TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA

Este blogfolio nació en 2008 para convocar la palabra escrita de las y los alumnos del TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA de primer año del Profesorado en Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Villa María, provincia de Córdoba, Argentina.

Trabajamos intensamente en clases presenciales articuladas con un aula virtual que denominamos, siguiendo a Galeano, Mar de fueguitos.

Allí nos encontramos a lo largo del año para compartir los procesos de lectura y de escritura de ficción. Como en toda cocina, hay rumores, aromas, sabores, texturas diferentes, gente que va y viene, prueba, decanta, da a probar a otro, pregunta, sazona, adoba, se deleita. Al final, se sirve la mesa.

Como cada año, publicamos los cuentos que cada estudiante escribió como actividad de cierre del taller para compartir con quien quiera leernos y darnos su parecer. Hemos trabajado explorando el género narrativo, buceando en las múltiples dimensiones de la palabra. Para ello, la literatura será siempre ese espacio abierto que invita a ser transitado.

Hemos ido incorporando, además y entre otras muchas experiencias de escritura creativa, el concepto de intervención performativa sobre textos y de patchwriting.

El equipo de cátedra está conformado por Jesica Mariotta, Natalia Mana y Mauro Guzmán, quienes le ponen intensidad amorosa al trabajo del día a día, construyendo un hermoso vínculo con las y los estudiantes.

Beatriz Vottero - coordinadora


Tomás Berutti

 Hace un par de noches que los grillos no se escuchan

 

El anuncio estaba en un diario que compré el mes pasado, el mismo que compraba todos los sábados en el puesto de la plaza Gral. Roca. Estaba en los clasificados, en la parte de inmuebles. Por la cantidad de metros cuadrados que tenía el edificio no tendría que ni haberme molestado en llamar, excedía totalmente lo que podría pagar, pero lo hice de todas maneras. No sé por qué lo hice, no lo recuerdo. Está a las afueras de la ciudad, en el kilómetro 294 yendo hacia M.

Conozco la zona, una vieja amistad reside a un par de kilómetros del lugar, tiene un campo que heredó de un abuelo y solía invitarme a cazar o a pescar en un arroyo cercano. No hace tanto me envió un saludo para navidad. Los de la inmobiliaria me comentaron que prácticamente habían olvidado que tenían esa casa en venta. Cuando revisaban los inventarios vieron una dirección que les llamó la atención, tan alejada de la ciudad, ya que generalmente trabajan departamentos en la zona céntrica. Me dijeron que cuando fueron a visitarla la encontraron en óptimas condiciones, solo que un poco sucia. Fui el primero en llamar y enseguida llegamos a un acuerdo, a la semana me reuní con la chica de la inmobiliaria y se resolvió el contrato, el precio del alquiler era mucho menor del que me esperaba. Aun así, estaba un poco jugado con mi sueldo, pero decidí que valía la pena, la última novela se viene vendiendo bastante bien y el editor me dijo que hay propuestas para traducirla al francés. Me mostraron un par de fotos del lugar, una casa típica de estilo colonial. Me bastó con lo que vi, estoy podrido de Buenos Aires y el Morocho va a poder correr y cagar tranquilo en el campo. Hace rato que quiero irme de la ciudad y vengo fantaseando hace años sobre vivir en el campo y poder escribir a mis anchas sin el murmullo horrible que dejan los autos. Ya puse todo en el auto, mañana salgo.

 

Después de cuatro horas de viaje llegué a la casa, salí en la mañana ni bien se asomó el sol y le metí pata todo el camino hasta acá, tuve que parar dos veces para que el perro hiciera pis, no quería que sucediera de nuevo lo que pasó cuando fuimos a Tandil con Clara. Hace mucho que no hablamos, no le dije que me iba. Quizá la llame después de escribir esto. Fui como por un tubo de todas formas, la ruta por esa zona está bien cuidada y no me crucé prácticamente con nadie, encontré la tranquera en seguida tal y como me la había descripto la chica de la inmobiliaria, estaba bastante sana para lo que me había imaginado. La casa, igual: despintada y las aberturas altas de madera descuidadas, pero para el año que debe tener se encuentra en un estado fantástico. Aparentemente fue una casa de verano de una de las grandes familias latifundistas; después de todo, el mar no está tan lejos. No tenían registro del último inquilino. La han reformado en algún momento, seguro, uno de lo que parece haber sido un dormitorio fue abierto y adaptado como garaje. Morocho está chocho, ni bien lo bajé del auto entró a correr por toda la zona, me da risa porque el pasto está alto y solo puedo ver cómo se mueve mientras corretea, tengo un poco de miedo de que se pierda ya que la zona es grande y el monte está cerca de la casa. Cuando lo quise entrar en la casa empezó a ladrar como un estúpido, lo tuve que meter agarrándolo del collar, no quiere saber nada sobre volver a estar encerrado como en las cuatro paredes del séptimo piso. Hoy me dediqué plenamente a limpiar, y todavía me queda bastante por estos días; tiene muchas ventanas, por lo que ventilar no fue un problema. Los muebles están sanos y bien dispuestos, creí que iban a ser dos o tres boludeces vetustas cuando me dijeron que estaba amueblada, pero hay de todo. La falta de instalación eléctrica no me importa para nada, no necesito más que papel y algo que raye para trabajar. Da la impresión de que fue todo recientemente ordenado, solo moví un escritorio, que puse frente a la ventana de lo que sería un segundo dormitorio. Las estrellas desde acá se ven maravillosas. No me animo a hablarle a Clara.

 

Hoy hace una semana que me instalé. La limpieza duró mucho menos de lo que imaginaba, como traje de todo para limpiar, al segundo día ya había terminado. La cocinita vieja pierde un poco de gas, pero anda lo suficiente para hacer las comidas simples que hago, y tengo alimento para perro de sobra, así que no tengo que cocinarle al pulgoso del Morocho. Recién hoy me puse a observar con atención el hogar que hay en la sala de estar y me di cuenta de que en toda la casa no hay calefactores ni estufas, ese dato se me había escapado totalmente, me voy a cagar de frío cuando llegue el invierno, me van a ayudar bastante las frazadas que traje, y pensar que casi se las doy a la jetona de la vecina. La carencia de vecinos es un deleite.  Después de ordenar la habitación que tiene el escritorio y acomodar la biblioteca, escribí mucho, el lugar le ha sentado fantástico a mi creatividad, pude poner en el papel varias ideas que tenía por ahí en la mente hace tiempo, fue como que me olvidé en seguida de la ciudad y eso le hubiese dado más espacio a mi mente para el trabajo. No me olvidé de Clara, escribí sobre ella. Tuve la idea de ir hasta M. para comprar víveres y otras cosas, pero no pude encontrar las llaves del auto, se me deben haber caído en el patio y con lo alto que está el pasto va a ser un quilombo encontrarlas. Así que salí a pasear por los alrededores, las arboledas son hermosas, prácticamente el edificio está rodeado por el monte salvo un fragmento del semicírculo por donde sale el camino hacia la tranquera. Caminé hacia ella y el tramo me pareció mucho más largo que el día en que llegué, supongo porque esta vez lo hice a pie. Morocho me acompañó toda la caminata a las corridas, se la pasa siempre afuera, no hay forma de hacerlo entrar en la casa. La llamada con Clara me descolocó un poco, pensé que iba a tener un poco más de interés sobre la casa en el campo y las arboledas, pero después de lo que pasó es como si me tratara como esos amigos del pasado que uno ya no quiere ver.

 

No logro encontrar muchos de los escritos que hice, estoy seguro de haberlos guardado en el cajón del escritorio cada vez que los terminaba, puede que se me hayan salido volando por la ventana anoche, hacía mucho calor y la dejé abierta, pero en el pastizal del patio no las encontré. Entre esas hojas estaban varios fragmentos de la novela que estoy trabajando y las notas que venía tomando como un diario desde que llegué, en principio me da lástima, pero puedo volver a escribir todo de nuevo, tengo papel a mansalva. Clara me llamó el día de ayer, por el tono de su voz parecía preocupada y me alarmó bastante, me preguntó cómo estaba y si todo andaba bien con la casa; inmediatamente me causó extrañeza, habíamos hablado no hace tanto y le recordé la frialdad con que me dio trato. Después de un silencio confuso, me dijo que hacía meses que no hablábamos. No le entendí, pero le dije que no pasaba nada, que la extrañaba y que me perdonara. Me dijo que cómo podía decir eso, que desaparezco sin dejar rastro y corto todo contacto y que ahora salto con esto, que era un pelotudo. No comprendo cómo es que lo que pasó le haya afectado tanto el ánimo, siempre tuvo esos arranques emocionales impredecibles, pero esto ya fue fuera de lo común. Me dejó preocupado. Hace un par de noches que los grillos no se escuchan.

 

Me sorprende lo mucho que crece el pasto, amanezco siempre con el sol y después de tomarme un mate cocido salgo a dar una vuelta por el patio, ya que la casa es muy oscura y tengo que esperar que claree más para ver algo dentro, a esas horas además todavía está fresco a pesar de este verano interminable. Hago siempre el mismo camino, por lo que se ha formado el sendero y el pasto no crece. Aun así, los alrededores son casi ya una selva que guarda un gran encanto, ha crecido todo tipo de gramilla silvestre, muchas plantas tienen flores rosas y amarillas y las abejas zumban con fuerza durante la tarde. El camino que sale hacia la ruta se encuentra casi tapado por el pasto, como ya casi no salgo para allá el verde lo vino cerrando. No encontré las llaves del auto que está varado en el garaje. Tapado en polvo como está, me causa extrañeza que esté tan tirado y no conozco a nadie que viva cerca para que venga a darme una mano y ponerlo en marcha. La novela avanza como tiro, en unas semanas seguramente ya la voy a tener terminada, el único problemita va a ser revisarla, todo el papelerío que tengo es bestial.

