TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA

Este blogfolio nació en 2008 para convocar la palabra escrita de las y los alumnos del TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA de primer año del Profesorado en Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Villa María, provincia de Córdoba, Argentina.

Trabajamos intensamente en clases presenciales articuladas con un aula virtual que denominamos, siguiendo a Galeano, Mar de fueguitos.

Allí nos encontramos a lo largo del año para compartir los procesos de lectura y de escritura de ficción. Como en toda cocina, hay rumores, aromas, sabores, texturas diferentes, gente que va y viene, prueba, decanta, da a probar a otro, pregunta, sazona, adoba, se deleita. Al final, se sirve la mesa.

Como cada año, publicamos los cuentos que cada estudiante escribió como actividad de cierre del taller para compartir con quien quiera leernos y darnos su parecer. Hemos trabajado explorando el género narrativo, buceando en las múltiples dimensiones de la palabra. Para ello, la literatura será siempre ese espacio abierto que invita a ser transitado.

Hemos ido incorporando, además y entre otras muchas experiencias de escritura creativa, el concepto de intervención performativa sobre textos y de patchwriting.

El equipo de cátedra está conformado por Jesica Mariotta, Natalia Mana y Mauro Guzmán, quienes le ponen intensidad amorosa al trabajo del día a día, construyendo un hermoso vínculo con las y los estudiantes.

Beatriz Vottero - coordinadora


UN PLACER...

Chicos: muchísimas gracias por todo lo que me enseñaron durante el año que compartimos en el Taller, les deseo toda la suerte y espero sigan trabajando así y escribiendo como lo hacen, no abandonen!!! Son verdaderamente un grupo humano hermoso y fue un placer trabajar con ustedes!!!
Un beso grande, Euge

Felices Fiestas y vacaciones para todos!!!

Cuento fantástico: Florencia Bringa

VERDE


Los verdes manzanos cubrían sus pies, solo podían observarse sus delgadas piernas que sobresalían sobre el colchón frutal. Intentó una y mil veces despegarlos del suelo pero le era imposible. Las dulces manzanas, brillantes, simétricamente iguales todas, la absorbían hacia algo más profundo, la tragaban poco a poco hacia otra textura, hacia algo más viscoso que existía debajo de ellas, pero que no lograba dilucidar que era.
Lo que sus ojos solo lograban ver era un mar de manzanas luminosas, un cielo azul salpicado de nubes y en línea recta hacia delante algunos manzanos dispersos que dejaban caer millares de frutos al suelo. Se dejó llevar por el paisaje que la cautivaba, mientras probaba poco a poco esa extraña viscosidad que tocaban sus dedos allí en lo profundo. Era tal la abstracción en la que se encontraba que sus cinco sentidos eran desbordados por el ambiente. Sentía hasta en la piel el aroma de las manzanas, el paisaje inundaba de verde sus ojos, la brisa hacía zumbidos en sus oídos, en su boca tenía la sensación de degustar cada manzana y lo mas extraño, el quinto sentido todavía no develado por la ausencia de muestra. Sentía en extremos, pero no sabía qué era eso que ahora cubría hasta sus rodillas. Intentó despegarse del ambiente, de esa nebulosa en la que se encontraba y le vino a la mente la sensación de haber estado allí otras veces, de sentir este campo verdoso que la cubría. Fue entonces cuando terminó de hundirse, ese pensamiento no era el adecuado en el mundo en que estaba, entonces pudo ver aquello que sus pies tocaban cuando las manzanas no dejaban ver.
Pero ahora ni siquiera puede recordarlo, la asfixia lo anuló todo.
Despertó, apagó el despertador que ya estaba en sus ultimas campanas, se estiro un poco para distender su cuerpo que había permanecido inmóvil durante el sueño, vaciló unos segundos intentando recordad si había soñado algo, pero nada vino a su mente. Agarró con fuerzas el acolchado verde manzana que la cubría hasta el cuello, intentó levantarse, pero volvió a hundirse y la asfixia, provocada por unas extrañas manos alrededor de su cuello, volvieron a anularlo todo.

Cuento fantástico: Nadia Loza

PÓKER

Tratando de recuperar el aliento, enciende un cigarro mientras toma asiento en un banco de la plaza. El corazón golpea su pecho tan fuerte, parece intentara salírsele. Besa el pico de la botella sorbiendo un trago de whisky y un intenso calor atraviesa su garganta, ni aún así logra quitar el miedo que recorre su cuerpo.

