TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA

Este blogfolio nació en 2008 para convocar la palabra escrita de las y los alumnos del TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA de primer año del Profesorado en Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Villa María, provincia de Córdoba, Argentina.

Trabajamos intensamente en clases presenciales articuladas con un aula virtual que denominamos, siguiendo a Galeano, Mar de fueguitos.

Allí nos encontramos a lo largo del año para compartir los procesos de lectura y de escritura de ficción. Como en toda cocina, hay rumores, aromas, sabores, texturas diferentes, gente que va y viene, prueba, decanta, da a probar a otro, pregunta, sazona, adoba, se deleita. Al final, se sirve la mesa.

Como cada año, publicamos los cuentos que cada estudiante escribió como actividad de cierre del taller para compartir con quien quiera leernos y darnos su parecer. Hemos trabajado explorando el género narrativo, buceando en las múltiples dimensiones de la palabra. Para ello, la literatura será siempre ese espacio abierto que invita a ser transitado.

Hemos ido incorporando, además y entre otras muchas experiencias de escritura creativa, el concepto de intervención performativa sobre textos y de patchwriting.

El equipo de cátedra está conformado por Jesica Mariotta, Natalia Mana y Mauro Guzmán, quienes le ponen intensidad amorosa al trabajo del día a día, construyendo un hermoso vínculo con las y los estudiantes.

Beatriz Vottero - coordinadora


LA VIDA EN SUEÑOS por Julieta Lezcano


LA VIDA EN SUEÑOS

En el pueblito de Santa Rosa, vivían dos hermanos ¡inseparables! Daniel y Nancy Lenzina, se llevaban tan solo un año de diferencia él tenía ocho, ella nueve. Ambos compartían aventuras, los mismos amigos del barrio con los cuales hacían travesuras, jugaban, se ponían sobrenombres y a veces hasta peleaban. Todos los días iban juntos a la escuela, a comprar en los kioscos, siempre hablando de muchas cosas, como las historias que les gustaban, los mitos, leyendas y cuentos. 

Una mañana, los hermanos iban juntos a la escuela como siempre pero esta vez Nancy estaba muy desorientada del camino, le dijo a Daniel, que había vuelto a tener la misma pesadilla de todos los días. Que se encontraba en un mundo distinto donde abundaba la felicidad entre las personas, los animales que vivían en su hábitat natural y no eran salvajes, aparte lo más sorprendente también que los niños al nacer ya hablaban, en ese mundo todos se entendían, todo era perfecto, cada familia tenía un don muy especial, el poder hacer magia para bien de todos, llenaba de alegría ese lugar. Pero al despertar se hallaba en su cama con un libro de cuentos entre las manos, que jamás había leído…

MI AMIGO MANUEL por Corina Meichtri


MI AMIGO MANUEL

La mayor parte de esta etapa mi vida me he sentido decaído y triste. Y aunque al principio no le daba importancia a esos estados de ánimo, mi trabajo se volvía más estresante cada día y mi esposa y amigos comentaban que actuaba de manera bastante diferente a lo normal, aunque yo les contestaba que no tenía ningún problema y que me dejaran tranquilo.

De pronto no pude seguir manteniendo ese ritmo, dejé de trabajar, de ir a los asados de cada jueves, de ver a mis seres queridos y permanecí en cama por varios meses. Sentía como si ya no valiera la pena seguir viviendo.

Mi vida comenzó a volverse tan monótona que un día, forzado por mi esposa que me veía cada vez más entristecido, fui a caminar por las calles de mi ciudad.

Sin saber cómo llegue al parque, me deslumbró su belleza y la vez me perturbó ya que nunca antes había reparado en la frondosa vegetación, el canto de las aves y el sonido del río. Me sentí tan reconfortado en aquel lugar, que decidí sentarme en un banco bañado por la luz del sol y cerrar los ojos para no perderme de ningún sonido, de ningún aroma.

Hacía mucho tiempo no lograba alcanzar la paz ni la tranquilidad que en ese momento recorrían mi cuerpo.

Me encontraba tan abstraído que no me di cuenta de que una persona se había sentado a mi lado; al principio le resté importancia, pero luego comencé a sentirme incómodo, no comprendía por qué este extraño venía a perturbar mi pequeño paraíso personal, habiendo tantos bancos distribuidos en el parque.

Seguí sin abrir los ojos, deseando que se fuera pero, por el contrario, escuché su risa por lo bajo y sentí como se acercaba aún más a mí.

Desconcertado, me volví para mirarlo y descubrí que la persona que tenía al lado no era ningún extraño, sino mi amigo Manuel, un muchacho aventurero, lleno de desafíos personales, como escalar montañas, tirarse en paracaídas y todo lo que implicara un riesgo para su persona y lo llevara a vivir siempre al límite; alguien con quien había compartido desde mi infancia hasta unos meses atrás, ya que nuestra camaradería siempre fue la misma y solo nos habíamos distanciado debido a mi deplorable estado de ánimo.

Su vitalidad se contagiaba a simple vista y su sonrisa, siempre cálida, me invadió al igual que el resplandor del sol. 

Luego de nuestro efusivo saludo, comenzamos a charlar como lo hacíamos anteriormente. Éramos los de siempre, cada uno con su esencia, su manera de hablar y expresarse; que felicidad volverlo a encontrar, volver a recordar cada etapa que atravesamos juntos, sin olvidar a nuestro aliado incondicional, Gastón, un ser lleno de sensibilidad, muy romántico y apasionado, siempre medido en sus actos, el complemento perfecto para conformar un trío insustituible.

Finalmente, nos despedimos con la promesa de volver a encontrarnos al día siguiente y yo quedé a cargo de invitar a Gastón.

Decidí esperar hasta la noche para ir hasta su casa porque sabía que en ese momento debía estar trabajando. Cuando llegué, se sorprendió de verme tan animado, así que me dejó explayarme en mi relato de lo que había ocurrido a lo largo del día.

Solo cuando terminé de contarle comprendí su silencio, su rostro estaba bañado en lágrimas y negaba lentamente con la cabeza. En ese momento me dijo que quizás me había confundido o lo había soñado “porque antes de que llegaras me llamaron para comunicarme que nuestro querido Manuel murió hace unas horas, después de estar tres días en coma debido a un accidente que se desencadenó mientras escalaba el Aconcagua”.  Al oír eso sufrí un shock y vi la luz.

Cuando me recuperé supe que él, no sólo estuvo acompañándome aquella tarde en el parque, sino que me salvó de mí mismo, me contagió su optimismo por la vida y me dio fuerzas para recuperar a mi familia y amigos, y aunque todos me digan que fue un sueño, estoy convencido de que, aquella tarde de primavera, estuve conversando con Manuel.


INTERVENCIÓN ARTÍSTICA por Laura Sánchez


INTERVENCIÓN ARTÍSTICA

Desde pequeño escuchaba esos murmullos, esos insidiosos susurros, “esas voces”. A veces hasta le gritaban enloquecidas o lo tranquilizaban con una dulce canción de cuna. En un principio no les prestó atención, incluso a pesar de la enceguecida insistencia de aquellos sonidos mascullados, como insectos zumbando detrás del oído. Trató de distraerse, desviar el centro de atención de aquellas sonoras percepciones apelando a una indecible fuerza de voluntad. De lo contrario, si continuaba captando tanto bochinche mental sospecharían que el podía padecer sino demencia, al menos un brote psicótico leve. Fue entonces que asistió a clínicas y clases personalizadas de violín, pero cada vez que desafinaba en el instrumento alguna nota semejando los chirridos de alguna infernal criatura, él ya no podía estar seguro de que NO procedían de sus mismísimos pensamientos. Luego optó por clases de pintura y, por un tiempo considerable, desoyó los desarticulados cuchicheos de su cabeza. Practicó una y mil veces diferentes técnicas y ejercicios de sus clases de dibujo con trazos seguros y sueltos. Su dedicación perfeccionó notablemente sus representaciones aunque decidió dedicarse exclusivamente a los rostros. Sin embargo, a pesar que plasmaba en el papel todas las valoraciones correspondientes: proporción, volumen, color, escala, etc. NO podía lograr expresiones vívidas y reales. Eran impávidas, como paralizadas por una enfermedad neuromuscular, ¡INCONMOVIBLES! Y volvieron las voces aún MÁS confusas y enloquecedoras. Quiso callarlas, TEMPLARLAS al menos. En vano fue. Las mismas impedían ya cualquier actividad social o pasatiempos donde refugiarse de esta sobresaltada sensación auditiva. No le quedó otra alternativa que acostumbrarse hasta el punto de soportar casi con pasividad “la voces” y así, poder encaminarse para no terminar en un derrotero violento.