 

Estos días me los paso escribiendo, no me he despegado del escritorio, la novela se extiende. Tuve que comenzar a tomar nota de los días ya que sin un calendario se me ha ido de las manos el paso del tiempo, ni hablar de las comidas, Clara me estaría cagando a pedo si me viese. Me di cuenta del ruido, de su carencia, la falta. No hay ruido afuera. La cocina pierde gas y el calor no afloja.

 

No sé qué pasa. No encuentro la puerta de la entrada, no está. No entiendo tampoco si traje el celular, estoy tratando de buscar las notas que vine haciendo, pero entre todas las pelotudeces no las encuentro. Recién abrí la ventana del escritorio y no vi nada.

 

Lo más alarmante es que no anoté mi nombre en ningún lado.



Damaris Jocabed Alave Blanco

 Flauta y Sangre

Cuando Damaris se enteró de la banda municipal y que su novio había iniciado clases de saxo, le cautivó un instrumento en específico: su forma, color y sonido envolvían su alma de una manera agradable y cálida, sentía que tenía el poder de transportarla a otro mundo. Fue ese momento en que decidió involucrarse en la banda y aprender la flauta traversa, aprender de su melodía tan hermosa y cautivadora.

Desde entonces iba a clases para practicar su melodía, asistía con gusto no solo por la flauta sino porque la puerta de la entrada del recinto tenía un aspecto particular que le gustaba y por alguna razón llamaba muchísimo su atención. Era una puerta grande de color rojo como la sangre o el vino, su color favorito, en el centro había una figura de mujer con el rostro inexpresivo donde sólo la línea de la nariz quebraba su espejo ciego de insoportable tensión, los senos apenas definidos, el triángulo sexual y los brazos ceñidos al vientre, con símbolos dorados alrededor y perilla negra.

—El whisky está ahí —dijo Somoza retirando lentamente las manos de la estatua—. Yo no beberé, tengo que ayunar antes del sacrificio.

—Una lástima —dijo Morand, buscando la botella—. No me gusta nada beber solo. ¿Qué sacrificio?

—El de la unión, para hablar con tus palabras. ¿No los oyes? La flauta. El sonido de la vida a la izquierda, el de la discordia a la derecha. La discordia es también la vida para Haghesa, pero cuando se cumpla el sacrificio los flautistas cesarán de soplar en la caña de la derecha y sólo se escuchará el silbido de la vida nueva que bebe la sangre derramada. Y los flautistas se llenarán la boca de sangre y la soplarán por la caña de la izquierda, y yo untaré de sangre su cara, ves, así, y le asomarán los ojos y la boca bajo la sangre.

 

Después de dos años de práctica llega el día más esperado, el de la presentación para mostrar lo aprendido. La obra principal no era nada más ni nada menos que La Campanella de Niccolò Paganini, quien es nombrado como el que hizo un pacto con el diablo. Esta obra le había fascinado a Damaris y la tocaba con mucho gusto.

Aquel día ella ensayaba por última vez en el recinto, la música envolvió tanto tu ser que cerró sus ojos para dejarse llevar, y como sin querer se fue dirigiendo a la salida para que todos escucharan la melodía. Al cruzar la puerta sintió una brisa de aire distinta, como si estuviera en una colina, pero eso no le impidió seguir tocando, estaba tan emocionada que comenzó a sonar otra melodía improvisada. En sus pensamientos se dijo: esta melodía parece como de un ritual, menos mal estamos en el siglo XXI. Cruzó la puerta para volver y cuando abrió sus ojos allí estaba la estatuilla, con sus senos apenas sugeridos, con su triángulo apenas humedecido. Detrás de la puerta un hombre con un hacha en mano.

Uriel Mozzoni Ferreyra

El portazo

Ella esperaba pacientemente sentada en el suelo. El enceguecedor foco del tren se aproximaba despacio, podría hasta parecer que no se acercaba en lo absoluto. Sin embargo, ella continuaba su espera sin la menor señal de intranquilidad, mientras el frío viento córnico le despertaba escalofríos.

Volvería a la ciudad, a la rutina y a su familia. Dos hijas, cuatro nietos y ya ningún marido. Ninguna de las personas mencionadas tiene tiempo para ayudarla con su casa. Pero para lo que sí tienen tiempo, es para las habladurías, los préstamos, las exigencias y el despilfarro; jamás para ella. La luz del tren parece acercarse.

Qué bello era el amor romántico de su tiempo, con desbalances de poder incluidos; los valores de la familia antigua, que se respetaban sin que nadie supiera realmente por qué; escuchar la radio con papá, a quien le importaba muchísimo el fútbol aunque, a veces se le iba la mano. Ve en la televisión a los hermanos Marx, pese que solo puede distinguir lo monocromático de la pantalla y un par de risas de fondo. Toma el té y se dispone a acompañar las risas, para luego levantarse hábilmente y dirigirse veloz a su habitación. Su teléfono celular suena y suena. Tras contestar, oye la voz de Hugo, emocionada sale caminando con cuidado hacia el patio a informarle de la noticia a su hija, quien la ignora completamente y sigue cuidando a su nieto.

Se tambalea mientras baja las eternas escaleras. Martín le demanda una cerveza a su mujer desde la cocina, que brilla hasta encandilar los ojos gracias al nuevo foco que él, y nadie más, ha instalado, porque, en sus palabras, “se ve tan poco que parece nueva la mesada”. Y es por esta potentísima bombilla eléctrica que siente cómo la choca una pared de improvisto.

Lentamente, agarrándose de las paredes y los muebles, intenta acercarse al garaje, donde Ignacio no para de maldecir a su padre por no haberle heredado nada más que una quincalla del año setenta y ocho, sin prestarle la menor pizca de atención a la decrépita mujer posada en el marco de la puerta, quien pareciera volverse monocromática como los hermanos Marx.

Dando su último aliento le cuenta que la llamó Hugo, a lo que Ignacio le contesta dando un portazo porque entra frío. Aun así, ella pasa de largo. 


Irupé Castro

 La soga

El avión parte a Francia a eso de las doce del mediodía, una azafata anuncia por altavoz el despegue y comienza a detallar las instrucciones de seguridad. Hacia el fondo del pasillo se escucha una voz un tanto fastidiosa. –No entiendo para qué me explican esto si yo ya lo sé, trabajé en esta maldita aerolínea por diez años y conozco las instrucciones de memoria; además debo decir que son inútiles, se ve que Cortázar no las sabía y por eso hizo que mi avión cayera y yo saliera despedido por los aires e intentara matarme ¡Que tipo inservible!

En ese instante una pareja ubicada unos asientos más adelante comienza a susurrarse. –Hermano, ¿escuchaste lo que dijo ese señor? ¿será uno de los nuestros? – Habló por lo bajo Irene. –¡Disculpe señor! Espero no le resulte imprudente mi pregunta pero ¿de dónde conoce usted a Cortázar? Marini levanta su vista rápidamente, mirando a la pareja que llama su atención. –Bah, ni me lo nombre al viejo ese, que lo único que sabe hacer es matar a la gente.

En su voz se puede notar con claridad el enojo. Unos asientos hacia el costado, alguien más se deja escuchar. –Tenés mucha razón, a mi familia la desgracia le llueve con Cortázar al mando, perdí a mi hermano, a mi tía y después a mamá–. Habla con mucho pesar en su voz la muchacha. –Es más, hasta nos dejó de locos porque hizo creer al lector que nosotros mismos creíamos en nuestras mentiras, que básicamente necesitaríamos ir a un psiquiátrico–. Agrega con enfado Rosa.

–No deben insultar de esa manera a nuestro creador, deberían estar agradecidos de haber sido escritos por tal deidad como lo es don Cortázar, responde Hermano señalando a ambos sujetos con notorio disgusto. –Estás muy equivocado, cegado, Cortázar no es ningún buen hombre, ni mucho menos buen escritor -contradice de pronto Marini–.  A mí me dejó como un tarado obsesionado con una isla, y obviamente para no perder la costumbre, me mató; pero no solo eso, sino que al final no se sabe si realmente estoy muerto o no porque el señor “yo hago lo que se me canta” nunca deja en claro nada, a ver si se decide de una buena vez –dice con sarcasmo Marini, moviendo agresivamente sus manos en el aire.

–Lo que sucede aquí es que ustedes no han podido entender a nuestro creador –habló Hermano nuevamente–. Claramente no, con el nivel intelectual que tienen –agrega por lo bajo Irene–. Lo fantástico de Cortázar en eso se basa, en dejarte confundido hacia el final de la historia, donde esas últimas líneas te provocan un knock-out que te deja estancado en el cuento–, continúa Hermano, que no podía dejar que insultasen a Cortázar de tal manera.

–Pues lamento decirte que eso no me convence, no tiene ningún sentido confundir de esa manera al lector ¿con qué finalidad, me querés decir? Se mete Rosa nuevamente. –Con el fin de entretener, ¿no les parece a ustedes, mis queridos colegas, que los demás cuentos se vuelven aburridos, monótonos? Siempre con la misma historia de amor o de ciencia ficción. Cortázar, en cambio, revolucionó la manera de escribir, deberían estar más que orgullosos de ser su creación –remata hermano que parecía comenzar a enfadarse. –Después de todo, ¿qué hacen aquí, en un vuelo que los lleva directamente a él, si tanto odio le tienen? Pregunta curioso. –Pues verás. Responde con aires de superioridad Marini. –A ver cómo te va, protegiendo a tu querido creador–, dice riendo egocéntrico.

