TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA

Este blogfolio nació en 2008 para convocar la palabra escrita de las y los alumnos del TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA de primer año del Profesorado en Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Villa María, provincia de Córdoba, Argentina.

Trabajamos intensamente en clases presenciales articuladas con un aula virtual que denominamos, siguiendo a Galeano, Mar de fueguitos.

Allí nos encontramos a lo largo del año para compartir los procesos de lectura y de escritura de ficción. Como en toda cocina, hay rumores, aromas, sabores, texturas diferentes, gente que va y viene, prueba, decanta, da a probar a otro, pregunta, sazona, adoba, se deleita. Al final, se sirve la mesa.

Como cada año, publicamos los cuentos que cada estudiante escribió como actividad de cierre del taller para compartir con quien quiera leernos y darnos su parecer. Hemos trabajado explorando el género narrativo, buceando en las múltiples dimensiones de la palabra. Para ello, la literatura será siempre ese espacio abierto que invita a ser transitado.

Hemos ido incorporando, además y entre otras muchas experiencias de escritura creativa, el concepto de intervención performativa sobre textos y de patchwriting.

El equipo de cátedra está conformado por Jesica Mariotta, Natalia Mana y Mauro Guzmán, quienes le ponen intensidad amorosa al trabajo del día a día, construyendo un hermoso vínculo con las y los estudiantes.

Beatriz Vottero - coordinadora


Bitácora de cuentos: Crisálida

Revisión

Caminaba descalzo para sentir la aridez de la arena en la planta de sus pies y jugaba tranquilo, sin horas, esperando a que ese inmenso sol que se agigantaba cada vez más fuera tragado de una vez por ese mar que le hacía notar la insignificancia de su figura. El viento mostraba la dirección precisa de las olas, a las cuales hubiera deseado abrazar aquella tarde.

No podía dejar de observar el cielo, las formas de las nubes y los dibujos que junto al sol se precipitaban.

“Sus ojos y el universo”

Sus ojos. La mirada dulce de su padre, la gran mirada de búho de su madre. Esa mirada y su impaciencia revivieron en él un pensamiento oscuro, desesperado.

“Sus ojos y el gran universo”



Se había dormido, cerrando sus ojos sólo por costumbre.

Había amanecido retorcido, con su cuerpo acaracolado.

La dueña de la pensión había golpeado con entusiasmo la puerta puesto que debía hacer la limpieza del lugar. Quizás habría tenido la intención de que él reaccionara a los estímulos de un hermoso día que se anticipaba por la ventana. Sabía que no hacía mucho que este apático joven había recibido un gran golpe.

Él ya estaba despierto, pero con sus ojos sellados. Insensible a la luz

“En un terrible sueño, sus ojos eran devorados por un fabuloso tigre”.

Sentía miedo.

Se viste con los ojos cerrados palpando la ubicación de su ropa en la silla y con sus pies busca los zapatos que cada noche deja en el mismo sitio y bajo el mismo sillón.

Nada encuentra. Su cuerpo se resiste. Los dictados de su mente lo dejan inmóvil en un acto de resistencia que lo paraliza.

¿Adonde irá así? ¿Y su trabajo? ¿Quién hará las fotografías esa tarde en el museo?

Desea como nunca poder abrir sus ojos y encerrar el mundo en la lente de su cámara. No puede.

Sin pensarlo demasiado, porque sino retrocedería, sale de su cuarto y atraviesa el largo pasillo que ya conoce.




Los lugares imaginados. Le recuerdan esa mirada.

Aquella casona antigua junto al museo guarda la tristeza y el olor de un sórdido hospital hundido en la nostalgia.

Allí se encuentra, con un pensamiento persistente y claro; tiene que deshacerse de algo.

Siente que algunas personas le gritan, sin embargo él no se detiene hasta sentir el olor acre de la gran cuidad.

Ahora debe recordar. Cuantas cuadras de aquí al edificio y qué dirección tomar.

Tiene miedo.

Camina. Sólo camina y piensa. No puedo ahora.

Bitácora de cuentos: Débora Buratti

Y QUE BRILLE PARA SIEMPRE ESA LUZ QUE NO TIENE FIN

“Yo soy quien creía ser, porque ya no soy mas quien fui, solo soy”. Y digo esto porque es así. Es el final de un comienzo, si es bueno o malo no lo se, ahora no quiero saberlo. Prefiero detenerme a recordar, porque creo que eso si puedo hacer.
Con la fuerza que venían mis caballos, cuando con un silbido los llamaba, de esta misma manera mi mente esta siendo atropellada por miles de imágenes y sensaciones. Buenas y malas. Tristes y alegres. Solo me pregunto ¿Por qué? No encuentro respuesta.
Lo único que mi mente puede recordar hoy, es el ayer. Ayer que yo creía, común, corriente, rutinario, un día más. Pero hoy, me di cuenta de que no es así… tarde, muy tarde.
El día había comenzado muy temprano en el campo, en nuestra amada “casona vieja”, como la llamaba papá; mucho que hacer: ordeñar las vacas, tuzar los caballos y preparar las maquinas, comenzaba el tiempo de la trilla. Mama como de costumbre abrió las cortinas, sabía que esa luz del amanecer me era muy placentera, la oscuridad me enloquecía. Me beso unas tres veces, recuerdo claramente, y yo apurado la hice a un lado, se me hacìa tarde. Desayuné con mi hermana, (nos parecíamos en mucho, era muy carismática) crucé pocas palabras con ella.
Fue Maria, la señora que limpiaba en casa, la que me hizo desconectar con el mundo tierra: ¿Y soñaste con la luz Agus? ¿O la viste de vuelta? Fueron preguntas claves, para lograr mi desconexión. Estaba olvidando, aquel tema que hacía unos meses me estaba enloqueciendo. Se trataba de una luz, que me perseguía día y noche. En un primer momento me imagine la caída de una estrella, pero su frecuencia, me hizo dudar. Pocos días después desapareció, y se hacia notar de cuando en cuando, “hay tantos misterios en esta vida, no me voy a hacer problema por esto, pensé”. Se los había comentado a mi familia y amigos, como una anécdota, ellos rieron al igual que yo.
Hacia un tiempo que no se me presentaba, era raro, hasta la soñaba, hubo un tiempo que ya alucinaba, sinceramente me había olvidado.
Esa tarde de arduo trabajo, la concentración en lo que debía hacer era imposible, el pensamiento en esa bendita y misteriosa luz era constante, ya maldecía a Maria por haberme hecho recordar.
El día había sido abrumador, un calor insoportable! Solo necesitaba una distracción, fue cuando decidí hacer algo placentero, caminar por el campo, en compañía de mi caballo, mi fiel compañero. Luego de un unas horas regresé para la cena, fue cuando mama me avisó que mis amigos se juntaban a comer algo, sin pensarlo, me bañé en un santiamén y decidí ir en moto, la noche se prestaba para disfrutar del aire calido del verano. Mis papas se negaron, había sido la inversión que hasta el día de “ayer” me reprocharon. No les hice caso y partí.
La luz había vuelto, estaba a mi lado, a pesar de mi casco la pude ver claramente, era indescriptible, pero lo único que puedo decir es que era muy fuerte, a veces no me permitía ver. En un momento me alegré, pero después ya no; “que me esta pasando, pensé”
Llegue al pueblo, estaban todos mis amigos, instantáneamente les conté lo sucedido, no me creían, yo se las mostraba pero ellos no lograban verla, me subí a una silla y la señale, pero concluí que se permitía ver por mi únicamente, motivo por el cual desistí y lo justifique como un chiste (resultaba creíble, siempre lo hacia). La comida casi estaba lista, pero necesitaba verla otra vez. Salí en moto apresuradamente, un amigo me siguió, dimos un par de vueltas, hasta que logre encontrarla, motivo por el que aceleré y me adelanté, ahora me llamaba “no temas, repetía”. Su voz era tierna, clara, fue un momento mas que placentero, fue mágico, sobrenatural”.
La irradiante luz que había cuando desperté, no me permitía abrir los ojos, hasta que logre salir de allí. Seguía un infinito pasillo, blanco y calido, parecido al de casa, pero su silencio no era el mismo. Luego de caminar un poco más, puertas, muchas puertas, me confundían, me enloquecían no sabia si entrar a una de ellas que hacer, era todo tan raro, si no hubiera sido por el placer de la luz, la soledad me hubiera vencido. No entendía, no entendía que es lo que estaba pasando! Por Dios!
Ahora me encontraba en un lugar desconocido; mi pecho estaba siendo presionado, sentía asfixiarme, imágenes tristes me invadían, me enceguecían, provocaban mi peor estado.
Estaba parado al lado de un persona sin vida, no sabia que hacer, una especie de neblina en mis ojos no me permitía verle la cara, de pronto veo a mi amigo que gritaba y gritaba, yo le decía que se calmara, pero no me escuchaba, continuaba haciéndolo. Luego llegaron más de mis amigos, médicos, y gente del lugar, lo trasladaron al hospital. Todos se fueron, me abandonaron. De todos modos los seguí. Todavía no entendía la situación.
Cuando veo a mis viejos, llorando desconsoladamente, me provoco tal malestar que fui corriendo hacia ellos. NO ME VEIAN! NO ME ESCUCHABAN! Estaba desesperado, probé de todo, pero nada. Había enloquecido definitivamente. Era el ser mas transparente del momento.
Me senté a esperar, quería calmarme. Un hombre con mirada de búho, se sentó mi lado y comenzó a hablarme. Él si podía escucharme. ¿Pero porque mis padres me ignoraron de tal forma?
Su mirada era penetrante, sus ojos negros me provocaban escalofríos, pero a la vez tranquilidad. Me hablaba de la vida, de las vueltas de la vida.
Hasta que hizo comprenderme, - su mirada tan infinita, fue lo que me apaciguó, estaba bloqueado en ese momento, motivo por el que reaccione sutilmente- que por mi lloraban, que ahora era un ángel, ángel de Dios y guardián de mi familia y de todos los seres de la tierra, al igual que él. Yo ahora pertenecía al cielo. Un mundo desconocido, y tenia la gracia de estar ahí. Era nuevamente una alegría, transformada en tristeza. Entendí todo.
Hoy, estoy inmerso en un museo de personas, de amigos, de buena gente, en una colección de personalidades que no conocía, en una exhibición de los grandes misterios de la vida. Estoy con Dios. He aquí, el único lugar para descargar mis penas, mis llantos, y mis recuerdos. La culminación de mi vida, la dejo plasmada en este lugar tan celestial, para que los próximos, sean conscientes de mi final.
Papa y a mama, desde acá los reconforto, dia a dia, y les mando mis fuerzas, aunque todavía no este preparado para hacerlo. Espero no haya sido en vano.Todavía tampoco comprendí, porque fue tan rápido. Pero no estoy solo, ustedes me visitan en este complejo y grandioso museo.
Mi querida y anhelada luz, no fue la culpable de mi accidente, fue y es mi guía, ella me sigue continuamente. Nuestro superior me necesitaba. Mientras tanto disfruten de la vida. Familia, amigos, LOS QUIERO, desde el más infinito de los lugares.

Bitácora de cuentos: Karina Gacé

“ALGO, ¿bueno o malo?”