Esta noche su trayecto había empezado alrededor de las doce en el bar Silencio donde bebió un par de cervezas mientras aguardaba la llagada de los sujetos a quienes a fuerza de golpes cobró lo que adeudaban al Jefe.

Todo había comenzado tranquilo y la noche se anunciaba prometedora. Se acercó a las chicas, hermosas mujeres que se deslizaban por la calle principal insinuando sus voluptuosos cuerpos en llamativos y sensuales trajes, y estas hicieron entrega de la primera recaudación. Por el alto de billetes sería una buena noche, pero sus rostros reflejaban lo pesado del trabajo. La noche recién comienza, les dijo a las chicas. Una de ellas, mientras lo observaba alejarse en el automóvil, recorría con el lápiz labial su boca dibujando la sonrisa con la que sedujo al cliente que acaba de acercar el coche.

A las cuatro debía ir con el camión hasta el puerto a retirar las cajas que llegarían para el Jefe. Miró el Rolex que deslumbraba en su muñeca y éste anunciaba las dos a.m. Esto le daba un margen de tiempo y sin pensarlo demasiado se dirigió a la habitación del tercer piso de un desvencijado hotel. Luego de pasar la rutinaria requisa del enorme sujeto que permanecía de pie junto a la puerta se sentó en la segunda mesa y tras recibir las fichas equivalentes al dinero que traía consigo pidió un whisky, encendió un cigarro y comenzó a jugar al póker.

La suerte parecía estar de su lado, y tras ganar dos rondas seguidas uno de los sujetos decidió retirarse, su lugar lo ocupó un hombre que había permanecido en silencio aguardando su turno. A este hombre que tomaba el lugar del anterior, y vestía elegante, no lo había visto antes. Esto lo intimidaba un poco, pero no quiso perder el tiempo con averiguaciones, hoy era una noche de suerte, y si le habían permitido la entrada sería de fiar.

Esta próxima ronda fue algo reñida pero la ganó. Tuvo el impulso de retirarse, pero se sentía tan dichoso y afortunado que continuó apostando. La fiebre del juego envenenaba su sangre, se sentía grande, imponente y debía continuar ganando.

La ronda siguiente perdió y la próxima también, ahora debía quedarse a seguir jugando no por su grandeza como hombre sino para recuperar el dinero del Jefe que había perdido. Transcurrieron así varias horas de alcohol, tabaco y juego.

Eran cerca de las cuatro cuando había perdido nuevamente y hacía entrega del Rolex al hombre que abrazaba sonriente el montón de fichas y efectos personales que la vorágine del juego los había llevado a desprenderse. Uno de los sujetos, que al igual que él venía perdiendo decidió retirarse y sin más el otro siguió la iniciativa de éste y se fueron.

La desesperación lo invadió cuando la adrenalina comenzó a abandonarlo y tomó conciencia de lo que había hecho y las consecuencias de ello. El Jefe no perdonaba faltas como estas, sin lugar a dudas le costaría la cabeza. El sujeto que permanecía inmutable en el otro extremo de la mesa, se ofreció a jugar una última partida con él, mano a mano, apostando todo lo que había ganado esa noche, mientras colocaba en su muñeca el Rolex y sonreía. Aun temiendo lo peor y abatido por la situación en la que estaba, lo miró y señaló no tenía más nada que apostar, lo había perdido todo, hasta lo que no le pertenecía. El sujeto esbozando una sonrisa sarcástica contestó que entonces lo único que no había perdido aun era la vida, la cual perdería al cabo de unas horas de una u otra forma, y valía la pena si cabía la posibilidad de recuperar lo perdido y más.

Su adicción al juego esta vez lo había llevado al extremo, apostar el dinero del Jefe había sido demasiado y este sujeto se presentaba ante él con esta propuesta que le resultaba extraña, pero que no distaba de la realidad; cuando el Jefe se enterara de que había dilapidó su dinero mandaría a matarlo.

Su rostro se había transformado en una mezcla de desconcierto y desesperación, y este hombre le preguntaba directamente si estaría dispuesto a apostar la vida en esta partida de póker.

Su resignación lo llevó a aceptar. No solo había perdido el dinero, sino que no había retirado el cargamento del Jefe, por esas horas ya se sentía hombre muerto.