Rápidamente cierra el cuaderno, temiendo que algo más pudiese escapar de sus hojas. Lentamente, con un miedo profundo levanta la vista; allí inmóvil pero con la vista clavada en él se halla el objeto del destino, colgado, balanceándose en el techo. A tientas se sostiene de ambos posabrazos del sillón, pensando para sus adentros “será mejor que yo termine con todo esto antes de que ellos lleguen a mí”.

Ya en esa habitación solo queda el silencio, el sillón verde, y lo que había sido un muy buen escritor.

Isis Rodríguez

 La noche en la sala

TacTacTacTacTacTac. Gira la bolilla sobre la ruleta que se ha vuelto un círculo hipnótico, rojo-negro-rojo-negro-verde. El trance eriza los pelos del brazo. TAC TAC… TAC… TAC. Parece que va a parar, pero todavía la pelota cambia de casilla una vez más. Los ojos están tan abiertos que tiemblan. Las pupilas son el reflejo de esa bolita negra que todavía se mueve unos casilleros más y se estaciona finalmente en el numero 3 casilla roja.

Bueno, al final perdimos todas ¿vamos a otro juego ahora? Vos Anto, que sos la que conoce ¿a cuál vamos?

Las palabras de Carla despiertan a Isis del trance del tablero quieto. En el celu dice que son las tres de la mañana. Hay doce llamadas perdidas, cinco mensajes de WhatsApp. Las chicas están decidiendo algo. Isis lee: “Amor” a las 00:36hs. “Amorchiiii” a las 00:41hs. “Amor por favor, te llamo y no me contestas. Me estoy empezando a preocupar” 01:05hs. Los siguientes mensajes son reclamos muy largos que no termina de leer, pero los adivina. Bloquea el celu y mira a las pibas.

Chicas yo ya me voy a casa. Tengo mucho sueño-. Las va abrazando a medida que las saluda.

Si le digo que vinimos al Casino me mata -Isis piensa en voz alta mientras va en la bici- Tengo más chance de que me perdone si le digo que estaba con otro. Se mueve más lento en la medida que está más cerca, se siente la bolilla cuando se acerca al casillero final, tan segura de que alguien va a salir perdiendo. Capaz llego y está la policía ¡qué cagada! ¡Cómo se me pasó la hora! ¿En qué momento se hizo tan tarde?

Un viento frío le aprieta los pantalones anchos contra las piernas. Se le revuelve el estómago. El recuerdo del cuento que habían leído en la última clase antes de salir de la universidad, se le había instalado en la mente y no se iba mientras abría la reja que daba al jardín que daba a la puerta de entrada. Al otro lado los ojos de Nery que la habían escuchado abrir la reja, la esperaban llenos de preguntas y de angustia. Isis había llegado decidida, no había vuelta atrás. Pidió perdón muchas veces. Esa noche lloraron mucho y se prometieron muchas cosas. Ella había estado hasta las once en reunión con el centro de estudiantes y cuando vio la hora salió enseguida, pero en el camino vio una moto que por esquivar una mujer se reventó contra el pavimento, el pibe gritaba un montón, ella no pudo evitar asistirlo, había intentado calmarlo mientras otros lo sacaban de debajo de la moto y ya no pudo dejarlo solo. Lo había acompañado hasta el hospital en la ambulancia, había dejado la bici atada. En el hospital las horas habían pasado volando, ella se había quedado en la sala de espera y al lado se había sentado una mujer que tenía la hija en terapia intensiva, la iban a operar de urgencia. Le había dado charla para distraerla “pobre mujer, si vieras cómo lloraba, amor”.

Isis ya no pudo parar. La historia siguió creciendo y Nery la siguió abrazando y consolando cada vez que ella volvía del hospital llorando porque la situación la rebalsaba.

Amor ¿No querés que vaya yo a ver al pibe esta noche? Estas descuidando la Uni. Yo entiendo que querés acompañarlo, pero vos no podés hacer nada. El pibe está durmiendo todo el tiempo, por ahí no se da ni cuenta de quién sos.

No Nery. Yo necesito estar ahí. Además, los médicos ya me conocen y él cada tanto se despierta y como que intenta murmurar alguna cosa antes de dormirse. -Isis lo convenció, antes de subirse al taxi que la iba a dejar en la puerta del casino-.

Esa noche perdió ocho mil pesos y volvió a punto de decirle todo. Estaba indignada y necesitaba confesarle. En veintidós tiros no había salido ni una sola vez el 9 rojo. Pero cuando llegó, Nery estaba sacando una pastaflora del horno que había hecho para ella. Se olvidó de la plata, de las casillas rojas, de la bolilla girando, de todo.

Al otro día le pidió al taxista que la dejara en la puerta del hospital. Sentada en la sala de espera, escuchó las camillas pasar de un lado a otro y retuvo el sonido a modo de estímulo musical de máquinas metálicas. Las caras de preocupación simulaban que todos estaban perdiendo en esa sala. Los enfermeros: uniformados que explicaban las reglas del juego a los novatos. Ahí las personas murmuraban y eso le gustaba porque podía concentrarse más. Una señora pomposa llegó con un olor a perfume nauseabundo y eso la acercó más todavía a la otra sala. Fijó los ojos en un punto de la pared blanca, apoyó los codos sobre los muslos y con las manos se sostuvo la frente. Poco a poco, los ojos se nublaron y en la pared fue apareciendo ese círculo numerado negro-rojo-verde que giraba con la bolillita adentro. La bola frenó en el 9 rojo justo un segundo antes de que empezara a vibrar el bolsillo avisando que era hora de volver a casa.

Esa mañana Isis volvió exaltadísima de contenta. El pibe se había despertado, estaba muchísimo mejor. No sabía cómo agradecerle haberse quedado con él todas esas noches. Se estaba recuperando muy rápido. Él no era de acá y estaba bastante solo, la familia era de un pueblo. Todo eso les dio tema de charla los siguientes días y Nery la quería más ahora que estaba contenta, se alegraba muchísimo de verla así “Tengo la novia con el corazón más grande del mundo” decía. La tormenta del pibe accidentado parecía estar pasando.

La última vez que Isis se sentó en su silla de la sala, de nuevo la reproducción del ritual hipnótico la hizo imaginar la ruleta girando rápido y el ruido de la bolilla. Una camilla cruzó la sala de golpe y casi la distrae. Se concentró más, la bolilla empezaba a relentecer. Un pibe gritaba de dolor. Cerró los ojos: Rojo-negro-verde. “¡Me duele!¡No aguanto más!” gritaba el pibe. Isis cerró fuerte los ojos. El celular vibraba en el bolsillo. <<ya casi>> pensó con los ojos y los dientes haciendo mucha fuerza. Tac-14...tac-2…tac-0…tac-28…tac. La pelota frenó. Isis se levantó de un salto, dio un grito eufórico desde lo más hondo de su pecho:

¡Siiiiiiiiiiiiiiii! -mientras abría los ojos y levantaba la lanza en la mano derecha.

A su alrededor una multitud de personas celebraban. Un señor desnudo pintado completamente de barro negro se salpicaba la sangre de aquel que caía, ya sin vida, sobre el pastizal.

María Eugenia Quinteros

 Carta a Cortázar

Mi cuerpo yace semi sentado en la esquina del escritorio, tomando una posición lo más cómoda posible para continuar escribiendo la carta que dirigida a un maestro de lo fantástico. ¿Qué pensaría al ver a una joven estudiante de literatura usurpando su hogar y utilizando sus cosas? Que, inclusive, preparó el ambiente para su concentración, el humo del cigarrillo que descansa en el cenicero a un costado de su rodilla, las luces que alumbran lo justo y necesario, de noche, porque tampoco iba a encender todo foco de la casa.

El Requiem de Mozart suena de fondo, inspirando a que mi mano se mueva al son de las voces que angelicalmente entonan a la muerte. No obstante, de un minuto al otro dejo de escribir, cayendo en la cuenta de lo que estoy haciendo. Miro la hoja, levemente arrugada, descansando en mi pierna y mantengo el bolígrafo en el aire antes de seguir. De pronto él hace su entrada.

— ¿Por qué te detenés? Que mi presencia no sea una distracción para tu escritura.— Habla el mismísimo remitente, el hombre de unos sesenta y tantos, una pipa descansa en sus labios. Cruzamos miradas, por supuesto la mía podría haber sido atónita pero, en cambio, lo observo con calma.

— Todo lo contrario, usted sí es una distracción, señor.— Aclaro antes de amagar con reanudar mi labor, la punta del bolígrafo toca la hoja, pero no consigo trazar las letras. Cortázar toma asiento en el sillón detrás del escritorio, como primera impresión diría que su semblante es serio, mas en sus ojos refleja cierta diversión.

La música llena el pacífico silencio que nos rodea, cualquier otro habría reaccionado diferente ante la presencia de tal figura importante para la literatura, incluso interrogado manteniendo formalidad y respeto ante él, o quizás todo lo contrario y hasta le invitaba a tomar un café. Sin embargo, mi mente está en otro lado, con una pregunta fija a la cual no puedo aun encontrarle respuesta, y eso bloquea la posibilidad de seguir con la carta.

— Señor.— Le hablo, él deja salir el humo que había inhalado de su pipa.— ¿Cómo haría usted para escribirle a un muerto?

La pregunta hace que su cabeza se incline a la izquierda, buscando las palabras correctas para la estudiante de cabellos rojos. Aleja la pipa de sus labios mientras busco otra posición para mirarlo desde mi improvisado asiento. — Hay diversas maneras de hacerlo, no deberías optar únicamente por la mía. Pero debo decir que no tengo una respuesta concreta a eso, tampoco soy el indicado para responder.

Tomo a sus palabras, busco nuevamente la voluntad en continuar mi carta al difunto y vagamente sigo hasta que la inspiración vuelve a cobrar vida en mi escritura. Con las voces de la obra de Mozart sonando cada vez más fuerte en la habitación, el bolígrafo sigue moviéndose como si estuviera apurado por acabar, antes del esperado pero inevitable final.

