Tapa azul y vidrio tornasolado
Nombre:
Ignacio Quevedo.
Edad:
11 años.
Raza:
Caucásica.
Domicilio:
Cervantes 828, Capital Federal.
Extraviado
desde el 23 de Junio de 2008.
“Cuando llegue el momento lo
sabrás”, me repetía el abuelo cada vez que le preguntaba sobre el misterioso frasco
de vidrio tornasolado que se encontraba arriba de la alacena, en la cocina. “Las
monedas que hay dentro tienen un valor inconmensurable”, me decía, y aunque yo
no conocía el significado exacto de esa palabra me daba cuenta de que eran
importantes: me daba cuenta por el tono de su voz, y también por el entusiasmo
con que miraba el frasco de tapa azul, el mismo que tengo ahora en mis manos.
Claro que el momento nunca llegó. El abuelo se
murió la semana pasada; lo mató un infeliz que manejaba borracho, un estúpido
que me dejó con el frasco en las manos y con una tristeza inconmensurable:
ahora sí que entiendo el significado exacto de esta palabra.
Lo extraño porque era todo para mí. Era mi
mejor amigo, mi único amigo. Aunque intento, no logro sacarme de la cabeza los
recuerdos, las muchas tardes en que después de prepararme una leche chocolatada
me contaba las historias de sus aventuras, de sus viajes por todo el mundo.
No entiendo cómo papá puede no quererlo. No
entiendo por qué cada vez que me pasaba a buscar por la casa del abuelo, se
quedaba esperando en el auto y mandaba a que mamá tocase el timbre. No me lo
puedo explicar. Si yo hubiera tenido al abuelo como papá, habría sido el niño
más feliz de todo el mundo.
Ahora tengo que bajar a cenar, pero no tengo
hambre. Desde la semana pasada que no le siento el gusto a las comidas, que
todo me da lo mismo. No sé si a todos los nietos les pasará igual, pero de lo
que estoy completamente seguro es que ninguno tuvo, ni tendrá, un abuelo como
el mío.
Creo que no voy a bajar a la mesa, me he
decidido. ¿Para qué bajar? ¿Para escuchar a papá decir que el abuelo era un
chiflado, que por su culpa jamás pudo conocer a su madre? Mejor no, mejor me
acuesto en mi cama y espero que sea un nuevo día, aunque a decir verdad,
tampoco eso me despierta demasiado interés.
De acuerdo, acá estoy. Parado
frente a la gran biblioteca del abuelo. He traído el frasco con las monedas,
por si acaso. “Buscá en el tercer anaquel, buscá en mi biblioteca”, han sido
sus palabras. No recuerdo si fue un sueño, si estaba dormido cuando se me
presentó, flotando en el aire y envuelto por una luz que casi me deja ciego;
solamente recuerdo su rostro: se lo veía bien, aunque me dio la sensación de
que estaba un poco triste.
A ver, ¿qué será lo que
quiere que busque? Mmm, acá lo único que hay son libros de geografía, éste que
habla sobre minerales, a ver este otro… “Antropología científica, volumen III”,
¿para qué corno quiero yo un libro de antropología? El abuelo era antropólogo,
no yo. Tiene que haber alguno que sea para mí, uno que haya tenido guardado y no pudo entregarme. Acá hay
un uno sin título; parece uno de esos manuscritos antiguos que muestran en los
documentales, veamos qué dice…
Memorias de Luis Quevedo
22 de Junio de
1972
Esta
anocheciendo. Hoy hemos dejado atrás la Meseta de Bie y nos acercamos a la
frontera de Namibia. Recorrimos Angola de palmo a palmo sin tener éxito.
Continuaremos nuestro trayecto por las sabanas de Namibia, en ellas radica mi
última esperanza.
23
de Junio de 1972
Vuelve a
anochecer. Conducimos todo el día, solamente dos parates: uno para almorzar y
otro para cargar combustible. La vegetación de las sabanas es mucho más copiosa
que en Angola; no así su fauna: una manada de sprinboks saltarines y una pareja
de elefantes han sido los únicos animales con que nos hemos topado en casi diez
horas de manejo.
Mañana
haremos un último intento, quizás todo sea un error, quizás esta travesía no
haya sido más que una enorme necedad de mi parte…
24
de Junio de 1972
Todavía no
logro contener mi emoción. Agradezco a mi esposa, que se encuentra a mi lado,
por haber sido la única que confió en mí; por haber respaldado mis propósitos a
pesar de las crueles burlas de mis colegas, sin ella no hubiese llegado a
ninguna parte.
