TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA

Este blogfolio nació en 2008 para convocar la palabra escrita de las y los alumnos del TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA de primer año del Profesorado en Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Villa María, provincia de Córdoba, Argentina.

Trabajamos intensamente en clases presenciales articuladas con un aula virtual que denominamos, siguiendo a Galeano, Mar de fueguitos.

Allí nos encontramos a lo largo del año para compartir los procesos de lectura y de escritura de ficción. Como en toda cocina, hay rumores, aromas, sabores, texturas diferentes, gente que va y viene, prueba, decanta, da a probar a otro, pregunta, sazona, adoba, se deleita. Al final, se sirve la mesa.

Como cada año, publicamos los cuentos que cada estudiante escribió como actividad de cierre del taller para compartir con quien quiera leernos y darnos su parecer. Hemos trabajado explorando el género narrativo, buceando en las múltiples dimensiones de la palabra. Para ello, la literatura será siempre ese espacio abierto que invita a ser transitado.

Hemos ido incorporando, además y entre otras muchas experiencias de escritura creativa, el concepto de intervención performativa sobre textos y de patchwriting.

El equipo de cátedra está conformado por Jesica Mariotta, Natalia Mana y Mauro Guzmán, quienes le ponen intensidad amorosa al trabajo del día a día, construyendo un hermoso vínculo con las y los estudiantes.

Beatriz Vottero - coordinadora


Cuento por Ayelén Bejarano

Es una situación comprometedora… me lo voy a repetir una y otra vez, mientras no logre dormir me martirizaré con ello.
Miro al techo y es una manera de decir, no veo nada, la luz está apagada.
Cierro los ojos pero no concilio el sueño.
Estoy en el patio del colegio. Veo como los niños juegan, unos corren, otros se trepan al gran árbol, allí están peleando, tendré que intervenir. Camino cansado y en mi dirección se encuentra Luz, la niña más linda del aula, me mira tímida y me regala una sonrisa, meto la mano en el guardapolvo y saco unos caramelos, me tomo el atrevimiento de abrir su manito y colocárselos delicadamente, es tan suave, delicada y fresca… se va corriendo.
Estamos en el salón de actos, formamos fila, todos de manera muy prolija, saludamos a la directora, izamos la bandera y cantamos el himno, nos ordenan ir al aula de manera tranquila ¡sin correr! -Grita la seño de 2º “B”-. Y ahí va ella, lleva una cinta rosa en el pelo.
Leemos el Principito, la lectura los atrapó, estoy seguro que les encantó, muchos levantan sus manitos y preguntan entusiasmados. Luz me dice que quiere viajar como él y yo prometí llevarla. De tarea hay que hacer un dibujo de la parte que mas gustó.
En la clase de Tecnología había que hacer un barquito, ella en el intento de cortar el tergopol se lastimó, fui el encargado de socorrerla, a toda carrera en búsqueda de algodón, agua oxigenada y una curita. Me dijo que le salvé la vida, me sentí especial y hasta me sonrojé.
No hago más que pensar en ella y querer tenerla conmigo, prometo cuidarla y tratarla dulcemente. Deseo verla, oírla, tocarla. ¡Me da rabia…! ¡Que voy a hacer!
Estamos jugando a las escondidas y me sumé, escucho “un, dos, tres el que no se escondió se embromó”…todavía no tengo escondite, abro un armario viejo, supongo que está vacío y me meto, siento una respiración, allí está ella, me agacho y le digo al oído “no nos encontrarán” pero susurrarle fue una excusa para olerla. De repente suena el timbre, fin del recreo y salimos.
Luz Poek… ¡presente!... que voz tan angelical.
Fui testigo de las veces que llegó tarde, de cuando perdió sus monedas y pensó que se quedaría sin merienda pero yo compartí con ella unas ricas galletitas rellenas, de cuando no entendía las multiplicaciones de dos cifras y entonces yo con paciencia y amor se las enseñé, de la pelea por el banco con Martín y mi aparición heróica para dejarle las cosas en claro a ese niñito o de cuando estuvo a punto de romper en llanto porque su madre se retrasó y entonces pasamos el tiempo charlando en las escaleras del colegio.
El tiempo va pasando y yo me voy poniendo peor.
Hay acto. Ella es una bella dama antigua y yo su caballero. Me acerqué y la saqué a bailar.
Últimamente no tengo ganas de nada, sólo me anima la idea de ir a la escuela porque sé que la veré, me siento raro, creo que estoy enloqueciendo.
Hoy salimos antes, debían traer firmada una autorización para poder retirarse pero ella lo olvidó. Se fueron todos. Y ahí esta mi princesita, sentada en su banco con la mochila puesta. Miro el reloj, el tiempo no pasa más, los segundos son eternos y llegar al minuto es un triunfo.
Tomo valor, me acerco, me arrodillo a su lado y me ofrezco llevarla a su casa, no me contesta, me mira y pestañea, esta vez fuí yo quién logró ruborizarla, sigue en silencio, supongo que en esa cabecita todo va más lento pero logro sacarle un “sí“.
Subimos al auto y de repente escucho ¡mmm…huele a limón! Parece que el aroma le fascinó, hacemos parada en una heladería, frutilla y chocolate. Retomamos el viaje, pongo mi mano en su pierna y la acaricio pero me la saca de manera brusca y veo miedo en su mirada, yo ya no siento amor, esa situación me irritó, una ira se apodera de mí. La tomé por la fuerza, grita pero mi mano opaca sus palabras, la veo llorar pero no me conmueve, no siento nada. Al fin fuimos dos, no fue como lo imaginé pero sucedió.
Quiero que mi cabeza deje de repetir esos momentos pero es imposible, de manera cíclica vuelven una y otra vez. Despierto y está a mi lado, no respira y ya no es tan bonita.
Tengo mucha pena y quisiera tener más.
Es una situación comprometedora, dormimos…es un decir.

Perdido en un mar de lágrimas por Jorge Barberi

“No acabé de llegar a la ciudad de Ébano que me hablaron de ella: -Puede quedarse el tiempo que quiera- me dijo el mayor de la guardia al reportarme -pero trate de mantenerse alejado. No me dio muchas más explicaciones y me despachó de la oficina del Censo. Debía descender algunos escalones desde la entrada, cruzar el puente a la derecha y seguir colina arriba hasta llegar a la guarnición imperial.
“Cuando llegué el cielo parecía amenazante y al salir noté que se había formado una pequeña tormenta -“pequeña” comparada con otras que me ha tocado vivir pero para el común denominador esto era un diluvio. No podía subir la colina ahora aunque quisiera, habían cerrado las puertas de la ciudadela y, por la hora, no las abrirían de nuevo hasta la mañana.
“Intenté volver a la oficina pero se habían percatado del mal tiempo y trancado las puertas. La gente corría de aquí para allá y en pocos segundos no quedaba nadie más en la plaza, salvo algunos perros acurrucados bajo los estrechos aleros.
“La posada estaba dentro de los muros de la ciudad y fuera no parecía haber lugar alguno donde pasar la noche, al menos no adentro junto al fuego del hogar. -En fin, seré el único en disfrutar de la cándida lluvia- pensé y comencé a caminar.
“Al principio pensaba acercarme al puerto para ver los barcos menearse con las olas pero me detuve poco antes de salir de la plaza. Sentía un leve crujido, casi apagado por el fuerte silbido del viento. Miré hacia atrás, hacia lo que pensé era la fuente y vi, bajo la sombra del árbol de la plaza, algo que se movía levemente. Me cerqué poco a poco y la vi más claramente. Allí, bajo la luz de Earendel soslayada por las nubes, una muchacha tallaba con un cuchillo una figura de madera.
“Lentamente, poco a poco, cesó la lluvia y menguó la espera de aquellas que nuevamente pueden guiar a los navegantes. Pasamos varias horas juntos allí bajo la protección del árbol. Al principio la miraba sorprendido pues no entendía que hacía allí mojándose pero al acercarme descubrí que el árbol mantenía seco un pequeño espacio.
“La observé con fino ojo observando siempre la delicadeza con que tallaba la madera. Quería
preguntarle por su nombre pero no me atrevía a interrumpir su labor. -Josefina- dijo de repente -Me llamo Josefina ¿no es eso acaso lo que quiere saber?-
“-Sí- le contesté, no del todo sorprendido, seguramente todos los viajeros se lo preguntaban.
Permanecimos otro rato en silencio y luego hablé, tan repentinamente como ella lo había hecho: -Atuel, yo me llamo Atuel-.
“Luego siguió otro silencio y ella continuó: -Encantada-. Eso solo, “encantada”. La conversación
continuaría con las mismas pausas. Recuerdo que le pregunté por la figura que tallaba y ella me dijo que era una imagen de su esposo perdido hace años en el mar, que siempre que había una tormenta iba allí a recordarlo y a esperar su regreso. Una historia muy triste.
“Cuando desperté ya era la hora segunda. Había algunas personas caminando por la plaza pero no tantas como el día anterior, era invierno y, a pesar de la hora, pude ver a Earendel esconderse nuevamente tras el resplandor del Naciente. Caminé entonces colina arriba esquivando los edificios con cierto aire de culpa.
-¿De culpa?-
-Sí de culpa, mirase donde mirase la gente me veía con ojos recriminadores-
-Ja ja ja, prosiga por favor-
-No hay mucho más que decir, llegué a la fuente, crucé el frontón y llegué hasta aquí. Hace días que no salgo de la guarnición y no he vuelto a verla.
-¡Menuda historia Atuel! Pensaba que tú también te habías vuelto loco. Sin embargo la gente murmura que fuiste tú quien la ha vuelto a poner en ese estado. Verás, su “esposo” se perdió en el mar y durante años ella iba bajo el árbol a tallar una figurilla de él cuando el tiempo estaba mal. Pero hacía tiempo que no lo hacía. Personalmente no creo que hayas tenido que ver en eso. Hacía tiempo que no veía una tormenta como la de ese día, creo que desde el día en que él se perdió, y tal vez fue eso lo que la llevó de nuevo allí. Ahora basta de chácharas y preséntate en el patio.
Los días siguen fríos desde hace días y el cielo blanco. Avanzo hacia la fuente y siento que se me
acerca alguien de atrás: -¡Ey, Atuel! ¡Interesante la reprimenda que te ha dado el jefe! ¡Al principio pensé que te sacaría a patadas por loco pero parece que tu “menuda historia” le conmovió!-
-No deberías escuchar a hurtadillas, Ernil. De cualquier manera, ¿sabes por qué le dicen “Pie Ciego” al jefe?
-Créeme, no quieres saberlo... y yo tampoco.
-Ya sé, quieres saber sobre el “esposo” ¿no?- dice entonces Ernil espabilándome de mis pensamientos
-A saber, no era su esposo en primer lugar. Era la mujer más bella de la capital y sus padres la habían comprometido con el emperador. ¿Te imaginas que hubiera podido ser la emperatriz? En fin, sus padres la mandaron acá donde “nunca pasa nada” pero resulta que al final pasó: se enamoró de un joven marinero y perdió la cabeza por él. Parece que fue terrible para ella cuando su amado se perdió en el mar y quedó así, media media.
“Cuando vino el emperador a buscarla la encontró desvariando y la dejó acá sin nada. Me dijeron que sus padres empobrecieron poco después y murieron. Una historia muy triste.
Llega entonces el capitán Hrisskar Pie Ciego y pasa revista a todos. A Ernil lo manda a lavar los baños, ha descubierto que le escucha las conversaciones, y a mí me manda a patrullar la plaza. Sé que ningún soldado sale jamás de las murallas pero por alguna razón me lo ordena.
Camino hasta el puente y allí una multitud de viejos me espera impaciente. ¡Me espera impaciente! -
¡Ey tú! ¡Sí tú!- me dice uno de entre ellos -Estábamos tranquilos hasta que tu llegaste, aléjate de ella si no quieres terminar como mi hijo Lázaro. Él se ocupó de la miserable cuando el emperador la dejó de lado.
¡La mugrienta acabó con mi hijo y con mi familia!.
-¡Rompientes!- le gritó al viejo una voz que se acercaba desde la ciudadela, era el capitán -¿Qué está pasando aquí?
La muchedumbre se dispersó en un abrir y cerrar de ojos. -No te preocupes por ellos, Atuel- dijo Hrisskar con calma- olvídate de tus quehaceres en la guarnición, acabo de firmar tu baja. Disfruta del lugar y bienvenido seas nuevamente.
No entiendo lo que me quiere decir y decido caminar un poco, tal vez así comprenda. Camino en
derredor pero no veo a Josefina por ningún lado. Miro nuevamente el árbol como esperando algo pero nada. De pronto veo que junto a él hay una piedra que antes no estaba. La levanto y adentro encuentro dos figurillas de madera y una carta. Leo:
Mi amado:
Mi amado Xavier que con tu nombre iluminaste tantos abriles.
Mi querido Atuel que con tu nombre ensombreciste tantos otros.
(Y también tú, Lázaro, cuyo nombre no quise para mi vida)
A mis dos amores, a mi único amor, le dejo mi corazón.
Ahora que has vuelto a mí podremos por fin realizar ese viaje que tanto quisimos.
Podremos navegar por fin juntos nuevamente.
Josefina.
Ya entiendo, ya comprendo, ya recuerdo. Mi nombre es Xavier Abril, pero ahora soy Atuel Tormenta.
¿Y Josefina? ¿Dónde está Josefina? ¿El viaje que tanto quisimos? ¿Se hizo a la mar sola? ¿Dónde estará ahora? Tantas preguntas asedian mi corazón y caigo de rodillas, llorando ante el amor dos veces perdido.
De pronto oigo una voz a mi lado.
-Hola, soy Josefina, Josefina Salud ¿y usted?
La miro y es ella, pero ya no viste harapos, viste ese vestido floreado que usaba cuando nos conocimos aquella vez en este mismo puerto.
-Yo soy Atuel Tormenta- digo mientras una lágrima corre por mi mejilla.
-Encantada Atuel, lo miro y presiento que seremos muy buenos amigos- dice, la misma voz, las
mismas palabras, y nuestras miradas se reencuentran y se confunden en un mar de lágrimas.