Firmo con el seudónimo de M. E. Baskerville, doblo la carta en total desespero por concretar mi cometido antes de irme.

Con la música llegando a su final, el estudio vacío, a oscuras.

La carta no puede ser finalizada, tampoco lo había logrado Mozart con el Requiem. Los tres yacen muertos en sus respectivos lugares. Entre el músico y el escritor, la estudiante de pelo rojo, echada sobre el escritorio con la carta en la mano.

Eva López

 Todas las noches esa noche

Dejé de escribir hace ya algún tiempo. Todo lo que salía de ese lápiz me parecía sencillamente una basura. Lo cuento hoy, acá en confianza, porque nunca se lo dije a nadie. Uno se cree que los reconocidos escritores nunca tenemos bloqueos, déjenme decirles que sí, ocurre. Hacía algunas noches tenía un sueño recurrente, soñaba que mi hermana Ofelia tomaba un vuelo a Francia y venía a visitarme de sorpresa. Llegaba enojada a decirme que mis últimos cuentos eran un desperdicio, los desenlaces previsibles, los conflictos burdamente cotidianos y que tenía que dejar de incluir datos de nuestra historia familiar en mis obras o dedicarme a otra cosa. Despertaba sudado, confundido y hasta un poco enojado. ¿A qué se refería exactamente mi hermana al decir semejantes barbaridades? ¿Por qué llegaba así todas las noches para atormentarme? ¿Debería realmente conseguirme otro oficio?

Sentarme a escribir ya no me generaba el mismo goce, como si sintiera miles de ojos clavados en mi espalda, una presencia difícil de explicar. Como si me encontrara justo al borde de un abismo por el que podría rodar fácilmente con tan solo una falla. Culpa, eso sentía. Quizás era esa tonta pesadilla que volvía a mí cada noche. O tal vez que por esa razón mis pocas horas de descanso se veían afectadas y el cansancio interfería en mi proceso creativo; todos sabemos que una mente con sueño no trabaja igual. Por eso me dispuse a cambiar mis hábitos, cené temprano y me dirigí a mi habitación, libro mediante, bajo la tenue luz de una vela. El libro que me acompañaba esta vez era una elegía de Arthur Rimbaud que a cada detalle de su mágico surrealismo me iba hundiendo en un sueño profundo. Ahora que lo pienso no sé qué tan dormido estaba. No es posible, pensé entre mí. Las posibilidades son inexistentes. Ni siquiera sé cómo suenan sus voces, cómo podría estar tan seguro que de verdad son ellos dos. No sé cómo, pero lo estoy, tan seguro cómo que mi nombre es Julio Florencio Cortázar. Y de nuevo los murmullos en la puerta. Irene, golpeá, que se haga cargo de lo que causó, no tenemos dónde pasar la noche. Fue lo único que llegué a entender. Un frío me heló los huesos, la sangre, las manos. No supe qué hacer, tal vez Ofelia venía a advertirme y yo no la quise escuchar.

Mateo Salas Suárez

 La casa

Me llamo Mateo, estudiaba el Profesorado en Lengua y Literatura, tengo dieciocho años, y hace poco me mudé. Supuse que escribir estos datos aquí eran suficientes si desaparecía o me pasaba algo. Pero por suerte ahora estoy bien.

Vivía con siete personas más en una gran casa, casi todos estudiantes, menos la tía Alisa. Nunca me relacioné mucho con los otros chicos de mi edad, pero la tía estaba siempre para mí.

A ella le agradaba que le digamos así, pero a mí me incomodaba un poco. Se comportaba muy raro, sobre todo cuando terminábamos de cenar y empezábamos a acomodar todo para irnos a dormir. Cerraba la puerta de roble que separaba los dormitorios del living porque estaba empeñada en que se iban a meter a robar. Pero no cerraba la puerta de la entrada, lo cual se me hacía tan ridículo.

Ella era una señora grande, y siempre estaba hablando de su madre Irene. No quiero sonar irrespetuoso ni nada por el estilo, pero creo que Alisa tenía un severo problema de demencia. Habían pasado ocho días desde que me mudé allí, y desde el día uno ella me dijo que me parecía a un tal José. Al principio, viendo su carita redondita y arrugada cual abuela de película, me lo tomé con ternura. Pero durante los siguientes días comenzó a llamarme por ese nombre. De igual manera disfrutaba compartir con ella, pero que me llamara todo el tiempo así, hacía que me diera tanta rabia que todavía tengo las cicatrices en mis palmas por tanto apretar los puños. Decía que él era un hombre muy caballeroso y atento, que nunca le había faltado nada a su lado, que le gustaba la literatura francesa y que, como yo, estudiaba letras, incluso me recomendó algunos autores. Me mostraba su colección de estampillas, y un día le pregunté cómo había conseguido la casa.

"Yo nací en esta casa, mis padres se habían ido de aquí, me dijeron que por cuestiones económicas, y luego la recuperaron".

Nunca me dio detalles, solo me hablaba de los tejidos de su madre y de ese José, que supuse era su marido por la manera tan romántica con la que se refería a él.

Yo entendía que extrañara a su esposo, ser una viuda en estas épocas es difícil, pero se me hacía muy extraño que una señora tan grande y prácticamente sola, viviera en una casa antigua, enorme y dejara entrar a cualquier "estudiante" que se le presentara como tal.

No nos cobraba la estadía, solo decía que teníamos que aportar para comer.

Mi cuarto era pequeño y oscuro. Estaba al lado del de ella. A la noche escuchaba muchos ruidos, susurros, pasos, y sonaré loco, pero yo soy un chico muy observador y atento; estudio todos los sonidos y movimientos de los lugares adonde voy.

Un día común de aquellos, Alisa, como de costumbre, me había llamado para tomar mates a la siesta con ella en el living. Era lindo hablar con esa señora en ese horario, porque un silencio caminando despacito iba y abrazaba la casa. Me sentía tan acogido. Le ponía todos los yuyos habidos y por haber al mate, burro, menta, cola de caballo, cedrón y hasta cáscaras de naranja.

Recuerdo que en su empeño por decirme José, y luego de corregirla tanto, ya simplemente dejaba que me dijera como quisiera.

En ese tiempo yo solía perder el conocimiento, me sucedió muy rápido en varias ocasiones. Sufría de desmayos, pero cuando me levantaba mis compañeros me decían que hacía cosas. Según ellos, les hablaba de la madre de Alisa y me refería a mí mismo como José. Algo que me contaron que no se me va a olvidar jamás, es que una vez me levanté del piso y me le insinuaba a Alisa "en el papel" de su marido. Por suerte eso es algo que me dijeron, de lo cual no tengo el más mínimo recuerdo, pero era suficiente para que me hicieran burla y me excluyeran por eso.

En las noches escuchaba los ronquidos de Alisa. Siento que esa casa tenía algo, nunca supe qué, pero algo tenía y me asustaba.

En fin, me pasó el último mate porque ya estaba lavado, y me dijo con los ojitos cansados, "me voy a dormir la siesta, José".

Un zumbido ensordecedor entró por mis oídos y de repente vi todo negro. Cuando abrí los ojos, estaba en mi cuarto acostado, agarrando una almohada con mis manos tensas. Estaban todos gritando desde la habitación de Alisa, entonces me levanté y fui hasta allí, y vi el rostro de ella con una expresión de susto que nunca se me va a borrar de la memoria. Pálida, boquiabierta, y los ojos casi saliéndose de las cuencas. Sin su almohada.

Yo no la maté, no fui yo, fue José, fue la casa.

Después de eso unos señores de azul me sacaron de la casa, y no recuerdo bien cómo llegué aquí. Pero ahora estoy feliz en un lugar iluminado, con paredes blancas, bien atendido, lástima que me pasan la comida todos los días por el orificio de la puerta, pero tengo una ventana con rejitas por la que me entra un poco de sol, y este cuaderno para escribir.

