En algunas situaciones los sueños asustan, pero en otras motivan y, sinceramente, no sé cuál de las dos me pasa más a menudo, pero sé que el sueño de hoy me asustó.
Era simplemente un árbol disfrutando del
sol y el viento, pero había algo más, solo que no era algo visible. Una
vibración tal vez, o un sonido blanco… aunque me esfuerzo no termino de
recordar.
Mi desayuno intentó en vano borrar lo y la
televisión tampoco ayuda realmente. Las noticias sobre civiles inmolándose en
fábricas no da una buena imagen para acompañar un café, y mucho menos unas
tostadas.
Decidí apagar y mirar el patio, a mi gato
jugando en los malvones y el romero, pero siempre alejado de la citronela.
Faltaban quince minutos para ir al trabajo, los libros en la repisa llamaron mi
atención, pero no. Estiré mi espalda y decidí salir antes para el trabajo.
Después de tantos atentados hacia la
empresa sería lógico pensar en no ir a trabajar algunos días, pero no, acá no
se está dispuesto a perder un centavo. Mi trabajo consiste en, básicamente,
hacer que la empresa se vea mejor ante el público y, hasta ahí, todo bien. El
problema surge cuando me dan la imposible tarea de hacer que la gente vea a la
empresa eco amigable.
En cualquier caso, una vez terminadas mis ocho
horas, salí y respiré la libertad, mezclada con un poco de humo, eso sí. En la
puerta de entrada, una cara familiar se asoma. Marcos, un amigo desde la
infancia me dedica una mirada cansada mientras se acerca, seguramente a quejarse
de algo.
- ¿Todo bien?
- ¿Como puedo estar bien con una empresa
como esta? Vos deberías saberlo mejor que nadie.
- ¿En qué lugar no explotan un poquito a
sus empleados?
- No lo entenderías aunque lo explicase.
Riéndome un poco me fui para mi casa. Esa
tarde, Marcos mató a doce empleados para luego morir.
Él era el último amigo que me quedaba,
había prometido no volverse loco como los demás.
Al día siguiente no fui a trabajar. Decidí en
cambio ir a la plaza, la única del pueblo que se mantenía. Allí tenía muchos
recuerdos de la infancia, recuerdos con Marcos. Me recosté en un árbol, ahí nos
conocimos y trepábamos hasta el cansancio.
Me recosté en su sombra, cerré los ojos e
intenté olvidar. Ahí fue cuando lo escuché.
Al principio fue algo indiferente. Luego
fue una sugerencia. Escaló hasta ser un pedido.
Finalmente lo comprendí. Cerré mis ojos y
pegué mi oído al gran árbol.
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