TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA

Este blogfolio nació en 2008 para convocar la palabra escrita de las y los alumnos del TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA de primer año del Profesorado en Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Villa María, provincia de Córdoba, Argentina.

Trabajamos intensamente en clases presenciales articuladas con un aula virtual que denominamos, siguiendo a Galeano, Mar de fueguitos.

Allí nos encontramos a lo largo del año para compartir los procesos de lectura y de escritura de ficción. Como en toda cocina, hay rumores, aromas, sabores, texturas diferentes, gente que va y viene, prueba, decanta, da a probar a otro, pregunta, sazona, adoba, se deleita. Al final, se sirve la mesa.

Como cada año, publicamos los cuentos que cada estudiante escribió como actividad de cierre del taller para compartir con quien quiera leernos y darnos su parecer. Hemos trabajado explorando el género narrativo, buceando en las múltiples dimensiones de la palabra. Para ello, la literatura será siempre ese espacio abierto que invita a ser transitado.

Hemos ido incorporando, además y entre otras muchas experiencias de escritura creativa, el concepto de intervención performativa sobre textos y de patchwriting.

El equipo de cátedra está conformado por Jesica Mariotta, Natalia Mana y Mauro Guzmán, quienes le ponen intensidad amorosa al trabajo del día a día, construyendo un hermoso vínculo con las y los estudiantes.

Beatriz Vottero - coordinadora


Gabriela Llamazares

Amigas 

Ema era única hija de un matrimonio joven, de clase media, típica Argentina de los años noventa; iba a un colegio privado, tenía vacaciones y escapadas de fin de semana muy a menudo. Además, como hija única, todo giraba a su alrededor. Todavía no tenía primos, así que era la mimada indiscutida de ambos lados de la familia. Con una imaginación suspicaz, le gustaba dibujar, pintar, mirar dibujitos animados mientras su abuela le ponía en la mesa deliciosas meriendas. Había ocasiones en que merodeaba las bibliotecas familiares, con sus apenas seis años, buscando ilustraciones que le dieran indicios sobre lo que trataban los libros, ya que recién estaba empezando primer grado y todavía no sabía leer.

Hubo unas vacaciones en que sus tíos pidieron permiso para llevar a Ema unas semanas con ellos, aludiendo que con esa edad ya se podía quedar a dormir en otra casa y sin sus padres, que aceptaron. Cabe destacar que Ema era una nena calladita, rubia, delgada, que comía de todo pero no en mucha cantidad. Adoraba los animales y el buen trato, por lo que aceptó encantada la invitación, ya que esos tíos tenían gato, perro, conejos y pájaros en un patio casi salvaje. Además, como la tía era muy dulcera, siempre había en esa casa cositas ricas con dulce de leche y nueces, que a Ema le resultaban irresistibles; también lápices de colores y fibras porque sus tíos eran maestra y maestro de escuela primaria.

El primer día resultó movido, había que armar la pieza de huéspedes, equipada con dos camas. Era la habitación donde dormía su tía, de chica, con su hermana; todavía había muñecas, ositos, y la puerta ventana daba a un balcón donde los carolinos dejaban caer sus ramas y el sol penetraba tímido, dando una luz tenue, tanto en la mañana como por la tarde. No por eso, sin embargo, tenía algo de lúgubre, todo lo contrario. Se respiraba un aire acogedor, apacible y hogareño.

Para el segundo día, los tíos, sin previo aviso, invitaron a la hija de unos amigos que para ellos era como una sobrina, también de la edad de Ema, pero morocha y un poquito más robusta, cosa que no era muy difícil si se comparaba cualquier niño o niña con Ema. Se hicieron amigas al instante, compartían todo, hasta tenían la misma altura, los mismos gustos. La tía les preparaba la bañadera y se bañaban juntas como si estuvieran en la pileta, a la noche comían pizzas, se reían, era todo muy divertido. Tal fue así, en los años siguientes, apenas llegaban las vacaciones Ema ya tenía la mochila armada para irse a la casa de sus tíos y así pasaron, las vacaciones de verano, de invierno, de verano, de invierno… Se dormían cada una en una cama, se despertaban sonriendo, se querían mucho, eran como hermanas, o más fuerte que eso, eran más bien como amigas hermanas, hasta que llegaron las vacaciones previas a cumplir los ocho años y Ema empezó a irse de viaje con sus padres al mar, a las sierras, al exterior. Ya no volvió ni a quedarse en la casa de los tíos, ni a ver a su amiga. 

Y así pasaron los años, hasta que un día Ema, ya en el secundario, en una reunión familiar, les pregunta a sus tíos por aquella amiga con la que jugaba cuando era chiquita, en su casa. La tía frunce el ceño, como metiendo la cara, y le dice: ¿qué amiga? La que tenía mi altura, pero morocha –responde Ema– vos nos cuidabas, nos leías cuentos antes de dormir, cada una en una cama. –No, no, no puede ser, querida Ema, ya que siempre estuviste sola…

Juan Martín Viera Lalli

En algunas situaciones los sueños asustan, pero en otras motivan y, sinceramente, no sé cuál de las dos me pasa más a menudo, pero sé que el sueño de hoy me asustó.

Era simplemente un árbol disfrutando del sol y el viento, pero había algo más, solo que no era algo visible. Una vibración tal vez, o un sonido blanco… aunque me esfuerzo no termino de recordar.

Mi desayuno intentó en vano borrar lo y la televisión tampoco ayuda realmente. Las noticias sobre civiles inmolándose en fábricas no da una buena imagen para acompañar un café, y mucho menos unas tostadas.

Decidí apagar y mirar el patio, a mi gato jugando en los malvones y el romero, pero siempre alejado de la citronela. Faltaban quince minutos para ir al trabajo, los libros en la repisa llamaron mi atención, pero no. Estiré mi espalda y decidí salir antes para el trabajo.

Después de tantos atentados hacia la empresa sería lógico pensar en no ir a trabajar algunos días, pero no, acá no se está dispuesto a perder un centavo. Mi trabajo consiste en, básicamente, hacer que la empresa se vea mejor ante el público y, hasta ahí, todo bien. El problema surge cuando me dan la imposible tarea de hacer que la gente vea a la empresa eco amigable.

En cualquier caso, una vez terminadas mis ocho horas, salí y respiré la libertad, mezclada con un poco de humo, eso sí. En la puerta de entrada, una cara familiar se asoma. Marcos, un amigo desde la infancia me dedica una mirada cansada mientras se acerca, seguramente a quejarse de algo.

- ¿Todo bien?

- ¿Como puedo estar bien con una empresa como esta? Vos deberías saberlo mejor que nadie.

- ¿En qué lugar no explotan un poquito a sus empleados?

- No lo entenderías aunque lo explicase.

Riéndome un poco me fui para mi casa. Esa tarde, Marcos mató a doce empleados para luego morir.

Él era el último amigo que me quedaba, había prometido no volverse loco como los demás.

Al día siguiente no fui a trabajar. Decidí en cambio ir a la plaza, la única del pueblo que se mantenía. Allí tenía muchos recuerdos de la infancia, recuerdos con Marcos. Me recosté en un árbol, ahí nos conocimos y trepábamos hasta el cansancio.

Me recosté en su sombra, cerré los ojos e intenté olvidar. Ahí fue cuando lo escuché.

Al principio fue algo indiferente. Luego fue una sugerencia. Escaló hasta ser un pedido.

Finalmente lo comprendí. Cerré mis ojos y pegué mi oído al gran árbol.