TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA

Este blogfolio nació en 2008 para convocar la palabra escrita de las y los alumnos del TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA de primer año del Profesorado en Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Villa María, provincia de Córdoba, Argentina.

Trabajamos intensamente en clases presenciales articuladas con un aula virtual que denominamos, siguiendo a Galeano, Mar de fueguitos.

Allí nos encontramos a lo largo del año para compartir los procesos de lectura y de escritura de ficción. Como en toda cocina, hay rumores, aromas, sabores, texturas diferentes, gente que va y viene, prueba, decanta, da a probar a otro, pregunta, sazona, adoba, se deleita. Al final, se sirve la mesa.

Como cada año, publicamos los cuentos que cada estudiante escribió como actividad de cierre del taller para compartir con quien quiera leernos y darnos su parecer. Hemos trabajado explorando el género narrativo, buceando en las múltiples dimensiones de la palabra. Para ello, la literatura será siempre ese espacio abierto que invita a ser transitado.

Hemos ido incorporando, además y entre otras muchas experiencias de escritura creativa, el concepto de intervención performativa sobre textos y de patchwriting.

El equipo de cátedra está conformado por Jesica Mariotta, Natalia Mana y Mauro Guzmán, quienes le ponen intensidad amorosa al trabajo del día a día, construyendo un hermoso vínculo con las y los estudiantes.

Beatriz Vottero - coordinadora


Para disfrutar a CORTÁZAR...

http://www.youtube.com/watch?v=w4-LVYUVdjY&feature=related

AMELIA por Victoria Giraudo

La casa estaba en penumbras y sólo entraba un haz de luz desde un pequeño ventanal que daba al jardín. Los muebles, de un roble macizo, estaban impregnados de un polvo denso que apenas permitía distinguir la separación de los cajones. Los sillones de color pastel estaban cubiertos de grandes telas oscuras al igual que la mesa y las sillas. Las ventanas, cubiertas de cartones, dejaban ver grandes telas de araña al igual que la araña de cristal ubicada en el centro de la sala, que ya había adquirido un color marrón a causa de la tierra.

El paso del tiempo había dejado sus huellas y esto pensó Amelia cuando ingresó a la casa. Amelia era nieta de los difuntos y tras cumplir los dieciocho años se le informó que sus abuelos la habían dejado como la única heredera de aquella vivienda. Sus padres estaban separados y vivían en ciudades distintas, y ella estaba viviendo hasta hace apenas unos días atrás como pupila en un colegio de la zona. Pero se acababa de recibir y estaba saliendo del colegio cuando su tutora la llamó y le dio la carta con la noticia.

Al entrar a la casa tuvo sentimientos encontrados. Sintió felicidad por tener una casa, una casa para ella sola, pero tristeza por tener a sus padres lejos y estar sola en la vida. Su madre la había tenido siendo muy joven y al no poder mantenerla, la entregó a un orfanato que al cumplir la niña cinco años, la derivó al colegio en el cual vivió como pupila hasta cumplir los dieciocho. Su padre, quien también era muy joven, tuvo que dejarla cuando se mudó con su familia a otra zona a causa de cuestiones laborales.

Amelia no tenía prácticamente recuerdos de ellos ni de sus abuelos, pero pensó que era momento de seguir adelante. Estudiaría una carrera o conseguiría un trabajo, haría amistad con sus nuevos vecinos y más adelante tal vez se casaría y tendría hijos. Pero acababa de llegar y ya habría tiempo para pensar en todo eso. Siguió recorriendo la casa, la cocina le pareció igualmente tétrica, lo mismo que el baño. Subió las escaleras y encontró dos habitaciones, en una había una cama matrimonial, un espejo y un ropero. En la otra había un taburete, cuadros en las paredes, retratos. Pensó que quizás sus abuelos eran pintores o que era un hobbie que tenían.

Todas las pinturas estaban cubiertas de un plástico duro, que las protegía de la suciedad. Tendría que hacer un gran trabajo de limpieza y de decoración. Probablemente la tarea le llevaría varios días o incluso semanas para poder dejar la casa en condiciones.