Intentando no pisar las líneas entre baldosa y baldosa, como único recurso de entretenimiento, me dirigía con total inercia a donde el viento me llevara. La tarde estaba nublada y bastante fresca para el ligero abrigo que llevaba encima. No puedo precisar cómo, ni cuándo, ni por qué me volví una persona tan solitaria, mejor dicho creo conocer las razones, pero eso merece un relato aparte.
Esa tarde simplemente me sentía un diminuto enano en un mundo de gigantes, que eran todas las personas que me rodeaban, ante un mínimo comentario yo recibía un pisotón y cada vez me volvía más pequeña. Yo no era así, quisiera volver a ser como antes, alegre sobre todo: la sonrisa primero, las penas después. Pero hay una pena más grande que me roba las sonrisas, esa tarde caminaba por la plaza principal de la ciudad y mi mente se perdía en recuerdos, recuerdos hermosos que nunca más volverán. Sólo me limitaba a observar y me invadía la melancolía, me limitaba a observar a los niños que corrían hacia los brazos de sus mamás, jóvenes que caminaban junto a sus mamás con bolsas de compras charlando animadamente. A cada acto similar que divisaba una lágrima rodaba por mi rostro, me sentía tan desgraciada, sólo pensaba en que me faltaba ella, la persona que me dio la vida, la persona que me enseñó a caminar, a reír, a vivir, a soñar. Sin embargo, recordaba su sonrisa y eso me bastaba para esbozar una en mi rostro. En eso estaba, estaba sonriendo cuando una persona se sentó en el banco de la plaza a mi lado, al mirar vi a un hombre realmente extraño, tuve que correr la vista hacia adelante, tenía una mirada impresionante, como la de un búho. Habló con una voz temblorosa, me dijo que a una persona a la que aprecio mucho le iba a pasar algo en tres días. En ese momento, me paralicé y se me ocurrió preguntarle cómo supo tal cosa y cómo podría yo evitarlo. El viejo sólo pudo decirme que en su visión logró vislumbrar una casona muy antigua con muchas ventanas y un pasillo largo, un museo y un hospital. Mi vista se nubló, no sé cuántos minutos pasaron pero cuando reaccioné el búho ya se había ido.
Los dos días que siguieron no paré de preguntarme quién sería la persona y cuál sería la casa. Iba caminando a la universidad, con la escultura que tenía que presentar ese día cuando pasé por el museo de Bellas Artes, mi anhelo más grande era presentar mis trabajos en ese lugar, pero eso estaba lejos de mi alcance. Me acordé del viejo, en su predicción había mencionado un museo, me dio miedo. Cuando salí de la universidad conforme con el resultado de mi trabajo, me encontré con Bautista, un joven que tiempo atrás había sufrido un “golpe” de la vida que lo hizo una persona de escasa sensibilidad. Los ojos me brillaban, “cuánto lo quiero” pensé. Me miró, sus ojos se veían aún más grandes y hermosos por la noche, con su sonrisa perfecta se acercó a saludarme, conversamos durante unos minutos, me preguntó si iba a mi casa y me dijo que él iba para ese lado, que podríamos caminar juntos. Y así íbamos por la calle, charlando de la vida, me sentía feliz pero una sensación extraña me invadía, algo me decía que a él se refería el búho. Me contó que todavía no había conseguido trabajo, hacía poco se había recibido con el promedio más alto de la universidad, le hice saber que no tardaría en conseguirlo, él es muy capaz. Estaba realmente enamorada de Bautista, obviamente él no lo sabía, nunca me animé a mostrarle más que amistad, ya que él me consideraba eso, una amiga.
Llegó “el tercer día”, me sentía impaciente y abrumada. Para colmo de males llegó Ofelia, la señora que limpia en mi casa y me dijo que por el camino había ocurrido un grave accidente, empecé a temblar y salí de casa, tomé el primer taxi que pasó y le pedí que me lleve al hospital. Las lágrimas brotaban de mis ojos y el taxista me miraba atónito, en un abrir y cerrar de ojos llegamos al hospital, entré a toda velocidad y lo vi a Bautista, sano y salvo. Corrí a su encuentro y lo abracé, me dijo “gracias”, desconcertado, no entendía por qué estaba llorando. Entonces me contó radiante que era uno de los momentos más felices de su vida, le habían dado un importante puesto, de médico cirujano en ese hospital y que el festejo era esa noche en la calle Madrid 567, me dijo que le haría bien mi presencia. A la noche fui y era la casona descripta por el búho, entré y efectivamente había un pasillo largo con muchas puertas que desembocaba en un enorme salón lleno de gente. Entendí que la predicción del viejo significaba que efectivamente iba a pasar algo, algo bueno. Sin embargo me arrepentí de haber ido, Bautista sólo me saludó y nada más, entendí que a lo mejor era porque era “su noche” o no me quería ahí y me invitó por compromiso, no sabía qué pensar, me sentía descolgada, decidí irme. Estaba atravesando el pasillo cuando sentí que alguien me llamaba. Era Bautista. Tímidamente enunció que me había conseguido a través de un amigo una exposición en el museo de la ciudad, si me interesaba. No lo podía creer y no terminaba ahí me dijo que podríamos ir juntos. Esos tres días fastidiosos desembocaron en algo, mejor de lo que esperaba.

Bitácora de cuentos: Julieta Michelutti

EL POBRE VIEJO

Ahí estaba él, con ese cuerpo desgarbado, tan flaco que parecía transparente. Siempre en la misma esquina, con esos ojos saltones y firmes, ese viejo si que tenía una mirada de búho. Vaya a saber qué observaba todo el bendito día. Cada tanto ponía una cara de asombro, mirando hacia la “nada”, o un árbol, o quizás la vereda. De repente toda su mirada se transformaba en un gran interrogante.
Juro que me hubiese quedado todo es día descifrando a ese enigmático flaco.
Pero no podía hacerlo, debía volver nuevamente a esa maldita cárcel, donde la entrada parece acogedora, pero no lo es, siempre que comienzo a recorrer ese largo pasillo, es donde me afirmo a mi mismo que las apariencias engañan; en fin ir al maldito colegio me fastidia, me atemoriza.
La verdad prefería quedarme en el museo de la ciudad, que no tiene más que unos cuadros viejos y ese fuerte olor a humedad, aunque siempre estuviese la mujer que lo limpia.
Pero lo que más deseaba saber era que le pasaba a ese viejo loco, que seguía parado allí en la esquina, tal vez delirando.
Me levante al día siguiente, era un sábado y gracias a dios la cárcel no me pide que valla los fines de semana a pasar interminables horas allí.
Me propuse investigar que le pasaba al viejo y que mejor que ir a la casa de Tía Olga, siempre sabía todos, pero todos los chismes. Era bien metida, histérica, solterona y capaz de reventar un vidrio con su aguda voz.
Me encaminé hacia su casa, pase frente al hospital y recorrí largas cuadras, las que me hacían pensar que tía no vivía solo a diez manzanas, si no que a muchos kilómetros de casa.
Luego de esa caminata que parecía interminable, llegué.
Al notar mi presencia, Tía miró mi cara y exclamó con su terrible voz: ¡¿Qué macana te habrás mandado hoy?! Por algo seguramente estás acá.
Me conocía demasiado, por lo que yo asentí con la cabeza y le dije: Olguita hoy no hice nada, solo vine a preguntarte algo que realmente me interesa… ¿Qué le sucedió al viejo loco de la esquina de casa?
Ella se tambaleó, tal vez se puso media colorada y me dijo: se algunos comentarios, solo algunos y no voy a hablar del flaco Juan, chiquito curioso.
Fue ahí cuando me enteré que el desgarbado tenía nombre, por un instante me puso feliz, me sonreí; al fin su nombre no era “flaco loco”.
Le insistí a Tía que me contara, pero no quiso hacerlo y esta vez se puso muy colorada.
Volví a casa abatido, con miles de preguntas acerca de Juan. Decidí dormirme para ver que podría hacer al día siguiente.
Me levanté y tenía los ojos saltones, no habría logrado dormirme desde el instante que tomé mi decisión y era ir a hablar con el flaco.
Salí de casa, crucé la calle y comencé a caminar hacia él, y de golpe me miró. Lo saludé cordialmente y repentinamente manteníamos una charla fluida y fue en ese mismo instante que pensé que ese hombre no estaba tan loco, hasta que le conté que mi tía a la que iba a visitar todos los sábados era Olga. Juan comenzó a tiritar, gritar, era imposible calmarlo, me decía no nombres más a tu tía, no por favor, exclamaba mientras se tapaba los oídos y actuaba locamente. Y se echó a correr, como alejándose de algo, que le quemaba su cabeza con solo pensarlo.
Esa actitud despertó en mi una enorme intriga. Y Me fui nuevamente a la casa de la Tía, pero esta vez me quedé a dormir, para encontrar algo que afirmara mi sospecha.
Busqué y busqué, hasta que encontré un baúl de color rojo intenso. Lo observé un buen rato y lo abrí. De repente todo en mi tuvo una respuesta, Olga y el Flaco Juan habían tenido un romance de largos años.
Fue en ese preciso instante que comprendí que le pasaba a ese hombre. Pobre de él, tuvo que aguantar a la fastidiosa gritona de mi Tía. Seguramente ella lo habría cansado con sus locuras y al fin quedó, como quedó, todo un desquiciado.
Desde ese momento decidí visitar a Olga solo los sábados, nada de verla más días. Me atemoriza quedar como el flaco Juan, en algún momento me da vueltas por la cabeza la imagen de él.

Bitácora de cuentos: Florencia Bringa

Casona Caracol

Eran incontables la cantidad de puertas, algo así como un caracol sin fin, como el relato de Borges “la Biblioteca de Babel”, cuando en mi juventud me dedicaba a leer y no a este nuevo trabajo.
La casona esta edificada a un metro del nivel del suele, por el tema de las inundaciones que es muy frecuente en esta zona de Santa Fe. La entrada es un pasillo largo, que da a un patio central de donde surgen nuevos pasillos con una cantidad infinita de puertas altas con grandes picaportes de bronce. Según dicen los vecinos la casa tiene más de doscientos años y pertenecía, en sus principios, a una familia de la alta alcurnia de aquellas épocas. Don Vicente, su nuevo dueño, es el último heredero que queda y en el barrio las malas lenguas ya hablan de lo que se hará con la casona cuando “el viejo de mirada de búho estire la pata”. Algunos dicen que se la quedará el municipio, otros que la convertirán en museo ó que la usarán para la nueva escuela de bellas artes. Yo llevo trabajando en la casona ya más de un año y todavía no eh llegado a conocerla del todo y no creo que nadie pueda, es interminable. Hasta ahora sólo pude recorrer más de veinte habitaciones. Algunas están vacías, otras ocupadas con muebles antiguos, tal vez de todas las familias anteriores, y una llena de libros, con un cuadro inmenso de Evita y un busto de Perón todo resquebrajado por los años.
Don Vicente no habla demasiado, los únicos momentos en que se dirige a mí es para avisarme que va a salir, pero nunca dice donde. Aunque yo sé que va al hospitalito a hacerse el control de la glucemia por que hace un par de años sufre de diabetes, y eso lo sé por que me lo contó mi amiga la Mónica que es enfermera.
Nadie lo quiere en el barrio, por que dicen que es malo, poco sensible y que desde joven que es así. A mi la verdad que el viejo me da un poco de lástima, por que está muy solo y en semejante casa. Va...eso era lo que yo pensaba antes de descubrirlo todo.
Un día mientras limpiaba una de las últimas de las habitaciones de los tantos pasillos de la casona, me encontré con una puerta al final, que estaba cerrada con llave. Eso era raro por que hasta ahora, ninguna puerta estaba trabada. Fui a buscar las llaves al llavero que está colgado en la cocina. Nunca en mi vida había visto tantas llaves juntas, y lo mas extraño es que eran todas iguales. Así empezó mi búsqueda, no iba a parar hasta poder abrir aquella puerta trabada. Probé llave por llave, puerta por puerta y mi curiosidad crecía cada vez más. Tardaba mucho tiempo por que sólo lo podía hacer mientras Vicente estaba en el hospital. Cuando entré a trabajar me dijo que no debía agarrar las llaves, que no me preocupara por las puertas que estaban cerradas. Pero no podía abstenerme, algo me decía que detrás de esa puerta había algo misterioso.
Cuando comenzaba mi búsqueda llevaba una libreta y una lapicera en los bolsillos del delantal, donde iba anotando todas las puertas que había probado y el número que tenían las llaves que ya había usado. Eso era extraño. Todas las llaves tenían número, pero ninguna coincidía con el número de puerta. Entonces me tenía que tomar el trabajo de anotar que número de llave correspondía a cada puerta. Así fueron pasando los días hasta el último día de la primavera…
Me parecía que Marta era más prudente que las otras, pero nuevamente me equivoqué. Cometió el mismo error que todas, se dejó llevar por la intriga en vez de ocuparse de limpiar. Yo no entiendo por que la gente se empeña todo el tiempo en hacer lo que no debe. Hay lugares en donde uno puede ser libre y hacer lo que quiera, pero en esta casona no es así. Aquí la curiosidad sí mata al hombre.

Bitácora de cuentos: Celeste Suares

Las dos vidas de Jazmín

“Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo existía un hospital llamado Sicilia, un día pasó a manos de Leonardo, más conocido como el búho, ya que tenía la mirada de una persona fría, seria, soberbia, corrupta, que ni la naturaleza le quería”.

Así con el tiempo existieron cuatro personas, se llamaban Lucas, Camila, Maxi, y Jazmín quien era la más pequeña; ellos tenían la misión de cambiar el hospital de Sicilia y retornarlo a lo que era antes, sin saber lo que les iba acontecer.

En ese entonces, estos nenes tenían a su padre Andrés en el extranjero, eran los tiempos de la guerra fría y se dice que allí este hombre perdió la vida y no se supo más nada. Su madre se llamaba Romina, quién al enterarse de lo que le había sucedido a su esposo pensó en dejar a sus hijos en manos de otra familia.
A lo largo del tiempo, Romina se decidió; mandó con todas sus cosas a sus hijos a una familia, que no conocía ni ella, ni sus hijos.

Ellos subieron al tren que los acercó hasta un casón antiguo con muchas puertas y un pasillo largo que nadie debería cruzarlo, esta casa pertenecía a un profesor llamado Carlos. De este modo, les atendió una señora que limpiaba la casa y se encargaba de atender al profesor, era conocida como Flavia. Ella les dijo que tendrían que cumplir algunas reglas como; no podrían molestar al profesor y otra les señaló que nunca podrían atravesar el pasillo largo, ya que no respondería por ellos.

Al saber esto, los chicos decidieron quedarse en la sala de invitados, allí, Camila disfrutaba mucho de leer, Lucas tocaba el piano y a Maxi no le gustaba hacer nada, era más bien un chico serio; mientras que Jazmín era la mas pequeña y traviesa, se la pasaba jugando. Pero un día decidió saber que tendría ese pasillo tan largo y oscuro. Sus hermanos le advirtieron que no fuera, ella no les hizo caso, y fue hasta al final del pasillo. Allí se encontró con una puerta, ella pudo abrirla y se encontró tan solo con un ropero en el medio del habitación; el cuarto estaba frío, oscuro y poseía unas ventanas muy grandes al frente , que se movían de un lado a otro y a su alrededor no había nada.