Agostina Peralta

 Una noche difícil

Irene siguió llorando por el camino, yendo a la par de su hermano sin saber adónde ir.
De repente enunció palabra:
-¡No es posible que me hayas hecho salir de nuestra casa en pijama! Si tan solo Cortázar me hubiera dado acción en este cuento, pero hizo todo lo contrario. -dijo desolada.
-Deberías aceptar lo que escribió para nosotros. – le contestó su hermano.
-¡Si! Claro… Siempre hay que aceptar lo que escribe este señor.
-Ay hermana… pero dejalo tranquilo al pobre Cortázar que sin él, no existiríamos.
-¡Callate! dejá de decir pavadas, que a vos te agregó porque estas medio loquito.
-¡Irene! se me ocurrió una idea, deberíamos ir a la casa de nuestro amigo Somoza.
Caminando hacia la colina distinguen la casa del arqueólogo, y se llenan de esperanza por encontrar a alguien cuando vieron la luz prendida. Al llegar a la puerta ven a Therese tendida en el piso de la entrada, más bien muerta ante un charco de sangre; y en el fondo del taller, a Somoza, desnudo y con un corte en la mitad de la frente.
Irene y su hermano se adentraron en el taller, esquivando los cuerpos, y encontraron también a Morand temblando en un rincón, acurrucado y agarrado de su hacha, todavía manchada con la sangre de su amigo y su novia.
-Morand, amigo mío, ¿qué sucedió acá? -dijo el hermano de Irene.
-¡Estoy harto de Cortázar! ¡Siempre nos hace hacer lo mismo! - Les contestó a los hermanos.
-¿Saben qué? deberíamos hacer una huelga de personajes, ¡y ver qué se le ocurre escribir! -Exclamó Irene enojada.
-¡No! ¡¿Cómo se te ocurre esa barbaridad?! - Contestó su hermano oponiéndose.
-Claro… Como vos estás tan acostumbrado a que se hagan las cosas como querés, sin que nadie te cuestione nada. Así no tiene que ser. -Intervino Irene.
-Yo estoy de acuerdo con tu hermana, ¿Sabés cuantas veces me mataron? ¡INFINITAS!- contestó Somoza, levantándose del suelo.
-¡Sí, yo también me sumo a la huelga!- Exclamó Therese, desde la entrada. 
-Ustedes están todos locos, mejor me voy… - Se despidió el hermano.
Al salir por la puerta y bajar la colina, comenzó a sentir el aire pesado, como si todo estuviera mal, se sentía extrañado y escuchaba fuertes bullicios. Comenzó a rumbear por las calles, nuevamente sin saber adónde ir, hasta que vio una luz en la lejanía, primero se acercó a ver si por la ventana se veía gente amigable, pero no pudo ver nada.
Simplemente se acercó y golpeó la puerta con vergüenza. Salió una bella joven, con lágrimas en los ojos:
- Buenas noches, ¿en qué le puedo ayudar?
- Buenas noches, sé que no nos conocemos y es un poco inusual lo que le voy a pedir, pero es que hoy no tengo dónde quedarme, ¿Usted no podría alojarme una noche? Sólo es esta noche, sé que mañana van a razonar y me van a venir a pedir disculpas.
-¿Quiénes le van a pedir disculpas? Perdone, pero a usted no lo conozco y en casa está todo mal, realmente le convendría buscar en otro lado.
- ¡Señor! ¿Pero qué le pasa? Hace rato que está tildado con esa cara, ya le dije que no le conviene quedarse aquí.
-¿Cómo sabe mi nombre?- Le respondió confundido el sujeto.
- En ningún momento lo llamé por su nombre si no lo conozco.
- Mire señorita, no importa, yo tampoco los conozco y si pido quedarme esta noche es porque realmente no tengo dónde ir.- Continuó el hombre como si nada.
-Señor…no es que no le entienda, pero aquí ya tenemos suficientes problemas como para que se sume uno más, si quiere que le cuente, le cuento: mi hermano falleció hace tiempo, todavía no encontramos la forma de decírselo a mi madre, ella cree que sigue con vida y hace meses que estoy de la cabeza escribiendo cartas como si yo fuese mi hermano ¡Y por lo que era poco, ahora se enfermó mi tía! Aparte, usted parece un hombre muy conflictivo.
Así que me hace el favor y busque otro lugar.- Dio un portazo en señal de que la conversación ya había finalizado.
-¡Pero qué gente rara! ¿Ahora dónde voy? – se dijo el sujeto enojado.
-No hay luz, no hay nada.- Agregó.
-¿Pero quién me llama? Si nadie me conoce y yo tampoco los conozco, ¿y esos olores raros? - Gritó enojado el hombre.
Siguió caminando durante la fría noche, sin poder creer en cómo había sido tratado, pensando quizás que se estaba volviendo loco.
De repente escuchó pasos detrás de él, al darse vuelta advirtió que era su hermana con sus supuestos amigos, pero ya no tenían caras amigables, sus miradas eran tenebrosas, algo buscaban y no parecía ser bueno. Su aspecto tampoco era bueno pero él no lo sabía. Sentía que su muerte estaba cerca, que nadie podía salvarlo, y rogaba porque todo fuera un simple sueño.
De la nada, el hombre comenzó a taparse los oídos y a gritar, ¿Acaso me estoy volviendo loco? ¡Basta! ¡Estoy harto de estos ruidos!
Todos comenzaron a extrañarse por lo que estaba pasando, no entendían qué le sucedía.
El sujeto sentía que todo se empezaba a nublar y un calor pasaba por su cuerpo, los bullicios iban aumentando, hasta que percibió una voz:
-¡Julio! ¡Julio! Ya viene el médico en camino.

Rosario Fernández

 El plan

Marini se dirigió hacia el final del vagón para advertir a los pasajeros que su charla era en un volumen alto y las personas de adelante se quejaban.

- ¿Vos sabés lo que más me molesta de la historia? Que no digo absolutamente una palabra en todo el cuento. ¿Se piensa que soy muda? -dijo Irene muy indignada.

- Pasajeros, disculpen la molestia, les voy a tener que pedir que bajen un poco la voz -interrumpió Marini.

- Bueno, pero estamos enojados de que este autor no le dé importancia alguna a mi hermana. -respondió el hermano de Irene.

- Entiendo su enojo, ¡al menos el de ustedes no los obsesionó con una isla y los dejó pegados a una ventana! -respondió Marini.

- Tuviste más suerte que yo, ya que mi autor me obsesionó con una estatuilla, intenté matar a mis colegas y terminé muerto -contestó el pasajero de al lado.

- ¡O aun peor! A nosotros nos hizo fingir una realidad paralela y terminamos quedando como unos tontos creyendo en ella -comentó la familia de adelante.

- Esperen, ¿acaso están hablando de Cortázar? A mí me dejó de personaje secundario -remató Thérese.

- Sí, exacto, ese Cortázar se cree genial escribiendo sus historias, pero nosotros tenemos que recibir las consecuencias -contestó Marini indignado.

- ¡Se me acaba de ocurrir una idea! ¿Y si vamos a la casa de este loco y le damos su merecido? -propuso Irene. 

A todos les pareció genial la idea y prepararon sus cosas para bajarse en su destino.

- Estoy seguro que se va a morir del susto cuando nos vea a todos juntos -dijo Marini mientras bajaba sus maletas.

Al llegar a París, los personajes se reunieron para planear la sorpresa al autor.

- Esto es lo que vamos a hacer -dio un sorbo al vaso de whisky que nadie sabe de dónde había sacado- entraremos por la puerta de atrás en silencio… -dijo Morand, serio.

- ¿Pero quién te dijo a vos que ibas a dirigir al grupo? -interrumpió Somoza.

Morand se sobresaltó y todo el grupo se quedó en silencio.

- Ey ey, no peleen, nadie está a cargo acá, todos estamos unidos por la misma causa, hacerle saber a Cortázar nuestro desagrado -dijo Alejandro calmando a los personajes.

- Bueno, no perdamos el tiempo, escuchen todos. Marini vas a tocar la puerta, a decirle que venís a traerle unos libros de Edgar Allan Poe, distraerlo mientras nosotros entramos por la puerta de atrás, necesitamos un tiempo para poder pasar -dijo Irene, segura de su plan.

- No no, yo voy a tocar la puerta y ustedes vayan por detrás, saben que yo soy medio lento y voy a arruinar el plan, Además Marini se va a quedar mirando la ventana y no vamos a pasar más -propuso el hermano de Irene.

- Bueno dale, vamos todos rápido en silencio, síganme -susurró Irene.

Todos los personajes se dirigieron hacia la parte de atrás de la casa mientras el hermano de Irene se dirigía a la puerta. Pasaron unos segundos y escucharon la puerta abrirse y sin dudar un segundo, corrieron hacia la puerta trasera de la casa del autor.

- ¡No hagan ruido! Vamos todos agachados en silencio y sorprendemos a Cortázar por las espaldas -dijo Irene.

Todos asintieron y siguieron el plan.

Lograron cruzar la cocina en silencio y pronto se encontraban a una habitación de distancia para llegar al autor.

Theresa y Marini se asomaron pero no pudieron ver nada, siguieron avanzando cuando, de repente, las luces se apagaron y algo los empuja haciéndolos golpear sus cabezas contra el suelo.

Doloridos y quejándose, abrieron los ojos y se encontraban todos atados de manos y pies en la sala de Cortázar.

- Ey, ¿qué pasó? -dijo Morand confundido.

- ¡AUXILIO! ¡AYUDA! ¡QUE ALGUIEN NOS AYUDE! -gritó Alejandro asustado.

- Basta, no griten, mi hermano nos va a ayudar. ¡Hermano, hermano! -comenzó a gritar Irene.

Luego de unos segundos, la casa empezó a temblar, los cuadros se caían y los personajes gritaban sin parar.

De repente, las luces se encendieron y flotando en el aire, se encontraba el hermano, retorciéndose sin poder escapar.

Irene intentó ayudarlo pero nada podía hacer, ya que su hermano se encontraba muy alto. Las paredes empezaron a achicarse, los personajes asustados comenzaron a luchar con las ataduras para poder librarse de esa casa maldita.

Luego de mucha pelea lograron desatarse, corrieron hacia la puerta de la cocina que aún estaba abierta pero esta se cerró, al igual que todas las demás puertas.

El hermano de Irene cayó al suelo pero se levantó al instante y comenzó a balbucear frases que nadie entendía bien.

- USTEDES INVADIERON PROPIEDAD PRIVADA, SERÁN CASTIGADOS, SERÁN CASTIGADOS -gritaba el hermano con una voz gruesa y grave.

Las luces comenzaron a prenderse y apagarse repetidamente, las ventanas se abrían y cerraban con un ruido aturdidor, Marini se congeló frente la ventana de la sala sin poder dejar de mirarla, Alejandro y su familia comenzaron a delirar y a gritar sus nombres inconscientemente, Morand, Therese y Somoza empezaron a luchar entre ellos sin sentido alguno, Irene corría por todo el salón gritando al llamado de su hermano.

Lo que había de suceder, implacablemente se cumplía.

Gianella Bruno

 Mañanas sagradas

 Marini se dirigió hacia el final del vagón para advertir a los pasajeros que su charla era en un volumen demasiado alto y a las personas de adelante les molestaba. Comenzó a oírlos más atentamente cada vez que se acercaba a ellos.

-¿Vos sabés lo que más me repugna de la historia? Que no digo absolutamente una palabra en todo el cuento. ¿Se piensa que soy muda? -dijo Irene muy indignada.