En aquella época era invierno, y casi sin darse cuenta, había caído la noche. Recorrer cada habitación le había llevado bastante tiempo, puesto que quiso observar con detalle cada rincón de la vivienda. De pronto sintió sueño. Aquel día le había parecido demasiado extenso. Se dirigió al dormitorio. El cubrecama estaba cubierto de polvo, pero al levantarlo, vio que la sábana estaba en buenas condiciones. Se durmió casi instantáneamente.

El día siguiente amaneció lloviendo. Miró su reloj y eran casi las doce del mediodía. De pronto recordó que en la carta, le habían informado que aparte de la vivienda, había heredado una pequeña suma de dinero para poder remodelar la casa y que debía retirarla en una oficina, cuya dirección estaba consignada en el escrito. A pesar de que llovía imperiosamente, decidió ir al lugar para poder esa misma tarde comprar todos los elementos de limpieza que necesitaba. La oficina quedaba bastante lejos de allí y como llovía decidió tomar un taxi. El trámite duró casi cuarenta y cinco minutos, y al salir, al observar que había dejado de llover, decidió volver caminando.

El día anterior no había tenido posibilidad de conocer su nuevo barrio, por lo que comenzó a observar todo a su alrededor. El barrio parecía excesivamente tranquilo, no había grandes edificaciones y la mayoría de las casas conservaban sus antiguas fachadas. Los pocos comercios estaban cerrando y pudo llegar con lo justo al local de limpieza y al almacén para comprar lo que necesitaba. Hizo dos cuadras más y llegó a su casa. Ya eran casi las dos de la tarde por lo que almorzó y comenzó prontamente con las tareas de limpieza. Empezó por barrer toda la casa y pasar el piso. Luego quitó los cartones de las ventanas y limpió los vidrios; sacó las telas de araña, y quitó las telas que protegían los sillones y demás muebles. Limpió la cocina y el baño. Luego subió las escaleras y comenzó a limpiar la habitación, quitó el cubrecama, y limpió el espejo. Abrió el ropero, vio que aún había ropa colgada. Eran vestidos y trajes, la ropa de sus abuelos, pensó. Pero no quiso tocarlos. A continuación se dirigió a la habitación de pintura. Hizo lo mismo que en las otras piezas. Vio los retratos colgados. Decidió quitarles el plástico que los cubría. Las pinturas estaban en buenas condiciones a pesar del paso del tiempo. Eran retratos de diferentes épocas. En todos había una persona, con su nombre y fecha de nacimiento y defunción escritos en bronce. Sintió escalofríos. Esas personas eran sus antepasados y ahora le parecía que todos la miraban a ella de manera inquisitiva. Estaban todos pintados de perfil, vestidos de gala y con grandes peinados. De pronto la luz comenzó a tener intermitencias. Amelia se estaba asustando, decidió apagar la lámpara y salir de la habitación, poniéndole llave tras su paso. Al igual que el día anterior, ya había caído la noche, pero esta vez además había tormenta, por lo que decidió llevar una vela que había comprado, por si se cortaba la luz. Se dirigió a su dormitorio, a través de la ventana veía los relámpagos. Se quedó dormida. Alrededor de las dos de la mañana se despertó bruscamente. Le pareció escuchar que alguien había abierto la puerta principal.

Un gran miedo recorrió todo su cuerpo. No sabía qué hacer. Si era un hombre, le ganaría en fuerza si tuviera que defenderse y si era una mujer tal vez estaría armada. Tomó fuerzas y bajó las escaleras. En ese instante se cortó la luz por lo que apenas ingresaba la claridad de los relámpagos por los ventanales.

Pero no había nada, sólo una ventana que se había abierto a causa del viento. Suspiró.

Se dirigió nuevamente al dormitorio, pero ya no podía dormirse, sintió nuevamente el ruido de la puerta, pero esta vez, más cerca de ella. Se dio cuenta que provenía de la habitación de pintura. Otra vez estaba frente al mismo dilema, quedarse allí o ir a ver si había algo. Decidió ir. La puerta estaba entreabierta, a pesar de que ella le había puesto llave. Era evidente, había ingresado un intruso. Abrió la puerta de manera brusca y encendió la luz. Pero nuevamente no había nadie. Miró los retratos. Estaban todos sus antepasados de frente, y la miraban de manera burlona. Se frotó los ojos. Estaba segura de que los retratos estaban pintados de perfil. ¿Qué era todo eso?, ¿Era fruto de no haber prestado atención a los retratos, debido a su imaginación, o al miedo que le provocaba estar viviendo sola en aquella casa? Las noches siguientes transcurrieron igual.