En aquel instante, Jazmín escuchó un ruido, se preguntó; - ¿quién será? - se quedó inmóvil y con miedo -¿En donde me voy a ocultar?- a todo esto ella no sabía en donde esconderse, así que decidió abrir el ropero, y meterse adentro; mientras caminaba de espalda, se iba metiendo más y más por medio de camperas y vestidos entres otras cosas. Y fue en ese instante cuando cayó en un lugar muy extraño e inesperado para ella.
Era la ciudad de Sicilia, sobre la cual Jazmín no tenia idea. Una vez allí, pudo recorrerla y se halló con un hospital muy abandonado, necesitado, descuidado, con muy pocos doctores, enfermos, empleados entre otras cosas y ella que no sabía que el dueño del lugar era el señor Leonardo, el cara de búho en esos momentos.

Jazmín se quedo parada por un momento, luego se acercó a un cuarto de los tantos que había, y miró hacia uno muy aislado de los demás, en donde se veía desde el lugar en que estaba parada , una gran oscuridad y descuido. En esos minutos, ella escuchó una voz muy aguda de alguien que pedía agua, entonces decidió acercarse, entrar y se encontró con Gustavo, un joven de escasa sensibilidad que sufrió un golpe en el cráneo y quedo en sillas de ruedas. Ella le alcanzó el agua. Y él le agradeció gentilmente. Le pregunto a la niña; ¿Cómo te llamas? ¿De dónde apareciste? ¿Qué haces en este lugar? Ella le respondió: son muchas preguntas, mi nombre es Jazmín y le contó lo que le había pasado y el por que estaba ahí. Asimismo, ella le preguntó - ¿Por qué estás aquí en este hospital?-.

Marcos le cuenta que hace tiempo trabajaba en un Museo, conocido como el Malba y que trabajó por muchos años, pero que sufrió un golpe en el cráneo y se quedó inválido y por eso estaba ahora en sillas de ruedas. Él le cuenta muy triste que el director de ese hospital era su hermano y que se había vuelto un hombre muy malo, que lo dejó en ese cuarto, desolado y con nada de atención; también les ordenó a los enfermeros que le suministraran comida.

Prontamente después de hablar, de haberse conocido, hacerse amigos, de haber pasado una tarde muy divertida, ella decide volverse por el mismo camino que le permitió llegar hasta allí y le dijo a Gustavo mirándole a los ojos, que iba a volver, pero esta vez con sus hermanos para ayudarlo, y él se quedó más tranquilo.

Al llegar, Jazmín les cuenta a sus hermanos lo que le había pasado, pero el hermano más grande Maxi la llamó de mentirosa; mientras la hermana Camila y el hermano Lucas si le creyeron, si bien se miraron entre ellos y dudaron.

Al día siguiente los hermanos salen al jardín a jugar al tenis, mientras, a Camila se le va la pelota, que se dirige hacia una de las principales ventanas del casón antiguo, ellos muy asustados deciden ir a esconderse, corren hacia la casa; pero sin saber donde esconderse. En ese instante, Jazmín les pide que la sigan; así ella los lleva por el pasillo largo y oscuro y se encuentran con la puerta que los llevará hacia el misterioso lugar. Caen todos, uno encima de otro, se paran y miran el cuarto desolado, frío, un ropero y nada a su alrededor, tal como la hermanita les había contado, sorprendidos resuelven entrar al ropero y entre ellos se empujan hasta llegar a este lugar desconocido.

Vuelve por segunda vez Jazmín a la ciudad de Sicilia, pero esta vez con sus hermanos. Ella les dice a sus: “alcáncenme y los llevaré cerca del hospital, ella los esperó y vieron que lo que la hermana más pequeña les había contado era cierto, pero todavía no habían visto al hombre de cual ella les habló.

De ahí los hermanos deciden ir a conocer el hospital, ver lo que había dentro. La pequeña niña les dijo: “síganme, les voy a llevar a conocer a mi amigo Gustavo-, así, siguieron su camino hasta llegar al cuarto. Él estaba ahí esperando a que alguien le ayudara a levantarse de la cama para poder hablar con su hermano, asimismo esperaba a Jazmín.

Después, los hermanos entraron al cuarto y saludaron a Gustavo. Lucas explicó a Gustavo que eran hermanos de Jazmín y sabían de su situación. Le dijo: “venimos a ayudarte y poder cambiar este lugar, pero con ayuda tuya ya que eres el hermano de Director de este lugar y lo conoces mejor que nosotros.”

Se pusieron en marcha, comenzaron por el cuarto de Carlos, acomodaron las ventanas, limpiaron el piso, pusieron sábanas limpias y frazadas a su cama y le consiguieron una silla de ruedas.

Ahora comenzaba su verdadera tarea: ir hablar con el director; los hermanos y Gustavo fueron, tocaron la puerta y una voz les dijo: “pasen, no tengan miedo”. Ellos entraron y Leonardo les preguntó con esa mirada fría: “¿quiénes son? ¿Qué quieren? ¿Qué buscan?” Y para peor los trato muy mal; así que su hermano Gustavo pidió la palabra y le explicó la situación de porque los chicos estaban ahí y quienes era entre otras cosas.

Los chicos salieron afuera mientras el director y el hermano charlaron muchas horas, por esto se les había pasado la tarde a Jazmín y sus hermanos. En ese momento, decidieron tocar la puerta y saber que había pasado y si Gustavo había podido convencer a Leonardo del cambio del hospital.
Gustavo Salió y les contó que Leonardo no los iba a poder ayudar, y que si queríamos cambiar este lugar, debía ser por nosotros mismos.
Jazmín les dijo: “bueno, mañana a la mañana comenzaremos.”

Comenzó la tarea de poder cambiar el hospital, Gustavo y los hermanos comenzaron por los cuartos, luego cambiaron las cortinas, limpiaron los cuartos, sábanas, entre otras cosas; luego Camila empezó a llamar a varios doctores para que vinieran a trabajar. Ella les contaba que con su ayuda se podría tener el hospital que la ciudad de Sicilia quería.

Mientras los otros hermanos miraban lo últimos detalles que faltaban, trabajaron todo un día y terminaron tan, pero tan cansados, que el hospital había quedado perfecto. Ellos mismos se sorprendieron de lo capaz que eran.

Entre ellos dijeron que ya era hora de regresar, el trabajo que tenían en la ciudad de Sicilia terminaba ahí. Por esto, le dijeron a Gustavo: “Nosotros vamos hablar con Leonardo”.

En ese momento fueron hacia la puerta de la dirección, entraron sin tocar la puerta y le dijeron a Leonardo: “deja el lugar a tu hermano, ya que tu , tu no te lo mereces, tienes el alma fría y una mirada de una persona seria, soberbia y corrupta que ni la naturaleza te querrá. Él, con estas palabras se dio cuenta del gran error que había cometido al dejar a su propio hermano en un cuarto solo y desamparado, los miró a los niños, con esa “Mirada de búho” y les dije; “he cometido errores como cualquier otra persona lo haría, pero esta persona con la mirada de búho, va dejar su poder en manos de su hermano, algo muy inexplicable.

Los hermanos salieron y le dieron la noticia a Gustavo, él se puso muy feliz al recibirla y empezó a andar con su silla de ruedas por todo el pasillo, cuando se dio la vuelta y los hermanos ya no estaban.

Jazmín y los hermanos volvieron por el mismo lugar. Salieron del ropero y tranquilamente se dirigieron al comedor; Flavia los esperaba con una chocolateada y dulces. Entre ellos se miran con complicidad y ríen.

Bitácora de cuentos: Cecilia Luna

Renacer en el hospital

La vieja casona se encontraba en las afueras del pueblo. Era muy vieja, abandonada, sucia, ni su dueño le prestaba atención. A pesar que años atrás era la mas añorada por la gente y la más cara. En ella vivía Weiner, un viejo ermitaño que conocía todos los secretos y enigmas del pueblo y que la gente ya ni se acordaba que él existía. Era llamado el "loco de la casona", y los padres utilizaban su nombre para asustar a los niños traviesos.
Su mirada de búho hacía que no se perdiera ningún detalle de todos los movimientos que sucedía a su alrededor, y aunque ya estaba un poco cansado, su escasa movilidad aún le permitía trasladarse y seguir todo de cerca. Junto al viejo Weiner, vivía Herman, un joven que oficiaba de discípulo del viejo y que le ayudaba en las tareas que le indicaba Weiner, y de quien recibía toda la sabiduría. Herman había perdido a sus padres de muy pequeño, esta dura experiencia lo hizo crecer y criarse con mucha crudeza y poca sensibilidad y maltratando a los demás, incluso al viejo Weiner en algunas ocasiones.
Una mañana, Herman había salido por el bosque a podar árboles, como lo hacía cotidianamente, y en medio de su actividad, un árbol se cae encima suyo y sufre un golpe que podría haberle causado la muerte, pero no fue así, fue un impacto en su cabeza pero pudo salvarse. Inmediatamente, el viejo Weiner lo llevó al hospital más cercano del pueblo para el tratamiento correspondiente.
Una vez controlada la situación, derivan a Herman a su habitación, para tenerlo bajo control unos días, aunque a él no le gustaba, sólo quería estar en la casona, pero los médicos le dijeron que era por su bien, y Weiner le recomendó lo mismo, así lograron que Herman estuviera algo de acuerdo.
A las pocas de horas de estar internado, llegó a su habitación una mujer muy dolorida que provenía de la sala de cirugía. Ella se quejaba mucho, se ponía mal de no poder ayudarla, pero pensó que seguramente venía de una intervención y los dolores iban a estar aunque no quisiera.
En cuanto la mujer se restableció, Herman comenzó a hablar con ella, al principio se mostró un poco reacia, no estaba acostumbrada a dialogar con gente que no conocía, pero vio en su mirada que era un hombre bueno, que no tenía maldad, veía en su rostro el sufrimiento y el dolor. En una de esas charlas, ella le contó a Herman que trabajaba en el sector de limpieza del Museo del lugar desde hacía mucho tiempo, y que conocía toda la historia de allí, todos los personajes, historias y fábulas. Herman quedó asombrado de lo que sabía esta mujer, y le pidió que le contara de esas anécdotas porque a él le gustaban.
Así, Amara, como se llamaba la mujer, le contó a Herman todo lo que ella había vivido en el museo desde su ingreso como empleada, le contó toda la historia de las personas y personajes que habitaban en el museo, todos los empleados que pasaron por allí, los buenos y los no tantos, pero que al fin y al cabo habían dejado una huella en ella y merecían ser recordados. Así, pasaban las mañanas, las tardes y las noches, charlando y charlando, y eso a Herman, lo alegraba mucho, sentía que había alguien que se interesaba por él, que alguien confiaba en él y que le contaba su vida. Y sentía que podía ser escuchado por alguien, sensación que hasta el momento nunca había sentido; aunque el viejo Weiner lo quería y lo cuidaba, pero no le pasaba lo mismo que le estaba comenzando a suceder con esta mujer que hacía horas conocía, Amara.
A través de los relatos de Amara, Herman comenzó a sentir sentimientos que hasta el momento desconocía, sensaciones nunca antes vividas. Emoción. Dolor. Ternura. Amor. Miedo. Locura. Tristeza. Pasión. Aventura. Todo eso él sentía a medida que Amara le contaba su historia. Su forma de decir lo que vivía, había causado una profunda conmoción en su interior y con ella, comenzó a ver la vida de otra manera.
Él había transitado su vida en base al rencor, al dolor, a la pesadumbre, al despecho y a la rabia. Vivía con mucho resentimiento y nunca encontraba a su lado nada positivo. Todo giraba en lo que había sido su cruda y corta vida.
Así, pasaron los días, Amara ya recuperada de su operación y Herman, ya curado de su grave golpe en la cabeza. Pero Herman estaba triste, ya no sonreía como antes, sentía que al estar los dos recuperados, los días que le quedaban en e hospital eran pocos, y ya casi en los últimos el viejo Weiner no lo visitaba. A Amara nunca la visitó nadie, era viuda y no había tenido la dicha de tener su propio hijo. Herman, no quería irse del hospital, no porque no quisiera volver a su vida normal, porque de echo extrañaba con locura andar solo por el bosque y podar árboles y caminar con su perro y sentirse libre como sólo él se sentía rodeados de árboles y ríos. Él no quería abandonar el lugar que lo acobijó durante semanas, por el echo que no quería separarse de su nueva amiga, aquella mujer encargada de la limpieza del museo que tanto confió en él y en la cual se sentía protegido, sentía que era la madre que no había podido tener y no quería perder la oportunidad de disfrutarla por más tiempo. Sabía que tenía que volver a la vieja casona, la cual sentía como su casa, pero a la vez, se entristecía por perder su amistad con Amara.
Ella por su parte, aunque no se lo dijo, sentía algo maternal por Herman, sentía que era un joven que la necesitaba y que le hacía bien estar el uno con el otro. Ninguno de los dos quería despedirse del otro, pero sabían que sucedería pronto.
El día que el viejo Weiner lo fue a buscar a Herman, llovía y hacía mucho frío. La tristeza se veía en sus rostros, pero el viejo no lo notó. Herman ya se había cambiado, el médico ya había ido a hacerle la última revisación para darle el alta y todo se predisponía al final de la estadía en el hospital.
Amara, miraba de reojo la situación, ella también estaba apenada de su partida, pero ambos sabían que ese día llegaría y, llegó.
Cuando todo estaba predispuesto para la retirada, el viejo Weiner, que desde que llegó no había emitido sonido, dijo:
- Herman, yo sé de tu relación con esta mujer, y sé lo importante que te hizo sentir durante tu permanencia aquí.
Ambos se miraron y pensaron que el viejo Weiner había entendido otra cosa.
Pero prosiguió:
- El Dr. Muller me contó de lo bien que ustedes se llevan, de las charlas que han tenido día y noche en esta sala y de lo rápido de su recuperación, él cree que el uno al otro se hizo bien y que en su mejoría no sólo tuvo que ver la medicina, sino el estar juntos.
Herman lo miraba azorado sin entender. Amara también.
- Es por eso que he decidido hacerte un regalo, creo que desde que nos conocemos nunca te he hecho ninguno, y hoy tengo la necesidad de hacerlo más que nunca. Sal afuera y ve.
Herman, con el rostro empapado de sorpresa salió al pasillo del hospital y vio lo que nunca se imaginó. Lo que tanto había deseado tener y no había podido.
- Una bicicleta!!!! No puedo creerlo!!! - Y una lágrima de emoción recorrió su mejilla, que a la vez se le confundía con la expresión de felicidad en su rostro. Era tal la felicidad, que no se había dando cuenta que después de tantos años estaba llorando!
Las palabras de agradecimiento no le alcanzaban, pero el viejo Weiner lo interrumpió diciéndole:
- Yo sé que siempre quisiste una bicicleta, y yo te decía que ya iba a llegar el momento. Bueno, creo que el momento llegó, hoy es el día ideal para entregarte este regalo. Con ella, puedes ir a la ciudad a visitar el museo y de paso a tu amiga Amara, que tan bien te hizo en esta recuperación no sólo física, sino emocional.
Las lágrimas brotaban de los rostros de Amara, de Herman y, aunque no quería demostrarlo, del viejo Herman también.
Desde ese día, Herman fue un hombre de bien, sin rencores ni odios, con proyectos, futuro y muchas ganas de vivir y ser feliz.