El sufrimiento, de alguna manera, siempre obliga al individuo a adaptarse. Además, en él, siempre había existido esa casi inagotable sed de sometimiento.

Se interiorizó en el tema de sus audiciones mentales y supo que destacadas personas como Pitágoras, William Blake, Sócrates, San Francisco, el compositor Robert Schumann, Juana de Arco, Winston Churchill, el psiquiatra Carl Jung entre otros, habían soportado también esas experiencias. Con un bagaje de conocimientos un tanto más amplio acerca de su afectación, procuró lidiar con su resonante enjambre de sonidos. Filtró sus voces, las ordenó, SIN-TO-NI-ZÓ a un tono inteligible. Llegó a discernir palabras, frases, proposiciones, recomendaciones. Se tranquilizó al pensar que los sonidos que había estado oyendo toda su mísera vida podían ser, a lo mejor, tan sólo manifestaciones revestidas de significación alegórica para sus inquietudes más lacerantes. Turbado, advirtió intervenciones de su mente demandando algún tipo de resolución a las interrogaciones que articulaba: “¿Cómo será el plácido gozo del desconsuelo?” Mientras balbuceaba una posible contestación, aproximó el atril con su lienzo en crudo de 45.7 x 31.9 pulgadas. Preparó la tela, le pasó antihongos, dos manos de sellador-fijador y látex. Realizó un bosquejo a mano alzada de un rostro, con lápiz grueso. La pregunta volvió a retumbar tomando cada uno de sus pensamientos, se dispersó primero a su pulso y luego al trazo de su boceto para acabarlo con la expresión sugerida por su mental exhortación “¿CÓMO SERÁ EL PLÁCIDO GOZO DEL DESCONSUELO?” El toque fue de una inclemencia tan real como impresionante. Las interrogaciones nuevamente tronaron. Las interpretó como una especie de intervención artística sugerida por sus voces. “¿Cómo será la chuza frivolidad de la inocencia? ¿La extenuación de la lúgubre felicidad? ¿La ignominia de la clemencia? ¿El orgiástico clímax del espanto? ¿La desbordada excitación del conformismo? ¿El sutil equilibrio del desvarío?”

Sus retratos exhibían ahora una originalidad y elocuencia sublimes. Su popularidad se diseminó como una pandemia. La expresión y semblante de los rostros de sus retratos detentaban muecas y gestos sobrenaturales, ÚNICOS. “¿Cómo sería la seducción irresistible de la ideación suicida?”, alcanzó a oír. Se encaminó a buscar el preciado obsequio de su abuelo en los cajones del desvencijado aparador, acercó el atril con el nuevo lienzo en blanco y un biselado espejo rectangular. Se miró en el mismo con dilatadas pupilas y apuntó a la sien con el regalo de su ancestro. Su rostro reflejado en el cristal con marco dorado a la hoja daba la impresión de un auténtico retrato. “¿Cómo sería la seducción irresistible de la ideación suicida?” “¿CÓMO SERÍA LA SEDUCCIÓN IRRESISTIBLE DE LA IDEACIÓN SUICIDA?” “¡¿CÓMO SERÍA LA SEDUCCIÓN IRRESISTIBLE DE LA IDEACIÓN SUICIDA?!!”


Viscosas manchas se estamparon en la tensa tela engrampada al bastidor luego de la detonación. En el cuadro bautizado en escarlata iba apareciendo una cara tenue para luego exhibirse con obscenidad. Esta detentaba una sardónica sonrisa. Una sardónica y saciada sonrisa triunfal

MEMORIAS por Desirée Bianchi

MEMORIAS

Una tarde después de almorzar,  puse la pava, limpié el mate y me senté frente a la computadora a escribir. Me quedé paraliza mirando el monitor  con la ventana de word abierta con su página en blanco. Me cebe un mate, esperando que alguna idea se presentara en mi mente para empezar a escribir; apagaba y prendía el televisor, cambiaba canales, buscaba ideas en internet, leía cuentos de diferentes autores, cuantos que  habían escrito mis compañeros en la universidad, pero nada funcionaba. Me resigné, me levanté de la silla, agarré mi celular, los auriculares, mi etiqueta de cigarrillos, el encendedor y me fui al balcón a fumar un pucho mientras escuchaba un poco de música para inspirarme. Me puse los auriculares, puse música, y cerré los ojos por un momento, y en un parpadeo comenzó todo.

La gente  se veía diferente, como cansada, caminaban de forma muy extraña, con la cabeza casi pegada al hombro y con muchas dificultades para poder movilizar sus piernas y sus brazos, tenían el cuerpo como duro, la piel estaba casi morada y a lo lejos se escuchaban voces con gritos de desesperación.  Las personas se habían vuelto zombies.

Mi corazón empezó a latir cada más fuerte, se me puso la piel de gallina, quedé paraliza, sentía que se me cortaba la respiración, era impresionante lo que veía, no podía creer lo que mis ojos estaban viendo, no podía ser real, nada de lo que mis pupilas estaban reteniendo podía ser real. No quería creerlo, me pellizcaba porque pensé que todo era un sueño,  pero todo seguía siendo como mis ojos lo veían. Rápidamente, me metí adentro del departamento, bajé todas las persianas, cerré bien los vidrios de las ventanas, cerré las puertas con llave y agarré mi celular, intentaba comunicarme con mi familia, con mis amigos, pero no podía, no había señal, las líneas estaban todas cortadas, no había forma de comunicarme con nadie, la única opción que me quedaba era salir a la calle, pero corría el riesgo de que me agarra algún zombie, así que opté por quedarme tranquila, encerrada.

De repente, los gritos empezaron a escucharse cada vez más cerca, eran gritos desgarradores, desesperantes, de mucho sufrimiento y fue en ese preciso momento donde recordé que Araceli, mi compañera de departamento, había salido temprano por la mañana y todavía no había vuelto. Mi desesperación fue peor, ya que seguramente ella se había convertido en uno de ellos y en cualquier momento iba a regresar. En ese momento escuché que abrían la puerta de la reja del complejo, así que corrí y dejé la llave cruzada en la cerradura, empujé la mesa en contra de la puerta para que nadie pudiera abrirla. Me quedé tiesa, casi inmóvil, cuando el picaporte empezó a moverse y Araceli a los gritos me pedía que le abra. Levanté un poco la persiana que da adentro del complejo y vi que  ella seguía siendo normal. Corrí la mesa y le abrí la puerta, ella entró y en el momento que estaba cerrando la puerta, un zombie vino corriendo, entre las dos alcanzamos a correr la mesa y trabar la puerta. Cerramos la misma con llave y nos abrazamos, mientras llorábamos. No podíamos creer lo que estaba pasando. Miré la ventana y ví que estaba un poco abierta y se veían personas que subían y bajaban las escaleras corriendo y gritando. Nos quedamos quitas. Los golpes en la puerta eran cada vez peor, ya la mesa no resistía, así que corrimos la mesa de la computadora y la de la tele para hacer más peso y que no pudieran abrir la misma.

Ya no sabíamos que más hacer. Agarramos los celulares y empezamos a llamar a nuestros familiares y amigos, los celulares tenían tono, las líneas funcionaban otra vez, pero nadie atendía del otro lado. Pasaban las horas y el miedo que sentíamos era cada vez peor. No podíamos dejar de llorar y pensar que nuestros seres más queridos se habían convertido en uno más de ellos.