-Pasajeros, disculpen la molestia, -interrumpe Marini- les voy a tener que pedir que bajen un poco la voz.

-Bueno señor disculpe, pero estamos muy enojados de que este autor no le dé importancia alguna a mi hermana. A usted le parece frente a semejante mujer -respondió el hermano de Irene mientras la miraba.

-Entiendo su enojo, pero ¡al menos el de ustedes no los obsesionó con una isla y los dejó pegado a una ventana durante todo el relato! -opinó el propio Marini un tanto enojado.

-Tuviste un poco más de suerte que yo, mi autor me hizo enloquecer con una estatuilla e intenté matar a mis colegas y para colmo el que terminó muerto fui yo. -Contestó un pasajero que estaba sentado unas butacas más atrás.

-¡O aún peor! A nosotros nos hizo fingir una realidad paralela y terminamos quedando como unos tontos creyendo en ella -comentó la familia de adelante.

-Esperen, esperen, ¿acaso están hablando de Cortázar? A mí ese autorcito me dejó de personaje secundario, no sabe nada de lo que soy capaz -remató Therese.

-¡Si! el fantástico de Cortázar -dijeron todos a coro, y al finalizar la frase estallaron de risa al darse cuenta de aquello que los ligaba.

-Antes de marcharme les quería proponer que podríamos juntarnos e ir en busca de nuestro querido autor para preguntarle el porqué de nuestras historias, ¿Qué les parece? sugirió Marini.

Todos los pasajeros asintieron e intercambiaron datos para poder mantenerse en contacto y poder realizar el encuentro.

Una mañana, unos cuantos días más tarde, suena el teléfono de la casa de Therese. ¿Quién podrá estar molestando a esta hora tan temprano? Alguien que me conoce seguro que no, porque ellos saben que las mañanas para mí son sagradas -piensa.

-¿Si? ¿Quién habla?

- Hola, ¿hablo con Therese? Soy Marini, el del tren del otro día ¿te acordás?

-Ah!! Sí sí, querido Marini, ¿cómo estás? Supongo que si me estas llamando es para organizar el encuentro con Cortázar ¿no?

-Más bien para avisarte hora, fecha y lugar; ya organicé todo. Va a ser en un bar este 12 de febrero, vamos a celebrar los éxitos de sus cuentos e invitarlo para tenerlo ahí disponible y poder ofrecerle nuestras críticas constructivas al querido Julio. Ya están todos avisados, solo me quedabas vos, nos vemos pronto. Concluyó Marini esperando una despedida.

-Perfecto, gracias por avisarme, adiós. Fue la última frase con la que Therese colgó el teléfono y continuó con su tan querida mañana sagrada. 

El sol brillaba más que nunca ese 12 de febrero pero no bastaba porque el frío que hacía era penetrante en París. Era el mediodía cuando todos se encontraron en el aeropuerto para dirigirse luego, juntos, al evento de Julio Cortázar al que también, además de ellos, muchos fanáticos iban a asistir porque se había corrido la voz.

Al terminar de almorzar se quedaron todos en la mesa para poder charlar lo que no habían podido mientras comían. Debatían acerca de lo que iban a hablar, lo que iban a decirle y echarle en cara, pero estaban todos tranquilos, nadie estaba realmente enojado con Cortázar si no que todos le guardaban aprecio por contar una historia con ellos de personajes, aunque no hubiera sido de película.

Cuando llegaron al bar estaba todo ambientado en los cuentos publicados, sus portadas, toda una biografía de Julio, en el fondo se escuchaba en la radio unos audiolibros grabados en casetes y un barullo de los aficionados charlando mientras esperaban al queridísimo autor. Cuando este cruzó la puerta, un silencio se hizo antes de una ola de aplausos y elogios. A medida que avanzaba iba charlando con cada grupo de personas que se encontraba y los saludaba. En el momento en el que se encontró con el grupo en el que estaban todos sus personajes una gran sonrisa apareció en su rostro y los abrazó uno por uno.

-No puedo creer que estén casi todos acá, en este lado del charco, me pone muy contento de verlos y más aun si se conocen. -Dijo Julio a todo el grupo.

-Nos conocimos hace un tiempo, fue muy de un cuento como sucedió, hasta cómico diría- comentó Marini.

-En verdad nosotros fuimos quienes organizamos el evento, esperemos te guste, queríamos hacerte algunas preguntas sobre nuestras historias en nuestros cuentos, ya que a algunos no nos gustó como nos interpretaste -respondió Irene.

En ese momento aparece Therese, que brillaba más que nunca, con bebidas para todos, no se habían dado cuenta que faltaba ella cuando había ingresado al local Cortázar. Tenía apartado un trago de caipiriña para él en especial, por ser el invitado estrella de la noche. Julio agradeció el gesto cuando se lo entregó y tomó un gran trago, pero a los minutos comenzó a marearse y se estampó la cabeza contra el piso.

-¡¡¡¿Pero Therese qué hiciste?!!! -gritaron todos muy enojados.

-Pensábamos en preguntarle sobre las historias y decirle que no nos gustan determinadas cosas pero nunca hablamos de ¡¡¡MATARLO!!! por dios, estás completamente loca -dijo el hermano de Irene, mientras comprobaba en el cuerpo de Julio si aun quedaba pulso.

-Esperen, todavía tiene pulso, ¡¡Irene por favor llamá una ambulancia urgentemente, aún tenemos tiempo de socorrerlo!! -gritó el hermano. En ese momento comenzaron a oír sonidos de flautas ambientando el lugar envolviéndolos en una absoluta confusión.

-Pero yo sí hablé de matarlo, durante todos estos días, todas las mañanas me frenaba a limpiarla y ella me decía lo que iba a pasar este día, ella me dijo todo, ella lo sabía hace mucho y yo lo único que hice fue cumplir con el destino que ya estaba escrito. -escuchaban de fondo que repetía Therese una y otra vez mientras comenzaba a desvestirse y se agachaba en busca de una copa.

-¿Ella quién? De qué hablás Therese?? -Le preguntó la tía Clelia.

Antes de que Therese pudiera decir una palabra, el primero en hablar fue Marini, quien sabía sin duda alguna de quién estaba hablando y al terminar su frase apagó la luz.

Celeste Ramírez

 El cuento

Recuerdo cómo me gustaba viajar, pasarme horas viajando por sinuosos caminos de tierra y asfalto, tomado mates y aprovechar para charlar mientras esperábamos llegar a destino. Recuerdo que nada me llenaba más que salir de la ciudad con mi familia, mi hijo Julio y su padre, Carlos.

Solíamos salir cada fin de semana, siempre yendo a diferentes lugares. No era algo nuestro visitar el mismo sitio dos veces. Todo era hermoso, cada lugar daba ganas de no irse nunca más; pasaba lo mismo con todos los espacios que visitábamos, excepto el último, pero eso aun no lo sabíamos.

Lo encontramos de mera casualidad, por haber tomado el desvío equivocado mientras seguíamos un sendero que nos conduciría a una gran cascada. No nos percatamos de estar perdidos, ya que todos íbamos concentrados en otras cosas. Mi hijo sentado en el asiento trasero, callado, escribiendo en su cuaderno unas hermosas historias fantásticas, como solía hacer todos los días en casa. Y mi marido, un hombre tímido y discreto, con mucho que hablar, pavadas a veces, pero me gustaba.

Mientras recorríamos aquel sendero nos dábamos cuenta de que, sin importar donde miráramos, todo era absolutamente hermoso en aquel lugar. Seguimos el camino, estábamos rodeados de inmensos pinos y el césped se hacía cada vez más verde a medida que íbamos avanzando. El lugar era perfecto.

Metros más adelante, el pinchazo de una de nuestras ruedas nos tomó por sorpresa; bajamos del auto, revisamos el maletero y para nuestra mala suerte la llanta de auxilio no estaba allí. Mi marido había olvidado cargarla. Decidimos tomar nuestras pertenecías más útiles y caminar hasta ver adónde llegaríamos, tal vez con algo de suerte hallaríamos una estación de servicio.

Caminamos un largo rato, solo había árboles por donde se mirase. Al cabo de unos minutos de caminata nos topamos con una vieja cabaña que tenía aires de soledad y parecía no estar habitada desde hacía mucho. Echamos un vistazo dentro y nada parecía fuera de lugar, solo era una casa abandonada. Lo único que se veía raro era que aún estaba amueblada, sin telas ni sábanas que protegieran los muebles del polvo. Pronto oscurecería y no podíamos seguir caminando, puesto que no conocíamos el lugar ni tampoco había una vista accesible de lo que encontraríamos más allá.

Mientras Carlos sacudía las camas, yo intentaba hacer algo para la cena. Por fortuna encontré unas latas de guisado que aun no caducaban en la alacena. Cuando llegó el momento de cenar, rápidamente llamé a mi hijo y a mi marido, no quería que la comida se les enfriara. Carlos vino, me ayudó a poner la mesa y nos sentamos a comer. Pasó el rato y Julio todavía no venía a cenar. Me dirigí a la que sería su habitación esa noche y no lo encontré; lo busqué en el baño, en la otra habitación, en la sala, e incluso en un cuarto pequeño que había junto a la salida trasera, el cual parecía que lo utilizaban para las herramientas.

En ningún lado había rastros de él, buscara donde buscara no había señal alguna. Con cada minuto que pasaba mi desesperación aumentaba, no sabía qué hacer. Corrimos a aquel cuarto intentando encontrar algo que nos diera una idea de dónde podríamos encontrar a mi hijo. Nada allí nos servía. De pronto recordé que Julio, en su mochila, llevaba una linterna que su abuela le había regalado por su cumpleaños número diez. Corrí de inmediato a buscarla. Apresuradamente salimos a recorrer el gran bosque de pinos, pero parecía no existir ninguna dirección, no había dónde ir. Volvimos a la cabaña intentando pensar que tal vez solo era una broma y Julio saldría en cualquier momento riéndose porque nos habíamos creído su broma, pero no fue así, no apareció aquella noche.