Bitácora de cuentos: Doña Pepa

EL BÚHO

Felipe había estado toda la noche leyendo el testamento que el viejo Vicente “le había dejado” antes de morir. Hubo palabras y frases completas que no pudo descifrar, pero luego de varias horas logró entender a quien iban dirigidas sus pertenencias.
El viejo Vicente, era un viejo eterno con mirada de búho, además de sabio, poco gentil y muy misterioso. Desde joven vivió en una casona antigua con muchas puertas y un pasillo largo. Para las mujeres del pueblo, esa siempre fue la casa soñada, pero ninguna tenía el dinero suficiente como para comprarla.
Este hombre tuvo una vida muy solitaria, de pequeño perdió a su padre en la guerra, y luego a su madre. No se sabe exactamente de qué murió. Él siguió los pasos de su papá entrando a las fuerzas armadas, obteniendo un cargo bastante importante, no me acuerdo bien cuál. Pero no vamos a seguir hablando del viejo, necesitaría quinientas hojas más, simplemente quería aclarar de dónde provenía su capacidad económica y mirada de búho.
Trabajé muchos años en la antigua casona, pero ya hace unos cuantos que me dedico a limpiar el museo del pueblo, que no es demasiado grande y siempre tuve pasión por ellos.
Un día llega Felipe, un joven de escasa sensibilidad, quejándose de haber sufrido un golpe al pasar y observar detenidamente la casa. Probablemente éste le haya tirado con un piedrazo, pensé, y le comenté que el viejo hacía tiempo parecía estar medio loco.
Hice de guía por un rato mostrándole mis piezas favoritas y terminé contándole la historia del búho, ya que hablar es lo que más me gusta y menos me cuesta hacer.
Por sus preguntas descubrí que Felipe estaba interesado en comprar la casa y parecía tener el dinero suficiente para hacerlo. Me pidió varias veces que lo acompañara a platicar con el dueño pero cada vez me negué, no tenía deseos de volver allí.
Al día siguiente el joven visitó a Vicente llevando consigo una importante propuesta de dinero, pero éste se negó rotundamente a venderla cerrándole la puerta en la cara. Así cada día, durante tres meses, Felipe visitaba al dueño para persuadirlo, pero no lo lograba. El último mes, me trajo la noticia de que el viejo no andaba muy bien, y la “fascinante casona” se estaba viniendo abajo junto con él. Por lo que decidí visitarlo diariamente antes de entrar a trabajar, y después de salir, Vicente nunca tuvo muchos amigos.
Tomábamos mates, le limpiaba un poco sus habitaciones, y si me quedaba algo de tiempo, le cocinaba algunas “cositas ricas”, como é les llamaba. Obviamente mientras tanto conversábamos sin parar.
Felipe ya se había dado por vencido, porque hacía tiempo que no me visitaba, hasta que recibí una llamada de él desde el hospital para avisarme que el viejo Vicente con mirada de búho había fallecido. Apenada, me dirigí rápidamente hacia allá pero el joven ya no estaba. Hice los papeles de defunción de mi amigo Vicente y cerré su casa.
Esta mañana, mientras limpiaba la colección de campanitas, me llamó Felipe y me dijo que el búho me había legado la antigua casona llamándome la mujer de su vida. Después me confesó saber que é siempre había guardado la casa para mí.

Bitácora de cuentos: Vale Pipino

Su vida era totalmente placentera, tenia todo lo que alguna vez había soñado, hacia 3 años que se había recibido, constaba con un merecido titulo, era psicóloga, además de darle muchas satisfacciones, también durante su carrera encontró a su único y gran amor, Julián. Para Mariel el era lo mas importante, sentía que era lo único por lo cual estaba en esta vida. Estaba casada ya hacia 2 años.
Un día jueves por la noche, ella había terminado su jornada laboral y se comunica con su marido para informarle que no iba a poder llegar en dos horas porque tenía una importante reunión a la cual era necesaria asistir. A los 20 minutos Mariel se entera de que la reunión había sido cancelada, al enterarse para no hacer otra llamada fue a buscar su auto al garaje y salio hacia su casa.
Estaciona en frente del departamento en que vivían dándole las llaves al guardia para que guarde su vehiculo, entra al ascensor, se baja al llegar al piso numero 7, abre la puerta, el ambiente estaba en silencio, oscuro, como si nadie hubiera estado allí, dirigiéndose al baño comenzó a llamar a su marido, no obtenía ninguna respuesta, entonces se dirigió hacia la habitación, prendió la luz y su rostro comenzó a ponerse blanco, de sus ojos brotaban lagrimas y ya no podía mantenerse estable frente a esos dos cuerpos muertos.
Uno era su razón de vida, su amor, Julián y ella una joven muchacha. Sobre la mesa de luz una nota que le decía que ella también estaba enamorada de Julián igual o más q ella y que ya no podía soportar compartirlo y que así era la única manera de tenerlo siempre con ella. Un veneno en la comida fue la razón de sus muertes.
Mariel totalmente desesperada llama al servicio medico, llegan al hospital, pero ya nada había por hacer, Mariel nunca había pensaba que en su tranquila y adorable vida podía ocurrir algo así, el golpe fue tan grande que su vida comenzó a no tener sentido, sin duda fue el golpe mas grande que pudo sufrir, dejo su trabajo, la soledad y la tristeza se apoderaron de ella y de aquel lugar donde compartía su vida con Julián, donde solo había dejado recuerdos. Después de dos años de lo ocurrido, a pesar sentir el mismo dolor de aquel jueves, se dio cuenta de que tenia que continuar con su vida y salio a buscar trabajo, la situación no era fácil, ya que nadie la recibía porque decían que una psicóloga con tantos problemas no podía ayudar a nadie.
Un día de mucho sol, ya cansada de buscar empleo y de que nadie la acepte se sentó en un banco de la plaza a disfrutar un poco del día, de repente escucho un golpe, un niño se había tropezado con el banco, se levanto ayudarlo y lo sentó junto a ella, le pregunto como se llamaba y el tímidamente le respondió Benjamin y le contó que tenia 9 años, que sus padres lo habían abandonado y que vivía en un vieja casona que funcionaba como instituto para niños huérfanos como él, que muchos eran adoptados pero el nunca había tenido esa suerte, pero que todavía no perdía las esperanzas, Mariel también le contó su historia y quiso mostrarle una foto de Julián, pero aquel niño de voz tan dulce le dijo que no podía hacerlo, que sus ojitos desde muy pequeño habían tenido problemas y que no podía ver, Mariel paralizada al enterarse de que era ciego le pidió perdón y ofreció acompañarlo a su instituto, el niño contesto felizmente que si y comenzaron a caminar los dos juntos mientras ella le contaba de cómo era todo aquello que los rodeaba y no podía ver. Llegaron al instituto y la invito a pasar, ella ingreso y comenzó a caminar por aquella vieja casona, sus pasillos eran muy largos, tenia muchas puertas, lámparas colgantes y jarrones de muchísimas de muchísima antigüedad, no parecía un lugar para niños, de repente se asusto con la presencia instantánea de un hombre mayor, salio de una habitación, era canoso, de ojos muy profundos, con murada de búho, parecía que todo lo observaba, nada pasaba desapercibido para el, se presento diciéndole de que era el director linares y pregunto a que se debía su presencia en su acogedor instituto, Mariel le contó que se encontró con Benjamin y que solamente lo había acompañado, el hombre mayor hecho descortésmente al niño y dirigiéndose a Mariel le dijo que la próxima vez tenga cuidado con Benjamin, que no era un niño normal, que nadie podía ser normal siendo ciego, ella muy enojada dio media vuelta y se retiro del instituto.
Al día siguiente Mariel fue a la misma hora a aquella plaza y se seto en el mismo banco, mientras leía un libro sintió la dulce voz de Benjamin, muy contenta lo sentó junto a ella y leyó un par de cuentos. Y así todos los días se encontraban en el mismo lugar, a la misma hora, compartían caminatas, cuentos, ricos copos de azúcar, la pasaban muy bien juntos.
Un día como todos los otros, Mariel fue a la plaza como lo hacia habitualmente y el tiempo corría y Benjamin no aparecía entonces ella decidió ir al instituto, cuando llego se asomo a una de las tantas ventanas y lo encontró limpiando una gran sala con muchos objetos, cuadros antiguos, jarrones, todo de muchísimo valor, ella lo encontró y le pregunto que porque estaba haciendo eso, que ese no era su deber, y en ese instante apareció una enorme mujer pidiéndole que se retirara que ese era su trabajo y su obligación por no poder hacer nada y por ser ciego, aquella mujer tan insensible era la encargada supuestamente de la limpieza de aquel lugar, en realidad era lo que le hacia hacer a los niños. En ese mismo momento Mariel comenzó a recorrer el lugar y vio en el estado en que crecían todos esos niños, de pronto sintió la mano calida de Benjamin sobre la suya y le pidió que la acompañe, bajaron muchas escaleras, se dirigían hacia el sótano, quedo totalmente sorprendida al entrar allí, el lugar estaba repleto de dibujos de todas formas, de muchísimos colores, y le contó que ese era su lugar, nadie sabia de su existencia, solo el, era su mas grande secreto, Mariel se emocionó al saber que confiaba en ella y en ese momento se dio cuenta de que tenia que hacer algo por Benjamin y por todos los niños del instituto. Al día siguiente pudo contactar a la inspectora, Mariel la acompaño al instituto y le mostró la realidad que nunca había visto, todo aquello que esos niños estaban padeciendo. Cerraron el lugar y mandaron a todos ellos a diferentes institutos de la región.
Después de unos meses Mariel comenzó a sentir aquella misma soledad que hacia mucho no sentía.
Tres meses después las puertas de aquella vieja casona volvieron abrirse, totalmente renovado, Mariel se convirtió en la directora del lugar y trajo de nuevo a su lugar a todos aquellos niños que anteriormente lo conformaban, y por supuesto también a Benjamin, quien a partir de ese momento dejo de esperar su suerte y desde ese momento formaba parte de la vida de Mariel.
Muchos niños fueron adoptados y muchos también ingresaban, pero todos entraban y salían felices, se criaba como verdaderos niños y aquella vieja habitación del sótano fue convertida en un pequeño museo para niños donde allí realizaban y mostraban sus trabajos. Y así Mariel encontró nuevamente un amor, un amor distinto pero al fin amor, aquel pequeño niño de voz dulce había cambiado su vida y le había dado nuevamente razones para existir.