Empezaba anochecer y los ruidos se hacían más fuerte, en ese momento el celular de Araceli comenzó a sonar, atendió, era Sabrina, su hermana, que lloraba del otro lado del teléfono desesperada, le contaba que estaba encerrada en su casa, sola, porque toda la familia se había convertido en zombies, así que Araceli le dijo que por ningún motivo saliera afuera.

Ya de noche todo parecía estar más calmo, los ruidos ya no se escuchaban más y Araceli se atrevió a abrir la persiana del balcón y asomarse por el mismo. Entró y me dijo que no había más nada, que se iba a ir a ver a Sabrina, yo le dije que no saliera, pero no me hizo caso, agarro su celular y se fue. Estuvimos hablando por teléfono mientras ella se dirigía a casa de su hermana y hasta ahí, todo bien. Me decía que le faltaban un par de cuadras para llegar a la casa, que no había visto a nadie y en ese momento la escuché gritar, y me di cuenta de que la habían agarrado. Intenté comunicarme con Sabrina, para avisarle, pero no pude, ya que no tenía su número de teléfono. Intenté conectarme a facebook pero hasta internet estaba cortado. Era desesperante, saber que Sabrina iba a correr la misma suerte que Araceli.

Otra vez empecé a sentir los ruidos, así que volví a cerrar todo. Apagué las luces y me quedé en un rincón cerca del baño sentada a la luz de mi celular, esperando que amaneciera otra vez. Escuchaba gente gritando y llorando, eso me desesperaba más, tenía la necesidad de salir ayudarlos, pero era tanto el miedo que tenía que no podía moverme de donde estaba. Agarré los auriculares del teléfono y me puse a escuchar música para olvidarme de todo lo que estaba pasando, pero no podía, los gritos eran más fuertes que cualquier cosa y con la música, los escuchaba igual. 

Llamé a mi casa otra vez y me atendió el teléfono mi mamá. Llorando le conté lo que estaba sucediendo en Villa María, y lo que le había pasado a Araceli. Mi mamá desesperada me dijo que me venía a buscar y que me llevaba al pueblo con ella, yo le dije que no viniera, que la cosa acá estaba bien fulera. Ya había perdido a mis amigas y amigos, no quería perder a mi familia. Le dije que le cortaba porque no quería hacer ruidos, que se quedara tranquila, que yo estaba bien, que la amaba mucho y corté. Yo seguía en el mismo lugar, quieta e intentando tranquilizarme y dejar de llorar.  Me Dormí.

Era de madrugada, me desperté, todo estaba tranquilo, no se escuchaba más ningún grito, pero de todas maneras me quedé quieta. Agarré el celular y llamé a mi mamá otra vez, para que se quedara tranquila de que yo estaba bien. Hablamos un rato y le volví a cortar. En ese momento un rayo del sol, se asomó bajo la puerta, y me dí cuenta que ya estaba amaneciendo. Me levanté, me acerqué al ventanal del balcón, subí la persiana y me asomé. Todo estaba tranquilo, ya no había nada por lo cual tener miedo.


Cerré mis ojos por unos segundos, para apreciar el aire fresco del amanecer y fue ahí cuando sentí que una mano tocaba mi hombro derecho, sobresaltada me di vuelta, era Araceli, que había vuelto de la universidad y fue en ese momento, donde creí que nada había pasado, que todo era producto de mí imaginación. La miré, me acerqué a ella y la abracé lo más fuerte que pude, sentí que sus manos frías casi desgarraban mi piel, intenté soltarme, su espalda estaba húmeda, levanté la vista, miré su rostro, estaba pálido, su mirada perdida, ya no pude alejarme, las lagrimas brotaron de mis ojos y sólo recuerdo que un dolor inmenso recorrió mi cuerpo.