El hombre de mirada penetrante de golpe se mostró impaciente, sin quitar esa sonrisa del rostro, lo apuró a que mezclara la baraja y repartiera los naipes. A pesar de su apariencia se translucía cierto nerviosismo en él. Su mirada, su sonrisa, algo en él lo incomodaba. Trataba de concentrarse en las jugadas, pero el sentir la soga al cuello se le dificultaba. Se sentía encapsulado en el tiempo y la mirada del sujeto no invitaba a relajarse.

Fue una partida tensa, en la que terminó la ultima etiqueta de cigarrillos que le quedaba, y bebió tanto alcohol como le reclamaba el cuerpo. Dio batalla pero aun así perdió la partida.

No había depositado sus naipes en la mesa cuando vio el sujeto saltar a través de la mesa y caerle encima. Luchó para quitárselo pero éste tenía una fuerza sobrehumana. Su mirada penetrante se había transformado en una mirada feroz. En el instante en el que sentía sus fuerzas abandonarlo, como lo había hecho la suerte hacía horas, pudo ver los colmillos que amenazaban y finalmente desgarraron su cuello. A punto de perder el conocimiento estaba cuando vio desvanecerse la figura del sujeto, ser, monstruo, lo que fuera, entre las sombras.

El calor que siente es abrasador, saca del bolsillo la botella y toma otro trago, mira su muñeca pero ya no tiene el Rolex para controlar el tiempo. Enciende otro cigarro, el efecto del alcohol parece comenzar a hacer efecto, se siente un poco más en calma, o quizás es el aire fresco de la noche. No entiende muy bien todavía lo que le ha sucedido, pero es consciente de que ya nada será lo mismo. Otra vez esa serie de instintos le atropellan la razón. Atraviesa la plaza y mientras da las últimas pitadas al cigarro se confunde entre las sombras de los cuerpos que transitan en la noche. Ahora va errante sediento de sangre.

Cuento fantástico: Karina Gacé

Un Viaje Nefasto

Las primeras voces de la ciudad empezaban a escucharse, me llené los pulmones con el aire limpio de la madrugada como para guardar una buena dosis de pureza y entré al auto. Un viaje de vacaciones por lo general crea una atmósfera de ansiedad y entusiasmo, sin embargo el silencio se adueñó del ambiente. Intercambiamos unas palabras, para ver si estaba todo en su lugar, si nadie se olvidaba de nada, todos nos pusimos los cinturones y a pesar de la falta del alboroto típico de un viaje entre amigos todos sonreímos sinceramente, felices de escaparnos por unos días de la ciudad cada día más asfixiante. Ya en la ruta el sol empezaba a asomarse, Fabio y César charlaban animadamente, yo en el asiento trasero me inundaba en pensamientos, la cabeza apoyada en la ventanilla, los ojos perdidos en el cielo. De a poco me dejé atrapar por el sueño y cerré los ojos con la imagen de ese cielo espectacular de color rosa que se perdía en el horizonte, nada como dormirse escuchando el suave sonido del tránsito del auto por el asfalto y la brisa mañanera acariciando el rostro tranquilo.

Un salto del auto producto de un bache en la ruta me despertó, Fabio y César seguían charlando con las mismas ganas de antes, ahora se reían a carcajadas y en los parlantes sonaba I wanna love you de Bob Marley. No faltó indudablemente que me hicieran saber que pensaban que yo era un marmota y un flojo, el escenario ahora sí era el de unas animadas vacaciones entre amigos, a lo lejos se divisaba el primer pueblo, lo cual era señal de que faltaba menos para el tan esperado descanso. Cuando nos adentramos en el pueblo un olor espantoso se encargó de cambiar nuestras caras que se mostraban contentas hasta el momento, la dosis de pureza que había almacenado en mí se vio invadida ante ese repugnante olor que a medida que atravesábamos el pueblo se volvía más y más insoportable, empezamos a toser, a taparnos la nariz y la boca con lo primero que encontramos a mano, parecía infiltrarse por cada poro del cuerpo, me sentía mohoso, sucio y grasiento. Estuvimos a punto de vomitar pero las ganas de escapar de aquel hedor fatal era más fuerte, cuando empezamos a llegar al fin de la zona urbana el olor se fue atenuando hasta evaporarse por completo. No logramos comprender el por qué de tal podredumbre, el ingreso a la zona rural nos devolvió una sensación de alivio y poco a poco volvimos a la conmoción de sentirnos gozosos y dueños de la libertad que los barrotes de la ciudad nos atrancaba. El sol se perfiló como el amo del cielo y la tarde encendía un matiz de colores verdes, la naturaleza despertaba nuestros sentidos. Pero la emoción no duró demasiado, se esfumó nuevamente cuando llegamos al segundo pueblo donde tuvimos que escupir los sándwiches que veníamos comiendo. Detuvimos el auto para vomitar los restos llenos de gusanos, un gusto nauseabundo y repugnante quedó en nuestras bocas, todo se estaba volviendo raro, algo estaba pasando. Los sándwiches estaban frescos al comerlos pero cuando entramos al pueblo se pudrieron repentinamente. Era insólito.