Bitácora de cuentos: Vale Pipino

Su vida era totalmente placentera, tenia todo lo que alguna vez había soñado, hacia 3 años que se había recibido, constaba con un merecido titulo, era psicóloga, además de darle muchas satisfacciones, también durante su carrera encontró a su único y gran amor, Julián. Para Mariel el era lo mas importante, sentía que era lo único por lo cual estaba en esta vida. Estaba casada ya hacia 2 años.
Un día jueves por la noche, ella había terminado su jornada laboral y se comunica con su marido para informarle que no iba a poder llegar en dos horas porque tenía una importante reunión a la cual era necesaria asistir. A los 20 minutos Mariel se entera de que la reunión había sido cancelada, al enterarse para no hacer otra llamada fue a buscar su auto al garaje y salio hacia su casa.
Estaciona en frente del departamento en que vivían dándole las llaves al guardia para que guarde su vehiculo, entra al ascensor, se baja al llegar al piso numero 7, abre la puerta, el ambiente estaba en silencio, oscuro, como si nadie hubiera estado allí, dirigiéndose al baño comenzó a llamar a su marido, no obtenía ninguna respuesta, entonces se dirigió hacia la habitación, prendió la luz y su rostro comenzó a ponerse blanco, de sus ojos brotaban lagrimas y ya no podía mantenerse estable frente a esos dos cuerpos muertos.
Uno era su razón de vida, su amor, Julián y ella una joven muchacha. Sobre la mesa de luz una nota que le decía que ella también estaba enamorada de Julián igual o más q ella y que ya no podía soportar compartirlo y que así era la única manera de tenerlo siempre con ella. Un veneno en la comida fue la razón de sus muertes.
Mariel totalmente desesperada llama al servicio medico, llegan al hospital, pero ya nada había por hacer, Mariel nunca había pensaba que en su tranquila y adorable vida podía ocurrir algo así, el golpe fue tan grande que su vida comenzó a no tener sentido, sin duda fue el golpe mas grande que pudo sufrir, dejo su trabajo, la soledad y la tristeza se apoderaron de ella y de aquel lugar donde compartía su vida con Julián, donde solo había dejado recuerdos. Después de dos años de lo ocurrido, a pesar sentir el mismo dolor de aquel jueves, se dio cuenta de que tenia que continuar con su vida y salio a buscar trabajo, la situación no era fácil, ya que nadie la recibía porque decían que una psicóloga con tantos problemas no podía ayudar a nadie.
Un día de mucho sol, ya cansada de buscar empleo y de que nadie la acepte se sentó en un banco de la plaza a disfrutar un poco del día, de repente escucho un golpe, un niño se había tropezado con el banco, se levanto ayudarlo y lo sentó junto a ella, le pregunto como se llamaba y el tímidamente le respondió Benjamin y le contó que tenia 9 años, que sus padres lo habían abandonado y que vivía en un vieja casona que funcionaba como instituto para niños huérfanos como él, que muchos eran adoptados pero el nunca había tenido esa suerte, pero que todavía no perdía las esperanzas, Mariel también le contó su historia y quiso mostrarle una foto de Julián, pero aquel niño de voz tan dulce le dijo que no podía hacerlo, que sus ojitos desde muy pequeño habían tenido problemas y que no podía ver, Mariel paralizada al enterarse de que era ciego le pidió perdón y ofreció acompañarlo a su instituto, el niño contesto felizmente que si y comenzaron a caminar los dos juntos mientras ella le contaba de cómo era todo aquello que los rodeaba y no podía ver. Llegaron al instituto y la invito a pasar, ella ingreso y comenzó a caminar por aquella vieja casona, sus pasillos eran muy largos, tenia muchas puertas, lámparas colgantes y jarrones de muchísimas de muchísima antigüedad, no parecía un lugar para niños, de repente se asusto con la presencia instantánea de un hombre mayor, salio de una habitación, era canoso, de ojos muy profundos, con murada de búho, parecía que todo lo observaba, nada pasaba desapercibido para el, se presento diciéndole de que era el director linares y pregunto a que se debía su presencia en su acogedor instituto, Mariel le contó que se encontró con Benjamin y que solamente lo había acompañado, el hombre mayor hecho descortésmente al niño y dirigiéndose a Mariel le dijo que la próxima vez tenga cuidado con Benjamin, que no era un niño normal, que nadie podía ser normal siendo ciego, ella muy enojada dio media vuelta y se retiro del instituto.
Al día siguiente Mariel fue a la misma hora a aquella plaza y se seto en el mismo banco, mientras leía un libro sintió la dulce voz de Benjamin, muy contenta lo sentó junto a ella y leyó un par de cuentos. Y así todos los días se encontraban en el mismo lugar, a la misma hora, compartían caminatas, cuentos, ricos copos de azúcar, la pasaban muy bien juntos.
Un día como todos los otros, Mariel fue a la plaza como lo hacia habitualmente y el tiempo corría y Benjamin no aparecía entonces ella decidió ir al instituto, cuando llego se asomo a una de las tantas ventanas y lo encontró limpiando una gran sala con muchos objetos, cuadros antiguos, jarrones, todo de muchísimo valor, ella lo encontró y le pregunto que porque estaba haciendo eso, que ese no era su deber, y en ese instante apareció una enorme mujer pidiéndole que se retirara que ese era su trabajo y su obligación por no poder hacer nada y por ser ciego, aquella mujer tan insensible era la encargada supuestamente de la limpieza de aquel lugar, en realidad era lo que le hacia hacer a los niños. En ese mismo momento Mariel comenzó a recorrer el lugar y vio en el estado en que crecían todos esos niños, de pronto sintió la mano calida de Benjamin sobre la suya y le pidió que la acompañe, bajaron muchas escaleras, se dirigían hacia el sótano, quedo totalmente sorprendida al entrar allí, el lugar estaba repleto de dibujos de todas formas, de muchísimos colores, y le contó que ese era su lugar, nadie sabia de su existencia, solo el, era su mas grande secreto, Mariel se emocionó al saber que confiaba en ella y en ese momento se dio cuenta de que tenia que hacer algo por Benjamin y por todos los niños del instituto. Al día siguiente pudo contactar a la inspectora, Mariel la acompaño al instituto y le mostró la realidad que nunca había visto, todo aquello que esos niños estaban padeciendo. Cerraron el lugar y mandaron a todos ellos a diferentes institutos de la región.
Después de unos meses Mariel comenzó a sentir aquella misma soledad que hacia mucho no sentía.
Tres meses después las puertas de aquella vieja casona volvieron abrirse, totalmente renovado, Mariel se convirtió en la directora del lugar y trajo de nuevo a su lugar a todos aquellos niños que anteriormente lo conformaban, y por supuesto también a Benjamin, quien a partir de ese momento dejo de esperar su suerte y desde ese momento formaba parte de la vida de Mariel.
Muchos niños fueron adoptados y muchos también ingresaban, pero todos entraban y salían felices, se criaba como verdaderos niños y aquella vieja habitación del sótano fue convertida en un pequeño museo para niños donde allí realizaban y mostraban sus trabajos. Y así Mariel encontró nuevamente un amor, un amor distinto pero al fin amor, aquel pequeño niño de voz dulce había cambiado su vida y le había dado nuevamente razones para existir.

Bitácora de cuentos: Juliana Oliva

Ludmila Güemes

Un olor a asfalto mojado trepaba desde las ya agitadas veredas cordobesas, Ludmila despertó de un giro y miró hacia a la ventana abierta, desde cuyas cortinas flameantes se filtraba intruso el olor a lluvia, que la evocaba a las mañanas en su pueblo, a las canciones de su madre, al café diario. Se levantó enredándose entre sábanas y acolchados, finalmente de pie, buscó adormilada los lentes y mientras se desperezaba puso la pava. Que sosiego increíble invadía su alma al mirar por la ventana el mundo laborioso de las personas que madrugan, que se acuestan a las diez. Pero Ludmila nunca dormía antes de las cuatro, ni se despertaba antes de once. Creía que las mañanas eran demasiado bellas para hacer otra cosa que no fuese dormir o quedarse en pantuflas leyendo. El fresco aire matinal la despeinaba aun más. Ya está la pava. Café, delicia. Mientras bebía y contemplaba la ciudad ahí abajo, pensaba que ella también pertenecía a ese mundo laborioso y agitado. Mira el reloj y marca las doce, ¿iría a trabajar? Debía. Ya había faltado a la facultad. Mea culpa.
Cambia las pantuflas por las zapatillas, toma el saco, bolsito y sale. Doña Irma cantaba un tango y baldeaba la vereda innecesariamente. Buen día, Ludmila caminó seis cuadras, idiotez, pensó. Las llaves del museo habían quedado en la mesita de luz. Como de costumbre llegaba tarde, el señor Patricio, encargado cuya mirada le recordaba simpáticamente a las aves nocturnas, había cesado de malgastar sus energías en sermonearla. El de Córdoba debía ser el museo de ramos generales menos original del mundo, construido en una casona antiquísima remodelada. Pero era un trabajo tranquilo el de recepcionista. En los momentos libres podía leer, mirar el techo y chusmear los sótanos con deleite. Había libros de farmacia viejísimos que le gustaba hojear, sólo por lo amarillento de las páginas.
Ludmila se mecía en la silla con rueditas del escritorio, abstraída ella en la mancha de humedad en la pared a su derecha, recordaba los hechos de la noche anterior, y de la anterior a esa. Tertulias interminables, de vinos, ojos vidriosos y sonrisas. Dónde habrían terminado sus amigos anoche, pensaba. Ella se había vuelto a dormir. Samuel volvía en un día.
Faltaban unos pocos minutos para que acabase su turno en el museo. El golpeteo de una puerta, la hizo regresar. Sabía de quien se trataba, sésamo ábrete, gritó. Adela Del Solar: joven de veintialgunos años, budista de cabellera abundante, peculiar vestimenta y compañera de estudios; irrumpió cual torbellino en la recepción, hora de mates y criollos, le musitó.
Bajaban por una callejuela en paso tranquilo, llegaron a la placita predilecta. No había conversación aun, Ludmila temía la pregunta y Adela temía preguntar. Pero su naturaleza metiche fue más fuerte.
-¿Samuel llega mañana no? – preguntó al fin.
El nombre y la pregunta reservados estaban dichos. Y en el alma de Ludmila hubo un bache, un hundimiento del que tardaría en volver.
-Si – respondió.
Tras el mutismo de minutos inevitable a la corta respuesta, la mente de Adela se izó un instante, remontándose a su particular gusto por los hospitales públicos y sus respectivos hedores, propuso una ya clásica vuelta por el Rawson.
Con la cantidad exacta de cigarrillos en el bolsito, emprendieron la caminata. Adela percibió que el letargo de Samuel era corrosivo para su amiga y decidió no mencionar nuevamente la cuestión, llenando las cuadras de trivialidades cómicas para evadirla del dolor.
Ya en el hospital, los pasillos se hallaban poderosamente vacíos o llenos de muerte. Ludmila prestaba un especial interés a un cuadro que concordaba con la estética horrible del lugar, mientras Adela llenaba su bitácora de aromas. Eran las diecinueve y las enfermeras comenzaban la faena de servir la cena, a quienes todavía no deciden de qué lado quedarse. Ellas observaban taciturnas.
El día se extinguía y los verdores del cielo cordobés prometían una nueva lluvia, los pies de Ludmila extrañaban las apolilladas pantuflas y ella el café. Caminata de vuelta.
Ludmila en casa y con la latosa compañía de Adela, que se negaba a dejarla en soledad, fijó sus ojos en el reloj semi-torcido, que presagiaba la vuelta de Samuel, y de la ardua incertidumbre.
Adela fumaba desde el balcón, tenés que llevarle la carta, le dijo como adivinando sus pensamientos.
¿Le llevaría la carta?
El cielo se había aclarado contra todo pronóstico. Pero el frío de una primavera naciente invadía aun la madrugada del martes, y allí estaban ellas contemplando los astros y el plenilunio, que hacía días no se dejaban ver por la espesura de las nubes.