EL DESTINO por Verónica Domínguez

EL DESTINO

Estos días que  paso en casa, me tienen pensativo; inquieto.
En las noches, duermo poco,  busco qué hacer y paso horas mirando películas; excepto cuando toco con la banda.
 Últimamente, observo por la ventana los momentos ajenos, digo momentos porque un buen amigo me decía que la vida de una persona son los instantes que optamos por vivir día a día.
El caso es que Blanca, una viejita, se pasa su gran parte del tiempo sentada en la soledad. Ella vive en frente y a veces la ayudo con las bolsas del súper, eso me hace sentir bien y sé que a ella le agrada conversar.
Los demás vecinos son cordiales, pero poco se involucran con los demás, trabajan la mayor parte del día y casi no se los ve.
Aquella noche me acerqué a la ventana, la oscuridad inundaba el lugar como en todos lados. La calle era iluminada por los faroles de cada esquina. Las estrellas eran distantes unas de otras; en cambio  el viento soplaba parejo levantando montones de hojas que habían caído.
De repente, una mujer salió de su casa corriendo, vestía un vestido claro y largo; hacía poco se había mudado. Se la veía alterada, como si algo malo hubiera pasado. Golpeó con fuerza la puerta de Doña Blanca, ella también ayudaba a la anciana con los quehaceres. Tras la seguidilla de golpes a la puerta, le abrió al rato; imagino le habría costado llegar a la puerta con prisa.
Todo se asemejaba a una escena de las películas que había visto noches atrás, pensé que de tanto imaginar ya estaba paranoico.
Esperé un rato y nada, mis ojos me pesaban; decidí ir a dormir.
Varias semanas después, un hombre golpeó mi puerta, al atenderlo le veía cara conocida; pero no di importancia a eso, sacó del bolsillo de su camisa una fotografía, él me pregunto si la había visto.
-No.  Le contesté.
Por lo que había visto aquella noche, imaginé cosas tremendas. Ese tipo era un policía me dije a mi mismo al cerrar la puerta sin demostrar  asombro ni nada que se le pareciera.
Enseguida me crucé de Doña Blanca. Le pregunté si iba a necesitar ayuda con las compras, ella contestó que no, me vio preocupado y me invitó a pasar. En esa ida y vuelta de palabras junto con café para ambos, ella comenzó a contarme una historia.
María era una mujer como cualquier otra, de un momento a otro se tuvo que olvidar de todo lo que le hacía feliz. Una noche asustada solicitó mi ayuda, me compadecí de ella y la ayudé. Pasaron meses sin saber nada de ella.
María, aquella noche asustada y muy precavida de que no la siguieran se subió a un colectivo que pasaba por la ruta más cercana.
En una de las paradas se bajó, porque el lugar la dejó deslumbrada por su belleza, calidez; y tranquilidad. Se quedó encantada con el lugar, solo llevaba lo que tenía puesto; parada sobre aquella orilla junto al río, pasó unos minutos. El colectivo retomó su ruta y esta vez sin María.
Ya era tarde y no pudo instalarse, así que pidió una habitación en el parador. Un muchacho, prácticamente de la edad, la atendió cordialmente, mientras fue interrumpido por una de sus hijitas, la pequeña solicitó su ayuda para que le recogiera el cabello. Ella sonrió al ver la conmovedora escena, muy diferente a la que ella había vivido por cinco largos años.
Mientras María curaba su alma en aquel soñado lugar, el policía la seguía buscando; su obsesión se acrecentaba.
A la mañana siguiente María, salió temprano a recorrer cada rincón. Observó detenidamente a la gente, al ser un sitio pequeño todos se conocían.
 Después de unas horas y tanto caminar, encontró una cabaña. Estaba vieja, pero era ideal, de alguna manera se sentía protegida. La alquiló y se propuso arreglarla.
En una de esas largas caminatas que se hacía hasta el pueblo se encontró con una chica, quien comienza a ser una especie de confidente y compañera en esta especie de curación del alma que ella andaba buscando. Se hicieron buenas amigas.
Dado que se había propuesto arreglar la cabaña, tenía que comprar materiales para ello, así que frecuentaba el parador, donde vivía Eric con sus hijitas. Las niñas le tomaron afecto, tal vez, debido a la ausencia de su madre. Eric al ver esa cercanía, no pudo evitar sentirse atraído por ella.
Un día se presentó formalmente, preguntando si se iba a quedar en el pueblo. Ella le contesta que ya estaba instalándose, agregando que el lugar era bellísimo. Eric, se alegró de esa respuesta.
Sus miradas se cruzaron, fundiéndose una con otra, nada más existía… ninguno de los dos comprendía lo que empezaba a pasarles… un cliente interrumpe el momento. Se despiden.
En un lapso corto de tiempo, logra establecer buena relación con las demás personas. Ella se comienza a sentir muy bien allí; pero el miedo continúa en su corazón.
Una noche, Eric se hace presente en un restaurante y de casualidad se encuentra con María. Luego de un diálogo pleno en donde entre otras cosas,  le cuenta que su mujer había fallecido de cáncer, ante la pregunta de María por la mamá de las niñas, combinan para que la acompañe a su casa ya que era muy tarde para que lo hiciera sola.
Desde esa noche, los dos comenzaron a conocerse, a amarse.
Por otro lado aquel hombre se estaba acercando cada vez más a ella, abusando de su poder. Mientras tanto, en la vida de María todo se va iluminando.
Una reunión entre vecinos para festejar el cumpleaños de una de las nenas de Eric, se realizaba una noche en el pueblo. Risas y abrazos se lucían entre aquellos seres.
Más tarde el festejo daba su fin y Eric alcanzaba a sus amigos a sus respectivos hogares, llegado el último viaje, María decide acostar a las niñas. Se duerme junto a ellas esperándolo a él. Una voz invade su sueño, alertando la cercanía de aquella persona que tanto la busca.
Asustada, se despierta y protege a las niñas asegurando su habitación. Baja al comedor lentamente y apenas visualiza una sombra pasar por la ventana principal de la casa. Recorre todas las ventanas y en eso se da vuelta pensando que lo que estaba sucediendo, en realidad no estaba pasando. Allí se topa con esa persona que había transformado su vida en un infierno sin escapatoria. Era su marido, su último recuerdo era tras una de las tantas discusiones sin sentido y que solo él armaba en su cabeza, seguida de golpes tras golpe durante cinco años a los que fue sometida. Esta vez estaba nuevamente frente de ella, aunque María se había escapado para no verlo nunca más.
Él la había estado siguiendo todo este tiempo, nunca prescindió de ello. Acosada de preguntas y agravios no pudo defenderse en el momento, la volvió a golpear forzándola a que volviera con él. Ella, en una de las caídas al piso le tiró con un objeto que lo hizo desmayar, esto sumado al insomnio y lo alcoholizado que estaba impidió que se levantara. En ese preciso instante, Eric llega a la casa y no puede creer lo que ve. Llaman a la policía y se lo llevan.
María pide perdón a Eric por lo sucedido y por exponer a sus hijas a tal realidad.
Después de haber pasado una noche larga, esa etapa oscura que María venía padeciendo había llegado a su fin. Solo prosperaba amor y luz.
Eric buscó entre las cosas que tenía guardadas de su mujer y encontró una carta que le había escrito para él antes de morir, en donde cada palabra dejaba un suspiro de lo que no pudo ser debido a un destino que tenía que seguir su curso, ya no con ella a su lado.  Entre esas líneas decía… 
Tienes que volver a amar, sé que no de la misma manera que lo hiciste conmigo, cada amor es único. Creo que lo que toda mujer quiere vivir junto a un  hombre lo he vivido yo, me diste todo y te di todo. Reconstruye tu vida junto a una mujer que te merezca, que sepa querer, acompañar y cuidar a nuestras niñas que van a necesitar de una figura maternal, que ellas también tengan  la posibilidad de confiar y amar a otra mujer;  esa mujer que confío sabrás elegir amor mío. Te amo y te seguiré amando adonde quiera que vaya. Solo una última cosa te pido: en cada fecha importante en la vida de nuestras hijas diles que su mamá está ahí con ellas. María Elena.
Detrás de la conmovedora carta, una foto. María al verla se quedó vislumbrada por tal cosa. En ella estaba una familia.  Eric, las niñas y la misma mujer que ella conoció en las caminatas a su cabaña, y acompañaba el duelo de una relación frustrada, la misma que anunció la llegada de su marido, la misma que escribió la carta que acababa de leer y la misma que le había cedido su familia. María no podía creer que fuese la misma mujer, solamente ella la había visto. En el silencio, meditó y miró a su alrededor agradeciendo tal regalo de la vida.
Doña Blanca concluyó el relato, y yo atónito y pasmado le respondí: - no sé qué decir esta historia me llegó al alma. Usted es una muy buena mujer…
Igualmente, hace poco me enteré de todo esto.  Ella  me llamó pidiendo disculpas, por no haberlo hecho enseguida , me contó  y agradeció por ser capaz de comprender, de auxiliar al destino, porque nada de lo que ella estaba viviendo hubiese sido posible, aquella noche me encontraba hundida en la desesperación, de no querer seguir así. Usted me ayudó, nunca lo voy a olvidar.
Exactamente esas fueron sus palabras…
~ Fin ~


OJOBOTAS por Carla Ettorre

OJOBOTAS


Salí para sacar a mi perro a orinar y me encontré con unas ojotas verdes, estaban ahí, intactas junto a mi vereda como si alguien las hubiera dejado antes de acostarse a dormir, las toqué con inquietud, parecían de mi talla. Las entré y las dejé junto a mi cama, las observé un buen rato: -¿De quiénes serán?

Me dormí y cuando desperté olvidé que esas ojotas estaban allí, sin darme cuenta las pisé. De repente un corderito suave y amarillento se comenzó a pegar en mis pies, un cuero verde lo cubría, eran unas botas viejas muy calentitas. Del susto pegué un salto y casi me caigo, luego intenté quitármelas, aún no me había vestido, tiré y tiré de ellas pero era imposible sacármelas.

Después de muchos intentos llamé a mi hermano para que me ayudase pero él tampoco pudo. Estábamos preocupados, por eso, decidí pasarme la ropa como pude y salir a mi trabajo. Mientras caminaba sentí una sensación extraña en mis pies, era como si ellos se elevaran por los aires. Me sostuve de las paredes pero todo seguía igual, me agaché para hacer más peso sobre el suelo o que sé yo, es lo que se me ocurrió; me paré y seguí caminando pero era imposible. Me senté en una vidriera y fue ahí cuando vi una bicicleta y decidí subirme a ella, pero los pies no se quedaban en los pedales. Sólo me quedaban 3 minutos para llegar a mi trabajo y muchas cuadras por caminar, así que decidí tomar un taxi. Intenté estar toda la mañana sentada, de a ratos miraba ese calzado extraño e intentaba quitármelo pero era imposible.

Cuando volví a casa tenía que solucionar lo de las botas, pero no había forma, era imposible.

Ya pasaron dos días y esas botas siguen en mis pies, tengo que bañarme un poco más haciendo acrobacias para que no se mojen. Ya van tres días que duermo con los pies fuera de la cama, por las noche me despierto y levanto la cabeza para ver si ya no están, con esperanzas de que sea un sueño o simplemente que desaparezcan, pero ellas siguen allí con esa apariencia vieja.

Es el quinto día con este calzado, despierto y escucho un sonido a agua – que no esté lloviendo por favor-. Me asomo por la ventana y sí, llueve sin intenciones de parar. Llamo un taxi pero es imposible conseguir uno, tomo mi paraguas y comienzo a caminar con mucho cuidado para que mis pies no se mojen, miro los autos para cruzar la calle, y cuando bajo la mirada ya había pisado el charco: -¡Ay! ¡Podían haber sido botas para el agua ya que eran ojotas! Con los pies completamente mojados llego a mi trabajo. Por suerte parece que hoy no se quieren elevar, estuve toda la mañana con los pies mojados y cuando llegué a casa me senté con los pies sobre el calefactor esperando que se sequen esas malditas botas.