Este pueblo era sombrío, cuando nos recuperamos volvimos al auto y regresamos al viaje. La noche se apoderó del día, la luna iluminaba la ruta y el sueño se fue apoderando de nosotros. Paramos en una estación de servicio que estaba en un pueblo que no tenía ningún tipo de señalización sólo un cartel que decía “”, supusimos que era el nombre del lugar, decidimos mirar el mapa para ver cuánto nos faltaba para llegar a destino pero el pueblo no figuraba. De pronto una señora de chocante aspecto venía hacia nosotros, Fabio bajó la ventanilla y la mujer empezó a hablar de un modo extraño, dijo que la sensación de plenitud mutaría por una de dolor intolerable, algo malo pasaría si no abandonábamos aquel lugar antes del amanecer y se esfumó. Buscamos por todos los medios una salida, pero aquello parecía un laberinto tenebroso que desvanecía nuestras esperanzas de sentir el placer del descanso, el viaje lejos estaba de cumplir nuestras expectativas. Las horas pasaban sin piedad y a cada minuto que pasaba el terror y la incertidumbre nos sumergía en la penumbra de aquella noche sin escapatoria.

Faltaban minutos para el amanecer cuando vimos a aquella mujer doblar en una esquina, fuimos hacía allí pero al llegar nos encontramos con que la señora ya no estaba, la calle se estrechaba en una neblina que no permitía ver lo que había más adelante, avanzamos y el día resurgió esplendoroso. Estábamos vivos. El alivio es la sensación más acertada para describir el momento pero una fuerte tormenta anunciaba que nuestro destino de descanso aún estaba lejos.

Cuento fantástico: Victoria Nievas

Seqüelas

Revienta el suelo un sol inflamador, me cuesta caminar a veces estos caminos de tierra. Acostumbrado a la ciudad, este pueblo me parece de otro siglo. Aburrido como pocas cosas, supera un domingo sin fútbol, inclusive, una misa de comunión.

No hace mucho que llegué.

–Estoy seguro que me subí al veintitrés-


Un paisaje de naranja rojizo me rodeaba, y el calor era harto peor que en cualquier diciembre.

Era junio.

Piedras filosas hasta la sangre rompían mis gordas zapatillas deportivas. No entendía éste nuevo paisaje, pero me acomodaba a él por no perder la calma, no divisaba un árbol a kilómetros, ni un bicho, ni una triste rama caída. Un brillar de arenas a lo lejos denotaba un desierto. Ninguna iguana me cruzó entre los pies, pero consecuencia del sol, pude ver oasis egipcios en plenas sierras de Córdoba.

-Estoy seguro que era el veintitrés.-

Distinguí un ranchito en el camino, estaba dispuesto de unas cuantas piedras, parecían nubecitas, como una sustitución teatral de las que ahora no existen. La corona del tormentoso cielo era una chapa vieja, oxidada. Al costado de la puerta (una cortinita vieja) moría un tronco seco, un perro flaco y un viejo gaucho, colocado a la sombra exacta de la rama más gorda del árbol (El único en la zona). Una rama muerta, de un nogal muerto, de una tierra muerta.


El vistoso viejo se proveía de una pavita pequeña y un mate de madera que sorbía con empeño y obstinación. Lo cargaba a salivazos, y cuando lograba un tronar de la yerba, asumo hoy, habría de serle musical.

Me acerqué altanero, con mis humos de ciudadano, y le pregunté por un “hostel”. El viejo sin levantar la mirada del piso, con aire irónico y nostálgico, me preguntó – ¿Con pileta?- Ofendido respondí que no era necesario y de peor manera me recomendó que siguiera caminando, había un pueblo más adelante.