Bitácora de cuentos: Rocío Monesterolo

Historia de una asesina

Hablaba de noche, soñaba cada vez que sus ojos descubrían la nocturnidad, la siniestra nocturnidad. Era débil como todos, pero fuerte como ninguna, lloraba sin saberlo, reía de mal estar. Era la unidad desconocida entre la especie humana que vivía camuflada de mujer inocente sin, ni siquiera, ella saberlo. Era algo. Una amenaza desconectada. La reproducción del por venir. Era la guía de su misma profecía.
Despertó una mañana más, otro amanecer entre las gotas de sudor y otra pesadilla sin salida ni fin. Envuelta entre sus sabanas, con sus ojos azules resaltados por la agitación y el pensamiento en el país del nunca jamás, trataba de volver a su realidad cotidiana para comenzar la mañana yendo a su trabajo.
Ya en el trabajo trato de explicarle a su mejor amiga como la historia de sueño se construía cada noche.
_Empieza en un lugar muy deshabitado, no podría describirlo, luego un pasillo eterno se encuentra frente de mí, es inmenso, es decir, es interminable, y está lleno de puertas, puertas blancas con manijas negras…
Cada semana su historia se armaba como un rompecabezas de mil piezas, era una realidad que a medida que avanzaba se temía por ella…y de ella, porque sus ojos resaltaban de su rostro, se agitaba cada vez que empezaba a relatar la nueva escena y sus manos temblaban como su hubiese visto al mismo diablo. Su mejor amiga era su único a poyo, ya casi nadie quería escuchar su relato ni saber de su vida. Y ella necesitaba contar lo que vivía mientras su cuerpo y mente descansaban:
_...y yo estoy parada en ese pasillo y de repente las puertas comienzan abrirse solas, completamente solas, su picaporte gira lentamente y así se desplazan, pero…nadie sale y yo tengo miedo, sé que tengo miedo aunque por otro lado algo me dice que nadie y nada va a salir de adentro de esas misteriosas habitaciones. Luego comienzo a caminar a paso moderado y voy observando cada una de ellas para ver que hay dentro y simplemente están vacías, están iluminadas pero vacías y pequeñas. Y yo sigo y miro hasta que llego a una en la que hay una hombre sentado mirando el piso, la silla es indescriptible, pero él viste un pantalón gris opaco, parece sucio, no sé, y una camisa a cuadros roja y negra, o al menos eso aparenta, y de pronto levanta su cabeza en cámara lenta y me mira fijo. Su rostro me parece familar, tenia unos bigotes desprolijos, su nariz dentro de lo normal entre las que conozco y sus ojos…sus ojos eran llamativos no podía dejar de observarlos, eran verdes y su mirada era como la un búho. Y tan solo lo miro un segundo y continúo mi camino. Las siguientes habitaciones que componen el pasillo son idénticas, hasta que nuevamente me encuentro con una en la que está habitada por una mujer que está de espalda con un plumero en la mano, está sacudiendo la pared. De repente se da vuelta, y compruebo que se trata de una mujer que limpia ya que lleva puesto la vestimenta de tal. Simula ser sociable, aunque nunca sonríe, tiene puesto unos ruleros enormes y en su boca un labial rojo infartante. Nada más nos miramos hasta que retomo mi lugar y mi trayecto…
Y así continuaba su historia, aumentaba el riesgo de su cuento y la preocupación de sus compañeros de trabajo que contemplaban como había cambiado desde que sus pesadillas se convirtieron en la hoja de un escritor de novela de terror: ya no se arreglaba, dejo de vestir resplandeciente con faldas que dejaban al descubierto piernas deseantes ni usaba el extracto francés que le había obsequiado su ex novio. Su cuerpo también dejaba de que hablar, su peso había disminuido brutalmente, ya no parecía la sexy secretaria que luchaba para ascender, ahora era tan sólo una empleada que sufría de anorexia. Desde su llegada a la oficina sus conversaciones eran sus pesadillas, su nuevo fragmento:
_...y yo sigo caminando, y no me detengo porque el pasillo continua y las puertas también, hasta que finalmente llago a una sala, una sala con una mesa servida y en uno de los extremos alguien está comiendo, no sé si merendando, cenando o que, porque no hay ventanas y no distingo en que parte del día transcurre. Y yo avanzo a él hasta que llego cerca, aún si que me vea, me ofrece asiento y yo obedezco, me siento a su derecha, la mesa contiene diversos alimentos y vinos y él, de inmediato, sin levantar la cabeza, me pide que me sirva lo que desee, y yo lo hago, me sirvo un poco de sopa con dos rebanadas de pan, él, en cambio, se sirve una pechuga de pollo con dos hojas de lechuga. Ambos comemos, yo lo observo, no hablo y él comienza a contarme que odia a las mujeres, me dice que detesta que siempre estén donde no deben o que quieran hacerse dueñas de todo, etc. Se reconoce como un asesino, me confiesa que mató a su madre y que si naciera de nuevo lo volvería a hacer, que ella era la razón por la que él se había vuelto loco. Me dice que ella lo golpeaba y lo culpaba por haber arruinado su vida. Al momento levanta su cabeza y me mira fijamente, sus ojos son muy penetrantes y hasta comienzo a sentir que seré su próxima víctima, al instante sonríe y me cuenta como la mató, que primero la amarró a una silla desnuda y comenzó a quemar su cabello, que clavó sus pies al piso y cortó sus venas dejándola ahí hasta que se quemara y desangrara por completo. Luego expresa que nació sin sentimientos, que no es débil y que la sensibilidad con la que el humano se suele identificar estaba fuera de su alcance. Y mientras sigue contándome de él, la extraña mujer de la limpieza aparece por detrás y con un palo de amasar le da un fuerte golpe en la nuca y lo deja inconsciente sobre la mesa. Yo me levanto y comienzo a correr por el interminable pasillo hasta que encuentro una puerta que da al exterior. Detrás de mi la bruja de la limpieza me persigue y grita que no tengo escapatoria, entonces atravieso la puerta y me encuentro con que el afuera es oscuro, es una noche muy negra sin estrellas ni luna, al mismo tiempo descubro que el lugar donde me encontraba es una gran casona antigua, como de la época colonial, y que está dentro de un pequeño pueblo. Inmediatamente busco donde esconderme y descubro que en frente hay una especie de museo abandonado, entonces corro así él pero las puertas están cerradas, miro a mi alrededor y veo varias casas similares y un hospital, todos en el mismo estado de demacración con apariencia de haber sido dejados de ser habitados hace siglos. Compruebo las puertas de todos los edificios pero se encuentran selladas, entonces comienzo a gritar desesperadamente pidiendo ayuda, aunque nadie responde mis suplicas, al tiempo que dejo de emitir mis pedidos de auxilio me doy cuenta de que la loca ya no está, en realidad nada está, vuelvo a aparecer en el viejo pasillo pero está vez tengo un cuchillo en la mano, un cuchillo lleno de sangre al igual que mis manos y mi ropa. Empiezo otra vez a transitar el lugar, está vez las puertas están cerradas excepto una, me acerco lentamente a ella y con la mano izquierda la abro completa y descubro que dentro están el hombre con la extraña mirada de búho, la loca de la limpieza que trataba de asesinarme y el tipo de la comida totalmente descuartizados casi irreconocibles, pero yo me muestro despreocupada y comienzo a reír delante de los cuerpos sin vida, largo el cuchillo y prendo un cigarrillo, luego me retiro con una risa maléfica y cierro la puerta con llave. Pero lo más extraño es que al mismo tiempo exclamo con una voz de satisfacción mezclada con venganza: “soy una madre, una esposa y una patrona muy mala”. Luego tan solo despierto….
Su sueño se había completado, lo peor era que no dejaba de soñarlo. Ella volvía todos los días al trabajo demacrada sin retorno, su rostro invadido de ojeras y exclamaba que no podía dejar de soñar, que ya su vida dependía de ello, que la controlaba.
Un día apareció en el trabajo, estaba recién levantada de la cama, aún conservaba su pijama, su pelo estaba completamente mojado y no paraba de temblar. Todos quedaron boquiabiertas al verla y ella levanto la mano dejando al descubierto un cuchillo, luego comenzó a gritar y a correr detrás de todos con la intensión de matarlos, sus compañeros la detuvieron le quitaron el arma filosa y trataron de controlarla, al mismo tiempo que llamaban a la policía. No pudieron arrestarla pero si quedo encerrada en un manicomio. Aunque a los seis meses escapó y aún no han podido encontrarla. ¿Qué gran historia no? Nadie sospecharía que una simple y sexy secretaria podría convertirse en una asesina. Porque hubo víctimas, al tiempo de haberla encerrado se descubría que ella era la culpable de múltiples asesinatos en la ciudad.
_Ya lo creo señorita. ¿Cuál dijo que es su profesión?
_Administración de empresas señor, me considero, y Ud. Podrá comprobarlo en mis calificaciones, una excelente secretaria…

Bitácora de cuentos: Victoria Nievas

La treinta y tres

En la vieja casona de la avenida Libertad, descansan tranquilamente cientos de historias tan inverosímiles como misteriosas, pero sólo una a sobrevive al óxido vertiginoso de las memorias más antiguas, y sospecho que es precisamente, por su alto contenido misterioso, pero sobretodo inverosímil.
Mamá era una púber aún, cuando la Casona Libertad funcionaba como hospital. La abuela Porota trabajaba en área de limpieza, lo hizo durante años. Pero aquel año del viejo de ojos profundos, fue terrorífico. Eran tiempos difíciles en el país, y la suerte no beneficiaba a los gritones. Y aquel viejo gritaba mucho. Tan fuerte, que sus chillidos traspasaban todas las puertas de las que está compuesta la casona. Se llamaba José Montenegro, pero le decían el Pocho, había trabajado años en el Museo del barrio. Según mamá era un genio intelectual, según la abuela, era un viejo loco. La realidad era que era, y no debía ser.

Mamá sufre, ya desde entonces, una intensa simpatía por los intelectuales, y aquel Pocho, era uno sin duda. La educó a escondidas de la abuela en materia de política, historia, geografía, herboristería, literatura y otras delicias. De tanto en tanto, le daba unos papelitos escritos para que dejara “de canuto” en las pulperías. Se los traían unos barbudos sucios, que además, le convidaban de una pipa que olía raro. Era extraño, porque éstos se presentaban sólo los nueve y los catorce de cada mes, y siempre de noche. Mamá y la abuela dormían ahí porque era más seguro. Y es por la curiosidad de mamá que hoy sé todo esto. Se arrastraba como prófuga por los pasillos, y se introducía con tal sigilosidad a la sala treinta y tres, que siempre lo despertaba de un susto al viejo huésped. La razón de su estadía no era de grandes causas, al parecer, se había contagiado una rabia muy peligrosa, una de esas que llevan a la muerte en determinados tiempos. Un bien de pandemia intelectual. Además tenía gripe. Y gritos.
La noche de los fantasmas, mamá estaba como siempre a los pies del Pocho, escuchando sus historias de muchachos asmáticos que se peleaban en los montes, de adolescentes de pelos largos que educaban en las periferias, de hierbas medicinales, de tierras que eran nuestras. Cuando una explosión retumbó en lo ancho del pasillo de la casona, dio un salto y quedo de trastes en el suelo, el Pocho la agarró rápido y la metió debajo de las sábanas. Pero mamá era curiosa, y además, lo quería mucho.
Cuando los gritos llegaron a la treinta y tres, recién se escondía el viejo en el armario, y mamá se desperezaba un sueño en su lugar, sus ojos chiquititos y puntillosos conmovieron a las bestias, y siguieron de largo, alegando disculpas. Pero no tardaron en retroceder el paso, y revisar el armario, uno de los verdugos le apretaba la boca a mamá, y el otro reventaba bastonazos en la espalda del Pocho. La abuela por su parte llegaba corriendo a la sangrienta escena, a los gritos y en camisón la frenó una bayoneta que le costó la pierna izquierda. Mamá lloraba, la abuela también. Pocho por su parte daba gritos más fuertes que nunca, como si un demonio se hubiera apoderado de él, como si la sangre le hirviera, como un condenado grita su última plegaria. Como un maestro da su última ponencia.

La abuela fue arrastrada al cuarto de limpieza, tras infatigables intentos de hacerle decir no se qué, la dejaron tirada ahí. En tanto mamá se soltó de la bestia, se escondió, como le había enseñado Pocho, en el hueco del calefactor del pasillo. Tras la rejilla del mismo, que había aprendido a poner desde adentro gracias al Viejo búho, lo vio todo. Vio cuando a la abuela la arrastraron de los pelos al Falcon verde, vio a las hermanas Celaya llorar tras los dos disparos en el pecho del padre, vio a la embarazada de la veinte marchar en bombachas agarrando su panzota camino a la puerta, vio muchos borsegos pasar con bebes ajenos. Vio luchas de uñas y pelos, vio bayonetas y metralletas. Vio sangre y vio desasosiego. Pero no vio a Pocho, no lo vio más, después de que este gritara “Escóndete mi muchacha ojos de papel, escóndete para que puedas contar ésta historia, nosotros vivimos en tu memoria, no te olvides, nadie puede robarte lo que vives”.
Después que la puerta se cerró detrás del último uniforme, mamá durmió entumecida en el calefactor hasta el mediodía. La despertó la abuela, quién había recuperado todos los pijamas, con sus respectivos cuerpos. Estaba coja, su herida era profunda, y aún no la había curado. La abrazó profundamente, como quien recupera a su madre, ésta le dio un cachetazo y cien besos, como quien recupera a su hija. Miró a lo lejos, pero Pocho no estaba, corrió a la treinta y tres, pero dormía un niño.
Mamá desde esa noche, hasta llegados los veintes, mojo lo cama. Y aún hoy, llora a veces mientras duerme. La casona fue clausurada, y la abuela voló con mamá a Madrid, allí nací yo, hijo insensible de un amor de guerra, de una joven pretenciosa, y un viejo no tan viejo, que me regaló una historia.

Quizás estas historias no son inverosímiles, quizás el misterio reside en el paradero del Pocho. Quizás no era tan viejo. Y mamá no era tan joven. Quizás se me escapó algo. Quizás extraño a mi padre...