Hoy es la séptima noche desde que no siento el piso con mis pies. Salgo a comprar algo para comer, hay mucho viento todo se vuela, mis pies no se quedan quietos, comienzan a elevarse lentamente, suben y suben no se detienen, pego un grito y de repente me doy cuenta que estoy a cinco metros del suelo. Me tambaleo para los costados, llena de miedo, intento caminar por el aire pero no avanzo, pruebo como si nadase y ahí sí logro avanzar e intento llegar a la puerta de mi casa: -¡no, mejor aprovecharé a volar un poco! Volé muchas horas y todo se veía hermoso. Ya cansada casi dormida intento volver a mi casa y pienso como bajaré, mis ojos se mojan ante la furia del viento y una lágrima cae hasta mis pies. Mientras me agacho para descender me doy cuenta que estoy en el lugar en donde encontré las ojotas, una suave brisa rosa mis pies, y allí los veo sin nada al aire libre: -¡Ah así era jejeje!

LA CAJA AZUL por María Eugenia Gauna


LA CAJA AZUL 

Hoy te retomo querido diario, como te lo prometí ya hace tiempo

¿Qué puedo contarte? A ver…Como todas las mañanas sonó el reloj 7:00 AM, me levanté, cepillé mis dientes, lavé mi rostro, peiné mi cabello, me vestí, me miré al espejo, tomé el café con mis galletitas integrales y salí para el trabajo.

Llegué a mi oficina y como de costumbre, pilas y pilas de papeles esperándome para que los corrija y guarde alfabéticamente, cada uno, en su casillero del archivo.

3:00 PM partí del trabajo, pasé a comprar el pan para el almuerzo, saludé a las vecinas, y a su perra, entré a mi departamento y ahora estoy aquí sentada escribiéndote mientras espero a que esté lista la comida.

5:00 PM, ocurrió algo muy interesante y no sé si sucedió antes de que llegara a casa o fue recién y no lo vi. Llegué a mi dormitorio y mientras me desvestía para bañarme vi en el balcón de mi pieza que da a la calle, una hermosa caja azul brillante; pequeña, de unos 10cm de largo, 5cm de ancho y unos 3cm de altura, con una inscripción que decía “abrime con todo tu amor”. Estoy ansiosa, quiero abrirla pero tengo miedo, no sé qué hay dentro de ella, mejor espero hasta la noche, me digo, ahora no puedo o no quiero, no sé.

10:00 PM, me encuentro en la cocina, preparando un rico risotto y viendo una peli para olvidarme de la caja, no me entiendo pero tengo un mal presentimiento.

12:00 PM, estoy en la cama, la cajita entre mis manos, ya no lo soporto, la voy a abrir.

5:00 AM, algo muy extraño pasó, abrí la misteriosa cajuela y de repente salió una luz multicolor que envolvió mi cuarto y a mí; sentí como si me hubiera metido dentro de ella y me desvanecí. Ahora veo que seguramente fue un sueño, porque todo está como siempre, mi habitación, mi casita, yo y mi vida.

7:00 AM, suena el reloj, me levanto, cepillo mis dientes, lavo mi rostro, peino mi cabello, me visto, me miro al espejo, tomo el café con las galletitas de siempre y salgo para el trabajo. Lo extraño es que en el camino todos los perros me ladran ¡Qué estúpidos! ¡Qué les pasa! Pienso.

Llego a mi oficina; como siempre pilas y pilas de papeles, pero esta vez mi jefe me ignora, le hablo y no me contesta, mis compañeros hacen lo mismo. ¡Estoy empezando a asustarme! Voy al baño, salpico con agua mi rostro y al mirarme en el espejo descubro que ¡no tengo en él mi reflejo! ¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde estoy?


FIN

AZUL por Claudia Mariño


AZUL

María, una hermosa niña de ojos azules, acababa de pegar su última figura en su colección de mariposas cuando su mama la llama a tomar la leche.

María recién llegaba de la ciudad y fue en busca de su esposo en la casa, pero Ricardo aun no había regresado de su trabajo. Ella tenia dos noticias importantes para darle; de una tenia la seguridad que el se pondría feliz, pero la otra sabia que no le caería muy bien.

Esa noche, al regresar Ricardo, ella le cuenta la novedad aquella que el no querría escuchar.

María había sido seleccionada para conformar la expedición mas importante de América, en busca de la mariposa Mancha Azul ¡Era el sueño de su vida! Debía viajar a Costa Rica por unos meses, era obvio que Ricardo no estuvo de acuerdo, pero ella viajaría igual sin contarle aquella otra gran noticia que lo haría tan feliz.

El lugar era paradisíaco, un verdadero Edén, diversidad de flora y fauna hacían del paisaje un lugar perfecto en el mundo. Las lluvias eran abundantes, por esa razón la expedición se retraso unos meses mas.

Llego el día tan esperado por Maria, el autobús que los conduciría al corazón de la selva pasaría a buscarlos. El colectivo estaba bastante desmejorado, pero esto era común para los habitantes del lugar; y así emprendió viaje.

Todo el equipo de biólogos, mas un grupo de gente conocedora del lugar se metió de a poco en la frondosa selva, debían cruzar un puente colgante para atravesar el rió Amazonas .Durante el camino, el puente se desprendió y el autobús cayo al gran rió enfurecido, y fue arrastrado por la corriente. Las personas trataban de escapar pero el coche cayo por una catarata perdiéndose en el paisaje.

Ricardo se entero de lo sucedido, pero el cuerpo de la joven junto con el de otras personas estaba desaparecido. Pasaron los meses y mientras Ricardo dormía, lo despertó un ruido en la ventana, una hermosa mariposa azul golpeaba el vidrio. El joven se marcho a su trabajo y nuevamente apareció allí la mariposa batiendo sus alas como una mosca cargosa en días de calor.

AL otro día, la mariposa hizo lo mismo, pero esta vez Ricardo le presto mas atención y la siguió hasta que llegaron a una plaza llena de niños jugando y riendo.

Esa noche Ricardo no pudo pegar un ojo y decidió viajar a Costa Rica en busca de noticias de su esposa. Llego a ese lugar maravilloso y por si solo emprendió viaje hacia la selva.

De camino tras tres días, perdido en la selva, con lluvias, animales salvajes, sed y hambre; se sintió abatido, cansado y sin esperanzas. Perdió la conciencia y cayo...

Despertó dentro de una choza de hojas de palmera, asustado y pregunto donde estaba .Al instante, apareció un hombre robusto y con ropas extrañas que le contó que lo encontraron casi muerto en la selva.

El, era el patriarca de una tribu indígena que habitaba allí. la desesperación de Ricardo lo llevo a mostrarle una foto de María; el hombre lo miro fijo y con una sonrisa. Lo llevo hacia otra choza y allí corrió una especie de cortina. Recostada entre algunos lienzos se encontraba una bella bebe de ojos azules.

