TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA

Este blogfolio nació en 2008 para convocar la palabra escrita de las y los alumnos del TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA de primer año del Profesorado en Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Villa María, provincia de Córdoba, Argentina.

Trabajamos intensamente en clases presenciales articuladas con un aula virtual que denominamos, siguiendo a Galeano, Mar de fueguitos.

Allí nos encontramos a lo largo del año para compartir los procesos de lectura y de escritura de ficción. Como en toda cocina, hay rumores, aromas, sabores, texturas diferentes, gente que va y viene, prueba, decanta, da a probar a otro, pregunta, sazona, adoba, se deleita. Al final, se sirve la mesa.

Como cada año, publicamos los cuentos que cada estudiante escribió como actividad de cierre del taller para compartir con quien quiera leernos y darnos su parecer. Hemos trabajado explorando el género narrativo, buceando en las múltiples dimensiones de la palabra. Para ello, la literatura será siempre ese espacio abierto que invita a ser transitado.

Hemos ido incorporando, además y entre otras muchas experiencias de escritura creativa, el concepto de intervención performativa sobre textos y de patchwriting.

El equipo de cátedra está conformado por Jesica Mariotta, Natalia Mana y Mauro Guzmán, quienes le ponen intensidad amorosa al trabajo del día a día, construyendo un hermoso vínculo con las y los estudiantes.

Beatriz Vottero - coordinadora


Tomás Berutti

 Hace un par de noches que los grillos no se escuchan

 

El anuncio estaba en un diario que compré el mes pasado, el mismo que compraba todos los sábados en el puesto de la plaza Gral. Roca. Estaba en los clasificados, en la parte de inmuebles. Por la cantidad de metros cuadrados que tenía el edificio no tendría que ni haberme molestado en llamar, excedía totalmente lo que podría pagar, pero lo hice de todas maneras. No sé por qué lo hice, no lo recuerdo. Está a las afueras de la ciudad, en el kilómetro 294 yendo hacia M.

Conozco la zona, una vieja amistad reside a un par de kilómetros del lugar, tiene un campo que heredó de un abuelo y solía invitarme a cazar o a pescar en un arroyo cercano. No hace tanto me envió un saludo para navidad. Los de la inmobiliaria me comentaron que prácticamente habían olvidado que tenían esa casa en venta. Cuando revisaban los inventarios vieron una dirección que les llamó la atención, tan alejada de la ciudad, ya que generalmente trabajan departamentos en la zona céntrica. Me dijeron que cuando fueron a visitarla la encontraron en óptimas condiciones, solo que un poco sucia. Fui el primero en llamar y enseguida llegamos a un acuerdo, a la semana me reuní con la chica de la inmobiliaria y se resolvió el contrato, el precio del alquiler era mucho menor del que me esperaba. Aun así, estaba un poco jugado con mi sueldo, pero decidí que valía la pena, la última novela se viene vendiendo bastante bien y el editor me dijo que hay propuestas para traducirla al francés. Me mostraron un par de fotos del lugar, una casa típica de estilo colonial. Me bastó con lo que vi, estoy podrido de Buenos Aires y el Morocho va a poder correr y cagar tranquilo en el campo. Hace rato que quiero irme de la ciudad y vengo fantaseando hace años sobre vivir en el campo y poder escribir a mis anchas sin el murmullo horrible que dejan los autos. Ya puse todo en el auto, mañana salgo.

 

Después de cuatro horas de viaje llegué a la casa, salí en la mañana ni bien se asomó el sol y le metí pata todo el camino hasta acá, tuve que parar dos veces para que el perro hiciera pis, no quería que sucediera de nuevo lo que pasó cuando fuimos a Tandil con Clara. Hace mucho que no hablamos, no le dije que me iba. Quizá la llame después de escribir esto. Fui como por un tubo de todas formas, la ruta por esa zona está bien cuidada y no me crucé prácticamente con nadie, encontré la tranquera en seguida tal y como me la había descripto la chica de la inmobiliaria, estaba bastante sana para lo que me había imaginado. La casa, igual: despintada y las aberturas altas de madera descuidadas, pero para el año que debe tener se encuentra en un estado fantástico. Aparentemente fue una casa de verano de una de las grandes familias latifundistas; después de todo, el mar no está tan lejos. No tenían registro del último inquilino. La han reformado en algún momento, seguro, uno de lo que parece haber sido un dormitorio fue abierto y adaptado como garaje. Morocho está chocho, ni bien lo bajé del auto entró a correr por toda la zona, me da risa porque el pasto está alto y solo puedo ver cómo se mueve mientras corretea, tengo un poco de miedo de que se pierda ya que la zona es grande y el monte está cerca de la casa. Cuando lo quise entrar en la casa empezó a ladrar como un estúpido, lo tuve que meter agarrándolo del collar, no quiere saber nada sobre volver a estar encerrado como en las cuatro paredes del séptimo piso. Hoy me dediqué plenamente a limpiar, y todavía me queda bastante por estos días; tiene muchas ventanas, por lo que ventilar no fue un problema. Los muebles están sanos y bien dispuestos, creí que iban a ser dos o tres boludeces vetustas cuando me dijeron que estaba amueblada, pero hay de todo. La falta de instalación eléctrica no me importa para nada, no necesito más que papel y algo que raye para trabajar. Da la impresión de que fue todo recientemente ordenado, solo moví un escritorio, que puse frente a la ventana de lo que sería un segundo dormitorio. Las estrellas desde acá se ven maravillosas. No me animo a hablarle a Clara.