Tú mundo. Mi mundo. Nuestro mundo por Nayla Beltramo

Una fría neblina bañaba las costas del mar. Venía del océano y atravesaba los bosques cercanos como leve suspiro mojado. Todo estaba quieto, inmóvil, como si nada pasara. Todo allí en su lugar.
El mar tan vivo con sus olas, la playa tan fresca, las flores dando toques de color al paisaje y ¡los árboles! Los árboles meciéndose al compás de la brisa leve proveniente del sur que con ella traía lo más hermoso, lo admirable, lo conocido pero olvidado.
Allí estaba yo, en medio de este mundo visto pero tal véz poca veces vivido. Observé cada detalle, oí sonidos en medio de la nada. Sólo el paisaje y yo. Nadie más, nada más.
Por varios minutos me mantuve así, inmóvil.
La gente del lugar nunca se hizo presente. Tal véz poque nadie vivía allí o por lo menos esa fue mi impresión primera. La falta de personas alborotadas y en movimiento constante a plena luz del día me desorientaba aún más. No entendía lo que estaba viviendo.
En medio de mis confusiones seguían allí los aromas, la frescura, la perfección del paisaje que ayudaban a que por momentos olvidara que ese no era mi mundo, sino tierra extraña.
De pronto ví algo a lo lejos que sobresalía en las olas del mar que la brisa trajo. Como si alguien estuviese ahí más que yo. Me acerqué, con cierto temor pero a la vez algo de curiosidad por saber si realmente me hallaba sola en estas tierras.
Cada vez más cerca pude reconocer una figura humana en las olas del mar, insistí en acercarme hasta que logré preguntar: ¿cómo llegamos aquí? Este movió la cabeza con lentitud, sonriendo y dijo: yo te he traido aquí.
De repente una catarsis comienza a producirse en mí. Millones de preguntas se vienen a mis labios pero solo una fue la que ganó lugar y emitió sonido. ¿Por qué estoy aquí?, pregunté muy asombrada. Dio muchas razones pero la más exacta fue la última.
Frase que dejó resonando en mi: este es tú mundo, mi mundo, nuestro mundo.
Su aspecto era raro pero no dejaba de ser hermoso, mezcla de hombre y Dios. Alguien a quién no se podía dejar de mirar, ni muchos menos alejarse de él.
Si bien antes había visitado este lugar y dicho ser, poco a poco dejé de viajar hasta allí, ya que en mi actualidad se convertía una especie de más allá sin realidad ni base lógica.
Mi vida se convirtió en una más de nuestra mundo real, de nuestra actualidad. Con idas y vueltas como todos.
Un día de esos en el cual la vida logra traspasarnos hasta lo más profundo de nuestro ser, sucedió lo inesperado. Tras varios años de discusiones conmigo misma, tomé la decisión. Esa que por tantos años dejé de lado haciendo oidos sordos. Es ahí donde comencé a viajar a ese mundo sobrenatural. A la vez me dolía mucho. Podía sentir como todo mi cuerpo se desagarraba, pues, a pesar de todo, en mi realidad había muchos lazos que me ligaban.
Sentía en mi cuerpo mucho frío. De a poco la vista se me nubló, no podía entender muy bien que estaba pasando, ni mucho menos que había hecho para sentir tanto aroma a flores.
En lo poco que podía ver, ví a esa gente rara que por mucho tiempo estuvo a mi lado vestida con sus uniformes, dándome sustancias que me hacían doler mucho el estómago. No entendía porque ahora se preocupaban por mí, si nunca antes lo hicieron.
Sinceramente un poco de risa me causó en medio de semejante dolor que sentía, porque ellos querían retenerme o a lo mejor viajar conmigo, ¡jajaja! Nunca los llevaría conmigo si puera escapar, porque mucho me hicieron sufrir.
También veía mucha gente corriendo desesperada como si algo malo estuviera sucediendo. Para mi no era así, sólo es que no podía ver muy bien y sentía mucho dolor, pero tampoco era para que tanto se alborotaran.
De pronto solo silencio y oscuridad, mi cuerpo inmóvil y con mucho dolor en él. Dolor que se hacía cada vez más fuerte.
Estaba completamente sola, ya no veía más nada ni nadie.
Cuando más fuerte se hizo el dolor, dejé de sentirlo. Comencé a ver luz, a sentir aromas frescos, a ver un mundo soñado.
De pronto ví algo muy extraño a lo lejos que sobresalía en las olas del mar que la brisa trajo. Como si alguien estuviese ahí más que yo. Me acerqué, con cierto temor pero a la vez algo de curiosidad por saber si realmente me hallaba sola en estas tierras.
Cada vez más cerca pude reconocer una figura humana en las olas del mar, insistí en acercarme hasta que logré preguntar: ¿cómo llegamos aquí? Este movió la cabeza con lentitud, sonriendo y dijo: yo te he traido aquí.
Confusa en mi mente comienzo a recordar de a poco, como una breve película.
Después de haberlo abandonado por tanto tiempo, me parece ilógico estar aquí y mucho más escuchar las razones que este ser me da, del porqué regresé a este mundo. Relató una supuesta relación de ambos, cosa que mucho no creí.
Comencé a repetir más insistentemente: ¿por qué?, ¿por qué yo?, ¿por qué a mí? El respondió: porque me enamoré como nunca antes lo hice con otras a quien visité. Continuó relatando que este era mi mundo y no el otro, que debía quedarme a su lado. Ofreció de todo para convencerme pero nada me seducía lo suficiente para olvidar mi mundo, la realidad.
Me comentó que en mi ausencia había preparado especialmete todo nuestro mundo con nuevas sorpresas para mi llegada. Él decía que siempre pensó que cuando tuviese todo como quería iba a ir a buscarme, porque ese debía ser mi mundo.
Y fue así, cuando él creyó conveniente fue a buscarme.
Me recordó cada juego que tuvimos en la infancia, me detalló como habíamos convivido juntos en estas tierras. También sostenía que él fue el que me ayudó a viajar de nuevo a este mundo, es decir que en cierta manera impulsó mi decisión.
A medida que avanzaba en su relato más me convencía de que ese ser ya no me era extraño y que ese mundo me había pertenecido en el pasado. Empecé a ver en él algo nunca visto por mí en otros seres y mucho menos en mi mundo.
Ese misterioso elemento había sido la decepción de mi mundo, porque nunca lo había encontrado. Tal vez por eso es que tuve que viajar a este mundo, para encontrar aquello tan maravilloso que en otro lado no hubiese conocido jamás
Sin decir una palabra seguí oyendo pero a la vez comencé a divagar en mi mente, la idea de quedarme y empezar de cero una nueva vida.
De nosotros dependía que esta fantasía siguiese existiendo, nada nos faltaba para vivir. Todo lo necesario estaba ahí.
Mis pensamientos continuaban a favor de quedarme en ese mundo y las propuestas ayudaban. Comenzaban a sonarme tentadoras.
Él me habia cautivado. Además el mundo se veía muy perfecto, algo que siempre soñé ver.
Aquel dolor que sentí al llegar ya no estaba más en mi, se había ido.
Seguí pensando más aún en quedarme porque aquí nadie me hacía daño, iba a vivir como siempre desee. Ya no más esa vida en oscuridad, con gente rara rodiándome.
Ahora pienso, no fue tan mala mi decisión. ¡Qué bueno que la tomé! Pero también sabía que por mas que quisera regresar ya no podría hacerlo, así que solo me quedaba acostumbrarme a la nueva vida.
De pronto volví en sí y oí: vamos que te mostraré cada sorpresa que preparé para ti, mi amada. Como poco tenía por perder en el mundo real acepté y hasta los días de hoy sigo conociendo dichas sorpresas después de que le dije: ¡Muy bien, llévame a verlas!

¿Un sueño? por Marianella Giusiano

Todo empezó una noche de verano, era perfecta, las estrellas brillaban, una leve brisa corría. De pronto dormida me quedé mirando hacia la ventana que alumbraba la inmensa luna ¿Cómo olvidar el sueño que tuve? Era tan real que me desperté en la mitad de la noche y mi corazón latía muy fuerte con solo pensar que podía ser realidad.
Me levanté temprano a la mañana, desayuné como siempre y salí de casa corriendo cuando mi mamá me dijo: ¿donde vas Soledad?, le dije a casa de Rocío e Isabetta.
En casa de Rocío me atendió su mama Bety. Mi amiga estaba lavándose los dientes, por eso corrí al baño y le dije que se apurara que teníamos que buscar a Isabetta y contarle un secreto. Ella salió del baño y nos fuimos a buscar a nuestra amiga.
Edit, mamá de Isabetta, la llamó y salió de la pieza en pijamas. Nos metimos las tres a su cuarto y ahí les conté de mi sueño. Ellas se quedaron heladas. Rocío, adivina en tarot, tiró las cartas y me dijo “preguntá si eso podría llegar a pasar”. Isabetta salió de la pieza muy asustada porque no le gustan esas cosas. Las cartas de repente se cayeron todas del escritorio; con Rocío nos miramos y nos reímos y dijimos “esto no nos puede pasar a nosotras, ya somos grandes para creer en esto”. No le dimos importancia y nos organizamos para salir a bailar ya que esa noche salíamos con unos amigos nuevos.
Comimos en casa y salimos hacia el centro en donde nos encontraríamos con los chicos. Nos subimos a sus motos. Rocío fue con Agustín, Isabetta con Matías y yo me fui con Leonardo. Esa noche fue hermosa bailamos mucho y nos divertimos como nunca.
Volviendo a casa todos juntos, pasamos por una calle muy oscura donde había una sola luz alumbrando una casa inmensa. De pronto miré la casa. No lo podía creer, era la casa con la cual soñé, miré a mis amigas y pedí que frenaran las motos, que debíamos bajarnos ahí. Nuestros amigos nos miraron diceindo “¡están locas!”. Nos bajamos los seis pero ninguno quería entrar. Les expliqué sobre mi sueño, no me creían al principio, hasta que Isabetta les dijo “¿por qué le vamos a mentir? Luego de dar tantas vueltas por más de 15 minutos decidimos entrar. Había una mesa redonda con seis sillas que tenían nuestros nombres. Me corrió un escalofrío por mi cuerpo, una sensación muy extraña y fea. Enseguida Isabetta, la mas miedosa, gritó “yo me voy ya”. Aunque cuando quiso salir la puerta se trabó. No la podíamos abrir. Leonardo no lo podía creer, repetía en voz alta “ahora como salimos de acá”.
A lo lejos se escuchó una voz que nos decía: “para salir deben jugar mi juego, y muy pocos salen con vida”. Por detrás se escuhaban risas malvadas. Agustín pedía que nos tranquilizáramos, que hiciéramos lo que nos pedía la voz; mientras tanto Rocío lloraba sin consuelo.
Nos sentamos en la mesa y la voz nos pidió que alguno de nosotros tiráramos los dados. Matías fue el primero, salió el numero dos y de repente apareció una tarjeta en su mano que decía: “debes subir las escaleras y abrir una puerta roja”. Muy asustados fuimos todos, acompañándolo. Dentro del cuarto había un libro, lo abrió Matias. De pronto salió un humo negro y una sombra que se lo llevó adentro. Ese libro cayó abierto al piso y en una de sus páginas se veía a Matías muy viejo, Isabetta no podía creer lo que veía. De repente se escuchó esa voz de nuevo que nos pedía que volviéramos al juego, era el turno de Rocío. Salió el número cinco. Su tarjeta decía serás un fantasma de por vida, fue envuelta con un humo blanco y su cuerpo se elevó muy alto y desapreció por completto. Agustín en su enojo, reprochaba a la voz “¿Por qué nos hacés esto, qué te hicimos nosotros? La voz respondió: “Soledad sabe porque todos ustedes están acá”. Yo respondí que no tenía ni idea porque estábamos en esa casa. Lo único que recordaba es que soñé con esa casa, nada más.
Leonardo muy enojado rompió uno de los vidrios de la casa y apareció un mayordomo con la cabeza en su mano y se lo llevó. Lo único que se oían eran sus gritos desesperados. Muy angustiada corrí hacia la mesa y tiré los dados. Salió el número cuatro. La mesa y las sillas empezaron a girar muy rápidamente, en el susto nos tiramos al suelo. Se escuchó otra vez la voz. Ella nos pidió que nos sentáramos en la sillas; le obedecimos y nos llevó a un cementerio antiguo donde nos pidió que encontremos un cofre. Si lo hacíamos nos dejaría salir a todos con vida. Empezamos a buscarlo ya que nuestros amigos estaban en peligro, y lo debíamos encontrar, por sobre todo porque ella nos lo pidió.
En medio de la noche se escucharon unos pasos, nos quedamos en silencio pensando que era nuestra imaginación. Pero no era así. Algo nos estaba siguiendo, incluso molestando. Empezamos a caminar muy rápido y sin darnos cuenta nos chocamos con una bruja que nos dijo que el cofre estaba en la tumba del señor Ezequiel. Este había muerto de un embrujo terrible y para llegar a él, uno de nosotros debía intercambiar su alma con el gran hechicero de la magia negra. Agustín muy angustiado aceptó, su cuerpo quedó tendido en el suelo y la bruja se convirtió en el cofre que nosotros buscábamos. Isabetta me pidió que lo abriéramos. Yo no quería hacerlo, pero a su vez me llamaba mucho la atención la melodía dulce que salía dentro del cofre. Era única. Nunca antes la habia escuchado. Además una luz celeste muy brillosa salía de una de las ranuras. Más me tentaba la idea de abrirlo, pero no.
Llegamos a la casa y lo dejamos sobre la mesa.
“Nosotros cumplimos. Lo único que te pido es que por favor me devuelvas a mis amigos, sólo fue un sueño. No quise que nada de esto sucediera”, palabras que mi mente pensaba pero que mis labios no emitían.
El cofre se abrió. Dentro había fotos mías con una mujer. Las luces de la casa se encendieron y en una de sus paredes decía: “hija mía te amo”. Quedé perpleja al ver que en la pared había una gigantografía mía sentada en una silla con todos mis amigos.
Ellos salieron con vida de la casa. Mi alma aún anda por los pasillos tratando de entender porque estoy en este lugar y el porqué de mi sueño. Muy seguido voy a la casa de Rocío e Isabetta; a ver mis padres. Pero ellos no me pueden ver. Siento un dolor muy profundo en mi alma al verlos sufrir.
El único que pasa por frente de aquella misteriosa casa es Leonardo, dejando siempre un ramo de rosas en la puerta con mi nombre.