Sentía ruidos, voces, pero no había nadie. Creyó estar volviéndose loca. Por lo que un día agarró las pinturas y las prendió fuego en el patio. Vio como sus antepasados se convertían en cenizas y una lágrima corrió por su mejilla.

Todo aquello le había parecido excesivo y sintió que tal vez había ido demasiado lejos al quemar las pinturas. Qué pensarían sus abuelos si presenciaran aquella situación, que decepcionados estarían.

Esa noche caía nuevamente lluvia, y cada choque del viento contra la ventana, le traía recuerdos de los días anteriores. Sintió frío y espanto al comenzar a oír nuevamente ruidos. Vio cómo se prendía la luz de la habitación contigua. Por primera vez sintió realmente miedo. Pero ya estaba harta de todo aquello. Fue a la habitación y lo que vio la paralizó totalmente. Le parecía verse a ella misma empalidecer, las piernas nunca le habían temblado de ese modo, y su mirada nunca había mostrado tanto espanto. Vio a sus antepasados, de carne y hueso frente a ella. Uno al lado del otro, la miraban con odio. ¿Por qué Amelia?, ¿Por qué?, gritaban todos al unísono. Sus ojos desprendían fuego, el mismo fuego que ella había provocado al quemar las pinturas. Todo a su alrededor giraba, ¿Eran ellos que estaban a su lado, o ella que estaba a punto de desvanecerse? Ya en el piso comenzó a percibir el humo y vio una llama que se propagaba. Intentó levantarse, pero las piernas no le respondían, intentó gritar, pero no le salía la voz. Solo escuchaba el eco de risas rencorosas, cargadas de odio.

Varios años después remataron la casa. La nueva familia que la habitó, la encontró del mismo modo que Amelia la había visto varios años antes. Pero en la habitación de las pinturas había un único cuadro. Eran personas mayores junto a una chica de unos dieciocho años, era evidentemente el retrato de una familia. Se los veía felices y la nueva dueña decidió colgar el cuadro en la parte central de la sala. Pero nunca imaginó lo que vivirían esa noche.

VOCES por Gabriela Zavala

Apagué el despertador y luego de unos minutos tomé conciencia del día que comenzaba. Había esperado aquel momento con muchas ansias: empezar la universidad. Nunca me consideré una persona nerviosa, pero especialmente ese día lo estaba. Un nudo en el estómago daba cuenta de ello. En mi mente se planteaban miles de preguntas acerca de cómo sería el nuevo ámbito y las nuevas personas.

Comencé a cambiarme y fui al baño a lavarme la cara. Me arreglé y cuando me dispuse a plancharme mis rulos desprolijos sentí una sensación diferente, algo en mi cabeza dolía. Sin darle mucha importancia continué mi vida.

Fui a la universidad y luego de conocer personas muy amables, mis nervios se esfumaron, pero algo en mi cabeza continuaba molestando.

Al día siguiente la sensación se hizo más intensa cuando fui al baño a alisarme mis rulos. Un dolor fuerte dentro de mi cabeza punzaba mi sien, mi piel, mi cerebro. Fue allí cuando me hablaron. Voces internas y agudas me empezaron a aturdir, gritaban, sollozaban, se quejaban. Era el infierno en mi propia mente.

Pensé en algo malo que hubiera hecho y podría estar despertando mi conciencia pero nada justificaba tales voces. - ¡Maldita! ¡Asesina! ¡Jamás dejaremos de molestarte!... decían sin dejarme en paz. Yo les hablaba, les preguntaba, les suplicaba que se detuvieran.