 

Hoy hace una semana que me instalé. La limpieza duró mucho menos de lo que imaginaba, como traje de todo para limpiar, al segundo día ya había terminado. La cocinita vieja pierde un poco de gas, pero anda lo suficiente para hacer las comidas simples que hago, y tengo alimento para perro de sobra, así que no tengo que cocinarle al pulgoso del Morocho. Recién hoy me puse a observar con atención el hogar que hay en la sala de estar y me di cuenta de que en toda la casa no hay calefactores ni estufas, ese dato se me había escapado totalmente, me voy a cagar de frío cuando llegue el invierno, me van a ayudar bastante las frazadas que traje, y pensar que casi se las doy a la jetona de la vecina. La carencia de vecinos es un deleite.  Después de ordenar la habitación que tiene el escritorio y acomodar la biblioteca, escribí mucho, el lugar le ha sentado fantástico a mi creatividad, pude poner en el papel varias ideas que tenía por ahí en la mente hace tiempo, fue como que me olvidé en seguida de la ciudad y eso le hubiese dado más espacio a mi mente para el trabajo. No me olvidé de Clara, escribí sobre ella. Tuve la idea de ir hasta M. para comprar víveres y otras cosas, pero no pude encontrar las llaves del auto, se me deben haber caído en el patio y con lo alto que está el pasto va a ser un quilombo encontrarlas. Así que salí a pasear por los alrededores, las arboledas son hermosas, prácticamente el edificio está rodeado por el monte salvo un fragmento del semicírculo por donde sale el camino hacia la tranquera. Caminé hacia ella y el tramo me pareció mucho más largo que el día en que llegué, supongo porque esta vez lo hice a pie. Morocho me acompañó toda la caminata a las corridas, se la pasa siempre afuera, no hay forma de hacerlo entrar en la casa. La llamada con Clara me descolocó un poco, pensé que iba a tener un poco más de interés sobre la casa en el campo y las arboledas, pero después de lo que pasó es como si me tratara como esos amigos del pasado que uno ya no quiere ver.

 

No logro encontrar muchos de los escritos que hice, estoy seguro de haberlos guardado en el cajón del escritorio cada vez que los terminaba, puede que se me hayan salido volando por la ventana anoche, hacía mucho calor y la dejé abierta, pero en el pastizal del patio no las encontré. Entre esas hojas estaban varios fragmentos de la novela que estoy trabajando y las notas que venía tomando como un diario desde que llegué, en principio me da lástima, pero puedo volver a escribir todo de nuevo, tengo papel a mansalva. Clara me llamó el día de ayer, por el tono de su voz parecía preocupada y me alarmó bastante, me preguntó cómo estaba y si todo andaba bien con la casa; inmediatamente me causó extrañeza, habíamos hablado no hace tanto y le recordé la frialdad con que me dio trato. Después de un silencio confuso, me dijo que hacía meses que no hablábamos. No le entendí, pero le dije que no pasaba nada, que la extrañaba y que me perdonara. Me dijo que cómo podía decir eso, que desaparezco sin dejar rastro y corto todo contacto y que ahora salto con esto, que era un pelotudo. No comprendo cómo es que lo que pasó le haya afectado tanto el ánimo, siempre tuvo esos arranques emocionales impredecibles, pero esto ya fue fuera de lo común. Me dejó preocupado. Hace un par de noches que los grillos no se escuchan.

 

Me sorprende lo mucho que crece el pasto, amanezco siempre con el sol y después de tomarme un mate cocido salgo a dar una vuelta por el patio, ya que la casa es muy oscura y tengo que esperar que claree más para ver algo dentro, a esas horas además todavía está fresco a pesar de este verano interminable. Hago siempre el mismo camino, por lo que se ha formado el sendero y el pasto no crece. Aun así, los alrededores son casi ya una selva que guarda un gran encanto, ha crecido todo tipo de gramilla silvestre, muchas plantas tienen flores rosas y amarillas y las abejas zumban con fuerza durante la tarde. El camino que sale hacia la ruta se encuentra casi tapado por el pasto, como ya casi no salgo para allá el verde lo vino cerrando. No encontré las llaves del auto que está varado en el garaje. Tapado en polvo como está, me causa extrañeza que esté tan tirado y no conozco a nadie que viva cerca para que venga a darme una mano y ponerlo en marcha. La novela avanza como tiro, en unas semanas seguramente ya la voy a tener terminada, el único problemita va a ser revisarla, todo el papelerío que tengo es bestial.

 

Estos días me los paso escribiendo, no me he despegado del escritorio, la novela se extiende. Tuve que comenzar a tomar nota de los días ya que sin un calendario se me ha ido de las manos el paso del tiempo, ni hablar de las comidas, Clara me estaría cagando a pedo si me viese. Me di cuenta del ruido, de su carencia, la falta. No hay ruido afuera. La cocina pierde gas y el calor no afloja.

 

No sé qué pasa. No encuentro la puerta de la entrada, no está. No entiendo tampoco si traje el celular, estoy tratando de buscar las notas que vine haciendo, pero entre todas las pelotudeces no las encuentro. Recién abrí la ventana del escritorio y no vi nada.

 

Lo más alarmante es que no anoté mi nombre en ningún lado.



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