El traje estructural por Federico Balderramos

Yo ya había terminado de cumplir casi todas las metas de mi vida con estos 63 años
Me recibí como profesor de legua, fui jefe de los bomberos de mi queridísima ciudad y publique un libro llamado “Alas de papel” que me hizo ganar muchos premios y fue uno de los libros más vendidos durante la década del 2040.
Me case con Rosa que fue mi novia desde el día que nos conocimos en la universidad. Tengo 3 fabulosos hijos. Uno es ingeniero agrónomo (Manuel), otro es medico (Luciano) y mi hermosa hija Alfonsina, que fue la primera en darme un nieto, es abogada.
Siempre soñé con tener una familia perfecta, y la tuve gracias a todo el empeño que puse y la ayuda incondicional de mis viejos y de mis amigos.
Un día me levante a la mañana y mi queridísima Rosa me sebo unos mates con bizcochitos de grasas. Ella con sus 64 años seguía siendo la mujer mas linda del mundo. Yo siempre se lo dije y ella se reía y se sonrojaba, Mientras me estaba pasando los primeros mates. Entonces ella me pregunto:
-Fede, Te acordas que día es hoy
Yo en mi total ignorancia le dije:
-no… ¿que día es hoy?
-Hoy es 2 de junio amor, te acordas ¿que se celebra hoy?
- si, hoy se celebra el día del bombero amor.
Ahh, el día del bombero que lindo día que es ese. Siempre hay asado y guitarreada en el cuartel. Lo mejor de lo mejor con todos los colegas y compañeros bomberos de la regional. Hace fácil 3 años que no voy al cuartel y hoy, no sé por qué, me dan ganas de ir a visitar a los muchachos para ver cómo anda la cosa por allá y compartir un delicioso asado con ellos.
Hice toda mi rutina cotidiana y cuando termine esperé que se hiciera las 8 para irme a los bomberos a festejar con los colegas. Me di una fuerte ducha con agua bien calentita, me puse las mejores pilchas que tengo y empecé a calentar el auto. El auto que tenia era un Percha modelo 2045 de color bordo, hacia mucho que no lo usaba y hoy lo puse a andar. Me subí al auto y me fui al cuartel.
Cuando llegue era una cosa que no lo podía creer. El cuartel estaba el doble de grande que la última vez. Tenía 6 pisos y una torre de guardia que, fácil, llegaba a los 8 metros de altura. Seguí por la entrada y me encontré con los oficiales Ceballos y Peretti que estaban contentos de verme, me abrazaron y me acompañaron hasta el casino. Cuando miro el casino estaba el triple de grande tenia hornos más modernos, tres heladeras grandes y un televisor mega digital de 50 pulgadas. Pero lo que más me sorprendió fue la presencia de mujeres bomberas en el cuartel. Yo siempre quise que también las mujeres fueran bomberas pero la federación no lo permitía, pero ahora veo que se cumplió otras de mis deseos.
Después de haber comido un rico asado el Comisario Hidalgo, otro amigo mío que también estaba retirado, me llevo al galpón a ver las unidades. Por dios nunca había vistos tantas unidades nuevas. Eran como 63, grandes y todas 0 km. Me subí a una de ellas y me sentía como si estuviera en un avión. El equipo era muy sofisticado, tenia aparatos para regular la potencia de la salida de espuma (en los casos de incendios de hidrocarburos), una capacidad de por lo menos de 50.000 litros de agua, una escalera de 20 metros de altura que tenia conexión al tanque de agua para atacar el fuego desde la altura y herramientas pequeñas que las utilizaban para cortar todo tipo de material, como el hierro, el vidrio, etc. En cuanto a las ambulancias eran más grandes que la última vez. Encontré equipos de electro choques, para los casos de ataques cardiacos, tablas rígidas de madera que soportaban un peso aproximado de 250 kilos y una sirena que era estrepitosa pero no se escuchaba adentro de la ambulancia.
Al bajarme de la ambulancia le pregunte a Mayco en donde estaba la vestimenta. El me dijo que estaba en el mismo lugar que antes. Pero que estaba el triple de grande y separada por la mitad (Por el tema de que había mujeres en el cuartel). Me llevo hasta allí y era una cosa de no creer. Todo estaba prolijo y ordenado. Los trajes estructurales estaban hechos una pinturita. El color de los trajes había cambiado mucho, en mis tiempos los trajes eran de color negro con rayas fluorescentes y botas negras, ahora los trajes eran de color amarillo con rayas rojas y botas de color blanco. Me acerque a una de las gavetas y vi muchas particularidades que el traje antes no tenía. Ejemplo, el traje tenía regulador de temperatura y estaba bien acolchonado en la espalda. En los pantalones tenía unas almohadillas pequeñas en la parte del trasero y en las rodillas para mayor comodidad y en los cascos tenía un hermoso cubre nuca y una almohada arriba para que la cabeza no estuviera tan apretada y no se callera con facilidad.
Cuando había terminado de observar uno de los trajes de los bomberos el oficial Mansilla se acerco a mí, me dio un gran abrazo y me dijo que tenía una sorpresa para mí. Me llevo al fondo de las vestimentas y me mostro las gavetas viejas, aun las conservaban tal cual estaban en mis años de aspirantes. La abrí y me encontré con mi viejo traje. Se me escapo una lagrima de alegría por volver a ver ese traje que tanto lo use cuando era joven, cada rotura de ese traje tiene una historia y a pesar de que este todo cuarteado seguía siendo un tesoro para mí. En ese instante se me cruzo por la cabeza ponérmelo para ver si me seguía entrando y lo hice. Me saque mis zapatos marrones, mis pantalones claros, mi camisa y la tire hacia el fondo de la gaveta como siempre lo hacía. Me puse las botas, subí el pantalón, acomode las tiras, me coloqué el chaquetón y a lo ultimo me puse el casco en la cabeza. Me ti mi mano en el bolsillo derecho del chaquetón y me encontré con la foto que tenia de mi tío Manuel Alejandro cuando tenía 25 años. Esa foto era la preferida de la abuela y yo le había hecho una copia para ponerla en la gaveta. Según mi viejo yo era igual a mi tío. Siempre pensaba en los demás y me preocupándome por el bien de todos.
En ese mismo instante que me puse todo el traje sentí una vibración en mí que hacía que todo mi cuerpo se moviera. De repente vi que mis manos arrugadas y manchadas se transformaban en manos lisas. En las muñecas aparecían varias pulseras de distintos colores, como las que yo usaba cuando tenía 18 años. En mi cara sentía los cachetes bien firmes y empecé a notar que en mi boca aparecían todos los dientes que me faltaban. Mi pelo ya no era mas de color blanco sino de color castaño tirando a rubio y percibí un cambio en mi voz. Cuando habían culminado todos esos sucesos de cambios repentinos vi que los vestuarios estaban igual a cuando yo era bombero.
En ese mismo instante escucho una voz que decía.
-Balderramos. Súbase a la 62 que hay un 03 en calle Tucumán al 1.600.
Esa voz la reconocí, era la voz del oficial Matías Salcedo. Ese fue, para mí, uno de los mejores oficiales que tuvo el cuartel.
Me repitió en voz alta:
-Balderramos súbase a la 62 ahora
Sin pensarlo, Salí corriendo hasta la 62. Cuando me subí vi a varios compañeros como a Ceballos, Peretti y Ávila que me preguntaron si estaba nervioso. Yo les respondí que no. Entonces se acerca el oficial salcedo y nos dice a todos:
-Muchachos es su primera vez así que no se pongan nervioso y no hagan cagadas eh!
Yo les respondí a salcedo
-Es la primera, pero no la ultima mi oficial.
Yo no estaba nervioso. Solo pensaba en el tiempo; en lo que él hace de nosotros.
Así que salió la 62 a toda marcha con esa estrepitosa sirena a luchar contra esas llamas que fueron las primeras que combatir en mi larga y hermosa carrera como bombero.

Antes de mí por Juan Montes

Al amigo Montes le habían pedido que escribiese un cuento fantástico. Pero Montes era un hombre lógico, estructurado, lineal. No atinaba a conmoverse con cuestiones cuyo razonamiento escapara a las miradas convencionales. Podían pedirle que escribiese de política, de derechos humanos, de libertad de expresión y lo haría en un santiamén, hasta un poema era capaz de trazar en menos que se abre un párpado. Eso sí, combativo, frontal.
Escribió: “Antes de mí”.
Al hombre le costaba escribir; la edad, el cigarrillo, la falta de costumbre, la ansiedad, eran razones para que se esforzara a dibujar, con trazo infantil, cada letra. Antes… Dibujó una A casi gótica. Cuando iba por la curva que hace la A gótica mayúscula en su vértice más alto, dio vuelta carnero y para no caerse, se aferró con las piernas a ese trazo de tinta, y sintió que la sangre recorría su cuerpo incendiándole las mejillas. Si hubiera tenido la bicicleta negra, sin guardabarros ni frenos que lo llevaban a la escuelita de Munro, cuyas gomas, en su vertiginoso rodar fusilaban la espalda del guardapolvos blanco con miles de minúsculos proyectiles de barro. Si hubiera tenido la bicicleta, pensó, podía haber agarrado con envión la curva vértice de la A gótica mayúscula, y hubiera podido caer en pendiente urgente hacia la loma de la n de la palabra Antes.
Pero no tenía la bicicleta negra, de dos caños, con manubrio mariposa y sin frenos con la que atemorizaba al gentío en la feria franca los miércoles y los sábado en la calle Manuel García. Cuando los puestos de verdura reventaban de verdes y las frutas estallaban en rojos amarillos y naranjas, mientras cientos de mujeres regateaban el kilo de pescado y sus lenguas italianas se mezclaban con taitas, arrabales y gallegos, gritando chincue peso entre la mixtura de músicas que provenían de los puestos, mientras tanos bigotudos con guardapolvos tipo pechera que alguna vez fueron blancos vociferaban “al pescado fresco”, “limone, cinco por uno”, “a los churro calentito”, cuando el enjambre de carritos, bolsas, viejas, chicos y vendedores formaban conglomerados de vida cotidiana, el pibe Montes como una bala aparecía por la esquina, y revoloteando al viento su flequillo negro, zigzagueaba entre la turba que insultaba, y al llegar a la esquina, al último puesto de la feria donde estaba el pajarero, gritaba “Ea, ea, ea!” y largando el manubrio, con movimiento de saeta, manoteaba la jaula de los loros que al caer se abría, convirtiendo la feria en una terrible cacería.
Si tuviera la bicicleta negra me hubiera podido bajar del vértice de la A gótica mayúscula de la palabra Antes. Pero no tenía la bicicleta negra, entonces colgaba de la letra, aferrado por los pies al chorrito de tinta negra y su cabeza para abajo, coloradas las mejillas de tanta sangre. No era un rubor de vergüenza, como aquella que sintiera cuando en sexto grado se escondió con Liliana Pérez en el hueco de un eucaliptus gigante que había en el patio de la escuela y se dieron un beso. Colgado de la punta de la A gótica, cabeza para abajo, miró por la ventana de la letra que forma una carpita como un hueco en el tronco de un eucaliptos, y mirando al revés vio que latían besos, bocas extrañas, rojas, lilas, pálidas, con besos húmedos y fogosos, con besos secos e insípidos, miles y miles de besos borboteaban en la carpita de la A pero el beso vergonzoso que le dio a Liliana Pérez en sexto grado, no estaba.
Se aferró con sus manos del travesaño de la A mayúscula y como un gimnasta soltó sus pies de la línea de tinta curva del vértice de la letra, y luego hizo una pirueta en el travesaño y se soltó. Miró el tamaño de la A y la gigantesca senda de la palabra Antes de mí y espantado corrió hacia la calle Manuel García, donde había edificios y luces y negocios, donde no habitaba ya el olor a pescado ni se oía la mezcla de gritos con lenguas italianas, gallegas y lunfardas. Miró hacia atrás buscando la bicicleta negra pero sólo había espejos rotos, en un pedacito de vidrio se miró y no encontró el flequillo, una calva promisoria descubría una cara agrietada y de barba rala, la frescura de aquellos ojos verdes reflejaban una mirada acuosa y gastada. Alzó otro pedacito de vidrio y en él no vio su rostro, eran los labios de Liliana Pérez los que devolvía el reflejo, no eran labios vergonzosos.
Corrió hacia la letra A y comprobó que no podría cumplir con el pedido de su profesora por que sin su bicicleta negra no podría tomar con envión la curva de la letra y porque Liliana Pérez le había robado la pureza y la ingenuidad que nos hacían fantásticos.

