Un
paciente de la infancia
Ahí estaba él, colgando su diploma como si su
vida profesional fuera a durar muchos años. Se leía en su placa Licenciado en
Psicología Juan Manuel Mons Morten por la Universidad de Buenos Aires. Lo que no
sabía era el destino que iba a correr. Mientras caminaba por su consultorio
recientemente pintado, casi con olor un poco molesto, se preguntaba cuánto faltaría
para conocer su primer paciente. Los arreglos necesarios para tener una
secretaria ya estaban hechos. Ella le cobraría una vez que él comenzara a ejercer,
mientras tanto ella estudiaría en la sala de espera para no tener que perder
tiempo en algo que no sabía cuánto duraría.
Muy dubitativo decide acomodar sus libros en
su consultorio. Observó ese diván revestido en cuero negro profundo que le
traía muy malos recuerdos. El era una persona repugnante. Nos hacia la vida
imposible a los chicos. La hermana de mi mamá contaba que con todos y cada uno
de los niños se llevaba pésimo. Por suerte ya no está más con nosotros. Nunca
lo quise. Siempre me quiso molestar. Me atemorizaba desde chico con ese oso
verde militar con esa mirada tan profunda. Me decía que me iba a comer, que me
iba a matar si yo hablaba o no me quedaba quieto. Yo no quería que me pegara.
Todo lo que hacía le molestaba. Le temía mucho. Siempre le temí. Desde la
muerte de papá me sentía muy solo. En la escuela los chicos no me querían y me
discriminaban porque no me relacionaba con nadie. Si ellos hubiesen sabido por
la que yo pasaba en casa. Nadie me creía. El era muy malo conmigo, malísimo. Me
hacia doler mucho. Yo lloraba antes de verlo y él me gritaba, callate que ya
vas a ver que te hago si no te portás bien. Me dejaba encerrado con ese oso
inmenso y yo ni me movía por el miedo que le tenía.
Al tercer día de trabajo, la secretaria pidió
entrar unas horas más tarde porque tenía un parcial en la facultad y quería
repasar un poco por la mañana. Suena el timbre. ¿Quién será? ¿Un nuevo paciente?
Ansioso va por la puerta y lo recibe. Su aspecto le parecía un poco conocido
pero su forma de caminar era rara.
Señor, el doctor me mandó al psicólogo. No sé
para qué porque usted no tiene nada que ver con lo que a mí me pasa. No pienso
contarle nada de mi vida, dijo el paciente.
El licenciado pensó para sí, este es un caso
interesante. Lo veía en sus ojos. Guardé la orden del médico y se leía JMMM
esquizofrenia. Durante el tratamiento que duró un par de semanas probé varias
cosas pero para mí el paciente era normal. Nada que preocuparse hasta que un
día lo inesperado sucedió. Un ataque en vivo y en directo. Los ojos se le
pusieron raros. Negros intensos. El siempre venía de noche porque decía que la
luz del día le hacía mal. La primera noche estaba exaltado, empezó a rugir y a
hacer sonidos raros, como un lobo. Parecía el lobizón. Y se fue corriendo. El
tiempo se me pasó volando. Para cuando mi secretaria llegaba él se había
retirado por la puerta trasera.
Le pagué el primer mes a mi secretaria y me
fui a tomar una siesta. La próxima sesión el ataque fue más repentino y ahora
su cara era más redonda y peluda. Traté de calmarlo pero no pude. Me agarró de
la mano y me pegó. Me apretó tanto que me dejó una marca. Al día siguiente le
comenté a mi secretaria pero no me creyó. Cada vez se parecía más al oso ese
feo. Me atacó varias veces. Todo peludo, negro, ojos sobresalientes y
gritándome lo que me decía mi tío malo.
Los vecinos escucharon el grito desesperado de
ayuda. Clamaba que lo dejara, que lo soltara, que no le hiciera más daño.
Prometía que no lo iba a denunciar. Basta, basta, basta. Se escuchó un grito
muy profundo.
La policía llega al momento que la secretaria estaba
abriendo la sala de espera. Abren el consultorio y lo encuentran ahí tendido en
el suelo. Inerte. Se citó a los vecinos a declarar. Todos coincidieron en que
escucharon un grito pero nadie vio nada raro. Las cámaras de seguridad no
registraron ningún sujeto extraño. Hacía tiempo que él comentaba sobre un
paciente que venía por las noches, declaró la secretaria. Nunca lo vi. Solo vi
las marcas en la mano.
El informe post mortem decía lo siguiente: el
señor JMMM murió por falta de oxígeno a los pulmones. Las heridas en el cuello
indican una fuerte presión ejercida ahí y unas marcas demuestran que un animal
con garras lo arañó.
1 comentario:
Qué buen relato, Lucas. Estremecedor, por momentos espeluznante. Supiste tomar del género gótico lo que te permitió elaborar una trama en clave de fantástico, polarizando lecturas posibles y manejando muy bien el suspenso y las expectativas del lector. Un final a modo de knock out cierra el círculo del juego con los nombres, cifrando el lenguaje y revelando una de las dimensiones más sugestivas de la fatalidad.
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