PECADOS CAPITALES por Daniela Ginart

PECADOS CAPITALES

Cierto día,  Mariano Echeverría,  tomó la decisión de entrar en ese lugar del pueblo que estaba tan mal visto. Pero no tenía otra alternativa. Pasaban los años y seguía estando solo.  Necesitaba un cambio para su vida. Y tras esa búsqueda se había encaminado.
Una de las tantas noches, en que se sentaba en el mismo bar céntrico a tomar un par de vasos de whisky, y ya se sentía bastante agobiado de la misma rutina.
Hacía varios años que se ubicaba en la misma mesa del mismo bar que lo seguía acogiendo  como su mejor  cliente. Y donde, con sus cuarenta años, su mejor compañera seguía siendo “la soledad”.
Pasaron las horas de ese día sábado y Mariano determinó que no fuera un sábado más. Y no lo fue.
Salió del bar, fresco como una lechuga, como si sólo hubiera tomado agua, y con la idea fija en lo que se había propuesto.  Y se condujo en un taxi hasta la puerta de “El Búho”.  Una whiskería famosa en el pueblo y donde muchos hombres acudían con frecuencia.  Algunos casados, otros solteros, pero la mayoría de clase media-alta. En “La Armonía”, la mayoría de la gente estaba en una buena posición social. Unos pocos que pertenecían a una clase más humilde, también se las ingeniaban para ir a este lugar tan particular.
El Búho se caracterizaba por ser una vieja casona en las afueras de La Armonía, en el barrio más desolado y menos habitado que poseía el pueblo. Varios metros cuadrados destinados solamente al ejercicio de la prostitución. Algunas habitaciones que desembocaban en un hall central. Allí, unas pocas mesas con sillas para recibir a los clientes que estaban deseosos por ver a las chicas bailar,  mientras  tomaban un par de tragos.  En un rincón se encontraba la escalera que conducía al primer piso, donde se hallaban varias habitaciones más.
Con la complicidad de la policía del lugar, el proxeneta traía chicas del Norte del país. Salta, Jujuy, Santiago del Estero eran los lugares predilectos para estos secuestros disfrazados de prósperos empleos. Muchas de ellas, en condiciones de extrema pobreza, aceptaban igual el supuesto trabajo, aunque a sabiendas de que se trataba de algo oscuro y nefasto. Quizás, fuera una buena oportunidad para cambiar su destino.
Y así lo pensó y lo hizo Samanta Giménez, mientras la lujuria se apoderaba de ella. 
Una muchacha joven, de aspecto un tanto desalineado, no era dueña de un cuerpo escultural, pero sí de una enorme pobreza. Y el mercado estaba dispuesto a recibirla con los brazos abiertos. Su familia había quedado en Orán, un pequeño pueblo de la provincia de Salta. Incluso, sus dos hijos al cuidado de su abuela, aguardaban por el retorno de esta mujer lanzada a la aventura. 
Mariano ingresó un poco temeroso a ese lugar tan mal  visto por la gente de  La Armonía.  En el hall de entrada, se encontró con algunas mesas ubicadas en forma dispersa. Pidió su clásico whisky en la barra que estaba al fondo del salón; mientras observaba detenidamente la “mercadería” que se subastaba al mejor postor. Tal como feria de vaquillonas, novillos y terneros, que se ponen a la venta  en la Rural de las grandes ciudades.  En un pequeño escenario, en el costado izquierdo, bailaban algunas chicas semi desnudas. Entre  las que observaba, le llamó la atención la más rellenita, quizás, fue su mirada lo que le atrajo.
Entonces, le hizo una pequeña seña para que viniera hasta la mesa donde él se hallaba sentado.  La chica accedió. Inmediatamente por su tonada se dio cuenta que no era de la zona. Comenzaron a dialogar animadamente, y los minutos fueron corriendo. Y el sol ya se asomaba por el horizonte. Miró su reloj, y apresurado se despidió de Samanta, prometiéndole volver.
En su casa lo esperaba Ana Paz, su hermana menor y también soltera. Ambos, prestigiosos abogados de una familia adinerada. Sus padres habían fallecido hacía ya bastantes años. Hecho que los indujo a convivir en la casa paterna.
Ana Paz, era una mujer muy talentosa en cuanto a su profesión, una de las más solicitadas en problemas de familia o parejas; caracterizada por una gran soberbia, que la gente del pueblo criticaba abiertamente.  Sin embargo, una total fracasada en sus propias cuestiones del corazón. Tras varios intentos de noviazgos infructuosos, había optado por quedarse sola, estando pendiente únicamente de lo que hacía o dejaba de hacer su hermano. Este vínculo que la unía a él, se había vuelto enfermizo. Ella era quien controlaba todos sus movimientos: a qué hora salía, a qué hora llegaba, dónde iba, con quién salía, con quién se encontraba, el lugar elegido, etc. Hasta había implementado una especie de espionaje, consultando a propios y extraños por el paradero de Mariano.
Y así fue que averiguó de su nuevo pasatiempo: El Búho. Él  no tenía pensado comunicarle a ella de su nuevo lugar de encuentros y  mucho menos, quién era la persona que había logrado cautivar su corazón y su pensamiento la mayor parte del día. Hasta tal punto, que ya le costaba concentrarse en sus tareas cotidianas y laborales. 
Esperaba ansioso la llegada del sábado para encontrarse con ella. Esa damisela que lo había hipnotizado de los pies a la cabeza.
Los encuentros se continuaron sucesivamente  y en forma  clandestina, una y otra vez.
Él soñaba con formar una familia y tiró su último cartucho. Quizás en el fondo, muy en su interior, creía que podía hallar a una persona correcta. Rescatarla de ese mundillo cargado de ilegalidad. Ese inframundo, que todos criticaban, en una zona tan pacata como ésta. 
Samanta Giménez, poco a poco, fue cautivando a este hombre indefenso y vulnerable, que casi sin proponérselo fue cayendo en las redes del amor. 
Hasta que un día tomó la decisión que más problemas le traería en su vida. Él sabía que sería altamente cuestionado desde todos los frentes. La Armonía, lejos estaba de hacerle honor a su nombre.
Uno de los tantos sábados, en que frecuentaba El Búho, tomó coraje y alejó a Samanta de ese lugar para siempre.  Por supuesto, que luego de haber puesto varios pesos uno encima del otro, de lo contario, no lo hubiera logrado tan fácilmente.
Samanta y Mariano formaron un hogar, donde reinaba el amor y el respeto mutuo. Sin embargo, en el camino tuvieron muchos obstáculos que atravesar, y nada les resultó fácil.
Mariano compró una casa más amplia, donde alojar a esta nueva y numerosa familia que se había sumado a su vida. 
Ella, decidió traer a sus dos hijos del Norte, ya que ahora podía brindarles una mejor vida: una casa digna, un estudio, vestimenta y alimento: algo de lo cual jamás habían podido gozar.
Mientras tanto, Ana Paz, había quedado sola, viviendo en su casa paterna. Lamentaba la ausencia de su hermano; el único hombre con quien ella había decidido convivir. Extrañaba sus conversaciones de profesionales, donde intercambiaban nociones del Derecho, de Filosofía, entre otras ciencias de las que ambos poseían profundos conocimientos. Esos mates con torta que compartían junto a bellos recuerdos de sus añorados padres. Él, por ser el hermano mayor le contaba distintas anécdotas vividas junto a sus padres y de las cuales ella no pudo disfrutar. Hasta recordaron, en medio de un mar de lágrimas,  el momento de ese trágico accidente que se llevó la vida de ellos para siempre, al regreso de un viaje de placer.
Ahora Ana Paz estaba sola por completo, Mariano tenía una  nueva familia y ella había quedado desplazada a un segundo plano.  De hecho,  no compatibilizaba con Samanta y los suyos. Más allá, de que repudiaba y cuestionaba su pasado, percibía en su mirada algo llamativamente profundo y extraño. Esa mirada la inquietaba  notablemente mientras conversaban. Intuía que Samanta escondía algo de lo cual ella se ocuparía de develar; con el único objetivo de que su hermano vuelva a su lado.
El tiempo pasó, Mariano ya tenía dos hijos más con Samanta, fruto del amor que se tenían. Esos pequeños eran su locura, su obsesión. Trabajaba todo el día, sólo para darles una buena vida a la gran familia que había conformado. Mientras su esposa estaba reclutada en sus tareas domésticas, que comprendía el cuidado de sus cuatro hijos, la limpieza de la casa y demás quehaceres que toda ama de casa conoce a la perfección. Habían quedado atrás, las noches de portaligas, de alcohol en exceso y demás sustancias que sólo ella conocía muy bien.