De un día para otro mi vida cambió totalmente. Ya no había tranquilidad y el nudo en el estómago jamás se iba, me demostraba que los nervios estaban allí, que no podía tener paz. En la universidad me llamaban “la loca”, y comprendo que me veían así con razón. ¿Quién no pensaría que una chica está fuera de sus casillas cuando habla sola en plena clase, se agarra la cabeza, se queja y grita cuando todos están en silencio? Lamentablemente eso parecía, por momentos hablaba con las voces, les suplicaba que pararan, hasta alguna lágrima aparecía en plena clase. A veces gritaba sin razón cuando ya estaba saturada, tomando conciencia enseguida que todas las miradas de mis compañeros estaban sobre mí.

¿Por qué no dejaste la universidad y fuiste al médico? Se preguntarán. Lo cierto es que comencé a hablar con las voces y encontré la forma de calmarlas en el momento justo, fue como manejar la conciencia. Entonces logré escucharlas sólo en solitario. Hasta les pedía perdón, sin saber lo que había hecho. Se hicieron mis compañeras tal vez.

Luego que empecé a convivir con ellas, un nuevo problema surgió. Lo descubrí cuando fui al baño. Tal vez este sitio de mi casa estaba maldecido, pero allí me di cuenta que mi cabello estaba desapareciendo: ¿los nervios? Pensé. ¿La plancha para alisar? Dudé. Sin encontrar una miserable respuesta estallé en llanto. Me encerré en el baño y decidí no salir y allí las voces me hablaron como nunca antes. Estaban calmas, pero acechantes, se quejaban, me decían que me lo merecía y disfrutaban de mi dolor. ¿Quiénes son? ¿De una vez díganme quiénes son?... Finalmente me contestaron: somos tus rulos.

A partir de este momento debería escribir en presente, pues estoy ahora mismo redactando esta confesión. En un lugar cerrado como este hay que rogar para que te den papel y lápiz, pero lo logré por mi buen comportamiento. Agradezco que me hayan sacado del baño, tal vez me ocurrieran más desgracias.

LA PUERTA por Soledad Meiler

Abrí mis ojos lentamente, era ya de día, mi cabeza se hallaba apoyada sobre una mesada de mármol, el frío corría por mi cabeza, e iba dirigiéndose al resto de mi cuerpo. Me levanté de la silla sobresaltado, y comencé a observar a mi alrededor. Me pregunté qué hacía en esa casa, no era parecida en nada a la mía, ni a la de gente amiga, ni vecinos, ni nada… era completamente extraña, lo mismo el paisaje que se vislumbraba por la pequeña ventana de la cocina, en el había montañas rocosas, con pequeños senderos circulares rodeándolas. Me quedé perpleja unos instantes presenciando como el sol se iba marcando en las montañas cada vez iluminándolas más, y se veía como el hielo se comenzaba a derretir. Era la primera vez que veía montañas, viví toda mi vida al lado del mar.

Me quedé un largo rato en la cocina, pensando, reflexionando, las cosas últimamente no estaban bien en mi vida, había muchas cosas de las que me arrepentía, muchos errores cometidos, cosas que debía solucionar, y encima ahora estaba atrapado en esa casa extraña.

Luego de un rato de estar allí, sentí como temblaba el piso, el techo, los muebles. Eran temblores pasajeros, pero esa fuerza superior me causaba miedo. Cada vez que sentía los temblores, voces daban vueltas por mi cabeza. Mientras pude mantenerme en pie, un poco aturdido, decidí mirar más la casa. Comencé a inspeccionar más las puertas habidas y por haber en la casa. Mientras lo hacia, los temblores aumentaban de intensidad, igualmente las voces, iba de habitación en habitación tambaleando, tropezando sobre los muebles, y así encontré la sala de estar, los baños y habitaciones principales, todas vacías, al parecer hasta el momento, el único habitante era yo. Tan sólo me quedaba una puerta por abrir, esta era diferente a las demás, no tenía el mismo color algarrobo, ni estaba barnizada, más bien era una madera añeja, descolorida, y poco cuidada, con manijas antiguas. Me imaginé que podía ser un viejo sótano. Mi curiosidad me ganó, y además me apuré, porque el temblor comenzaba a abrir grietas en el piso, y las maderas se encontraban medias flojas. Abrí una puerta que daba a un largo pasillo, oscuro, y en el fondo una mesita desteñida, llena de tierra, con un velador antiguo prendido, con telarañas colgando alrededor, que alumbraba pobremente el espacio. Me pregunté desde cuando estaba prendida esa lámpara, tal vez desde una eternidad, también pensé si alguna vez alguien además de mí había entrado allí, ya que el pasillo estaba muy sucio, había telarañas colgadas del techo que me rozaban la cabeza, y las tablas del piso estaban muy gastadas y llenas de polvo también. La casa brillaba de tanto resplandor, pero al meterme al pasillo, la obscuridad abundó, a causa de no haber ventanas en él, tanto que parecía que allí era de noche. Comencé a caminar rápido, los temblores eran espeluznantes, encontré una puerta a mi derecha a pocos pasos, también vieja y desteñida, tal vez era una habitación y encontraría a alguna persona, era reconfortante pensar que alguien más estaba conmigo allí, eso me hacía sentir que no estaba tan solo.