Una segunda oportunidad para Ignacio por Verónica Pitta

Me desperté en el sillón de casa, vestido de traje y corbata. Aturdido, mareado, como fuera de mí. No recordaba haberme acostado allí.
Decidí subir a mi habitación para ducharme y ver si Clara estaba despierta. Pero antes pasé por el cuarto del bebé, para contemplarlo mientras sonríe en sueños, como lo hago cada mañana desde hace dos meses y medio.
Pero clara me ganó de mano, estaba en la cocina preparando el desayuno, con el bebé en brazos. Parecía sollozar.
Quise sorprenderlos con un abrazo y un beso, pero ella me ignoró. Se dirigió al comedor a encender la televisión.
La saludé y no contestó. Pregunté si estaba todo bien. Le conté que me dormí en el sillón sin saber la razón, pero no respondió. Quizás esa era la causa de su enojo.
Preferí subir a ducharme y luego charlar más tranquilos. Pero no había terminado de cambiarme, cuando vi por la ventana que estaba sacando el auto de la cochera.
Corrí a buscar las llaves de mi auto, pero me tardé en hallarlas y no pude alcanzarla.
Traté de llamarla con el teléfono celular, pero no lo encontré.
Entonces decidí seguirla, total no debía trabajar, estaba de licencia. Me sentía raro, no entendía su ignorancia. Quería saber que pasaba. Qué había sucedido la noche anterior, si en los años que llevamos casados, jamás pasé una noche en el sofá por más enojados que estuviéramos.
Cuando logré divisar el auto, ella se detuvo frente al cementerio. Dejó al niño dormido y entró con un ramo de crisantemos, mis preferidos.
Mientras caminaba, le grité varias veces, pero no se volvió. Se paró frente a una tumba, colocó las flores en agua y se desplomó llorando.
Me estremeció su dolor y corrí para abrazarla. Pero me detuve a unos pocos pasos, tuve miedo de asustarla. Me arrodillé a su lado y cuando levanté la vista para ver de quien se trataba, me quedé pasmado.
La inscripción decía…
IGNACIO POMBA
26 de julio de 2008
En recuerdo de un padre y esposo maravilloso.
Te amamos y lo haremos siempre.
Tu esposa y pequeño hijo.

¡Imposible! Si yo estaba vivo, arrodillado a su lado. Tratando de consolarla. Ella sólo estaba rara. Yo desperté en el sillón de casa…Dios mío, que está pasando. Esto sólo es un sueño, no puede ser verdad… ¡Estoy vivo!, le grité.
Ella volvió su rostro y me preguntó llorando por qué la había dejado sola. Que cómo hacía para seguir, para criar a nuestro hijo. Intenté abrazarla, pero mis manos traspasaron su cuerpo.
Me pedía que le demostrara que estaba bien, que seguía con ella a pesar de todo. Pero como hacerlo, si ni siquiera me sabía muerto. Si yo había manejado hasta allí para saber que pasaba.
De pronto, una luz blanca lo inundó todo y los dos nos calmamos. Como un flash, me pasaron miles de imágines por la mente y recordé.
El 25 de julio volvía de un viaje laboral. Quería llegar pronto, pues comenzaba mi licencia y quería disfrutar a mi familia cuanto antes.
Clara me llamó cuando estaba en la ruta y le dije que tenía media hora de viaje para llegar. Pero nunca llegué, un camión sin luces me chocó de frente. Luego me vi en una sala de emergencias, rodeado de médicos y a Clara con el bebé en brazos, detrás de la puerta. Pidiendo a gritos que me salven.
Entonces ella me abrazó, me besó y yo di gracias a Dios porque sólo se trataba de una terrible pesadilla. Pero una voz grave me pidió que me despidiera.
Ella me apretaba fuertemente. Yo intentaba comprender, quedarme con su olor, su rostro, su cuerpo. Mi hijo…No me salían palabras. Cómo despedirme y calmarla, si yo no quería irme, si yo estaba aterrado.
Quería tomarla de la mano y decirle que nada era verdad, que seguíamos juntos. Quería buscar a mi niño y acunarlo, besarlo, verlo crecer. Quería, quería…pero la luz comenzó a debilitarse y yo sentí que flotaba.
Me quedó grabada su sonrisa y sus ojos mojados. Tan frágil, tan sola. Se adueñó de mí una paz inexplicable, infinita y me desvanecí.
Me despertó el sonido del celular, mientras manejaba en la ruta. Me detuve al costado del camino para atender. Era Clara que preguntaba en cuanto tiempo llegaba a casa.

Más allá del tiempo por Sebastián Peña

Despertó con el dolor más intenso entre sus sienes, dolor que anestesió sus sentidos, casi poniendo en juego su juicio sobre el tiempo y el espacio. Dudó por supuesto si de verdad era su dolor o el desconcierto su miedo verdadero; no obstante, no reconoció el perfume de las sábanas debajo de su cuerpo que de a poco recuperaba los sentidos.
No se preguntó dónde estaba, ni quién era, ni mucho menos el por qué. En ese mismo instante, en si mismo descubrió un agudo ingenio capaz de hacerle comprender más allá de las preguntas; fue así que entonces sólo se levantó y caminó hacia la puerta blanca.
Doctores diferentes a los que pudo conocer le preguntaron por una familia, si es que existiera alguna, y no pudo contestarles por algo más sorpresivo que lo comprensible si sólo se tratara de amnesia. Él podía oírlos, y antes en sus oídos un silencio inimaginablemente denso colmaba los recuerdos. No recordaba una familia, ni un nombre, ni la prisión de una identidad que supiera liberar su mente del presente sin pasado que le tocaba ahora comprender. Todo su primer día estuvo en silencio hallando cosas que decidía perder en un instante. Cosas como la soledad, los improbables pasados que imaginaba y demás heridas cuyas cicatrices comenzaban a doler.
Sosegado estuvo incomprendiendo durante tres días; a todos en ese lapso saludó con gesto noble que comprendían, al cual respondía con cordialidad. Sin prestarle atención al tiempo transcurrido, en la mañana del cuarto catando sinsabores observó un calendario en la pared que decía: “Nuevo siglo, año 2000”; cerró sus ojos y cayó en cuentas que la lógica no sabría descifrar ni resolver, este no era su tiempo. Entendió también que el tiempo no se puede descifrar, no en su caso; pero le encerramos porciones pequeñas de sí mismo en las horas de un reloj para no perdernos dentro de él, y aun así a veces no nos encontramos.
Luis, nombrado así por alguien y por él aceptado, dentro de sí gestaba una certeza sin saber el motivo. Él sabía algo que nadie más sabría de esa manera, pero su pregunta trataría de resolver que sería eso… Comprendió por segunda vez de inmediato que al conocer esa respuesta conocería su pasado y su presente perdido en el tiempo, cambiado por el de hoy.
Entre sus pertenencias, dejando de lado sus manos, sólo se contaba una maleta con un grabado pequeño en un costado que decía: “del árbol de la paciencia nacerán todos tus frutos…” y un candado sin llave que lo encerraba dentro de un misterio. Al parecer la maleta fue encontrada junto a él, según lo que un doctor supo contarle, y como cada vez que le hablaban sorprendido estaba de poder oír y comprender.
Sin su nombre, cansado de conocer cosas insignificantes, escapó con su maleta una noche más iluminada de lo habitual; quizá la luna lo reconoció.
Ya en la mañana caminaba seguro de dirigirse a buen puerto pero un tanto desconcertado por no reconocer nada. Siempre sin atrás mirar, tarareando melodías, recorrió las calles de la ciudad; mas allá de todo lo que a sus ojos inimaginable pudiera ser, sólo un lugar detuvo el tiempo en su atención. Con calma entró al salón y al acercase un vendedor atinó a responder cualquier posible pregunta con una sola respuesta – Sólo paseo – pero no se dejó caer en la admiración de haber sabido expresar palabras.
Disfrutó cada instrumento de aquella casa de música sin tocar nada; de pronto, algo tenía sentido, algo valía la pena; pero no fue sino hasta el final del salón cuando en sus ojos se pintó el color caoba inmenso. Ante un excelso piano de cola apagó de nuevo sus oídos al mundo, y un minuto después se sentó ante él y comenzó a acariciarlo. Las personas en el lugar no tardaron en hacerse público de tan cautivante acto cuando melodías dulces escaparon del antes solo lustroso mueble; que una hora después se apagó cuando la conciencia de Luis despertó: Levantó su mirada y vio una multitud en su entorno. Miradas excitadas, sorprendidas y lágrimas en las mejillas empalidecieron el rostro del músico y los aplausos agradecieron el momento.
Siempre comprometido con su calma, la tomó de la mano, alzó su maleta y salió satisfecho de saber que empezaba a conocerse. Sólo una persona salió detrás de él y luego de varios pasos sin hablar caminaban a la par. Luis preguntó - ¿lo conozco? – y este hombre con gracia contestó – si supieras quién eres, sabrías quien soy -.
Luis detuvo su caminar y sorprendido volvió a hacer preguntas… - ¿Cómo sabe que no sé quién soy? –
-No sólo eso sé – contestó el anciano, sé también quién eres pero no te lo diré. A cambio te pido que me acompañes, mientras tanto te diré que te estuve esperando desde aquella vez en Viena y…
Interrumpiendo, Luis siguió preguntando - ¿Viena?, por favor si sabe quién soy ¿Por qué no me dice?, ¿si sabe qué soy, por qué antes no apareció? -; Y ese hombre tan seguro de saber contestó – si sabía que vendrías, pero supe también que casual sería nuestro encuentro. Veintitrés años te esperé cuidando la llave de tu pasado, llave que pretendo darte, pero debes acompañarme.
-Discúlpame – golpeó el viento con su aliento y siguió – no sé porque mi respeto se merece como otras tantas cosas que no me puedo explicar, pero no sé quién es y al parecer no vivió un presente sin memoria como a mí me sucede; ¿Por qué no me da la llave o me enseña el camino a casa?, necesito una respuesta…-
De inmediato por oír desentonada su desesperación, el mayor de ellos habló, - está bien joven amigo mío; sólo necesitaba saber si de verdad necesitabas lo que tengo para darte aunque tuyo ya sea…-
Luis bajo de sus hombros la desesperación y al recordar el grabado en su maleta, alzó de nuevo la calma arrojada al suelo.
-No es muy lejos de aquí… y por cierto, mi nombre es Amadeo.
-Debo decir que es un placer – respiró profundo y agregó – si no, no me devolverá mi llave- ; las sonrisas relajaron las miradas mientras comenzaban a caminar hacia la casa del anciano. Ya en camino Amadeo respondió sin anterior pregunta – lo que llevas tú en tu maleta te dirá quién eres mejor de lo que pueda yo decirte -.
Frente al umbral de una gran puerta detuvieron sus pasos – aquí es – dijo Amadeo, - hermosa casa – agregó Luis y el anciano culminó el cumplimiento con un – gracias -. Dentro del hogar cálido del anciano, Luis se dirigió al salón mayor como si algo incomprensiblemente fuerte lo atrajera. Amadeo observaba y con voz firme dijo – en esta sala, debajo de esa tela blanca está tu pertenencia más preciada y en él la llave de todo lo que te arrebató el tiempo-.
Un mueble escondido debajo se descubrió, e incrustado en la tapa que cubría recuerdos la llave de su maleta. Siempre en calma quitó la llave de su encastre perfecto sin dañar el lustre y no solo abrió su maleta, sino también la tapa que encerraba los sonidos pasados del instrumento. De su maleta, amanecieron partituras repletas de música en silencio esperando por su dueño y por fin las teclas blancas y negras respiraron perfumes de libertad…
Un instante pasó y la sorpresa aconteció. Los ojos del músico al leer en esas viejas hojas y en ese conservado piano, escritas las palabras “Este piano y partituras pertenecen a Ludwig van Beethoven”… abril de 1791.

Nuestro nudo por Cristian Cabrera

Melisa vive cansada, aturdida. Bajo su singular apariencia, detrás de su tez lívida y de sus gestos escuetos, se esconde un monstruo; una especie de ratón pestilente que lanza sórdidos ronquidos capaces de alejar toda posibilidad de bienestar de su cuerpo tensionado. Melisa siente que su mente no le pertenece, no puede controlarla.

Suelo pasar horas viéndola recostada sobre el sillón, sintiendo ese dolor que alguna vez fue mío. Veo detrás de sus lentes, que resaltan su angustia un poco más que sus ojos, y por momentos me veo. Siento a la bestia murmurando dentro de su cabeza como alguna vez lo hizo en la mía.

Anoche, mientras dormía a mi lado, pude ver el espantajo asomándose desde su oreja. Yo sé que no va a desaparecer si no desparece el nudo que enlaza nuestros pensamientos más infames, el verdadero causante de nuestras penas. Mientras tanto, ella pasa sus días sufriendo nerviosa, esperando como único consuelo ese momento a la noche, cuando el ratón despierta y sus músculos se relajan.

Los viejos por Jésica Gassino

Una fría neblina bañaba la costa del mar. Venia del océano y atravesaba los bosques cercanos como un leve suspiro; como un suspiro hondo y helado capaz de aterrar a cualquier ser viviente. El mar a pocos metros, el bosque más cerca aún. Las olas batallándose sin treguas, las hojas agitándose enardecidas. Aquella noche dormía en la cabaña, aquella que de niño conocía como nadie, aquel lugar al que no había regresado durante años.
Desde hacía varias noches, un sueño curioso lleno de estas imágenes extrañas desvelaba mis sueños, voces profundas, lejanas, y siempre presente sobre un fondo suave, la cabaña, el mar a pocos metros, el bosque más cerca aún.
Hacía varios días que planeaba unas vacaciones; los últimos exámenes de la facultad habían acabado mi paciencia y unos merecidos días alejado de todo, creí, serían eficaces. Mi padre en Buenos Aires por viajes de trabajo, mi madre de visitas en casa de la abuela, los tiempos eran ideales para tomar un descanso en la tan ansiosa cabaña. Pronto organicé mis cosas y luego de un apresurado almuerzo a solas, partí rumbo al sur. En pocas horas la carretera se volvió oscura y apenas si unas estrellas iluminaban la noche, y mientras una luna redonda y naranja comenzaba a asomar en aquel cielo negro, me hallé dentro encendiendo la hoguera. Dispuse las cajas junto a la puerta, y corrí a hacer mi cama, el viaje me traía fatigado y fue fácil dejar caer los parpados en la espesura de aquella ausencia.
Un silencio aterrador cubría mi cuarto, mientras los susurros del mar hacían crujir las maderas de cada habitación. Mi cabeza en blanco, como suspendida sobre una niebla invisible a mis ojos, intentando huir de los pensamientos que atacaban desde todas partes en aquel vacio horroroso, en aquella diminuta cabaña, tan lejana y solitaria, con el mar a pocos metros, con el bosque más cerca aún. Afuera el viento soplaba incesante, y la brisa empañaba los vidrios calientes por el calor del fuego. Los leños poco a poco iban consumiéndose, y entre tanto, oía a la madera desgarrarse en huecos quejidos.