Ahora, su vida transcurría entre pañales y pediatras ante el menor resfrío de sus niños. Mamaderas, chupetes y baberos eran moneda corriente en el presente de Samanta. Al mismo tiempo,  fue perdiendo la figura de aquellos años, para pasar a ser dueña de un cuerpo más redondeado. Su presente le regalaba una heladera repleta de todo lo que ella quisiera. Todo lo que deseaba lo tenía. Repentinamente se había vuelto la señora de la casa y podía comprar todo lo que quisiera. Y su mayor deseo era la comida, lejos estaba el gusto por la ropa, los zapatos o carteras. Tampoco ambicionaba ir de paseo a lugares caros o sofisticados. Y todo estaba aparejado de su mayor miedo: “El qué dirán” los vecinos del barrio. Su familia y la comida fueron sus mejores refugios. Y así como, sus hijos y su marido transformaron radicalmente su vida pasada, los distintos manjares que preparaba fueron realizando en ella una gran metamorfosis corporal. La gula y la pereza se fueron tornando en la pareja perfecta que llenaban el vacío social que la invadía por completo. Samanta no concurría a ningún espacio público. No tenía un grupo de amigas con quien reunirse a conversar de cualquier tema trivial. Ella sólo deambulaba como una gran mole, limpiando y ordenando de una habitación a la otra. Sin embargo, no era tiempo ocioso, sino que iba diagramando lenta pero vigorosamente su plan fríamente calculado. Era conocedora y cada vez más, se inmiscuía en cuestiones concernientes a la economía de la familia, de todos los bienes inmuebles que poseían tanto su marido como su hermana.
Mientras tanto, Mariano estaba lejos de sospechar lo que Samanta se traía entre manos y   argumentaba que gracias a su nueva compañera pudo salir de su inmensa soledad y consideraba  que ambos se rescataron mutuamente. Samanta pudo dejar esa mala vida atrás y él abandonó para siempre su soledad. Aunque, no pensaba en lo mal que estaba su hermana, tras su partida. Y  a su alrededor, todo empeoraba cada vez más.
Ana Paz estaba obsesionada con desenmascarar a esa mujerzuela que había caído cual paracaidista en sus vidas.
Por las noches, no podía conciliar el sueño, pensando en cómo lograr la ruptura definitiva de ese vínculo tan desigual. Así, acompañada sólo  por una copa de vino, pasaban las horas y ella seguía sin poder descansar. También, pasaron los días y las noches, progresivamente fue  haciéndose más asidua a esta bebida, y sin importarle si alumbraba el sol o si el cielo se hallaba poblado de estrellas. La gente del pueblo no dejaba de murmurar el estado en el que se encontraba la Dra. Echeverría. Y el murmullo se fue convirtiendo en rumor, en trascendido y finalmente en una noticia verdadera y fidedigna.  Poco a poco, fue perdiendo el status de vida que llevaba hasta ese momento. Sus salidas a cenar a lujosos restaurantes, sus viajes por el mundo, sus elevados gastos en vestimenta y accesorios, sus continuas remodelaciones de la casa, entre otros. Todo ese fabuloso mundo quedó atrás, para darle paso a una imagen cada vez más deteriorada. La Dra. Echeverría ya no era la misma, y eso quedaba en total evidencia con sólo ver su aspecto físico cada vez más desmejorado. Si bien su familia, se daba cuenta de ello, no sabía cómo reaccionar ante tanta decadencia repentina. Y más aún, desconocían la verdadera causa de tan drástico deterioro. Samanta incitaba a Mariano a pensar que todo era producto del alcohol. Sin embargo, sólo una parte de todo su mal era consecuencia directa de la bebida. Samanta aprovechaba minuto a minuto este nuevo flagelo de Ana Paz. El resto lo fue haciendo  como fruto directo de la gran avaricia que la embargaba. La envidia de la vida que llevaba su cuñada la carcomía desde lo más profundo de su ser. Y poco, poco, cual trabajo de hormiga fue llevando a cabo su macabro plan. Nadie sabía que Samanta poseía poderes oscuros. 
Pasaba el tiempo y Ana Paz empeoraba día a día.
Una noche de tormenta, Samanta se encontraba sola en su casa y aprovechó la oportunidad para realizar un conjuro macabro que terminaría con los días de Ana Paz. Ella era un estorbo para poder concretar su plan final.
Había un cuarto, del cual ella tenía la llave y al cual sólo ella accedía con frecuencia. Nadie en la familia conocía para lo que estaba destinada esa pieza secreta. Ni siquiera Mariano, ya que Samanta lo engañaba diciendo que había un gran desorden de cosas viejas y que ya se ocuparía de ponerlo en orden. Y Mariano le restaba importancia debido a sus grandes ocupaciones. Sin embargo, cuando Samanta se encontraba sola abría esa puerta y también se habilitaba  la posibilidad de cambiar el destino de las personas que ella deseaba.
Y finalmente llegó el momento que tanto había estado esperando. Una inmensa alegría mezclada con ansiedad, la invadían por completo. Nerviosismo por no tener la certeza de los resultados que ella anhelaba y por no tener la plena seguridad de lo que vendría luego. Ella no sabía cómo reaccionaría Mariano al ver el corolario de su conjuro.
Puso llave a la puerta y allí pasaron cosas muy extrañas. Gritos, quejidos, risas, y demás sonidos más que extraños se podían escuchar desde el resto de la vivienda. Sin embargo, nadie lo pudo presenciar más que Samanta. Nauseabundos hedores se colaban por entre los espacios de una puerta desvencijada. Pero nadie más que Samanta los pudo oler y soportar dichos aromas. Inauditas imágenes nunca antes vista por ninguno de los mortales, sucedieron en ese pequeño cuarto. En este sentido, sólo Samanta fue la única testigo de tan lúgubre escenario.
Luego de más de media hora, Samanta abrió la puerta y se sentó extenuada. Respiró profundo y se dijo a si misma: “He terminado, ya. Sólo resta esperar que todo siga su curso y que el conjuro haga lo suyo”. Tremendamente agotada optó por ir a descansar hasta el día siguiente.
Por la mañana, el día había mejorado. El sol brillaba y el cielo diáfano encandilaba a todo aquel que mirara hacia arriba. Sin embargo, no era el mismo cielo para todos. No al menos para Mariano.
Samanta se levantó más tarde que de costumbre y escuchó un gran bullicio en la vereda. Al asomarse por la ventana, puede visualizar numerosos móviles policiales y una ambulancia. Mariano hablaba por su celular de manera desesperada.  No se quedaba quieto en el lugar, caminaba nervioso de un lado al otro. Se lo notaba agitado, mientras fumaba un cigarrillo y sin terminarlos pasaba al siguiente. 
Cuando logran ingresar a la casa de Ana Paz, luego de forcejear la cerradura. El panorama  que encontraron era absolutamente desolador. La ira había hecho estragos en ese lugar. Un escalofrío les corrió por la espalda, tanto a policías como a los médicos del Servicio de Emergencia. Todos estaban estupefactos.
Samanta observaba desde la puerta. Por momentos sintió cierto temor. Mariano lloraba desconsoladamente y era preso de un ataque de nervios, ante lo cual Samanta trataba de consolarlo.
La sangre estaba por todas partes. De hecho, las paredes del comedor de entrada  habían sido teñidas con un sin número de grafitis que comunicaba: ODIO ESTA VIDA. LOS ODIO A TODOS.  DETESTO A LA GORDA DE MI CUÑADA QUE ME ARRUINO LA VIDA. EN EL CIELO O EN EL INFIERNO VOY A ESTAR MEJOR QUE EN ESTA TIERRA. SI TANTO MOLESTABA EN ESTA TIERRA, MEJOR QUE YA NO ESTÉ EN ELLA. AHORA VAN A ESTAR MAS FELICES SIN MI, SIN LA SOLTERONA QUE ESTORBA PARA TODO. AMO LA OSCURIDAD Y LAS TINIEBLAS Y HACIA ALLA VOY.
Mientras, los agentes de la policía recorrían la vivienda en busca de la Dra. Echeverría, un sinnúmero de inscripciones se sucedían por el resto de las habitaciones.
Cuchillos, tijeras, cortaplumas, navajas y todo tipo de elemento cortante que pudiera existir estaban diseminados por los distintos sectores de la propiedad manchados de rojo.  
Cada rincón evidenciaba un gran desorden. Estanterías que ya no estaban en las paredes. Todos los adornos rotos en el suelo, tanto cuadros como lámparas de gran valor. El espejo que se encontraba al entrar al comedor estaba completamente hecho añicos. El aparador cargado de jarrones, vasijas, portarretratos, copas y platos, absolutamente destruido. La computadora que estaba en la sala donde ella acostumbraba a trabajar y que poseía un enorme ventanal con vista al patio, también estaba destruida. Las habitaciones, con las camas destendidas y los placares íntegramente desarmados, llamaba poderosamente la atención de propios y extraños; ya que habían imaginado que encontrarían el peor desenlace en el dormitorio central. Pero nada.
La caja fuerte estaba intacta. No había indicios de hurto de todo el  dinero que ella poseía.
Tras recorrer cada recoveco, los agentes estaban más que desorientados. Ana Paz no estaba por ninguna parte. Al mismo tiempo que deducían que en las condiciones en que se encontraría no podría haber ido demasiado lejos. 
Cuando ya habían desistido y se dirigían hacia la puerta de entrada, oyeron a los canes que ladraban desaforadamente, tal como si hubieran visto al mismo diablo en persona. Corrieron hacia el lugar y llegaron a la habitación de huéspedes. Gritos y llantos de horror se pudieron escuchar por parte de los allí presentes. Un gran agujero negro contrastaba con los mosaicos color crema y la ropa de Ana Paz con que se la vio por última vez,  por encima de esa misma mancha. Semejante a una especie de arena movediza que todo lo traga y de la cual nadie escapa