La primera puerta se abrió, más fácil que la anterior, mis ojos no podían creer lo que observaban, había otro pasillo, oscuro y muy frio. Se veía un living de fondo, había una mesa rectangular de algarrobo, una sola silla, y perpendicular a la mesa, una puerta vidriada que daba a un patio, donde claramente se notaba que era de noche. La luz exterior del patio alumbraba el pasto tornándolo de un color verde esmeralda. Entré, el temblor allí dentro había cesado, al igual que las voces. Mire el lugar, era confortable, era un ambiente cálido, miré la mesa, y se encontraba llena de aperitivos deliciosos, mis preferidos, tabla de fiambres, mesa con frituras, jamón ahumado, y el vino que siempre me deleitaba. Pensé en sentarme y comer, pero me sentí extraño, el lugar, el ambiente, todo me atraía, pero los problemas comenzaron a atormentarme y las voces se volvieron más potentes tanto que sentía que mi cabeza iba a explotar. La pregunta era, ¿dónde estaba, y quien había puesto al alcance de mí esas exquisiteces? ¿Alguien que me conocía me estaba esperando? ¿Porque aquí era de noche si afuera en la casa era de día? Muchas preguntas me hicieron dudar… el miedo se apoderó de mi, y salí, así como hacía unos minutos había entrado.

Volví hacia el pasillo, el terremoto era feroz, estaba sacando sus dientes, el piso tenía enormes grietas, la tierra se estaba abriendo cada vez más. Esa fuerza brutal me intimidaba el alma, sacudiéndome, zamarreándome, haciéndome sentir insignificante y frágil. Apurado seguí hasta el fondo del pasillo, las voces aumentaban y ya eran gritos desgarradores retumbando en todo mi ser. Encontré otra puerta, me frené de golpe de lo apurado que estaba, y me detuve a escuchar… Las voces se callaron, ahora se sentían bajas, eran cuchicheos, susurros, y provenían de esa última puerta. Caminé sigilosamente, no quería que me escucharan, pegué mi oreja bien contra la puerta, seguía oyendo gente, hablando muy bajo, no se les entendía nada. ¿Había gente escondida? ¿Serían los dueños de la casa? Pero si lo eran ¿por qué estaban allí, es que algo malo pasaba afuera? Las dudas y los temores me abrumaron, el piso cada vez era más intransitable, entonces decidí abrir la última puerta de ese largo pasillo. Estaba entregado, pensaba en cómo les explicaría qué estaba haciendo allí, capaz pensarían que soy un ladrón, y querrían reportarme a la policía. Ya no importaba, en cuestión de segundos todo terminaría. Abrí la puerta, era un armario lleno de sacos, camperas, tanto de mujer como de hombre, puestas en diversas perchas. Las voces cada vez las sentía más cerca. Moví las perchas y detrás en el fondo del armario, encontré una manija pequeña, gire la perilla, y de pronto una luz enceguecedora cubrió mis ojos, una fuerza me rodeó y me animó a caminar, primero agachado, porque el corredor era de poca altura, después me fui incorporando. Sentí una extraña sensación en mis pies, estos se desprendieron del suelo y comencé a flotar, era una sensación estremecedora pero increíble, las voces se habían ido de mi, miré hacia abajo… se veían nubes, muchas de ellas, de repente algunas se corrieron y pude observar montañas, parecían de terciopelo, era una belleza inquietante, un hermoso engaño, el sol hacía que mis ojos se entrecerraran, era una helada tarde entre los picos montañosos, y yo flotando allí, un poco de dulzura a la espera de un amargo fin.