Una furiosa ráfaga de viento separó bruscamente las hojas de la ventana, rompiendo un cristal que saltó en todas las direcciones, impartiendo trozos de vidrio blanco iluminado por la luna, por esa luna que ahora se aventuraba fuerte, sumergida en las alturas de la noche. Desperté sobresaltado y tardé unos minutos en recomponerme del golpe; el ruido alteró por completo mis sueños hundidos en la liviana tranquilidad del lugar, y ya nada parecía ser como antes. El viento continuaba agitando sus brazos de un lado a otro, amenazando a los cristales por poco habían logrado escapar de su furia, y un frio inaguantable corría libre por mi apenada habitación.
Una fría neblina bañaba la costa del mar, de ese mar que se hacía sentir cada vez más cerca, y atravesaba los bosques inmediatos como un leve suspiro, como un suspiro hondo y helado capaz de aterrar a cualquier ser viviente.


Tomé el colchón, algunas mantas y me dirigí a la cocina, sería imposible seguir durmiendo en aquel sitio escarchado por la nieve que el viento había invitado a entrar, además la hoguera se mostraba demasiado deliciosa como para darle vueltas al asunto. Acomodé más o menos mi cama allí, acerqué mis manos al fuego por un momento, y tras recuperar mi cuerpo la tibieza anterior, me dispuse a cerrar nuevamente los ojos, y a pesar de que la luz dificultaba un poco la tarea, el cansancio aún pudo más.
Lo que no sabía es que aquella noche no había sido inventada para dormir, no suponía que no podría cerrar los ojos hasta que un nuevo amanecer devolviera vida al mar, que se hallaba a pocos metros, y al bosque, más cerca aún. Pasaron unos minutos que caminaron eternos, pausados, como a la espera de lo que yo jamás esperaría. Creo que por unos instantes mis ojos pudieron volar dormidos, pero fueron apenas unos instantes, porque el viento y el frio parecían empecinados en mantenerme despierto.
Un ruido seco proveniente de mi habitación volvió a despertarme, alertó mis oídos de un modo extraño y pronto, sin siquiera llegar a imaginarlo, me cubrió la sensación de no encontrarme solo. Intenté arrodillarme sigilosamente sobre las mantas esparcidas en el piso, y espié por la ventana de la cocina. La noche seguía allí tan fría y ventosa, la nieve cercaba por completo la cabaña con su manto blanco y la luna, tan poderosa, continuaba erguida en el cielo, sin dar rastros de haberse movido apenas unos centímetros. Un fuerte impulso debilitó mis extremidades, me obligó a sentarme, a cubrirme tras la ventana; un fuerte impulso que dejó dolor en mis rodillas, que aterró definitivamente mis latidos.
Sin dar por vencido mi coraje volví a levantarme, esta vez de pie, escondiéndome a un lado de los cristales. El frío se hacía cada vez más fuerte, y ahora un viento desesperado corría por toda la cabaña, venía desde mi habitación y envolvía las paredes de la cocina. Quise volver a mirar, pero un grito quejoso desde mi habitación, heló la sangre en mis venas. Permanecí inmóvil durante unos minutos. Oía pasos marcados por una respiración fuerte, bruta y pesada. Oía un lamento lloroso acercarse cada vez más, atravesar el pasillo, extenderse con cada pisada.

Abrí los ojos. Me hallaba empapado junto a la hoguera, temblando de frio y sin comprender lo que ocurría. Apenas pude recuperarme pensé en todo lo que había pasado y los hechos, el viaje, el sueño, el frio, la nieve, todo pasó tan pronto como si un álbum de fotos hubiese caído sobre mi cabeza, sobre mi cabeza que ahora empezaba a dolerme.
Una respiración fría, el mismo quejido, el viento convertido en susurro.
Miré a mi lado y no pude contenerme. No supe cómo explicármelo, quise gritar y llorar al mismo tiempo, quise, con todas las fuerzas, escapar de allí. Pero nada salió de mi boca, ni un solo centímetro de mi cuerpo pareció avanzar, permanecía inmóvil, aterrorizado.
Allí estaban, calmos, serenos, sin muestras de furia. Allí estaban los viejos. El mar a pocos metros, el bosque más cerca aún. Sus rostros demacrados, sus lágrimas secas, sus ojos penetrantes pidiendo auxilio. Sus formas, sus contornos y relieves, sus almas volando a mí alrededor.

Jamás pude imaginarlo, jamás quise remontarme y volver a narrar aquella historia, pero hoy son mis hijos los que desean oírla, hoy son ellos los que preguntan, hoy son ellos los que creen saberlo todo.
Estoy a punto de irme para no volver, y he aquí el desvelo del gran misterio. Aún hoy me pregunto qué pasó, aún hoy sigo en busca de respuestas ausentes. Aún hoy me desespero al no saber qué fue de aquella noche, adónde quedó aquel mar a pocos metros, aquel bosque más cerca aún.
Y entonces me entrego, y entonces le pido ¡muy bien, llévame a verlos!.

La extraña furia de Pedro por Nadia Alvarez

Todo comenzó un frio invierno del ’76. Me encontraba en el hospital, con la mano de mi madre entre las mías. Me habían avisado que mamá estaba agonizando en el hospital y decidieron sacarme de clases para pasar mis últimas horas a su lado.
Ella se hallaba postrada en una cama desde hacía ya largo tiempo, víctima de una enfermedad letal que había empeorado en las últimas horas.
Con su último aliento, decidió contarme la historia del tío Pedro, su único hermano y mi único tío, ya que jamás había conocido a papá porque nos había abandonado cuando yo tenía tan sólo un año de vida. Comenzó por aclararme que si ella moría yo iba a quedar a cargo de él y que si eso sucedía necesitaba antes saber un par de cosas.
El tío Pedro era un hombre mayor, de unos 50 años. Siempre vestía ropa oscura y nunca hablaba demasiado. No conocía su casa ya que nunca nos había permitido ir a verlo y sólo iba a visitarnos para las fiestas. Siempre fui muy curiosa, y siempre me encantó saber todo de todos, y a mi corta edad de 13 años, la vida de mi tío siempre había sido un misterio muy tentador para mí, por eso es que me puse muy ansiosa cuando mamá, postrada en esa cama, con un hilo de voz mencionó al tío.
Mamá comenzó a hablar remontándose a su infancia. Nunca había sabido demasiado de ella, sólo que se había criado en una enorme casa en las afueras de un pueblo pequeño de Francia, junto a sus padres y a su hermano. Comenzó diciendo que cuando ella y el tío eran pequeños, jugaban siempre juntos y se llevaban muy bien.
Cierto día, estaban como siempre jugando en el patio de la inmensa casa que daba a la calle y mamá notó algo raro. Los vecinos que pasaban miraban a Pedro con cara de miedo, y luego de contemplarlo unos minutos huían despavoridos o corrían a encerrarse dentro de sus casas. Mamá se sintió algo asombrada al respecto, ya que siempre había visto a su hermano como un niño normal, por eso no podía entender que la gente lo mirara como si algo terrible fuera a suceder en cualquier momento.
Hasta que un día, mamá no pudo con su curiosidad innata, que luego fue heredada por mí, y fue a espiar a Pedro que se encontraba encerrado en su habitación. Miró silenciosamente por la cerradura de la puerta y pudo observar que los objetos que se encontraban en la habitación levitaban y hablaban, y que Pedro conversaba con ellos como si fueran personas reales. Puso la oreja contra la puerta y pudo escuchar cómo Pedro le decía al espejo que se cambiara de lugar, a la cama que ordenara sus sábanas y al ropero que acomodara su ropa. También pudo escuchar cómo los amenazaba diciéndoles que si no hacía lo que les ordenaba, algo muy malo iba a suceder y cómo los objetos obedecían con miedo y desesperación.
Al ver esto, mamá decidió tenderle una trampa a Pedro. Tomó un trencito de madera que era el juguete preferido de Pedro y lo hizo pedazos. Luego llamó a éste para mostrarle lo que había hecho y Pedro estalló de furia. Le dijo que nunca tendría que haber hecho eso y que pronto se iba a arrepentir.
Al cabo de unas horas se desató un viento tan fuerte que las tejas de la enorme casa se empezaron a soltar. Era un huracán y venía con deseos de atestar el pueblo y destruir su casa. Mamá se dio cuenta que Pedro tenía algo que ver en esto porque hacía unos minutos lo había visto concentrado diciendo una serie de palabras extrañas y moviendo los dedos en círculo. Le rogó que por favor terminara con esto, pero Pedro estaba tan enfurecido que no le hizo caso y siguió jugando con el huracán, aniquilando todo con su paso.
Después de unos minutos los padres de mamá llegaron a la casa y vieron a Pedro muy enojado repitiendo palabras extrañas y haciendo movimientos raros. Castigaron a mamá por haber hecho enojar a Pedro y hablaron con él para calmarlo.
Después de unos minutos, el huracán desapareció y el sol volvió a brillar. Mamá se enojó muchísimo ya que creyó que era muy injusto lo que sus padres habrían hecho, pero pensó y decidió hacer su vida normal y nunca más hacer enojar a Pedro hasta que fueran adultos.
Los años pasaron y los padres de mamá murieron. Mamá se fue a vivir sola y Pedro se quedó a vivir en esa enorme casa solo. Los vecinos del lugar dicen que a la noche se escuchan ruidos de camas que se corren y de ventanas que se abren solas, pero que nunca revelaron nada por miedo a desatar la furia de Pedro.
Mamá cuando terminó de hablar me miró. Yo estaba dura con los ojos en blanco, muerta de miedo y sin saber qué hacer. Mamá me dijo que no tuviera miedo, que a pesar de todo, Pedro era una persona callada y muy simple, y que no me iba a traer problemas vivir con él.
Luego de esto, mamá murió. Y yo tuve que mudarme a la casa del tío.
Los años pasaron y debo admitir que hoy, con 26 años todavía recuerdo el miedo que tuve cuando mamá me conto la historia del tío Pedro. Debo admitir que mamá tenía razón, ya que no se me hizo para nada difícil vivir con él, pues era una persona extremadamente callada y muy silenciosa, lo único que me costó fue acostumbrarme a las sillas y armarios que caminan y hablan con él a la medianoche. Por las dudas, seguí los consejos de mamá y nunca lo hice enojar, ya veo que en una de esas desato su furia y decide hacer añicos el nuevo escritorio que compré.