Son ellos,
no me cabe la menor duda. Son los Namecuyá. Su último registro fue el de un
explorador inglés (siglo xv), inclusive hay quienes sostienen que forman parte
de una de una leyenda, que son una tribu dada a luz por el imaginario colectivo
del pueblo africano. Pero las evidencias tiran por la borda todo tipo de
hipótesis, y la evidencia está aquí: debajo de este promontorio donde hemos
aparcado. Mañana por la mañana, vamos a bajar por la colina y presentarnos ante
ellos. Planeo dejar los rifles en el jeep para no mostrar señales de
hostilidad, solo llevaré la Walther colgada de la cintura por si se tornase
áspera la situación.
25 de Junio de 1972
Escribo
estas líneas bajo la trémula luz de una tea. Los Namecuyá nos han recibido con
los brazos abiertos, hasta me pareció que se le alegraron de nuestra presencia.
Eso me ha dejado desconcertado; en lugar de recibir el trato que comúnmente se
les brinda a los forasteros, hemos sido acogidos como una suerte de invitados
de honor. Vamos a pasar la noche en una de las tiendas de la tribu, es mejor
que hacerlo en jeep, al menos aquí no debemos turnarnos para dormir.
26 de Junio de 1972
Segundo día
junto a los Namecuyá. Gracias a dormir de corrido toda una noche, hoy pudimos
disfrutar de un día de recreación junto a los nativos. Es increíble los
cordiales y comunicativos que son. Compartimos junto a ellos dos comidas y al
atardecer fuimos llevados a un enorme lago (indica el mapa que se trata del
Etosha Pan) donde se dieron un gran baño grupal. No mostraron ningún tipo de
reparo en desnudarse delante de nosotros, no obstante, han comprendido el
sentimiento de pudor y nos han dejado a solas cuando llegó nuestro momento de
asearnos.
Mañana,
según he interpretado los gestos de uno de los caciques, nos harán parte de una
de sus ceremonias. Esperamos no terminar atados a un poste y con decenas de
Namecuyá danzando alrededor.
¿Qué fue eso?
Pareció un ruido en la
puerta. ¿Será el tipo de la inmobiliaria? Escuché esta mañana decir a papá que había
aparecido un comprador para la casa. Ya veo que entran y me encuentran acá: van
a pensar que soy un ladrón. Nadie sabe que tengo una llave de la casa, el
abuelo me la entregó como signo de
nuestra amistad. De acuerdo, espiaré por la ventana…
No hay nadie, voy a poder
continuar leyendo. Todo esto es muy raro, el abuelo nunca me habló sobre un
viaje a África. ¡Y en compañía de la abuela!
27 de Junio de
1972
No puedo
creerlo. Sinceramente, no puedo creerlo. Soy conciente de lo que he visto, de
lo que mis ojos fueron testigos, pero aun así mi inteligencia se niega a
aceptarlo. Nélida comparte mi desconcierto y no ha dicho todavía una palabra.
Hoy hemos
vuelto al Etosha Pan, esta vez se han sumado los caciques de la tribu. El mayor
de ellos, ataviado con un manto escarlata que le daba un aspecto siniestro,
mandó llamar a varios de los jóvenes. Éstos formaron una hilera y comenzaron a
entonar fervorosamente una plegaria, una señal de agradecimiento tal vez… no lo
sé, de lo único que estoy seguro es de sus espasmódicos rostros, de sus rostros
y de lo que vino después…
Al anciano
le fue otorgado un recipiente cóncavo, similar a una vasija, y éste sacó de él
una reluciente moneda dorada que arrojó al lago. Cuando la moneda se sumergió,
las aguas comenzaron a agitarse creando un remolino, un enorme torbellino cuya
circunferencia abarcaba la totalidad del lago. De inmediato, el primero de la
hilera de jóvenes se lanzó al agua; sí, eso hizo, ¡se lanzó hacia aquel abismo
del cual emergían haces de luz de todas las tonalidades! ¡Hacia aquella
inmensidad que parecía contener un universo entero en sus entrañas!
Le
siguieron los demás, uno tras otro se arrojaban con una tranquilidad
inconcebible, como si se tratase de un simple chapuzón en una pileta. La
sucesión de saltos se prolongó, hasta que el remolino comenzó a cerrarse en una
decreciente vorágine de círculos concéntricos. Una vez que hubo desaparecido
por completo, las aguas del lago recobraron su habitual tranquilidad y el
ritual se dio por finalizado.
