Abrí mis ojos lentamente, era ya de día, mi cabeza se hallaba apoyada sobre una mesada de mármol, el frío corría por mi cabeza, e iba dirigiéndose al resto de mi cuerpo. Me levanté de la silla sobresaltado, y comencé a observar a mi alrededor. Me pregunté qué hacía en esa casa, no era parecida en nada a la mía, ni a la de gente amiga, ni vecinos, ni nada… era completamente extraña, lo mismo el paisaje que se vislumbraba por la pequeña ventana de la cocina, en el había montañas rocosas, con pequeños senderos circulares rodeándolas. Me quedé perpleja unos instantes presenciando como el sol se iba marcando en las montañas cada vez iluminándolas más, y se veía como el hielo se comenzaba a derretir. Era la primera vez que veía montañas, viví toda mi vida al lado del mar.
Me quedé un largo rato en la cocina, pensando, reflexionando, las cosas últimamente no estaban bien en mi vida, había muchas cosas de las que me arrepentía, muchos errores cometidos, cosas que debía solucionar, y encima ahora estaba atrapado en esa casa extraña.
Luego de un rato de estar allí, sentí como temblaba el piso, el techo, los muebles. Eran temblores pasajeros, pero esa fuerza superior me causaba miedo. Cada vez que sentía los temblores, voces daban vueltas por mi cabeza. Mientras pude mantenerme en pie, un poco aturdido, decidí mirar más la casa. Comencé a inspeccionar más las puertas habidas y por haber en la casa. Mientras lo hacia, los temblores aumentaban de intensidad, igualmente las voces, iba de habitación en habitación tambaleando, tropezando sobre los muebles, y así encontré la sala de estar, los baños y habitaciones principales, todas vacías, al parecer hasta el momento, el único habitante era yo. Tan sólo me quedaba una puerta por abrir, esta era diferente a las demás, no tenía el mismo color algarrobo, ni estaba barnizada, más bien era una madera añeja, descolorida, y poco cuidada, con manijas antiguas. Me imaginé que podía ser un viejo sótano. Mi curiosidad me ganó, y además me apuré, porque el temblor comenzaba a abrir grietas en el piso, y las maderas se encontraban medias flojas. Abrí una puerta que daba a un largo pasillo, oscuro, y en el fondo una mesita desteñida, llena de tierra, con un velador antiguo prendido, con telarañas colgando alrededor, que alumbraba pobremente el espacio. Me pregunté desde cuando estaba prendida esa lámpara, tal vez desde una eternidad, también pensé si alguna vez alguien además de mí había entrado allí, ya que el pasillo estaba muy sucio, había telarañas colgadas del techo que me rozaban la cabeza, y las tablas del piso estaban muy gastadas y llenas de polvo también. La casa brillaba de tanto resplandor, pero al meterme al pasillo, la obscuridad abundó, a causa de no haber ventanas en él, tanto que parecía que allí era de noche. Comencé a caminar rápido, los temblores eran espeluznantes, encontré una puerta a mi derecha a pocos pasos, también vieja y desteñida, tal vez era una habitación y encontraría a alguna persona, era reconfortante pensar que alguien más estaba conmigo allí, eso me hacía sentir que no estaba tan solo.
La primera puerta se abrió, más fácil que la anterior, mis ojos no podían creer lo que observaban, había otro pasillo, oscuro y muy frio. Se veía un living de fondo, había una mesa rectangular de algarrobo, una sola silla, y perpendicular a la mesa, una puerta vidriada que daba a un patio, donde claramente se notaba que era de noche. La luz exterior del patio alumbraba el pasto tornándolo de un color verde esmeralda. Entré, el temblor allí dentro había cesado, al igual que las voces. Mire el lugar, era confortable, era un ambiente cálido, miré la mesa, y se encontraba llena de aperitivos deliciosos, mis preferidos, tabla de fiambres, mesa con frituras, jamón ahumado, y el vino que siempre me deleitaba. Pensé en sentarme y comer, pero me sentí extraño, el lugar, el ambiente, todo me atraía, pero los problemas comenzaron a atormentarme y las voces se volvieron más potentes tanto que sentía que mi cabeza iba a explotar. La pregunta era, ¿dónde estaba, y quien había puesto al alcance de mí esas exquisiteces? ¿Alguien que me conocía me estaba esperando? ¿Porque aquí era de noche si afuera en la casa era de día? Muchas preguntas me hicieron dudar… el miedo se apoderó de mi, y salí, así como hacía unos minutos había entrado.
Volví hacia el pasillo, el terremoto era feroz, estaba sacando sus dientes, el piso tenía enormes grietas, la tierra se estaba abriendo cada vez más. Esa fuerza brutal me intimidaba el alma, sacudiéndome, zamarreándome, haciéndome sentir insignificante y frágil. Apurado seguí hasta el fondo del pasillo, las voces aumentaban y ya eran gritos desgarradores retumbando en todo mi ser. Encontré otra puerta, me frené de golpe de lo apurado que estaba, y me detuve a escuchar… Las voces se callaron, ahora se sentían bajas, eran cuchicheos, susurros, y provenían de esa última puerta. Caminé sigilosamente, no quería que me escucharan, pegué mi oreja bien contra la puerta, seguía oyendo gente, hablando muy bajo, no se les entendía nada. ¿Había gente escondida? ¿Serían los dueños de la casa? Pero si lo eran ¿por qué estaban allí, es que algo malo pasaba afuera? Las dudas y los temores me abrumaron, el piso cada vez era más intransitable, entonces decidí abrir la última puerta de ese largo pasillo. Estaba entregado, pensaba en cómo les explicaría qué estaba haciendo allí, capaz pensarían que soy un ladrón, y querrían reportarme a la policía. Ya no importaba, en cuestión de segundos todo terminaría. Abrí la puerta, era un armario lleno de sacos, camperas, tanto de mujer como de hombre, puestas en diversas perchas. Las voces cada vez las sentía más cerca. Moví las perchas y detrás en el fondo del armario, encontré una manija pequeña, gire la perilla, y de pronto una luz enceguecedora cubrió mis ojos, una fuerza me rodeó y me animó a caminar, primero agachado, porque el corredor era de poca altura, después me fui incorporando. Sentí una extraña sensación en mis pies, estos se desprendieron del suelo y comencé a flotar, era una sensación estremecedora pero increíble, las voces se habían ido de mi, miré hacia abajo… se veían nubes, muchas de ellas, de repente algunas se corrieron y pude observar montañas, parecían de terciopelo, era una belleza inquietante, un hermoso engaño, el sol hacía que mis ojos se entrecerraran, era una helada tarde entre los picos montañosos, y yo flotando allí, un poco de dulzura a la espera de un amargo fin.