrico porque no mejoraba
ni con los medicamentos.
Sin embargo, yo no estaba loca. No
eran casualidades de la vida lo que me sucedía, sólo que me fui acostumbrando a
prestarle mucha atención a cada detalle de lo cotidiano, donde muchas veces
aparece lo insólito. En el Psiquiátrico, siempre pensaba en cómo demostrar que
yo no estaba loca, que en realidad era mi hermano quien me hacía pasar como
tal, ¿cómo? ¡De no creer!
Intenté escapar tres veces de
aquel espantoso lugar, pero no pude, quería salir del ambiente al que no
pertenecía. Necesitaba libros y más libros para que se me pasara rápido el
tiempo allí, logrando mantener mi cabeza ocupada con lo bueno de la vida, que
es la literatura, y evitando así no volverme loca como mi hermano quería.
Al fin y al cabo, logré demostrarle a mi
psiquiatra que estaba bien sana; en varias oportunidades asistí a entrevistas
con él y sus colegas, donde luego de un tiempo salió todo a la luz, como yo
quería. También solicitaron entrevistas con mi hermano, obteniendo como
resultado todo lo que yo pensaba e imaginaba respecto del resto de mi misma
sangre que quedaba en vida. Lo internaron y allí se encuentra hasta ahora,
fuera de sus cabales y de aquella vida falsa que llevaba.
Decidí, sin dudas, mudarme al
campo luego de recuperar mi libertad. Aquí se disfruta al máximo la paz de la
vida, aunque continúo visitando la ciudad para asistir a cursos de astrología y
a la universidad, llevando mi carrera al día por sobre todas las cosas. También
voy a visitar a mi hermano. Jamás lo dejaré solo, a pesar de todo.
Me siento bien acá, sin
casualidades ni locuras, con paz y aquello que no sé cómo llamarlo, y que de
vez en cuando lo denomino poder… Poder de ver para creer y de leer para ser. O
para soñar que las cosas son (o pudieron ser) distintas.
4 comentarios:
Lograste trazar tu relato sobre los difusos límites entre la razón y la locura, entre los celos y la lealtad fraterna, rozando la posibilidad de la inversión, tan propia del género fantástico: nada es lo que parece. El "adentro" y el "afuera" del psiquiátrico en paralelismo, además, con la inmersión en la lectura, abre más de una interpretación y propone un cierre circular, que -lejos de concluir el devenir de las acciones- arriba exactamente al principio, dejando estupefacto y obligadamente pensativo al lector.
A seguir escribiendo, probando, jugando con las posibilidades del verbo. Sólo trabajando mucho sobe cada texto aprendemos a pulir la palabra para que exprese su brillo.
Meli en tu relato se ve claramente una reflexión muy cortazariana: ¿las casualidades son producto del azar o de algún tipo de designio o poder sobrenatural? ¿hay algo, más allá de estas individualidades cruzadas, que nos rige?; los detalles domésticos y cotidianos sobre los que vale la pena escribir o, al menos, posar la mirada; el fino límite y el cruce inevitable entre la cordura y la locura. Luego, abriste otros portales: el tiempo circular, el uso de la primera persona (¿hay una herramienta más poderosa que la subjetividad de un personaje que construye el relato para propiciar múltiples puertas de acceso a los lectores?), el tema de la fraternidad y el quiebre de las convenciones.
Espero que desde el espacio del taller te hayamos animado a leer, a escribir, a disfrutar de la experiencia literaria. ¡Hasta la próxima!
Tía, me gustó como jugaste en tu cuento con el tema de la locura. Al fin y al cabo ¿Que es estar loco? La protagonista desestima que ella pueda sufrir de eso y evidentemente, a través de la narradora protagonista, asumimos que tiene razón, podemos penetrar en su pensamiento y en su vivir.
Felicitaciones. Tío Franco
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