28 de Junio de 1972
Hoy un fue
un día de suma tranquilidad en la aldea. Nélida insiste en repetir que lo
vivido ayer no ha sido más que una alucinación, un engaño de nuestras
sugestionadas mentes. Pero yo se que no es así. Estoy convencido de que ayer se
ha abierto un portal, un pasadizo hacia un mundo desconocido, al menos para el resto
de los mortales. Me he escabullido en la tienda de las caciques, a la hora en
que estos acostumbran a meditar bajo la sombra de acacia, y he descubierto
donde guardan la vasija, donde esconden ese sagrado recipiente repleto de
talismanes dorados…
29 de Junio de 1972
El
crepúsculo ha llegado a su fin y la noche hace su majestuosa entrada en las
sabanas. Nos encontramos en el jeep; yo, con mis manos ocupadas en este diario;
Nelida, con la suyas sobre la sagrada vasija. Hemos manejado más de ocho horas,
es imposible que los Namecuyá puedan habernos seguido el rastro.
Al amanecer
continuaremos rumbo a Windhoek; puedo afirmar, sin exageración alguna, que éste
es uno de los días más felices de mi vida.
30 de Junio de 1972
Continuamos
camino a Windhoek. En el día de hoy no ha sucedido nada que sea digno de
mención (obviando el magnífico espectáculo de un guepardo que da caza a un
impala, o el de unos leones cachorros aventurándose por primera vez en tierras
que luego les pertenecerán, de las que pronto serán reyes y reinas). Hemos
hecho un nuevo parate, para poder dormir algunas horas, proseguiremos ni bien
el sol nos ilumine con sus primeros rayos.
1 de Julio de 1972
Me
encuentro a pocos kilómetros de Windhoek. En realidad no lo sé con certeza y
tampoco me importa. Ya nada importa. Maldigo mi suerte, maldigo a Dios por tal suerte,
y me maldigo a mí, por sobre todo me maldigo. Me maldigo por haber aceptado la
petición de mi esposa, por arrastrar a Nelida hacia todo esto.
Cerca del
mediodía nos detuvimos para almorzar, ella bajo del vehículo diciendo que
necesitaba orinar. Se dirigió hacia unos arbustos y fue entonces que escuché su
grito: su alarido de dolor.
Hice todo
lo que pude. Juro por mi vida que hice todo lo que estuvo a mi alcance. Nelida
acaba de morir. “Cuida a Damián, cuida de nuestro hijo”, han sido sus palabras de
despedida; luego tomó mi mano ensangrentada debido a un último intento por
extraer el veneno y cerró sus ojos para siempre.
Entonces era eso. Ése es el
secreto de las monedas: mediante ellas se puede abrir un portal hacia otro
mundo, hacia otra dimensión tal vez. Pero… ¿por qué el abuelo no dio a conocer
su hallazgo al mundo entero? ¿Por qué no contó a nadie el secreto? Creo que me
había elegido a mí para que fuera el primero en saberlo, pero… ¿por qué?
¿Querría el abuelo volver a África con las monedas? ¿Se habría arrepentido de
robarlas?
Las anotaciones parecen
acabar en esta página, pero aún tengo muchas preguntas sin respuesta, hasta
siento que cargo con más dudas que antes.
¿Y esto? Parece que hay una
última anotación en la página final, escrita con otro tipo de tinta. Mejor me
apuro, llevo más de una hora leyendo y el tipo de la inmobiliaria puede
aparecer en cualquier momento.
13 de Febrero de 1984
Lo
he hecho. Han pasado más de diez años para que me atreviese a volver a tocar
estas mágicas reliquias, pero finalmente hoy lo he logrado. Necesitaba verlo de
nuevo, poder cerciorarme de que las monedas son las portadoras de un poder
ultra-terrenal.
Tomé
una de ellas y la dejé caer en el aljibe del patio, fue entonces que el
prodigio se repitió. Esta vez no se produjo un torbellino, pero sí
irradiaciones procedentes del interior del aljibe, irradiaciones idénticas a
las del día del ritual: haces de luz color zafiro, verde esmeralda, y rojo de
distintos matices; todos ellos emitidos por una refulgente esfera violácea, y
fue en aquel momento que lo comprendí… comprendí porque aquellos jóvenes
Namecuyá se lanzaron sin vacilación hacia el interior del remolino. Era una
voz, esa es la mejor manera de describir AQUELLO que me llamaba; sí, me
llamaba, a pesar de no pronunciar ni una palabra me llamaba, me instaba a
saltar.
Mi
temor hacia esa fuerza desconocida hizo que retrocediera, dejando pasar la
oportunidad de sumergirme en un universo nuevo y plagado de secretos. Un
universo al cual no me animo a entrar, una puerta que no soy capaz de trasponer
en soledad…