Bitácora de cuentos: Natalia Mana

El museo

En la casona de la calle 9 de julio, ya se comenzaban a ver los primeros preparativos para la inauguración del museo, en honor a:”Los mas cobardes de cierta guerra”, si así es, dedicado a todos aquellos excombatientes de una guerra que el pueblo no recuerda con exactitud, pero aseguran que alguna ves sucedió.
Don Nicolás García más conocido como “el viejo búho”, por culpa de su tan despectiva y repugnante mirada para con cualquier habitante del poblado; él en esa gran ocasión seria reconocido con la plaqueta que llevara grabado” COBARDE DESTACADO ENTRE TODO EL PELOTON Nº 5”, gran reconocimiento para alguien que dedico su vida a discutir y buscar pleito con todos y cada uno de sus vecinos, al punto de no dejarlos pasar por su vereda alegando que solo era de él y nadie mas debía utilizarla, así era Nicolás un hombre ermitaño por completo solo con el mismo, su esposa doña Regina de García victima de una grave enfermedad hace ya 17 años que lo dejo viudo, y se cree que fue ella solamente la que pudo soportar el mal carácter de su marido. Ni su hijo Adolfo García toleró a su papá demasiados años, este hombre despiadado fue capaz de acusar a un pobre niño de robarle dinero a diario, siempre lo trato como a un ladrón. Esto y la muerte de su madre fueron grandes golpes para él. Al cumplir la mayoría de edad, y arto de tantos reproches, acusaciones y mal trato, abandono la casa, con una velocidad extraordinaria, y sin ningún deseo de volver.
El lugar que se destino para la realización de este museo tan peculiar, es la vieja casona, con su pasillo tan extenso que desde la entrada no se pude divisar con claridad donde termina, de tapizados verde muy oscuro, y con una inmensa cantidad de cuartos; cada habitación es correctamente limpiada y acomodada por la señora encargada del mantenimiento del antiguo lugar, ella se dedica a esto desde hace varias décadas, argumentando que sus antepasados fueron los dueños por completo de semejante mansión.
El viejo Nicolás tan orgulloso de su anhelado reconocimiento, no dudo en comunicárselo a su hijo Adolfo a través de una carta que envío al hospital en donde el muchacho trabaja como medico; algunas de las palabras que sobresalen en esa carta son:”deseo verte hijo”,”este puede ser un gran momento para hacer las pases”,”y que una ves en tu vida puedas estar orgulloso de tu padre”,”a pesar de tu abandono, te sigo queriendo aun mas, y creo que me he dado cuenta que este mal carácter no ha causado mas que dolor en mi vida”.
Adolfo, con la carta en mano, pensó que seria una gran oportunidad para que su padre le pidiera disculpa por todos los pesares que le hizo sufrir cuando niño, y poder creer en él aunque sea solo una vez y dejar atrás cualquier rencor.
Ya todo estaba listo, un gran escenario, micrófonos por aquí y allá, para que ningún habitante de la zona quedara fuera del tan deseado museo para “excombatientes de cierta guerra”; pero vale destacar que en esta entrega no serán reconocidos los que lucharon por el pueblo y la nación, que defendieron a sus compañeros, y que expusieron sus vidas a los desagrados que una guerra conlleva en sí. Nada más distinto a esto es lo que hoy se va celebrar en el novedoso museo del pueblo, y ahí asistirá Adolfo García esperando que reconozcan a su padre como un gran héroe de una guerra que él tampoco recuerda, pero, quizás sea el único y ultimo motivo por el cual pueda acercarse después de tantos años.
Luego de una breve pero intensa espera, se hizo presente con todo su traje de militar medio percudido y gastado por el paso de los años don Nicolás García ansiando, mas que nada, una demostración de afecto de Adolfo quizás poco merecida, pero es que aun late esa esperanza, en un corazón corroído por la intolerancia.
El locutor aborda el discurso anunciando que el pueblo debe estar orgulloso de lo que se está llevando a cabo, todos aquellos que tendrán un lugar es ese museo se han hecho presente ya. El anciano que va ser premiado en momentos más no le quita su mirada de búho a la puerta principal de la vieja casona, apeteciendo ver atravesar el umbral a ese hijo que crió bajo tanto daño y que tanto hecha de menos. Justo en ese instante se escucha el nombre de don Nicolás García en el escenario, solicitando se haga presente, para que se le de en mano el gran pedazo de metal con unas letras impresas, que parece algo insignificante, pero cómo puede cambiar la vida de una persona ese pedazo de chatarra, cómo un título de algo puede hacer que se cambien tantos años de malos tratos, cobardía, hipocresía y hasta repugnancia, preguntas que no tienen respuesta, y que solo pueden ser vistas en este pueblo donde se premian a los gallinas. Ahora desde el escenario se escucha la voz ronca de un viejo que da gracias a todos por haber asistido y sobre todo le agradece a su hijo Adolfo, que puede ver que se encuentra entre el público, baja del escenario y corre en busca de ese abrazo tan esperado, se encuentra con el joven, lo mira a los ojos y no puede decir nada, entonces el muchacho un poco melancólico y arrepentido le dice:”lo perdono don Nicolás, siempre supe que es todo un cobarde”.

Bitácora de cuentos: Lucrecia Bono

Una locura en medio de la lógica

Simón era de esos niños muy introvertidos. Tan introvertido que nadie sabía de él, más que su nombre; y lo supieron gracias a que ese día cuando lo dejaron en la puerta del convento, en la manta que lo envolvía, había un papel que en unas letras muy desfiguradas que revelaban el poco estudio de quien escribía, allí se dibujaba el nombre del pequeño.
Durante sus primeros años de vida, pasó inadvertido junto a las demás personas que allí se alojaban. Pero al comenzar su educación, sus celadores notaron que tenía grandes aptitudes para la lógica y la matemática; y todo esto concordaba con la frialdad que lo caracterizaba desde niño. Esa insensibilidad que todos suponían que era porque había sufrido el abandono por parte de sus familiares y que no dejaba que se abriera con las demás personas. Decidieron, entonces, buscar una familia con buena posición social y económica para que pudiera brindarle una educación más elevada de la que podían ofrecerle en el orfanato de aquel convento.
Con el paso de algún tiempo, encuentran a una familia que decide hacerse cargo de Simón. Ellos eran los Honorato, una casta de italianos bien tradicionalistas, conformada por los padres Julia y Roberto, su hija Paulina, y el abuelo Luis quien vivía con ellos, pero apartado de la realidad; decía todo tipo de cosas que nadie comprendía, pero que al final, siempre terminaban cumpliéndose. Estaba siempre encerrado porque nadie quería escucharlo ni hacerse cargo de él o de sus dichos; ahí, en el último cuarto del segundo piso de la casona con muchas puertas, al final del largo pasillo, en ese lugar se encontraba el viejo “con mirada de búho”, como todos lo llamaban. Explicaban que lo hacían porque el abuelo nunca dormía… se encontraba siempre expectante, vigilando todo, escuchando todo…
Pasaron varios meses, y como era de esperarse, Simón no se abría con la familia; Ni siquiera con doña Coca, la señora que limpiaba la casona de los Honorato y que además tenía mucha experiencia con los niños y jóvenes debido a que también limpiaba “el museo del Libertador”. Con los años, el muchacho fue perfeccionando sus conocimientos y todos supieron lo capaz que era para llevar adelante tanto empresas como emprendimientos. Pero también en ese paso de los años, Paulina se fue enamorando de él y sufría en silencio porque la persona que ella amaba, jamás le había dedicado una palabra, una sonrisa o siquiera una mirada cómplice. Todo tipo de señales le enviaba para que se diera cuenta que moría por un suspiro suyo; pero al joven parecía que nada le interesaba… nada más que la afición que tenía por los astros que en el cielo se encontraban. Sin embargo, esto se transformó en algo más que un simple pasatiempo… Descubrió una estrella tan brillante que en cada atardecer era la primera que llamaba su atención. Tan grande era su deslumbramiento por ella, que pasaba horas y horas hasta la madrugada, observándola, admirándola, deseándola. De día, era ese muchacho frío que todos conocían, pero de noche era un amante desenfrenado de algo más grande que él mismo; algo que no podía explicar cómo, pero que sentía que en su pecho no podía contener tanta locura, tanta pasión…
Con el pasar del tiempo, Simón no dejó de sentir esa obsesión por el astro que no lo dejaba dormir, ni siquiera dejaba que piense en otra cosa, situación o persona… pero comprendió que los años pasaban y él estaba solo; no contaba con nadie y no tenía quien confiara en él. Al mismo tiempo la sociedad y también la familia Honorato, presionaban para que contrajera matrimonio y formara una familia. Fue entonces, con la cabeza baja y el corazón apesadumbrado, que decidió comenzar a fijarse en las personas que a su alrededor se encontraban, pero juró que nunca nadie iba a ocupar el lugar que en su corazón tenía guardado el recuerdo de esa brillante estrella.
Y mientras, el amor de Paulina seguía intacto hacia aquel huérfano que había llegado a su hogar hacía ya veinte años. Los padres Honorato pensaban que no podía existir un mejor partido para su hija; aunque introvertido, contaba con mucha capacidad para llevar adelante una empresa y por lo tanto, una familia. Al abuelo “ojos de búho”, el muchacho no le caía nada bien, y mucho menos para contraer matrimonio con su única nieta, la única hija de esa familia. Siempre que lo cruzaba, le expresaba todas las barbaridades que se le cruzaban por la cabeza. Pero alegaba que iba a hacer infeliz a Paulina y a sus hijos; que no los merecía y que su destino era seguir por la vida solo, como siempre lo hizo.
A pesar de todo esto, siguieron adelante. Sin conocerse ni haber hablado alguna vez, los dos jóvenes formalizaron su compromiso con la meta de casarse ese mismo año, ya que el tiempo había pasado para ambos, y los años se hacían notar.
Luego de la ceremonia de matrimonio, los recién casados se fueron a vivir a la nueva casa que se ubicaba frente al hospital San Martín, y que la familia Honorato les obsequió como regalo de bodas. Pero nada cambió después de eso. Simón siguió encerrado en su mundo; de día, un excelente profesional dedicado a su trabajo y a mantener a su familia. De noche, un amante apasionado que dedicaba incansablemente sus horas a observar desde el balcón a su amada, la que parecía responderle cada vez con más brillo. Mientras tanto, Paulina lloraba en silencio el rechazo de su esposo, aunque se creía afortunada por tener a su lado a una persona como él y se sentía obligada a regalarle un hijo con el que quizás su marido pudiera cambiar y abrirse a ella. Tanto fue así, que a los pocos meses nació Tomás, un niño que recibía todo el amor por parte de su madre, y mucha indiferencia por parte de su padre, que no conocía otra cosa más que eso: desamor y abandono hacia un hijo.
El pequeño creció siendo el centro de atención de su madre y de sus abuelos pero ansiaba, a pesar de su edad, ese momento con su padre en que charlaran de las cuestiones que a los dos les interesaban, de las cosas de la vida, de la familia… pero todo fue en vano. Simón estaba enceguecido por el resplandor de esa estrella, su amante que por las noches lo llamaba a observarla desde su ventana y lo reclamaba solamente para ella. Tenía un no se qué, que lo atraía tanto... Una noche, se subió en la baranda del balcón de su habitación y estirando sus brazos, trató de alcanzarla, entrando en un trance tan profundo, que se olvidó de sí mismo. Su meta era obtenerla, e iba a lograrlo; estaba dispuesto a hacerlo. Y allí mismo se arrojó tratando de alcanzarla, pensando que su amor lo elevaría hasta ella. Pero en ese mismo instante en que caía al vacío y se daba cuenta de que su amor no era correspondido, su pequeño lo vio, brindándole todo su amor a esa desconocida que nunca había hecho nada por él. Decidió arrojarse tras su padre para poder sostenerlo y lograr que entrara en razón. Pero ninguno de los dos estaba en sus cabales. Uno tras otro cayeron en la inmensidad del tiempo y del espacio; y cuando se encontraron frente a frente, Simón sintió una necesidad imperiosa de abrazar a su niño, el que tantas veces vio reír, vio balbucear y estirar los brazos para recibir de su padre tan sólo una caricia… fue entonces cuando ambos unieron sus cuerpos en un abrazo interminable que no necesitó de ninguna clase de palabra para explicar lo que sentían.
Hubiera sido hermoso que esta historia continuara durante los años venideros en que Tomás se convertiría en un hombrecito y donde Simón lo guiara por el buen camino para convertirse en un hombre de bien. Pero tarde comprendió que debía brindarle a su familia todo lo que a él le había sido negado… y su amor por una amante tirana, le arrebató los años de felicidad que debía regalarse a sí mismo y compartirlos con esas personas que incondicionalmente estuvieron siempre a su lado.