El negocio por Gabriela Rébola

Cuando el hombre flaco estacionó el coche, todos miraron hacia el luminoso amarillo de la carrocería. Era un viejo 125 del `68 que tenía un guardabarros todo abollado y el faro izquierdo hecho añicos. Pero la parte que brillaba estaba limpia, como recién lavada. Eso era muy llamativo para el paisaje sucio y asqueroso del cacerío, de callejas de tierra, polvo en el aire y moscas que parecían aviones revoloteando sobre un objetivo militar.
Todos miraron el coche y al hombre flaco, especialmente los chicos. Todos, excepto la vieja. Ella lo que hizo fue dar una pitada mas profunda al cigarro que tenía entre los labios, suspendido como un astronauta en el espacio, y tras soltar el humo por el costado le dijo al viejo:
-No lo atiendas.
El viejo se levantó lentamente, sin dejar de mirar al hombre flaco, y se aplanó el pantalón sobre los muslos. Era un gesto innecesario porque el pantalón ni tenía rayas ni estaba limpio. No era más que una de las tantas prendas miserables que los evangelistas traían un par de veces por año. A él le había tocado ese traje azul el otoño pasado, pero el saco no le había servido porque tenía una sola manga. Otro gesto innecesario fue aliarse el pelo con la palma de la mano: le quedaban muy pocos y todos parados y llenos de piojos.
Se mantuvo de pie, esperando, mientras la vieja entraba en la casilla apartando un pedazo de arpillera que hacía de puerta y jurando que había decidido no mirarle la cara al tipo y no se la iba a mirar.
Una bandaba de chicos se acercó al 125, lo rodeó y empezó a tocarlo. Uno de los más petisos, de patitas flacas y cara escoriada y pustulenta, fue el más audaz y se sentó al volante. Los demás lo miraron con envidia y todos se reían como se ríen los indios cuando están nerviosos y no saben como comportarse en determinada situación. El hombre flaco miró hacia atrás y decidió ignorarlos. No le importaba lo que hicieran, así que caminó hacia la casilla con paso lento y seguro. Antes de cruzar la zanja de aguas podridas se detuvo y encendió un Parliament con un encendedor de plástico.
Vestía camisa blanca a rayas azules, un jean gastadísimo y mocasines recién lustrados pero muy viejos. Era un hombre alto, de ojos chiquitos, y tenía la nariz puntuda y larga como un picahielos. No aparentaba los cincuenta años que tenía pero se notaba que había pasado los cuarenta.
Se dirigió al viejo y le dijo "buenas cómo anda", y después que el viejo respondió al saludo con un movimiento de cabeza le preguntó si ya tenía lo que habían arreglado anteriormente.
El viejo lo miró con una expresión hueca, mortecina, que tienen los indios en las postales que se venden en los hoteles de Resistencia, y no respondió.
- ¿Y, está listo mi paquete?.
El viejo se miraba la punta de su alpargata, acaso el exacto lugar por dónde asomaba un dedo. Y dijo:
- Y ... - que era como decir que sí, que como estar listo estaba listo el paquete pero que todavía faltaba algo-.
- Yo le traje lo suyo - dijo el hombre flaco. ¿Y, mi paquete donde está?
- Ahí´stá - dijo el viejo, señalando con el pulgar sobre su hombro la puerta arpillera- , pero mi esposa no quiere.
El hombre flaco hizo una mueca y negó suavemente con la cabeza:
- Usté y yo ya lo arreglamos ... ¿Qué quiere, ahora? ¿Más guita?
Hostil, lo dijo. Era un tipo tranquilo pero no le gustaba esa gente, ni el barrio, y probablemente tampoco su trabajo, si eso era un trabajo.
- Yo soy de una sola palabra -agregó, con aire digno.
El viejo asintió como si hubiese comprendido. Pero no había comprendido. Pensaba en lo que había dicho su mujer esa misma mañana: que no, que el no iba a vender nada de la casa. Le había dicho también muchas otras cosas.
El viejo pensaba en todo eso cuando se acercaron algunos chicos más. Del otro lado de la zanja, siete u ocho pasajeros llenaban ahora el auto amarillo. El que estaba al volante seguía manejando quién sabe por qué caminos. Ya estaría llegando a Norteamérica. A su lado, de pie contra la ventanilla, el que parecía el mayor de todos, de unos doce años, empezó a orinar oscilantemente contra el guardabarros sano y contra un laurel florecido. Todos se reían y decían cosas incomprensibles. Hablaban en toba. Uno que tenía el pelo muy largo y piojoso, caído sobre la frente y cubriendosé las cejas, se asomó por la ventanilla trasera y empezó a escupir al que orinaba. Dentro del coche todos empezaron a aplaudir y a saltar. El hombre flaco los miraba como se mira a un músico borracho que está desafinando.
Una indiecita, posiblemente hermana de todos ellos, salió de la casilla corriendo, urgida por alguna orden, y esquivó al viejo y se dirigió a otro rancho que estaba a unos cincuenta metros sobre la misma calle. A su paso dos o tres gallinas flacas revolotearon al huir hacia el montecito de jacarandaes y espinillos que estaban ahí atrás, a veinte metros. La niña tendría unos siete años y vestía un delantalcito gris como de reformatorio; o quizás era blanco y estaba roñoso. Descalza, sus pasos levantaron una inesperada polvaredita. Unos chicos, al verla, se rieron y uno gritó algo y otros se rieron aún más. Pero enseguida callaron porque el viejo les dijo algo, en toba, y señaló hacia el Fiat amarillo donde los demás seguían festejando como en un parque de diversiones. En dos segundos se fueron todos hacía el coche. El hombre flaco le preguntó de dónde salían. Entonces dijo:
- ¿Cuántos son?
- Collera -respondió el viejo-. Son una collera...
Y después de un rato, como si los hubiera recontado mentalmente, agregó:
- Y cuatro que se jueron.
El hombre flaco encendió otro cigarrillo. Como el viejo lo miraba con intención, le pasó el paquete de Parliament. El viejo lo agarró, sacó un cigarrillo que puso en su boca y se guardó el atado en el bolsillo. El otro hizo fuego con su encendedor y los dos fumaron.
Estuvieron así, en silencio, de pie. El viejo cada tanto espantaba una mosca. El hombre flaco se pasaba un pañuelo arrugado y grasiento por la frente y empezaba a cansarse.
- ¿Y ...?- preguntó- ¿Qué esperamos? Tráiga lo que ya sabe y le pago.
- Dame la plata- dijo el viejo, y tendió una mano de piel reseca y cuarteada, de palma infinitamente atravesada por líneas que parecían zanjas.
Pero se quedó con la mano abierta en el aire porque el otro negó con la cabeza mientras exhalaba humo por la nariz.
- Primero traé lo que hace rato te estoy pidiendo, así dijimos que iba a ser.
El viejo dijo:
- Gueno, pero dame algo. Pa mostrarle a mi esposa- y volvió a estirar la mano, con un movimiento de abajo hacia arriba como si sopesara una pelota imaginaria. Era su manera de decirle al hombre flaco que era su mujer la que no quería, la que no estaba de acuerdo y entonces había que mostrarle el dinero para convencerla.
- No seas ladino, Gómez. Ayer te di el adelanto que arreglamos.
El viejo bajó la mano.
- Andá a decirle - insistió el hombre flaco-
El viejo se metió en el rancho lentamente, mientras el hombre flaco buscaba con su mirada una silla, un tronco donde sentarse y miró luego al 125 donde ahora todos los pasajeros estaban serios, concentrados como cuando un avión entra en zona de turbulencias.
Al rato salió el viejo. Se había puesto un sombrero marrón, viejísimo, todo mordido por ratas o polillas.
- Ya `stá -anunció. Ahora dame
El hombre flaco metió lentamente una mano en el bolsillo del pantalón y sacó un fajo de billetes doblado al medio. Se mojó pulgar e índice con la lengua y tomando el fajo con el puño izquierdo contó los billetes. Cuándo terminó la operación, volvió a doblarlos y se los metió en el bolsillo de la camisa. Suspiró como si estuviera cansadísimo, encendió otro cigarrillo y se puso de pie. Caminó lentamente hacía el 125, seguido por la mirada codiciosa del viejo. Al cruzar la zanja dio vuelta la cabeza y lanzó un gargajo grueso y oscuro a las aguas podridas.
- Vía, vía - dijo cuando llegó al coche.
La pequeña tribu bajó dando portazos. Como cucarachitas que en la noche huyen de la cocina, corrieron en todas las direcciones. El hombre flaco miró el asiento en el que iba a sentarse y se quedó de pie, fumando apoyado contra la puerta abierta del lado del volante. Miró hacía el viejo inexpresivamente, como quien mira la desdicha de alguien que no le importa en absoluto. El viejo hablaba hacía adentro de la casilla, con un aire mas perentorio que imperativo.
Enseguida salió la vieja con el "paquete", mirando al viejo con odio. Se lo quiso entregar al hombre flaco y éste le hizo seña para que lo pusiera en el auto, al lado de dónde el iba a sentarse. El hombre flaco, tiró el cigarrillo al piso y mientras lo aplastaba con el zapato sacó los billetes de la camisa y los depositó en la mano ajada, abierta, del viejo. Enseguida se subió al coche, puso el motor en marcha y arrancó sin siquiera mirar a su acompañante.
Recorrió un par de kilómetros, giró su cabeza y el “paquete” no estaba a su lado. Volvió a mirar y nada. Pensó que estacionar y analizar la situación era lo mejor que podía hacer. Se paró, bajó del auto y observó que él era como invisible ante los ojos de los demás. No entendía lo que estaba pasando.
Rendido, el hombre flaco se paró en medio de la ruta y sobre el pasaron autos, camiones y demás. Pensó que se iba a morir si lo hacía, pero no, al pasar estos por encima él recuperaba la misma figura. Cada vez entendía menos.
Caminó hasta llegar no me acuerdo exactamente a donde y preguntó a una anciana que pasaba si lo podía ayudar. Ésta siguió su camino como si nadie le hubiera hablado. El hombre flaco pensó que seguramente era una pobre anciana sorda y al seguir caminando se encontró ahora con un adolescente, le habló y nada.
Volvió caminando hasta su auto, el “paquete” ahora si estaba ahí y él también lo estaba. Se miró y no lo podía creer, estaba muerto. Había mucha sangre y su corazón ya no latía. No podía dejar de mirarse y de preguntarle a su “paquete”, o mejor dicho a su acompañante porque lo había hecho, porque lo había matado. Si él no había hecho nada de malo, solo un negocio con un pobre hombre viejo.
Había muchas cosas que no entendía, no podía parar de llorar y de decir cada cinco minutos que era el peor negocio de su vida.
De súbito se da cuenta de que algo falla, hay cómo una velocidad en el momento y un vértigo irrefrenable en todo lo que acontece. Entonces advierte de súbito que vive una situación muy fea y necesita creer que todo es un sueño, otro de sus tantos sueños del que es probable que valla a despertarse, justo cuando de veraz empieza a creer que está en su auto muerto. Ese es el momento en que espera despertar.

Antonio y las botellas mágicas por Gina Lavini

Era un invierno criminalmente frío y Antonio se encontraba en ese horrible asilo, donde se sentía solo, triste, alejado de aquello que tanto le agradaba, la calle.
Sentado en aquel sillón destartalado que se hallaba cerca de la ventana, emitió una dolorosa exhalación recordando sus tan alegres hazañas y vio que el aire empañó el cristal. En ese instante se le ocurrió una brillante idea, pero para ejecutarla necesitaba salir de aquella prisión de ancianos, lo cuál le resultó muy fácil.
Durante los paseos matinales buscaba un lugar desolado para llevar a cabo su plan.
Lo halló una mañana divisando la pared trasera de aquella gran casona. Tomó la pala del jardinero que se encontraba muy cerca de allí, empezó cavar un agujero y a lo largo de una semana se advertía un pequeño túnel.
Al día siguiente de haberlo finalizado se aprontó a su partida, en un tramo de aquel trayecto lo picó un insecto cerca de su cabeza, sin importarle continuó hasta llegar a la salida.
Dio un suspiro de esos que lo animaban a inspirarse y se dirigió hacia la calle. Caminó vagando, disfrutando de aquel aire libre; cuando descubrió un carro pequeño con un cartel. Este decía``EN VENTA´´, automáticamente lo compró con sus ahorros lanzándose a realizar aquel gran proyecto liberador.
Encontró un lugar abandonado en donde se acomodó. Luego salió a la calle con un carrito de mano y casa por casa fue adquiriendo centenares de botellas. Cansado ya de caminar retornó aquel sitio inhabitado hizo una fogata, comenzando a efectuar su fabulosa idea; aspiró el aire abrasante y lo sopló en la primera botella, que tapó ajustadamente con un corcho. Así siguió con cada unas de ellas; más tarde se recostó logrando conciliar rápidamente el sueño. Luego con la brillante luz del día en sus ojos se encaminó nuevamente hacia las calles, ofertando las botellas de la felicidad.
La gente comenzó a amontonarse prestándole atención a los relatos de aquel anciano, el cual expresaba que la sustancia dentro de la botella era la generadora de lo que a él le había ocurrido, así las personas empezaron a comprarlas, dirigiéndose a sus casas con una ilusión en la mano.
Hizo un negocio redondo, las vendía en cajones de doce botellas cada uno y no daba abasto. Todas las noches seguía la misma labor.
De repente un día sintió cierta picazón en la oreja atribuyéndoselo a aquella picadura, la surgida durante su escape, pero nuevamente no se preocupó continuando con su flamante negocio.
Habiendo transcurrido un tiempo notó la ausencia de zonas del cuerpo, estas se iban paralizando. Él prosiguió con su negocio, pero dichas partes comenzaron a desprenderse inexplicablemente conservó hasta el final los labios y así prosiguió día tras día, vendiendo su magnifico invento.
Una noche posó sus labios para cargar las botellas con el aire y notó que estos se le desmoronaron. Cuando estos se le cayeron definitivamente le resultó imposible soplar el aire caliente dentro de las botellas siendo ese el fin de la brillante idea de Antonio que consistía en comprar la felicidad.