UN SUEÑO EXTRAÑO por Agostina Medina

UN SUEÑO EXTRAÑO

Después de aquel atardecer cerca del lago, Pablo, se encontraba dentro del hotel. Pensó que debía ser tarde, bajo rápidamente las escaleras en busca de su bicicleta, la cual, estaba ubicada en un rincón donde el portero la cuidaba cada vez que podía.
En la perfumería cerca de casa el reloj daba las diez menos veinte, la biblioteca iba a cerrar, debía apurarse.
La bicicleta comenzaba a hacer un ruido extraño y el viento fresco golpeaba sus mejillas.
Sin darse cuenta se encontraba en la calle corrientes llena de arboles y con poco tráfico, quizás estaba distraído pero se encontraba en el lugar adecuado. Cuando quiso mirar su bici algo choco en él, cuando se despertó, se encontraba en un hospital en una camilla lleno de cables por todos lados. No podía habla, escuchar ni moverse. Algo pasaba en él que no podía saber, quería salir de ese lugar horrible debía hacer algo.
Justo en ese momento como todas las mañanas a las 7:30 am suena el despertador y Pablo como siempre se levanta prepara su desayuno, para luego irse a trabajar.

ANHELO por Marysol Nespolati



ANHELO

Autista. Su peor pesadilla resumida en una sola y poderosa palabra: AUTISTA. Nombre de su arduo tratamiento con psicólogos y psiquiatras. Derivación de su nombre, convertido en su opresión. Resto de su vida plasmado en una incierta palabra: AUTISTA.
Antelo – Anhelo, no era coincidencia que rimaran.
Bautista Antelo era un chico solitario desde la involuntaria mudanza a la ciudad. Realidad que su madre nunca quiso ver por estar avocada siempre a las tareas de la casa y cuidando de la mini huerta en el patio trasero para poder alimentarse día a día, porque desde que su padre enfermó, ella era el sostén de su familia.
La casa era un hogar pequeño, acogedor, sin humedad y con mucha iluminación. Descontado la habitación de Bautista, que además de malas condiciones, tenía también un olor insoportable y una oscuridad inhóspita.
Quería ir al campo.  Su retorno era lo único que le importaba después de la salud de su padre: volver al lugar donde nació, creció, en donde enterró sus mejores vivencias. Los recuerdos más profundos los dejó allí, su primer amor.
Desde que se mudaron a la pequeña ciudad para darle una mejor calidad de vida a su padre, el mundo del adolescente se desmoronó como se desmoronan los acantilados añejos, desde donde él se sentía caer cada noche cuando estaba entre dormido.
Todos los días la misma historia agobiante, el mismo despertar doloroso. Este amanecer del primero de mayo  fue distinto. Como de costumbre Bautista se levantó jadeando dolorido mucho más de lo normal: sus costillas con grandes magulladuras y todas sus manos raspadas; nada anormal para su madre que decía que era todo psicosomático desde que se había encaprichado de volver a su tierra natal, hecho que había desencadenado una cantidad incontable de visitas al médico pero nunca encontraron una solución.
Se puso unos harapos para ir a desayunar y estar cómodo el resto del día feriado. Escuchó hablar a Horacio, el nuevo casero del campo, en la cocina. Al lado, una estufa que largaba algo de humo porque se estaba quedando sin leña. Se abrigó un poco más y fue a saludar al anciano que a pesar de su edad era muy vivaz.  Estaba contando de las buenas labores de su empleado, que lo sorprendía día a día porque hacía todas las tareas rurales antes de que él se levante; que era muy humilde y no le gustaba que le festejen cosas que, según él, no las hacía.
Dio por finalizada la conversación, tomó su sombrero, su saco y se fue rumbo al campo. Atrás de la puerta que al pegar el golpe salpicaba algunas gotas del rocío, se encontraba la mirada anhelante de Bautista de ir junto a él. Quedó petrificado mirando la maciza puerta de roble.
Se sintió invisible, como cuando iba a la escuela y se sentaba al fondo de todo, inadvertido, solitario, su alma se llenaba cada vez más de un deseo voraz, un anhelo  incontrolable. Unas ganas de ir corriendo tras de él que invadía su cuerpo… y sus sueños aunque nunca podía recordarlos bien, sabía que soñaba con su lugar, ese donde su ser y parte de su alma quedaron allí.
Sentía morir poco a poco, que su cuerpo se desgarraba por las noches y su imagen se desintegraba; pero todo volvía a la normalidad al despertar.
A la mañana siguiente se despertó pero no podía volver en sí. Escuchaba a lo lejos la voz aguda de su madre que le decía que se apure para desayunar, que iba a llegar tarde al colegio. Esta vez directamente no sentía su cuerpo, el dolor era toda una unidad misma y pudo apenas ponerse de pie. Pudo verse en el espejo, medio borroso por no poder abrir sus ojos, que estaba sobre la pared,  que su tez estaba  cadavérico, sus labios azulados y sus ojeras más oscuras que su boca. Cayó al suelo. Sintió cómo poco a poco el piso se iba apoderando de él, su cuerpo desvaneciéndose sobre el frío. El piso y su lívido cuerpo eran la misma entidad, la misma nada, toda una sola frigidez. Así como lo había sido el último tiempo su vida.
Luego de quedar únicamente el cuerpo muerto en la habitación, él sentía que caía desde un filoso abismo a un remolino cónico, profundo, oscuro, con un zumbido ensordecedor que lo mareaba aún más. Cuando finalmente tocó fondo, pudo ver a través de la nebulosa creada por el polvo de tierra,  que estaba en el camino de entrada a su campo: la entrada de su vida, del camino conductor a su identidad.
Parado sobre la calle desorbitado por lo ocurrido, sintió el crujido de la tranquera que se abrió detrás de él y posteriormente una sensación inexplicable, sus entrañas se ardieron poco a poco. Todo se emblanqueció  por unos segundos. Vio pasar por sobre él-a través de él, alguien idéntico a su ser, hasta hubiese jurado ser él mismo. Ahora más desorbitado que antes, bajó la mirada y observó sus manos, que si bien la oscuridad de la madrugada no le permitía una visión esclarecida, notó lo traslúcidas que se eran. Pudo notar las huellas de la persona que lo atravesó, en el guadal, sobre ellas. Apenas se le veían las uñas y lo mismo pasaba con el resto de su organismo. Alzó la mirada, observó allí a lo lejos al sujeto que lo traspasó, haciendo las labores del campo y aunque corrió para alcanzarlo y hablar con él, fue en vano… El sendero  se hizo cada vez más largo mientas más corría.
 Su otra entidad era inalcanzable, pero aún así sintió cómo su deseo voraz se fue saciando poco a poco, aunque ya nada tenía solución, siguió corriendo.
Amaneció. Ya Autista era Bautista y el poder del deseo movió montañas.
Se oyó un chillido de la misma boca que minutos antes llamaba a un adolescente a desayunar.