Flauta y Sangre
Cuando Damaris se enteró de la banda
municipal y que su novio había iniciado clases de saxo, le cautivó un
instrumento en específico: su forma, color y sonido envolvían su alma de una
manera agradable y cálida, sentía que tenía el poder de transportarla a otro
mundo. Fue ese momento en que decidió involucrarse en la banda y aprender la
flauta traversa, aprender de su melodía tan hermosa y cautivadora.
Desde entonces iba a clases para practicar
su melodía, asistía con gusto no solo por la flauta sino porque la puerta de la
entrada del recinto tenía un aspecto particular que le gustaba y por alguna
razón llamaba muchísimo su atención. Era una puerta grande de color rojo como
la sangre o el vino, su color favorito, en el centro había una figura de mujer
con el rostro inexpresivo donde sólo la línea de la nariz quebraba su espejo
ciego de insoportable tensión, los senos apenas definidos, el triángulo sexual
y los brazos ceñidos al vientre, con símbolos dorados alrededor y perilla
negra.
—El whisky está ahí —dijo Somoza retirando
lentamente las manos de la estatua—. Yo no beberé, tengo que ayunar antes del
sacrificio.
—Una lástima —dijo Morand, buscando la
botella—. No me gusta nada beber solo. ¿Qué sacrificio?
—El de la unión, para hablar con tus
palabras. ¿No los oyes? La flauta. El sonido de la vida a la izquierda, el de
la discordia a la derecha. La discordia es también la vida para Haghesa, pero
cuando se cumpla el sacrificio los flautistas cesarán de soplar en la caña de
la derecha y sólo se escuchará el silbido de la vida nueva que bebe la sangre
derramada. Y los flautistas se llenarán la boca de sangre y la soplarán por la
caña de la izquierda, y yo untaré de sangre su cara, ves, así, y le asomarán
los ojos y la boca bajo la sangre.
Después de dos años de práctica llega el
día más esperado, el de la presentación para mostrar lo aprendido. La obra
principal no era nada más ni nada menos que La Campanella de Niccolò Paganini,
quien es nombrado como el que hizo un pacto con el diablo. Esta obra le había
fascinado a Damaris y la tocaba con mucho gusto.
Aquel día ella ensayaba por última vez en
el recinto, la música envolvió tanto tu ser que cerró sus ojos para dejarse
llevar, y como sin querer se fue dirigiendo a la salida para que todos escucharan
la melodía. Al cruzar la puerta sintió una brisa de aire distinta, como si
estuviera en una colina, pero eso no le impidió seguir tocando, estaba tan
emocionada que comenzó a sonar otra melodía improvisada. En sus pensamientos se
dijo: esta melodía parece como de un ritual, menos mal estamos en el siglo XXI.
Cruzó la puerta para volver y cuando abrió sus ojos allí estaba la estatuilla,
con sus senos apenas sugeridos, con su triángulo apenas humedecido. Detrás de
la puerta un hombre con un hacha en mano.
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