Con la salida del sol nos apresuramos a seguir buscándolo, con la esperanza de que tal vez se hubiera dormido junto a un árbol. Más nos adentrábamos a este bosque, más parecía que dábamos vueltas en círculos.

Seguimos caminando y nada. Pasaban las horas y nada de nada. No nos rendiríamos tan fácil, aun si tuviéramos que buscarlo por días, seguiríamos haciéndolo.

Continuamos caminando y a lo lejos, una gran roca marcaba el final del bosque. En su cima, yacía el cuaderno de Julio. Era imposible que Julio a su edad y con su altura llegara hasta ahí arriba, puesto que la roca media más de dos metros. Ayudé a Carlos a tomarlo y nos dispusimos a mirarlo. En su último cuento se narraba toda la historia que estábamos viviendo. La explicación más lógica era que todo aquello lo había escrito cuando llegamos a la cabaña, pero cada detalle que se narraba era exacto a lo que nos había pasado. Caminamos más y llegamos a un pequeño pueblo. Aquel lugar estaba, sin embargo, vacío, no se veían muchas personas que deambularan por allí, tampoco se veían niños en los parques, tampoco notamos la presencia de ningún animal, era un pueblo inquietante, pero tratamos de no darle importancia. Fuimos a la comisaría que había en aquel lugar, pero no había nadie, ni dentro ni fuera del edificio. Todo estaba totalmente desierto.

Seguimos buscando con la intención de dar con alguien que nos ayudase a encontrar a nuestro hijo, pero no tuvimos suerte.

Los días pasaban y nada, no había ni rastros ni indicios de él. Solo estábamos Carlos y yo, solos en este mundo. La tristeza me invadía y la preocupación me consumió. Pasaron días y meses o años tal vez, perdimos completamente la noción del tiempo. Lo extraño es que nunca envejecimos, por más tiempo que pasara. Ahora solo tenemos a Julio en su relato.

Me pregunto cada día a mí misma qué pasaría si borrara algo de aquel cuento, o se me diera por escribir algo nuevo en él. Prefiero no averiguarlo.

Brenda Ponce

 La venganza de los personajes

El avión partía a Francia a eso de las doce del mediodía. Una azafata anuncia por alta voz el despegue y comienza a detallar las instrucciones de seguridad. Hacia el fondo del pasillo se escucha una voz con un tono fastidioso.

-No entiendo para qué me explican esto si ya lo sé, trabajé en esta maldita aerolínea por diez años, conozco las instrucciones de memoria y debo decir que son inútiles, se ve que Cortázar no las conocía y por eso hizo que mi avión cayera y yo saliera despedido por los aires… ¡Qué tipo inservible!. -Comenta Marini.

En ese instante una pareja, unos asientos más adelante, comienza a susurrar.

Hermano, ¿escuchaste lo que dijo ese señor? ¿Será uno de los nuestros? –pregunta Irene.

¡Disculpe señor! -exclama el hermano-. Espero no le resulte imprudente mi pregunta, pero ¿de dónde conoce usted a Cortázar?

Ja… ni me nombre a ese, que se las da de creador y lo único que hace es matar a los personajes de sus cuentos. -Responde Marini un tanto enojado.

En otro asiento, al otro costado del pasillo, un hombre que estaba escuchando la conversación entre estas tres personas, decide meterse.

¡Ni me lo digan! A mí me hizo quedar como un loco frente a todos los lectores y encima de eso hizo que mi propio amigo me mate. -Dice Somoza, dándole la razón a Marini.

Ay hermano, si estos señores van a visitar a Cortázar no creo que sea para algo bueno, con el resentimiento que tienen -comenta en voz baja Irene a su hermano.

Pero claro que no, señorita -dice Marini- ¿A usted le parece que tenga que agradecerle algo al hombre que me mató? Creo que si usted estuviera en mi lugar buscaría lo mismo que yo, venganza.

Claramente estoy de acuerdo con este señor -contesta Somoza-. Por eso mismo traigo conmigo el hacha con la cual hizo que mi amigo me matara.

Rápidamente el hermano de Irene, preocupado por lo que acababa de escuchar, le dice a su hermana que apenas aterrice el avión debían ir corriendo hasta la casa de Cortázar a advertirle sobre lo que le esperaba.

 

Luego de largas horas de viaje, el avión finalmente aterrizó. Los cuatro personajes corrieron apresurados a buscar sus cosas para ir directo a encontrar a su creador, Irene y su hermano por un lado, y Marini y Somoza por otro lado, ya que se habían puesto de acuerdo en el avión en ir juntos a concretar lo que tanto esperaban.

Al llegar al destino que ansiaban, se encontraron los cuatro en la puerta de entrada a la casa de Cortázar.

¡Vamos Somoza, entremos y llevemos a cabo lo que por tanto tiempo esperamos! -exclama Marini exaltado, mientras Somoza le pegaba con su hacha a la puerta para poder entrar y terminar con la vida de quien estaba allí adentro.

Al entrar a la casa, los cuatro personajes comienzan lentamente a buscar a su creador hasta que ven, al fondo del pasillo, una habitación con la puerta cerrada, aunque sus bordes revelaban una luz prendida dentro. Al llegar a la puerta, Marini le dice a Somoza que la abra, que seguro allí se encontraba la persona que tanto buscaban. Somoza, un tanto inseguro, ahora, sobre la decisión de matar a quien lo había creado, pone su mano en la manija de la puerta y la abre. En ese momento se escucha desde la cocina la voz de Carol, la mujer del escritor en ese momento.

¡Julio la comida está servida! ¿Venís a comer?

Claro que sí, mi vida, ahora voy -contesta Cortázar desde su oficina donde escribía sus obras.

Rápidamente el escritor cierra el cuaderno y suspira diciendo:

Mejor dejo esta historia hasta aquí, no vaya a ser cosa que realmente mis propios personajes vengan a matarme. 

Ayelén Dellafiori

 Otra vez

Irene llora por el camino, siguiendo a su hermano sin saber adónde ir. De repente enuncia palabra.

¡No es posible que hayamos salido de nuestra casa en pijama! Si tan solo Cortázar me hubiera dado acción en este cuento, pero hizo lo contrario. -dice desolada.

Deberías aceptar lo que ha escrito para nosotros. -dice el hermano de Irene.

¡Sí! Claro… Siempre hay que aceptar lo que escribe este señor.

Bueno, capaz que la próxima tengas más acción, hermana.         

Eso espero, sino se la verá conmigo.

Ay hermana… pero dejalo tranquilo al pobre Cortázar, sin él, no existiríamos.

¡Callate! dejá de decir pavadas, que a vos te agregó porque estás medio loquito.

¡Irene! se me ocurrió una idea, vamos a la casa de nuestro buen amigo Somoza -dice el hermano.

Caminan hacia la colina, distinguen la casa de Somoza y se llenan de esperanza cuando ven la luz prendida. Cuando llegan a la puerta se encuentran a Therese, que permanece inerte en el piso de la entrada, más bien muerta ante un charco de sangre. En el fondo del taller se encuentra Somoza, desnudo y con un corte en la mitad de la frente.

Irene y su hermano se adentran en el taller, esquivando los cuerpos, y encuentran a Morand temblando en un rincón oscuro, acurrucado y agarrado de su hacha, todavía manchada con la sangre de su amigo y su novia.

Morand, amigo mío, ¿qué sucedió acá? -dice el hermano de Irene.

¡Estoy harto de Cortázar! ¡Siempre nos hace hacer lo mismo! - le contesta a los hermanos.

¿Saben qué? Hay que hacer una huelga de personajes, ¡y ver qué se le ocurre escribir! -Exclama Irene enojada.

¡No! ¡¿Cómo se te ocurre esa barbaridad?! -Contesta su hermano oponiéndose.

Claro… Como vos estás acostumbrado a que se hagan las cosas como siempre quisiste, sin que nadie te cuestione nada. Así no tiene que ser. -Interviene Irene.

Yo estoy de acuerdo con tu hermana, ¿Saben cuántas veces me mataron?¡Infinitas! -dice Somoza, levantándose del suelo.            

¡Si, yo también me sumo a la huelga! - Exclama Therese, desde la entrada.

Mejor    me voy… - Se despide el hermano.

Cierra la puerta detrás de él, mientras escucha murmullos dentro de la casa. Emprende su camino descendiendo por la colina hacia la calle, para buscar dónde dormir. Se dirige al hotel más cercano y en el vestíbulo se encuentra con un amigo.

Marini, amigo mío, ¿Cómo andás? -dice el hermano de Irene con alegría y alivio de encontrar a alguien conocido.

Hola amigo, bien... tanto tiempo sin vernos. Había ido a tu casa, pero no encontré a nadie.              

Es que tomaron la casa, y tuvimos que dejar todo. –dice el hermano con cierta nostalgia, recordando las cosas que había dejado, como las lanas de su hermana y la colección de estampillas de su padre.

Bueno... esas cosas pasan. ¿y dónde está tu hermana?

Está en casa de Somoza, planean una huelga contra Cortázar o algo así, me fui antes de que me involucraran en el asunto.

Hiciste lo mejor, amigo. Siempre los resentidos terminan culpando al pobre Cortázar, sabiendo que no tienen por qué culpar a su creador, sino agradecerles que están en sus escritos. En fin, mi buen amigo ¿dónde pasarás la noche?

Tenía planeado pedir una habitación, y mañana salir temprano, porque no me dejaron sacarlo ¡lo podés creer!

No, no te preocupes. –dice Marini, asegurando que otro día lo resuelven.