Bitácora de cuentos: Carolina Sosa

Todo sucedió una noche

Corría el año 1974, comenzaba a caer la tarde, ellos sabían que les esperaba una larga noche.
Estudiaban medicina en la Universidad Nacional de Córdoba y desde hacía ya dos años estaban de novios. Los unían varias cosas además del amor que sentía uno por el otro, ambos formaban parte de un movimiento estudiantil que estaba nucleado con la Universidad y el Centro de estudiantes de la misma.
Para la noche del 19 de Octubre el grupo había organizado una gran movilización, Camila y Esteban estarían allí.
Durante el día se habían reunido con sus compañeros para hacer los afiches y pancartas. Esteban no quería que Camila fuera a la marcha, sabía que podía ser peligroso y tenía miedo que algo le sucediera. Ella por su parte estaba más entusiasmada que él y quería que llegaran rápido las nueve de la noche para salir por las calles con sus amigos.
Ya era la hora, Esteban la abrazó y besó fuertemente, casi como una despedida, le pidió que no se alejara de él, que se mantuviera cerca, y juntos de la mano, con un gran cartel cada uno, comenzaron a cantar y a caminar con sus compañeros.
Se había reunido muchísima gente, la marcha venia caminando pacíficamente por las calles del centro de la ciudad, cuando de repente se escucharon disparos y varios de sus amigos comenzaron a correr.
Camila sin siquiera pensarlo tiró el cartel a la calle, se soltó de la mano de Esteban y salió corriendo para ayudar a sus compañeros que estaban siendo golpeados y llevados por la policía.
Esteban aturdido, gritaba y corría detrás de ella, el tumulto y el disturbio era tal que no lograba encontrarla, entre medio de la policía y los manifestantes la vió, tirada en el asfalto muy golpeada y con la cara llena de sangre.
Desesperado corrió rápido hacia ella, la levantó lo más suave que puedo para que no sintiera el dolor y ya en sus brazos la alejó del centro del conflicto. En ese instante un taxi cruzaba por la Avenida, le hizo señas y el auto se detuvo, abrió la puerta y la acostó en el asiento trasero, rápidamente él se subió en el asiento del acompañante sin quitarle los ojos de encima a Camila; el taxista lo miró apenado y sin que él dijera nada comenzó a circular con el auto, sabiendo que también corría peligro de terminar preso por acompañar e intentar salvar a dos revolucionarios.
En ese momento Esteban se dió cuenta que el taxista había empezado a manejar hacia algún lugar sin que él le diera alguna dirección. Un poco asustado pero al mismo tiempo apurado por llegar a donde pudieran curar a Camila, le preguntó a dónde los estaba llevando, el taxista le pidió que no se preocupara, que se quedara tranquilo porque los iba a llevar a un Hospital alejado de la ciudad donde trabajaba un amigo suyo y sería más seguro para que no los encontraran.
Pasaron unos segundos y llegaron a un viejo hospital, a su encuentro salió un señor alto y con una mirada penetrante, parecida a la de un búho. Esteban bajó lo más rápido que pudo a Camila y siguiendo al doctor la llevó a una de las habitaciones.
El médico lo tranquilizó y le dijo que se fuera a descansar, mientras él revisaba y curaba a Camila. Esteban agradeció al taxista por ese enorme gesto que había tenido con ellos, mientras aprovechó para tomar un poco de aire en ese precioso lugar desolado. En frente del hospital vió un Museo de ramos generales, una posta policial, una despensa y varias casitas con el mejor estilo colonial. En una esquina vió una gran casona antigua, parecía deshabitada, pero se notaba que de vez en cuando aparecían sus ocupantes. Un poco cansado pensó que podría entrar y acostarse en alguna de las camas, sabía que no estaba bien pero el cansancio y el agotamiento era más fuerte.
Entró por el patio trasero y ni siquiera fue necesario forzar la puerta, la casa estaba muy iluminada por la luz de la luna que entraba por las ventanas, eran tantas que la luz se hacía tan imponente que podía ver tranquilamente todo a su alrededor.
Comenzó a caminar por la casa buscando alguna habitación; en lo que parecía ser la sala de estar había algunos muebles cubiertos con sábanas, en las paredes cuadros con paisajes y algunos retratos de los que quizás podrían ser los dueños de la casona. Subió las escaleras y se encontró con un gran pasillo, largo e interminable, pudo ver que había demasiadas puertas y comenzó a inspeccionar una por una. Encontró una gran biblioteca, baños, algo parecido a un estudio donde había un atril y algunas pinturas ya terminadas, hasta que recién al abrir la quinta puerta encontró una habitación. En ella había una gran cama, le pareció raro encontrarla armada con sábanas y un suave y delicado cubre cama rojo. La habitación olía a polvo pero eso no le importó, se tiró en la cama y con la luz de la luna iluminando su rostro fue durmiéndose de a poco, pensando en Camila que seguramente también estaría durmiendo tranquila en el hospital.
Una hermosa sensación de calor fue despertándolo de a poco, el sol lo iluminaba y le entibiaba la piel, se levantó, se acomodó un poco el cabello y salió hacia el hospital. Camila estaba sentada en su cama, al verla la abrazó y la besó fuertemente, esta vez, como si fuera un gran reencuentro. Por fin se sintió tranquilo y pudo disfrutar en paz del silencio que le propiciaba el hospital, los ojos se le llenaron de lágrimas y mirando tiernamente a Camila se acostó en su regazo, sintió que por fin su mal día ya había terminado.

Bitácora de cuentos: Daiana Fulgenzi

Miradas que matan

La madera estaba fría. Las cadenas, congeladas. El viento soplaba y soplaba humedeciendo sin querer mi cara. Yo volando a cielos de imaginación, sin saber que luego de un rato mi garganta despertaría agudamente un resfrío.Yo seguía hamacándome.
Era delicioso ver ese cielo lleno de nubes que, a pesar de todo, no largaba una mísera gota de lluvia...¡con tanto que hacía falta! Sin embargo, esa tarde me sorprendí. Un chaparrón inmenso cayó sobre la ciudad, dejando huellas irreversibles en las casas, locales, plazas, calles, parques...Todo había sufrido un gran cambio...millones de cristales endurecidos, de agua congelada, habían caído del cielo a la tierra, se habían hecho protagonistas de la escena más detestable de los últimos tiempos. Yo, dentro de casa, admirando un paisaje no repetible.
La señora de al lado, brutalmente tiraba de un lado hacia otro harapos y trapos viejos para poder escurrir un poco de agua de su bello y delicado piso color verde musgo, que tanto cuidaba. El señor de enfrente gritaba y suplicaba a Dios piedad por lo que había hecho, derramando lágrimas por sobre sus mejillas y culpándose de no haber sido responsable de su familia (que en esos momentos estaban evacuados a causa del temporal).
Pero las señoras de la esquina, con unos setenta y pico de años, reían a carcajadas, los vecinos las ignoraban, pero era imposible no prestarles atención. Ellas tenían una casa admirable, con un piso de base de cincuenta y cinco cm, altura a la cual el agua no llegaba a entrar, y unos ventanales duros como el metal, de inmensos y extraordinarios dibujos, los cuales daban un aspecto tétrico. El techo estaba hecho con varias capas superpuestas de vidrios cristalizados, rodeados por un medio círculo de madera gruesa, razón suficiente para que el granizo no tocara su casa.
Mi casa, en tanto, había sufrido algunos cambios. Los pisos se habían desmoldado del terreno y las ventanas estaban un poco flojas; la puerta de enfrente se había hinchado por la humedad y era difícil abrirla…Mientras tanto, usábamos las ventanas como escape de la casa. Pero lo importante era que estábamos todos a salvo de esa tragedia. Nadie había padecido algún malestar importante.
Pasaron algunos días. Las casas de mal estado fueron refaccionadas con la ayuda del municipio. A las personas se le habían otorgado bonos de canje para retirar canastas comestibles, que eran traídas de otros lugares ya que en la cuidad los negocios habían sido desvastados por el peligroso temporal pasado. Los colegios estaban cerrados, no tenían el material suficiente para dictar clases. Las bibliotecas habían sido derrumbadas por el fuerte viento, y los libros destrozados por las piedras. El teatro, el único lugar donde los jóvenes podían pasar el tiempo en el pueblo, se había convertido en un lugar de evacuación, parecido a un hospital. Nada se podía hacer... sólo esperar que el tiempo pasara y ver si los problemas se solucionaban.
 Unos días después de la tragedia sucedida, y de la gran evacuación de la mayoría del pueblo, mi familia y yo nos trasladamos a un cercano lugar, a veinte kilómetros del pueblo, para poder reconstruir nuestra casa. Porque aunque el municipio nos había ayudado, no había forma de que quedara parada y en buen estado. Decidimos empezar una nueva vida.
Tal así sucedió, que conocimos a nuevos vecinos. Por la vereda del frente, habitaba un señor con mirada de búho y sonrisa espesa. Su cabello era pálido, también escaso, pero se mostraba delicado cuando el viento comenzaba a soplar…era desorbitante. Vivía en una casona antigua, con enredaderas estropeadas por el frente, y por los costados rosales extravagantes, de casi todos los colores. Yo pensé por un momento que esas plantas eran su tesoro. Las regaba todos los días, les hablaba y hasta les cantaba. Algo muy loco. Además, la casona era enorme. Calculo que demasiado grande para que habitase una sola persona. Tenia muchas puertas. Por supuesto, yo nunca había entrado, pero desde mi ventanal podía observar todo con lujo de detalles. Era una persona que merecía ser investigada. Algo no me cerraba. La decoración era fabulosa, al estilo barroco. Un pasillo largo, bien largo, permitía que se paseara por las noches leyendo... leyendo qué? Si en toda la casa nunca observé o me di cuenta que podía existir una biblioteca.

Eran ya las siete de la tarde, cuando alguien golpea mi puerta. ¡Sorpresa! era Don Santiago invitándonos a tomar el té. Algo que me sorprendió bastante desde mi postura. La postura con que yo lo mirada. Mis padres con todo el trabajo de la mudanza decidieron no aceptar, y dejarlo para otro día. Yo, sin embargo, dije que si.
Entré a su casa por primera vez. Retratos de un joven, por toda la casa, con ojos parecidos a los de Don Santiago. Yo no tuve agallas para preguntar quién era, pero impresionada seguí mirando uno por uno todos los cuadros, no perdí detalles de cada uno de ellos. Pensaba que podía ser él en su juventud. Llegamos a su comedor. Nos sentamos a tomar el té. Él era muy tímido, una persona muy poco demostrativa. Una persona cuyos ojos reflejaban tristeza; había algo que comenzó a conmoverme. De pronto no pensaba más en su miraba de búho, y ya no era obsesionante ver su cabello espantoso…había otra cosa que mostraba su persona.
Minutos atrás, yo tenía una obsesión por investigar a todas las personas que iba conociendo... hasta hacía un momento lo único que me importaba era esa persona. Necesitaba ayudarla, sabía que algo no andaba bien en ella.
Don Santiago comenzó una conversación. Su tartamudeo era evidente. Con vergüenza me contó que había tenido un ataque años atrás y que había sufrido lesiones en sus cuerdas vocales, provocadas por un niño el cual había querido mucho. Convencida de que iba a seguir contándome su historia quedé callada esperando con entusiasmo sus próximas palabras, pero no fue tal como había calculado.
El muy astuto había cambiado de tema, y empezó a hablarme sobre sus magníficos rosales, que con tanto amor cuidaba. Ya aburrida, decidí preguntar quién era ese joven tan apuesto que posaba en los retratos de toda la casa. Él quedó callado, balbuceando con sus labios algo que no entendía... pensé que estaba nervioso. Para tranquilizarlo fui a buscar un poco de agua que saqué de su heladera. Pero su agua estaba sucia, no era clara, entonces corrí por su pasillo largo en busca de algún baño donde pudiese sacar agua. Entré a cada habitación, y de todas me sorprendí. De mi cabeza había desaparecido la amabilidad de llevar agua hacia donde él estaba. La última habitación era la mas intrigante. En su puerta un letrero que decía: Descansando. Muy curiosa abro esa puerta, y desesperada pienso en desatar al joven que estaba retorcido sobre la cama. El olor de la habitación se parecía al azufre, era insoportable; el aire era espeso y caliente. Era similar a una caverna, profunda y bajo tierra. Una habitación completamente rara. Sin dudarlo, examiné con atención el suelo antes de posar mis pies y me esparcí con cuidado hacia donde el muy apuesto joven del retrato se encontraba. Cuidadosamente lo voy desatando, el aire era cada vez más denso y las ganas de salir de inmediato se hacían insoportables. Trato de reanimarlo y le pregunto qué hacia allí, el joven sólo podía mover su cabeza y reflejar sus ojos hacia cualquier dirección aun sin saber para dónde mirar. Fue ahí cuando mi razón entró en la realidad, él estaba ciego, una insensibilidad que no era natural..sus ojos habían sido extraídos de su carne y lo que me decía era sencillamente que a la venganza no se la podía dejar pasar por alto. Pero el enemigo estaba cerca y había que salir de allí. De inmediato la puerta se cierra, el hedor de la maldad impregnaba aquella habitación hacía que mis ojos me picaran y se llenaran de lágrimas. En cambio, él estaba alejado de mi, como si le temiera a todas las personas o a las únicas que sintió en su vida.
Más tarde, después de forcejeos para intentar abrir la puerta, visualizo en el suelo un escape y con ansias comencé a sacar todo de encima del hoyo. Escapamos rápidamente por ese túnel extraño, lleno de espinas de rosas, pétalos y restos de rosales... seguí pensando que todo era raro, muy raro. Cuando logro salir, ya con el joven a cuestas, corrimos hasta casa y lo llevamos al hospital.
Meses después, logró entrar a trabajar en un museo, se reencontró con personas que lo habían querido mucho, se abrió al amor. Don Santiago ya estaba en la prisión.