Hace un par de noches que los grillos no se escuchan
El anuncio
estaba en un diario que compré el mes pasado, el mismo que compraba todos los
sábados en el puesto de la plaza Gral. Roca. Estaba en los clasificados, en la
parte de inmuebles. Por la cantidad de metros cuadrados que tenía el edificio
no tendría que ni haberme molestado en llamar, excedía totalmente lo que podría
pagar, pero lo hice de todas maneras. No sé por qué lo hice, no lo recuerdo.
Está a las afueras de la ciudad, en el kilómetro 294 yendo hacia M.
Conozco la zona,
una vieja amistad reside a un par de kilómetros del lugar, tiene un campo que
heredó de un abuelo y solía invitarme a cazar o a pescar en un arroyo cercano.
No hace tanto me envió un saludo para navidad. Los de la inmobiliaria me
comentaron que prácticamente habían olvidado que tenían esa casa en venta.
Cuando revisaban los inventarios vieron una dirección que les llamó la
atención, tan alejada de la ciudad, ya que generalmente trabajan departamentos
en la zona céntrica. Me dijeron que cuando fueron a visitarla la encontraron en
óptimas condiciones, solo que un poco sucia. Fui el primero en llamar y
enseguida llegamos a un acuerdo, a la semana me reuní con la chica de la
inmobiliaria y se resolvió el contrato, el precio del alquiler era mucho menor
del que me esperaba. Aun así, estaba un poco jugado con mi sueldo, pero decidí
que valía la pena, la última novela se viene vendiendo bastante bien y el
editor me dijo que hay propuestas para traducirla al francés. Me mostraron un
par de fotos del lugar, una casa típica de estilo colonial. Me bastó con lo que
vi, estoy podrido de Buenos Aires y el Morocho va a poder correr y cagar
tranquilo en el campo. Hace rato que quiero irme de la ciudad y vengo
fantaseando hace años sobre vivir en el campo y poder escribir a mis anchas sin
el murmullo horrible que dejan los autos. Ya puse todo en el auto, mañana
salgo.
Después de
cuatro horas de viaje llegué a la casa, salí en la mañana ni bien se asomó el
sol y le metí pata todo el camino hasta acá, tuve que parar dos veces para que
el perro hiciera pis, no quería que sucediera de nuevo lo que pasó cuando
fuimos a Tandil con Clara. Hace mucho que no hablamos, no le dije que me iba.
Quizá la llame después de escribir esto. Fui como por un tubo de todas formas,
la ruta por esa zona está bien cuidada y no me crucé prácticamente con nadie,
encontré la tranquera en seguida tal y como me la había descripto la chica de
la inmobiliaria, estaba bastante sana para lo que me había imaginado. La casa,
igual: despintada y las aberturas altas de madera descuidadas, pero para el año
que debe tener se encuentra en un estado fantástico. Aparentemente fue una casa
de verano de una de las grandes familias latifundistas; después de todo, el mar
no está tan lejos. No tenían registro del último inquilino. La han reformado en
algún momento, seguro, uno de lo que parece haber sido un dormitorio fue
abierto y adaptado como garaje. Morocho está chocho, ni bien lo bajé del auto
entró a correr por toda la zona, me da risa porque el pasto está alto y solo
puedo ver cómo se mueve mientras corretea, tengo un poco de miedo de que se
pierda ya que la zona es grande y el monte está cerca de la casa. Cuando lo
quise entrar en la casa empezó a ladrar como un estúpido, lo tuve que meter
agarrándolo del collar, no quiere saber nada sobre volver a estar encerrado
como en las cuatro paredes del séptimo piso. Hoy me dediqué plenamente a
limpiar, y todavía me queda bastante por estos días; tiene muchas ventanas, por
lo que ventilar no fue un problema. Los muebles están sanos y bien dispuestos, creí
que iban a ser dos o tres boludeces vetustas cuando me dijeron que estaba
amueblada, pero hay de todo. La falta de instalación eléctrica no me importa
para nada, no necesito más que papel y algo que raye para trabajar. Da la
impresión de que fue todo recientemente ordenado, solo moví un escritorio, que
puse frente a la ventana de lo que sería un segundo dormitorio. Las estrellas
desde acá se ven maravillosas. No me animo a hablarle a Clara.