LA BRUTA DE MI MAESTRA por Carla Cavallero

A principios de año, mamá ya nos había dicho que viajaría, por lo que no nos sorprendimos al verla hacer sus valijas.

Las prendas seleccionadas son raras. No son las que llevaría a la playa, pero tampoco a la montaña, puede que para la nieve o tal vez para un viaje en submarino sirvieran, pero no estoy seguro. Igual, yo de viajes todavía no entiendo mucho.

La miramos largo rato. Ella no nos dice nada. ¿Será un secreto? ¿Será que también iremos? O puede que sea una sorpresa…

Cuando nos ve parados en la puerta, sonríe, nos abraza y besa intensamente como de costumbre.

-Oy! ya basta- dice mi hermano menor, que se ve asfixiado de cariño.

-¿A dónde vas?- pregunto yo.

-¿Cómo a dónde voy? Si ya les había dicho. Me gané un viaje en un concurso del Estado.

-¿Nos llevas?- replicó mi hermana mayor.

-No puedo, aún no permiten a los niños viajar. Pero no se preocupen, serán unos días nomás. Allí el correo ya llega, por lo que me podrán escribir las veces que quieran.

-¿Nos quedamos con la niñera?

-Sí, ella los cuidará, se tienen que portar bien y hacer las tareas que les indique.

-No quiero tiene las patas peludas y un par de pelitos en los labios.

-¡¿Un par?! Parece el pirata barba negra- dice mi hermana y ríe a carcajadas. Nosotros también, y hasta mamá, que un poco se la aguanta para dar el buen ejemplo.

A las cinco de la mañana la despedimos.

Pasamos el día entero escribiéndole cartas y haciendo dibujos, que enviaremos por el correo apenas amanezca.

El trámite es complicado y costoso, pero todo salió bien.

-Cuando estaban en el colegio, llegó carta de su mamá- dijo la niñera.

Entusiasmados abrimos el sobre plateado, sellado en las puntas. Empezamos a leerla, los tres juntos, con las cabezas pegadas igual que los siameses.

Cuando terminamos de leerla, nos miramos y lejos de entristecernos le respondimos.

Querida mamá:

No importa si tardas más días en volver. Te vamos a esperar.

Ayer vimos en el noticiero que están fabricando una escalera de 20000 km.

Queremos qué cómo todavía no venís, nos mandes chocolates de allá. Te extrañamos mucho.

El enano hoy se portó mal. Te amo mucho.

NO ES SIERTO SOY BUENO TE QUIERO

Yo también. No te olvides de los chocolates.

Señora no se preocupe, los niños están bien, comen todo lo que les cocino y hacen las tareas.

MarianaNicolásBAUTISTAy Juana

Amores de mi vida:

Ya repararon el transbordador. La escalera no fue necesaria, así que se guardó para otra emergencia. Bueno ya lo deben haber visto en las noticias. De todas formas les mandé los chocolates que seguro están comiendo ahora…

(Y así es, la leemos mientras el color azulado se pegotea en nuestras bocas…)

No sé allá, pero acá saben riquísimo. Espero que no se hayan desintegrado o echado a perder. Los años luz hacen estragos y sus dientitos también.

Mañana o pasado ya estaré de vuelta.

Los quiero, besotes…

Mamá

El lunes, como todos los lunes, la señorita de mi grado, nos pide que escribamos un relato de lo que hicimos el fin de semana. Y el mío decía así:

“Mi mamá fue a la luna y no pudo vajar más, le escribí una carta y le pedí que me mande chocolates. Fin.”

¡Qué enojado estoy!... la maestra se rió y me puso un bueno, pero me aclaró ya sin reírse, y con la mirada fija en mí, creo que intentaba intimidarme.

-“Un bueno sólo por la ortografía, a las mentiras no las puedo calificar…”

Vieja despeinada, qué sabe ella… no sabe ni de viajes, ni de v cortas, ni de b largas. No sabe nada de nada.