No quiero ser una molestia, amigo. –dice el hermano, pensando que tiene suficientes gastos con su viaje.

No es ninguna molestia.

Marini se dirige hacia recepción para pedir dos habitaciones por separado, pero la recepcionista le informa que todas las habitaciones para una persona están ocupadas. Así que pide una habitación con dos camas.

Cuando regresa al vestíbulo, con la llave en mano, le comenta este infortunio, pero no termina su oración y sus palabras quedan en el aire porque se encuentra al hermano de Irene mirando fijamente el volumen de cuentos de Cortázar, que hace poco tenía entre sus manos.

Marini preocupado llama al hermano de Irene pero este no le contesta, lo vuelve a llamar y sigue sin contestar, hasta que posa una mano sobre su hombro, el hermano se sobresalta y deja el volumen en la mesa del vestíbulo.

Hola... ¿Pudiste... conseguir la habitación?

Sí. -dice Marini, mostrando la llave.

No quiero ser una molestia. -dice repitiendo que no quería ser un estorbo.

No lo sos, al contrario, insisto que descanses. –dice Marini, tomando su maleta y el volumen de cuentos, que guarda en la valija.       

Se dirigen al ascensor, pone su brazo sobre los hombros del hermano de Irene para guiarlo. Entran a la habitación de paredes bordó con dos camas, un armario de roble, un baño de azulejos blancos, un televisor, y una ventana con vista hacia la ciudad. Marini aprovecha para desempacar y le presta ropa limpia al hermano de Irene para que duerma cómodamente.

Cambiados y acostados, Marini decide retomar la lectura del cuento “La isla a mediodía”, pero cuando extiende su mano sobre la mesita de luz, donde había colocado el libro, no lo encuentra. Dirige su mirada hacia el hermano de Irene, al otro lado de la habitación, quien se encuentra con los cuentos esparcidos sobre su cama, pero leyendo uno en particular que lo pone nervioso y ansioso, el cuento “Casa tomada”. Pero no sabe nada. Cuando lo termine de leer no habrá vuelta atrás, porque todo vuelve a empezar.

Angel Valdera

 El misterio de Massachusetts

Marini: ¡Hola! ¿Notaron como Cortázar siempre nos pone en situaciones tan extrañas? Es como si disfrutara de ponernos en aprietos.

Clelia: ¡Tenés razón, Marini! Siempre me he pregunto si Cortázar se divierte con nuestros sufrimientos, recuerdo ese final que le dio a mi familia; hizo que pasara tal sufrimiento, ese final fue un verdadero knock out.

Alejandro: Esos finales que dejaron boquiabiertos a casi todos los lectores, pero creo que con eso nos ha dado un tipo de inmortalidad, ¿no creen? Aunque seamos personajes ficticios, las personas siguen hablando de nosotros, incluso tiempo después desde que se publicaron nuestros cuentos.

Marini: Eso es cierto, Alejandro, a veces los lectores se obsesionan con intentar entender el significado que está detrás de nuestras acciones.

Clelia: Bueno, para mí eso puede ser un tanto frustrante. Cortázar juega con sus lectores, los hace cuestionarse la realidad, la lógica, y eso nos afecta directamente.

Hermano de Irene: Eso sí, para la mayoría de los lectores el fantástico cortazariano es una obra de arte. ¿Que no piensa en nosotros, los personajes? Pero algo bueno pasó, que nos favorece. ¿Empezamos?

Alejandro: Y pasa ahora, es que Cortázar está escribiendo otro cuento, pero hay alguien que está con él, en realidad ellos dos están escribiendo el cuento: Cortázar y Edgar Allan Poe.

Clelia: Un día, donde el sol brillaba tan fuerte que no se podía estar afuera, pero estaba lindo para estar en la sombra de un paraíso, Cortázar recibió una carta, era de Poe, donde lo invitaba a Massachusetts, Estados Unidos, Poe le tenia una propuesta.

Marini: ¡Sí! Donde Poe lo invita a Cortázar a que escribieran algo, juntos.

Hermano de Irene: Cortázar tuvo que hacer un largo viaje, para encontrarse con Poe. Empezarían a hablar sobre su futura creación, cada tarde, con el sol apunto de ocultarse, buscando el momento de "inspiración".

Alejandro: Pensaban en su creación: qué le agregarán o qué le quitarán, si es que tiene que tener un final knock out. Todas esas dudas se las quitaban en esas tardes.

Irene: Cortázar un día estaba con poca inspiración, entonces decide salir a caminar solo. En esos momentos Cortázar se sentía cansado, mal, como que le pasaba algo o le faltaba algo.

Marini: Poe notaba eso en Cortázar, y un día habló con él. Le dijo que lo llevaría al hospital, para asegurarse que no sea fuese grave. Cortázar aceptó.

Clelia: En el hospital le hicieron análisis y demás, encontraron algo, los médicos le informaron la situación a Cortázar.

Hermano de Irene: Pero él no le contó nada a Poe, le dijo que todo estaba bien, aun les faltaba terminar el final del cuento. Simplemente Cortázar le dijo a Poe que se tenía que volver a su casa en París.

Alejandro: Poe aceptó y le dijo que sí, que podían ponerle el final después. Pero a todo esto Poe no sabía que le había sucedido a Cortázar.

Irene: Desde entonces pasaron unos meses y Poe no recibía ninguna carta de Cortázar. Pero lo que no sabía era que Cortázar…

Carla: Están seguros de eso?, ¿no es mucho?

Agustina Merele

 Continuidad…

Irene siguió llorando por el camino, siguiendo a su hermano sin saber adónde ir.

De repente enunció palabra Irene:

-¡No es posible que me hayas hecho salir de nuestra casa en pijama! Si tan solo Cortázar me hubiera dado acción en este cuento, pero hizo lo contrario -dijo desolada.

-Deberías aceptar lo que escribió para nosotros -dijo el hermano de Irene.

-¡Si! Claro… Siempre hay que aceptar lo que escribe este señor.

-Bueno, capaz que la próxima tengas más acción, hermana. 

-Espero que sí, porque sino se las verá conmigo.

-Ay hermana… pero dejalo tranquilo al pobre Cortázar que sin él, no existiríamos.

-¡Callate! Dejá de decir pavadas, que a vos te agregó porque estabas medio loquito.

-¡Irene! se me ocurrió una idea, deberíamos ir a la casa de nuestro buen amigo Somoza- dijo el hermano de Irene.

Caminando hacia la colina distinguen la casa de Somoza y se llenan de esperanza por encontrar a alguien cuando ven la luz prendida. Cuando llegan a la puerta encuentran a Therese tendida en el piso de la entrada, más bien muerta ante un charco de sangre; y en el fondo del taller, a Somoza, desnudo y con un corte en la mitad de la frente.

Irene y su hermano se adentran en el taller, esquivando los cuerpos, y encuentran a su vez a Morand temblando en un rincón, acurrucado y agarrado de su hacha, todavía manchada con la sangre de su amigo y su novia.

-Morand, amigo mío, ¿qué sucedió acá? -dijo el hermano de Irene.

-¡Estoy harto de Cortázar! ¡Siempre nos hace hacer lo mismo! -les contesta a los hermanos.

-¿Saben qué? Deberíamos hacer una huelga de personajes, ¡y ver qué se le ocurre escribir! -exclamó Irene enojada.

-¡No! ¿Cómo se te ocurre esa barbaridad?! -contestó su hermano, oponiéndose.

-Claro… Como estás tan acostumbrado a que las cosas se hagan como querés, sin que nadie te cuestione nada. Así no tiene que ser -intervino Irene.

-Yo estoy de acuerdo con tu hermana, ¿Sabés cuantas veces me mataron? ¡INFINITAS! -dice Somoza, levantándose del suelo.

-¡Sí, yo también me sumo a la huelga! -exclamó Therese, desde la entrada. 

-Mejor me voy… -Se despidió el hermano.

-¡Siempre haces lo mismo vos! Salís corriendo sin enfrentar nada -dijo un tanto enojada Irene.

Cuando el hermano estaba por cruzar la puerta, justo en ese momento llegaron Marini y Alejandro y le taparon la salida.

  - ¿Por qué tanta prisa? ¿A dónde vas? -preguntó Marini.

- Acá no se puede estar tranquilo -se quejó el hermano de Irene- lo que quieren hacer es algo absurdo.

-¿Absurdo decís? ¿Qué estás diciendo? –Alejandro miró sobre la cabeza del personaje. – Qué casualidad, están casi todos.

-Vamos hacer una huelga, que hará que el mismísimo Cortázar piense varias veces lo que va a escribir de nosotros -dijo Somoza.

- Me perece buena idea hacer la huelga -dijo Alejandro-. Porque hacer parecer a mi familia que estamos completamente locos ya fue demasiado.

- Tenés razón, pero y lo que hizo conmigo?? hacerme pensar que por fin podía ir a la isla es de un loco -dijo Marini-. Para que luego me haga romper el cuello al caer del avión –agregó.  

- Pero piensen que les dio otra oportunidad de seguir en los cuentos -argumentó el hermano.

- ¡Dejate de pavadas! lo vas a seguir defendiendo -acotó Therese-. Con todo lo que nos hizo.

-Es imposible hablar con ustedes -dijo el hermano cruzando, esta vez sí, la puerta.

Más tarde un temblor suave los inquietó, Irene empezó a tener sensaciones raras, lo mismo pasó con Alejandro y todos los que estaban ahí. Ninguno decía nada, no podían mover ni siquiera un dedo, el ambiente se sentía tenso. Todos quedaron como suspendidos y hasta mover ojos les costaba.

Quedaron en un silencio en el que nadie se atrevía a tan solo respirar. Luego volvieron a sentir un temblor, está vez más intenso, y la puerta se abrió. Irene reconoció esa puerta, era la del pasillo, la que nunca se abría.