Hoy hace una
semana que me instalé. La limpieza duró mucho menos de lo que imaginaba, como
traje de todo para limpiar, al segundo día ya había terminado. La cocinita
vieja pierde un poco de gas, pero anda lo suficiente para hacer las comidas
simples que hago, y tengo alimento para perro de sobra, así que no tengo que cocinarle
al pulgoso del Morocho. Recién hoy me puse a observar con atención el hogar que
hay en la sala de estar y me di cuenta de que en toda la casa no hay
calefactores ni estufas, ese dato se me había escapado totalmente, me voy a
cagar de frío cuando llegue el invierno, me van a ayudar bastante las frazadas
que traje, y pensar que casi se las doy a la jetona de la vecina. La carencia
de vecinos es un deleite. Después de
ordenar la habitación que tiene el escritorio y acomodar la biblioteca, escribí
mucho, el lugar le ha sentado fantástico a mi creatividad, pude poner en el
papel varias ideas que tenía por ahí en la mente hace tiempo, fue como que me
olvidé en seguida de la ciudad y eso le hubiese dado más espacio a mi mente
para el trabajo. No me olvidé de Clara, escribí sobre ella. Tuve la idea de ir
hasta M. para comprar víveres y otras cosas, pero no pude encontrar las llaves
del auto, se me deben haber caído en el patio y con lo alto que está el pasto
va a ser un quilombo encontrarlas. Así que salí a pasear por los alrededores,
las arboledas son hermosas, prácticamente el edificio está rodeado por el monte
salvo un fragmento del semicírculo por donde sale el camino hacia la tranquera.
Caminé hacia ella y el tramo me pareció mucho más largo que el día en que
llegué, supongo porque esta vez lo hice a pie. Morocho me acompañó toda la
caminata a las corridas, se la pasa siempre afuera, no hay forma de hacerlo
entrar en la casa. La llamada con Clara me descolocó un poco, pensé que iba a
tener un poco más de interés sobre la casa en el campo y las arboledas, pero
después de lo que pasó es como si me tratara como esos amigos del pasado que
uno ya no quiere ver.
No logro
encontrar muchos de los escritos que hice, estoy seguro de haberlos guardado en
el cajón del escritorio cada vez que los terminaba, puede que se me hayan
salido volando por la ventana anoche, hacía mucho calor y la dejé abierta, pero
en el pastizal del patio no las encontré. Entre esas hojas estaban varios
fragmentos de la novela que estoy trabajando y las notas que venía tomando como
un diario desde que llegué, en principio me da lástima, pero puedo volver a
escribir todo de nuevo, tengo papel a mansalva. Clara me llamó el día de ayer,
por el tono de su voz parecía preocupada y me alarmó bastante, me preguntó cómo
estaba y si todo andaba bien con la casa; inmediatamente me causó extrañeza,
habíamos hablado no hace tanto y le recordé la frialdad con que me dio trato.
Después de un silencio confuso, me dijo que hacía meses que no hablábamos. No le
entendí, pero le dije que no pasaba nada, que la extrañaba y que me perdonara.
Me dijo que cómo podía decir eso, que desaparezco sin dejar rastro y corto todo
contacto y que ahora salto con esto, que era un pelotudo. No comprendo cómo es
que lo que pasó le haya afectado tanto el ánimo, siempre tuvo esos arranques
emocionales impredecibles, pero esto ya fue fuera de lo común. Me dejó
preocupado. Hace un par de noches que los grillos no se escuchan.
Me sorprende lo
mucho que crece el pasto, amanezco siempre con el sol y después de tomarme un
mate cocido salgo a dar una vuelta por el patio, ya que la casa es muy oscura y
tengo que esperar que claree más para ver algo dentro, a esas horas además
todavía está fresco a pesar de este verano interminable. Hago siempre el mismo
camino, por lo que se ha formado el sendero y el pasto no crece. Aun así, los
alrededores son casi ya una selva que guarda un gran encanto, ha crecido todo
tipo de gramilla silvestre, muchas plantas tienen flores rosas y amarillas y
las abejas zumban con fuerza durante la tarde. El camino que sale hacia la ruta
se encuentra casi tapado por el pasto, como ya casi no salgo para allá el verde
lo vino cerrando. No encontré las llaves del auto que está varado en el garaje.
Tapado en polvo como está, me causa extrañeza que esté tan tirado y no conozco
a nadie que viva cerca para que venga a darme una mano y ponerlo en marcha. La
novela avanza como tiro, en unas semanas seguramente ya la voy a tener
terminada, el único problemita va a ser revisarla, todo el papelerío que tengo
es bestial.
Estos días me
los paso escribiendo, no me he despegado del escritorio, la novela se extiende.
Tuve que comenzar a tomar nota de los días ya que sin un calendario se me ha
ido de las manos el paso del tiempo, ni hablar de las comidas, Clara me estaría
cagando a pedo si me viese. Me di cuenta del ruido, de su carencia, la falta.
No hay ruido afuera. La cocina pierde gas y el calor no afloja.
No sé qué pasa.
No encuentro la puerta de la entrada, no está. No entiendo tampoco si traje el
celular, estoy tratando de buscar las notas que vine haciendo, pero entre todas
las pelotudeces no las encuentro. Recién abrí la ventana del escritorio y no vi
nada.
Lo más alarmante
es que no anoté mi nombre en ningún lado.