La playa por Ana Laura Mazuecos

Salíamos de casa en rumbo de las segundas vacaciones junto a los niños, las primeras fueron en las montañas, este año Janise eligió la playa, quería cambiar de aire, uno más alegre y tropical, antes que oler la triste y fría nieve que se acumulaba en la cima de los pinos, ocultando el hermoso verde que poseían.
Arriba del auto, listos para salir, observé a mi esposa pensativa, seguramente temía olvidarse de algo, pero giré la llave y una sonrisa iluminó su rostro, indicando que todo estaba de maravilla. Aunque, después de dos cuadras volvimos a casa porque Nachito quería ir al baño. Lo regañé por no haber ido a su debido tiempo cuando se lo había preguntado, y yo detestaba los retrasos.
Iniciamos viaje.
Comenzó a escucharse por los parlantes de mi auto “Don’t worry be happy”, suavemente, hasta que un brazo vi pasar y rozando mi oreja giró la ruedita del estereo al tope, era Cami, quien se sabía la letra completa, me sorprendió y me encantó saber con que facilidad aprende el inglés. Hora después, mi cara había cambiado de expresión y mis ojos rodeaban una y otra vez su cavidad, había repetido la canción mas de cien veces, la cabeza me estallaba, el tímpano le estaba teniendo poca paciencia, la culpable era esa maldita propaganda de pañales que contenía la música. Gracias al cielo olvidó cantar cuando frenamos en una cafetería, y junto a su hermanito bajaron corriendo, desesperados como si hiciera siglos que viajaban.
Sentado tomando un café con Jani, quien de tanto en tanto asomaba para ver los niños, fue cuando recibí un llamado de trabajo, “una propuesta importante, mucho dinero” dijo mi jefe, pero la consecuencia sería volver a casa urgente. Mi esposa me miraba cada segundo que pasaba mientras el celular seguía en mi oreja, analizándonos mutuamente los gestos que cada uno conocía del otro, yo trataba de disimular para tratar de ocultar información pero no hubo caso ella adivinó y después que corté dijo:
-“No regresaremos ahora”-
.-Es mucha plata – Dije poniendo cara de por favor
Su rostro había cambiado la expresión -No vamos a discutir esto, llama a tu socio para que se encargue de eso-
Subí nuevamente a mi Ford y esperé con el cinturón puesto. Subieron los tres, venían muy contentos, y ella les levantaba el entusiasmo, seguramente lo hacia para contradecirme. Se salió con la suya.
Oscureció, por fin se durmieron los niños, después de pelearse para ver quien juntaría más caracoles, mientras Janise hablaba con su madre contándole todo lo ocurrido y todo lo que haríamos en cuanto llegáramos (Cargamos combustible y continuamos). Bastante cansado de que supiera nuestra rutina queriendo interferir en ella, ahora se le placía influenciar a su hija para realizar actividades en la orilla del mar. No deseaba oír esa conversación, estaba agotado, mi suegra poseía un altavoz natural que desde mi ubicación claramente la escuchaba. Ya no quería hacerlo ¡No más! Tapé mis oídos, y tarareé una canción, y dejé que mi mente se expanda tapando todo sonido e imagen que pusiera mis nervios de punta.
La mañana siguiente me desperté con un rayo de luz en la cara, me hizo pestañear varias veces y por fin me corrí de su paso para abrir los ojos. La habitación olía a jazmín, aboyé las sábanas a mis pies y me levanté. El sol estaba sobre mi cabeza cuando asomé en la ventana, supuse que el medio día llegaba y Jani no me había levantado para ir a recolectar caracoles, debía estar enojada aún. Me duché y salí a dar un paseo, después de haberle dejado un mensaje con la recepcionista, que mientras me acercaba leí su nombre azul fuerte que resaltaba de su bolsillo izquierdo del pecho, Belén. – Señorita Belén comunico que no vendré a almorzar hoy- le dije y sonrío asintiendo.
Caminé por la playa conociendo el lugar, me gustaba, aunque imaginé que el calor derretiría mi piel, pero claro los folletos propaganda siempre exageran con tal de vender.
Janisse estaba enojada, pero no tendría que haberse ido sin mí, si creía que eso me afectaría y no podría divertirme solo, se equivocaba. Almorcé como nunca, sin discutir en la elección del menú, sin gritos, ni desperdicios o desparramos de papas sobre la mesa, ni caprichos por parte de los niños. Me lo merecía.
Luego de una siesta improvisada en la fina arena y el tumulto de gente. Salí a caminar bordeando la marea cristalina que de cuando en cuando saltaba sobre mis pies. Sentí que algo me rozó los dedos y agaché para recogerlo, era una estrella, quede tildado viéndola, nunca pensé que fuera tan hermosa pensé y al instante recordé los caracoles y seguí con mi esposa, decidí que era hora de volver al hotel.
Belén me miraba con una enorme y blanca sonrisa mientras mis pasos se dirigían hacia su mesa de recepciones.
Devolviéndole el mismo gesto y apoyando mis palmas sobre el escritorio dije – Hola de nuevo –
Ella saludó y preguntó.- ¿En qué puedo ayudarlo?-
Yo le dije - Quería saber si mi familia está en el cuarto o aún no han regresado- miré el reloj, que casualmente estaba parado.
Miró unos papeles y dijo - No sé de quién me habla señor, usted vino aquí solo- Hubo unos instantes de silencio, hasta que irrumpí:
- Ja, ja, ja ¡¿Cómo voy a venir solo?! Por favor revise los papeles, usted estará confundiéndose de persona…-Estaba tratando de ocultar el nerviosismo que se aproximaba en mí
-No señor, lamento decirle que no estoy errada, después del accidente… Usted llegó solo… -Una larga pausa se hizo, en mi mente todo se turbó, sentía que el cuerpo me vibraba y las manos me sudaban…Luego a la joven le pregunté -¿Cómo es que ha ocurrido un accidente? ¡¿Cómo es posible, como no me lo dijiste antes?! ¿Cómo puedo estar aquí tranquilo cuando mi familia…Está en un hospital?- Ella negó con la cabeza, mis piernas se aflojaron y tapé mis ojos con la manos para ocultar ver su próxima expresión que respondería a mi pregunta - ¡¿Están muertos?!-
No esperé respuesta me paré de golpe y salí corriendo del hotel en donde estaba. Corrí tan fuerte, tan fuerte que tropecé y quedé tendido en el suelo. Empecé a removerme en el suelo desarmonizando la arena que debajo yacía, pronto ella llegó hasta donde yo estaba, quiso agarrarme del brazo y frenar mi locura del momento diciendo:
- “Detente vas a lastimarte, no sirve de nada este castigo” –
Y sin descubrirme la cara dije sollozando - ¡Pues ya estoy bastante lastimado! ¿Pero cómo pasó? ¿Qué ocurrió?-
Ella frunció el seño y me dijo las palabras que no quería oír – Te dormiste manejando-
El pecho se me desgarró- ¡Lo sabía! Soy un tremendo idiota, sólo que no recordaba cuanto… ¡Me dormí! Cómo pude hacerlo y ahora…. –
Belén interrumpió - Para de llorar por Dios ¡ELLOS ESTÁN MUY BIEN…! Sólo lamentan una pérdida.

La mariposa azul por Tania Coronda

Todavía recuerda la impresión causada cuando descubrió en ella sus pequeñas alitas, cuando la tomó en brazos y el llanto de la niña parecía nunca acabar. “Me parece ver a su mamá”, pensó, aunque la carita permanecía rosada y aún no lograba dar con el color de sus ojitos. Sin duda, lo que a Rosa le llamó la atención en aquel entonces, fueron aquellas extremidades en su espaldita, no eran más que alas en la pequeña recién nacida. Aún nadie lo había notado, pero ella no dejaba de observarla, “ésta hermosa beba no sólo será un gran reflejo de su madre, sino también una bella mariposa” se decía a sí misma nuevamente. Rosa la cuidaría como a una hija, como lo había hecho con la madre de la criatura. Siempre formó parte de ese hogar como una integrante más de la familia, era una mujer querida, respetada e indispensable para todos.
Nunca imaginé cuando llegaría el momento de partir, viví desde muy joven allí. Empecé acompañando a doña Carmen, cuando se quedó solita con la nena, Sofía tenía 10 años y ella no se encontraba bien de salud. Cuando falleció la señora, decidí permanecer al lado de la pequeña por siempre. Pero bueno, uno nunca sabe.
Apenas Sofía me dio la noticia de su embarazo, empecé a preparar todo para la beba, mi intuición nunca fallaba y supe desde siempre que sería una nena.
A la niña le dieron por nombre Azul, era el color que empezaron a dar las alas desde su nacimiento, y así la llamaron. Éstas mantenían las características típicas a las de una mariposa, todo era demasiado extraño y sin dudas maravilloso. Pero aceptamos, sus padres y yo, felizmente la especial característica de la pequeña, sin temer la posibilidad que pudiera causarle daños futuros. Por el contrario, esta particular criatura mitad humana, mitad mariposa, despertaba en los demás, el asombro, la alegría y el placer por su cautivante belleza.
Ya con más de un año de vida, las aletas de la niña terminaban de formarse y se hacían aún más notables. Lo que nadie notaba verdaderamente, era el por qué del llanto a cada instante, a veces por capricho, otras sin motivos. Continuó comportándose del mismo modo en los años siguientes, no acostumbrábamos a prepararle fiestas de cumpleaños, el único y último festejo no fue nada grato para Azul, detestaba la presencia de los payasos. Recuerdo que asustada fue a esconderse dentro de un baúl y allí permaneció toda la tarde. Sucedía también que empezaba a tomar más conciencia de cada parte de su cuerpo, comprendía que no era igual a los demás niños. Azul sin duda era especial, y sus alas tan bellas, lástima que apenas podían llevar a cabo un vuelo de segundos y comenzaba a agitarse y a causarse un extraño dolor. Por momentos sólo caminaba, deseaba salir a jugar olvidando las pequeñas dificultades, buscaba a las niñas que habitaban siempre por el barrio de aquella pequeña ciudad, y solía pasar días maravillosos comportándose igual que cualquiera de ellas, otras veces, regresaba a casa molesta cansada de que jugueteen con sus alitas, o de ser motivo de risas, lo cual le provocaba una enorme tristeza. Por tales motivos, sus padres decidieron que no sería posible llevarla a la escuela, por lo tanto no dudaron en contratar a una maestra que le diera clases particulares en su propia casa. Lo que una vez más la alejaba de vivir una infancia normal como la de cualquier niña de su edad, sin problemas ni preocupaciones, rodeada de fantasías e ilusiones.
Pasaba el tiempo y aquellas bellas alas empezaban a perder color, y estaban cada vez más débiles. Seguramente si practicaba varias veces… quizás le faltaba empeño. Siempre le decía que se proponga firmemente que lo podía lograr, a lo que me respondía “No Rosita, no puedo”.
Su maestra siempre le decía que iba a aprender cosas que le gustarían mucho y eso al menos le daba algo de aliento. Desde que la joven llegó a su casa sus estados de ánimos cambiaron y de a poquito intentaba olvidarse de sus alitas y el dolor que estas solían causarle. Solíamos salir a pasear, sabía que no me diría que no, me quería tanto como yo a ella y por eso deseaba verla bien, y ver que sus alitas comenzaran a cumplir su función, me parecía extraño que aún no pudiera volar. La llevé a un lugar hermoso y tranquilo a las orillas del río. Deseaba que pudiera contemplar de cerca ese cielo inmenso, era un día maravilloso que no podía desaprovechar. Ese día llegó a volar más alto que nunca, pero luego el miedo la venció y no supo qué hacer, ni de donde agarrarse… mi pobre mariposa. Fui corriendo a buscarla, pero no quise mirar sus alas y ella llorando me decía “están rotas, estoy segura que están rotas”. Creo que a pesar del gran golpe que recibió, su dolor más intenso lo llevaba dentro de ella.
Ese día una parte de mi también se dañaba. Pasaban los años y ella seguía sin intención de salir de su casa, ni de volver a caminar juntas por el parque y mucho menos de intentar darle vida a sus alas. Con su madre buscábamos por todos los medios entretenerla para que su aflicción no fuera tan grande, pero ella dejaba de ser la pequeña Azul y de necesitarnos constantemente a su lado.
Otra herida, una más. Estaba acostumbrada, y sabía perfectamente como soportar el dolor, lo que no había aprendido era a volar, a dejarse llevar, no a temer, a salir a correr y a gritar, no a esconderse, a reír, no a llorar.
La joven maestra fue la primera en descubrir en Azul una gran sensibilidad hacia el arte, cuando era pequeña le llevaba láminas para que solita dibujara lo que quiera, era notable que a la pequeña le sobrara creatividad e imaginación, por lo cual no costaba enseñarle. Cuando se enteró que en el sótano guardábamos viejos cuadros, algunos pintados por su abuelo, no dudó en llevarlos a su cuarto, seguramente al mirarlos con gran admiración, se preguntaba por dónde empezar. Su maestra al finalizar las clases le había dejado un pincel como obsequio, lo dejaba al alcance de su mano, pero estaba en ella la decisión de tomarlo o no.
Finalmente, dedicarse a pintar fue su mágica salida, parecía que en esos días que se encerraba por horas, lograba volar más alto de lo que jamás le habían permitido sus alas.
Un día la fui a buscar a su habitación para que hablemos y me cuente como se sentía, quería que sepa que iba a estar a su lado siempre, hasta el día de mi muerte y después también. Quería aprovechar cada instante, que antes de partir me dijera que era completamente feliz. Hablamos mucho ese día, me contó que había salido a volar. Yo no entendía, si bien pasaba días encerrada en su dormitorio, creía que sus alas estaban rotas. Ella me contestó que sus alas habían estado siempre en su lugar, que se confundió al creer que estaban dañadas, sólo habían perdido el color, porque nunca las cuidó como merecían, me dijo que de a poco estaba perdiendo el miedo y que gracias a su valentía había llegado muy lejos, por eso estuvo tantos días encerrada, había pintado unas alas enormes de un azul intenso y logró colocarlas luego de sacar las viejas. Entendió la consigna, y estaba dando buen uso al pincel que le dejó su maestra, podía pintar y tomar de ello lo que quisiera, pintar un sol inmenso y olvidarse del día gris que pudo ser. Luego me contó que se había enamorado, que el amor le había provocado algo muy extraño, como si sus ojos ya no fueran los de antes, recién lograba ver el azul intenso de sus alas y del cielo inmenso al que me refería aquella vez. Al fin lograba reír, dejar atrás sus miedos, aprender a volar. Podía pintar su vida de los colores que quisiera.
Comprendió ese día que debíamos despedirnos, pero antes me mostró todos sus cuadros, y me expresaba su inmensa gratitud hacia su maestra, y hacia su abuelo por el preciado regalo, aquellos cuadros que encontró una vez en el sótano… Le entristece no haberlo conocido, pero se lo imagina sentado en aquella la misma silla, pintando, en el mismo dormitorio. Hoy que al fin lo encuentro, le transmito su mensaje; Azul lo recuerda con gran amor y le envía un eternamente GRACIAS.

cuento fantástico: Tania Theiler

La casa de verano

Aquel verano como todos los años nos fuimos a la casa de veraneo, así la llamábamos, y digo llamábamos porque papá la vendió. Es una lástima, porque desde que tengo uso de razón vamos a pasar las vacaciones allí; después que falleció la abuela dejamos de ir por dos veranos pero el abuelo insistió en que volviéramos. Aunque a la vez es un alivio que la vendiera pues no ir implica no pensar demasiado en aquello que viví aquel día, le llamo aquello porque no sé lo que fue, y prefiero no averiguarlo aunque quede grabado en mi memoria el resto de mi vida.
La casa era de mis abuelos René y Helena. Una mañana me levanté y fui al comedor, allí estaban mis padres esperándome con el desayuno. Mientras tomaba el delicioso café de mamá, me comentaron que iban a ir a la cuidad a hacer compras, pues la casa se encontraba en el campo; me invitaron pero yo no quise ir porque en dos días volvíamos a nuestra casa, y entonces como el abuelo se quedaba, me dejaron. Antes de salir me dijeron que el abuelo dormía aún, y que no quisieron despertarlo porque se había acostado muy tarde a la noche; que no hiciera demasiado ruido y lo dejara descansar. Entonces decidí ir a jugar a afuera, pero al pasar por el living me percaté de que algo extraño ocurría, lo noté por el exquisito aroma al bizcochuelo de chocolate que hacía la abuela, era inconfundible. Y mamá no era muy buena para la cocina, eso fue lo que más me sorprendió, además se había ido a la cuidad, no sería tan despistada de dejar el bizcochuelo en el horno. Me dirigí hacia la cocina. Cuando entré, no lo podía creer, ahí estaban los dos: el abuelo y la abuela, él tomando sus mates como todos los días y ella sacando el bizcochuelo del horno. Quedé perpleja. La abuela me sonrió y me dio sus buenos días como lo hacía en los viejos tiempos, hasta me llamó princesa. El abuelo se comportaba tan normal, aunque se le notaba una felicidad en su rostro que hacía mucho tiempo no le veía. Me asusté, retrocedí y salí de la cocina, me escondí detrás de la puerta pensando que sólo era una ilusión, que volvería a entrar y ella ya no estaría más allí. Ingresé nuevamente, y seguían los dos ahí, conversando naturalmente, entonces me acerqué al abuelo y le pregunté qué estaba ocurriendo. Él me dijo que no ocurría nada, simplemente había programado un día para que lo compartiéramos los tres juntos, ya que mamá y papá no estaban. Entonces reaccioné, seguro todo era un sueño, pero era el sueño más hermoso que había tenido, estaba con mi abuela y podía disfrutarla el tiempo que durara mi sueño. Y ahí fue que me dejé llevar por todo esto, dejé de darle importancia y sólo disfrutaba, abracé a mi abuela todo el tiempo, volví a saborear su torta de chocolate, le pedí que me cocinara mi comida favorita y todo lo que extrañaba de ella.
Sin embargo el tiempo pasaba normalmente, tenía uso de razón de la hora, pero no me importaba cuál fuese el motivo de por qué estaba ocurriendo esto, no me afectaba, estaba con ellos y nada malo podría ocurrirme.
Llegó la hora de almorzar y disfrutamos la comida hecha por ella, luego le ayudé a levantar la mesa y secar los platos. Más tarde fuimos afuera, y pusimos unas sábanas en el piso como lo hacíamos cuando yo era chiquita, y el abuelo se puso a contar historias. Nosotras lo escuchábamos muy atentamente. Llegó la hora de la merienda, después de deleitar las ricas tortas fritas que hizo la abuela, hasta que nos pusimos a jugar a las cartas.
Las horas fueron pasando, mamá y papá prometieron llegar antes de que anocheciera y ese momento ya estaban cerca. En eso sonó mi celular, era mamá que me avisaba que estaban llegando, les comenté esto a mis abuelos y ellos se miraron de una forma muy extraña. Me dijeron que esperara a mis padres en la sala, y que ellos, mientras tanto, iban a subir a la habitación a descansar. Se despidieron de mí con un beso y un abrazo muy afectuoso, y fue entonces cuando me di cuenta de que mi sueño estaba llegando a su fin. Mientras ellos subían las escaleras yo esperaba ansiosamente despertarme, pero nada extraño ocurría. Entraron mis padres, mamá me saludó y me preguntó por el abuelo, yo le dije que estaba en su habitación, pero mi cabeza ya se había hecho una laguna, y comenzaba a darle importancia a lo que había ocurrido ese día. Me preguntó si me había portado bien, yo no respondí. Mi padre subió a ver al abuelo, y en ese instante se escuchó su grito desgarrador. Mi corazón, mi mente y mi cuerpo quedaron paralizados, lloraba desconsolado, mamá subió, la única respuesta lógica que podía encontrar era: el abuelo.
Y así fue, el abuelo René estaba muerto, solo, completamente solo en su habitación, lo único de lo que yo estaba segura en ese momento era de que eso ya no era un sueño. Nadie puede imaginarse qué fue lo que viví aquel día, nadie tendría respuestas a las preguntas de mis padres, ellos no entienden por qué no subí nunca a la habitación para ver cómo estaba el abuelo, y es que cómo podría decirles que no subí porque yo estuve con él y la abuela, todo el día, con mi abuela muerta, y mi abuelo… mi abuelo. Después de la revisación, el médico confirmó que habría fallecido a las nueve de la mañana, a la hora aproximada en que yo me levanté.

cuento fantástico - Natalia Tacconi

Ausencia…

La tarde languidecía ante los primeros calores estivales; aunque el muchacho, no parecía notarlo, sumiso a sus encantos, se dejó llevar lentamente por aquella que le había robado todo, que despiadadamente con sólo un poco de sensualidad le quitó lo más preciado que tenía - el amor-. Añoraba, esa noche cálida de verano cuando ambos cuerpos se encontraron en una nebulosa de ternura y afecto, esa misma noche Sofí fue para Cristian la mujer de su vida, esa obsesión que por fin se hizo realidad y ahora estaría a su lado, ahora por fin sería suya, sólo suya.
Porque desde que la concibió, sus ideas fueron ella, sus pensamientos un sin fin de ella, y porque todo a su lado era perfecto; su cabello dorado, su cutis moreno y la suma delicadeza con la que cada vez que le acariciaba le producía un leve escalofrío; porque con ella sentía un vano sentimiento de seguridad, que a la vez necesitaba, un espacio compartido por ambos, único y fugaz. Y porque su mente trabajaba para seguir perfeccionándola, porque todo lo que había imaginado en una mujer ella lo poseía.
Se tranquilizaba al pensarla, al verla y soñarla. Pero su vida desvanecía, caía y se perdía en cielos sin horizontes, en tiempos ya irreconocibles pues su mundo no era el mismo, porque desde que “ella” apareció en su vida, algo cambió.
Recordó aquel momento en el que por primera vez apareció ante sus ojos, se sintió preso de sus sentimientos, acorralado a un mundo de ironías pues con sólo verla se enamoró. Sentado en la vereda Cristian pensó en la tristeza que lo acompañaba, esa soledad que permaneció junto a él toda su vida. Y sorprendentemente cuando todo era incierto y desconsolador, ella se interpuso en su camino… mientras este torbellino de recuerdos fluía en su mente, la tarde se volvía tórrida, entumecido en sus pensamientos, vacilante se dirigió a su habitación, allí… sintió el abandono, sintió como el delirio lo consumía, ese sueño del que no despertaba, durante horas…se descubrió a si mismo caminando de un lado a otro, le dolía el pecho, con los nudillos apretados, pensó,… sólo era feliz durante las horas del día que compartía con Sofi… su querida Sofi, sus pensamientos manaban irracionales conectándose con un mundo paralelo que a cualquier persona le sonaría ilógica e incoherente.
Ahora si podía decir que la extrañaba, Cris no lograba entender el por qué de encontrarse ahí, y en su cabeza resonaban las últimas palabras de su madre - “será hasta que te mejores”…
Mejorarse, ¿de qué? - pensaba él, acaso hay una mejora para el amor; súbitamente…sintió unos ojos azabaches penetrándoles sin titubear, casi acusándolo… eran los ojos de Sofi, esos ojos negros que lo apresaban, que le hacían olvidar los días, las noches, los recuerdos de una vida anterior a ella.
Nuevamente todo se volvía confuso; muy en su interior se preguntaba; por qué ella no le hablaba – apenas en un susurro, con cierto temor, se arriesgó a preguntarle – ¿vienes a buscarme?... el silencio fue absoluto, la habitación estaba en penumbras, y las palabras retumbaron por un tiempo… como si no existiera una respuesta, por la ventana entreabierta, una brisa calurosa y húmeda, lo despeinaba, él en forma inquieta se quitaba el pelo de la cara intentando comprender, esos ojos intrigantes, ya no se animó a decir nada, perturbado y tieso, la miraba, no quería perderse un instante, no quería perder otro momento, el sudor brotaba por su cuerpo, íntimamente se preguntaba si ella lo notaría. Decidido a no hablar, quizás para seguirle el juego, o quizás porque no hacía falta, trataba de disimular el temblor de sus manos…en dos pasos llegó a la ventana, el aire agitaba el postigo, desenredó la cortina del picaporte, y vio a su madre que del otro lado del patio, le preguntaba – ¿te sientes mejor?, ¿quieres comer algo?
Resuelto a no responderle, decidió cerrar la ventana, no sabía si Sofi había oído a su madre, ellas nunca se llevarían bien pensó, mejor que por ahora las cosas siguieran así. Sobresaltado ante la irrupción de su madre a la habitación, buscó con su vista desesperadamente la silueta de ella…mientras su madre balbuceaba lo mismo de siempre en el umbral de la puerta, sus ropas se pegaban a su cuerpo por la transpiración, las manos le temblaban aún más, dio medio giro para que la luz encendida no le pegara tan fuerte en la cara, le hizo señas a su progenitora para que apagara el fluorescente – esta hizo caso omiso – y siguió con su perorata, menos mal que Sofi ya no estaba caviló.
Se despertó con pesadumbre, un rayo de sol le daba justo en la cara, no recordaba cuando se había dormido, se dirigió a la ventana, y se sorprendió al ver que ya era la puesta del sol, casi un día había pasado, presuroso cerró la puerta, le molestaba el jolgorio de las jugadoras de canasta, eso le hizo recordar que era jueves, día de canasta en la casa de su madre, con las amigas jubiladas, a veces le gustaba escucharlas, después de algunas copas de licor, pasaban revista a cada una de las historias ocultas del barrio; puso cerrojo, no quería que alguna vieja fisgona le sorprendiera…un movimiento detrás suyo le hizo girar repentinamente, se quedó fascinado al descubrir a su amor, sentada en el viejo sillón de mimbre que había pertenecido a su abuela, se avergonzó por los pelos de gato, ella se quitaba las pelusas de la falda y le sonreía cómplice, señalando debajo de la cama, allí estaba el viejo Paolo, ya no era ese hermoso gato de raza de otrora, a medida que pasaban los años parecía ir desintegrándose, parecía haber utilizado cada una de sus nueve vidas con hidalguía, como si leyera los pensamientos, el felino de un salto salió por la ventana…dejándolos solos nuevamente.
Sofi parecía divertirse, eso lo incomodaba, nadie lo conocía mejor, él no tenía secretos que ocultarle, era la única persona que sabía del accidente, sabía a qué cosas era vulnerable… puso la frente entre sus rodillas, y empezó a lloriquear como un niño asustado y perdido, no hacía falta explicar nada… ella sabía ¡sí que sabía!, durante largas y amanecidas noches, su cuerpo frágil le había sostenido, en sus manos delicadas encontró el consuelo, se sintió agradecido por sus caricias… de pronto se estremeció, unos pasos firmes, lentos, pesados, se dirigían a su recámara; varias veces giraron el picaporte, hasta que finalmente alguien requirió – soy yo querido… Emi – sería mejor abrirle, Doña Ema había cuidado a su abuela durante varios años, abrió pausadamente la puerta y encendió el fluorescente, apenas se había dado cuenta que había anochecido, con un ademán le hizo entrar; la observaba, Ema, era una señora de unos sesenta años de voz grave, pelo cano y de cuerpo grueso, sus piernas estaban llenas de varices debido al cuidado de enfermos, esa mujer conocía más de su familia que el mismo; sin embargo siempre lo había tratado con amabilidad, en cierto modo el también le tenía cariño. Con voz de enfermera mandona comentó:
- ¡te traje lemon pie! Ya se como te gusta… además estas muy delgado.
Cris se subió los jeans, metiendo su camisa arrugada dentro de los mismos, ajustándose un poco más el cinturón, suspiró al no oír más sobre el tema, ya su madre se lo recordaba todo el tiempo…estás flaco decía, demasiado flaco.
Otra vez la voz grave interrumpió sus cavilaciones:
- también jugo de manzana; ya sabes que todo lo preparo yo.
Él, le asintió con la cabeza y dejó traslucir una débil sonrisa, luego se quitó el pelo rojizo de la cara, y le señaló la mesita que estaba al lado de la ventana, para que apoyara los víveres.
- Bella chica…, requirió la mujer, tomándose el mentón con una de sus manos regordetas.
- Cómo…cómo sabe…, inquirió él tratando de armar las palabras.
- El recorte hijo…el recorte que está sobre la mesa… Bueno come eso yo voy a terminar la partida.
Tras un portazo se marchó con los mismos pasos apesadumbrados con los que había llegado.
Cristian, se sintió atormentado, sus ojos aún enjugados en lágrimas buscaron a Sofi por el dormitorio, ya no estaba en el sillón de mimbre, exclamó casi en un quejido, - ¡querida!
Lentamente sin querer pensarlo se dirigió hasta la mesa, tomó cautelosamente el recorte, en un viejo titular se leía, - MUERE JOVEN DESCONOCIDA, TRATANDO DE SALVAR A LUGAREÑO.
El papel amarillo y ajado dejaba traslucir el paso de los años; no obstante se podía observar la fotografía de una joven de hermoso cabello rubio, con una tez bronceada, y un vestido blanco con una mancha de sangre en el costado izquierdo, como tiñendo la pureza que sobresalía del resto del cuerpo, sus rizos que brillaban con el sol, parecían desencajar con el resto de la escena.
Soltó la vieja fotografía, como quien descorre el telón de un escenario, encontrándose desnudo ante la realidad que aparecía antes sus ojos, y volvió, volvió al pasado, a diez años atrás, apenas tenía quince años en ese entonces, regresaban con su padre de un fin de semana de pesca, venían tarareando una canción a dúo, su papá se olvidó del lomo de burro, debido a la velocidad el auto dio un salto y chocó contra el transformador de la luz, Cris, pasó suavemente su mano por la cicatriz que tenía en la cabeza y recordó el golpe que se había dado, también recordó como ella…Sofi, le había sacado con mucho cuidado y lo había llevado del otro lado de la calle, recordaba como se había erguido suavemente y se dirigía a ayudar a su padre, como la vieja pick up Ford, había escupido gasoil, pegándole una bola de fuego cerca del corazón, dejándola tendida inerte en el piso, el llanto lo consumía recordando las imágenes del viejo chatón en llamas y su padre quemándose dentro. Las manos le temblaban y el sudor frío le recorría la espalda…por un momento su mente quedó en blanco…sintió un profundo vacío en su pecho, en su alma, en su corazón…
Algo le hizo tropezar, casi se choca el postigo de la ventana, era Sofi que le hacía unas cosquillas en la pierna, ¡había regresado!... siempre regresaba; con un dejo en la voz, como enhebrando las palabras la azuzó - ¿vienes a buscarme?, Ella, le señalaba con un guiño de ojos, el jugo de manzanas, que Ema había depositado sobre la mesita…,lo iba a tomar, el del día anterior, le había relajado y le había permitido dormir… mientras se tranquilizaba pensando, Sofi…Sofi, quizás hoy sería suya, nadie lo conocía mejor…nunca podría soportar su ausencia…