Tras dos kilómetros de caminata reconocí a lo lejos, lo que hoy sería mi hogar, un caserío inmundo, desértico, sucio. Nunca tanta nostalgia me había cruzado, sentí de pronto que el calor me agrietaba la cara, y a pesar de la tristeza, y el nudo de ahorcado en mi garganta, de mis ojos no brotaba una gota de alivio. Como el resto de las cosas, mi cara era un espacio árido, donde el agua no recordaba frecuentar.

-No me equivoqué, sé que no me equivoqué ¡era el veintitrés!-

Apenas dos cuadras después de las cabañas quemadas de la entrada, encontré un hospedaje, lo reconocí enseguida por la fachada cuidada, por tener más de un piso, y sobretodo, porque en la puerta colgaba un cartelito escrito a lápiz que decía

“Hay habitaciones”.

Entré y el rechinar de la puerta me anunció. -Ahorran en timbre- pensé. Una mujer joven pero desmejorada salió a mi encuentro. Tenía ojos saltones de color arena y tristes, como si nunca dejaran de llorar. Las manos curtidas. Y la cara marcada por la sequía. No era en absoluto atractiva, pero su aura desprotegida me despertaba un sentimiento de amparo. Me atendió amablemente pero sin sonreír, se excusó diciendo que el castigo del sol se había vuelto tan cruel, que llegaban a quebrarse los labios si estiraban mucho la piel. Naturalmente, eso no admitía siquiera las sonrisas.


Subí a mi habitación desconcertado, antes pedí que con el almuerzo subieran el diario. La mujer me miró dulcemente y asintió.

Cuarenta minutos más tarde notaba que en mi bandeja no había vaso. Que en el baño había arena, y que de la canilla no salía nada.

Y el viejo tomaba mates de escupitajos.

-¿Y si acaso no era el veintitrés?-

Tomé el diario, buscando ávidamente el nombre del pueblo, pero…:“Noticias Calentitas” 22/06/2089. “...la Magdalena llora ésta noche”. La taquicardia era cada vez peor, pero procuré no perder la calma. No debía perder la calma.

Bajé las escaleras buscando la esquizofrénica de los labios rotos. La encontré, la interrogué. Lloré. Me desconcerté. Caminé y corrí.

Naranja y nada. Naranja y nadie. Naranja y sed.


-Si era el veintitrés, no sé yo de qué empresa, pero si era el veintitrés. -

La morocha curtida me contó lo de la tormenta, la única del año. Cada veintitrés de junio, llueve torrencialmente, como si el cielo se apiadara de la tierra, olvidándose de este roedor tan erguido y le regala litros y litros de agua de lluvia. Algunos bosques se enriquecen, a veces hasta se llena el dique. La primera gota cae en el Uritorco, y se escucha en toda la zona.

Los humanos que sobrevivieron al año anterior, juntan en baldes, jarras y jarrones el agua con la que sobrepasarán los siguientes trescientos sesenta y cinco días. Las gotas caen gordas y generosas, mojan y golpean. Costean los cuerpos flacos como cascadas de barro. Y la gente ríe.

Juntan el agua y en tanto la juntan tienen así su única fiesta anual, aquí no hay navidades y es éste el año nuevo. El pueblo entero sale a la calle, exactamente 9 personas, y bailan como niños bajo la lluvia, de pronto el pueblo se llena de niños, salen de las piedras, y se tiran barro. Las viejas se levantan las polleras e improvisan una chacarera, entre todos comparten los vasos de agua y brindan. Sonríen y se bañan desnudos, se abrazan, se besan en la boca.

Este año cayeron doscientos milímetros, y en la calle éramos diez.


No hace mucho de esto y ya se han vuelto a ensuciar mis pies, me acostumbré al anaranjado y de tanto en tanto, visito al viejo de la entrada que me convida con mate, ahora sé que se llama Don Gallardo.

Y cuando no lo hago, me besuqueo con la morocha sobre la puerta chillona. No podemos tener hijos, ya casi ni lo intentamos. Ya casi ni quedan chicos.


El pueblo sigue siendo una película muda. Seco. Aburrido. Pero el veintitrés lloverá.


Sé que pronto lloverá.


Cuento fantástico: Carina Grenat

Sobre calle Maipú al 48

Corría, corría muy fuerte pero sin poder moverse del lugar, la desesperación lo dominaba, sentía presión y muchas, interminables, ganas de escapar, de correr de allí. De pronto un fuerte sonido lo despertó. Aturdido, más por el sueño que por ese familiar sonido, abrió los ojos y tardó unos segundos en entender qué pasaba. Cuando recuperó la conciencia, se dio cuenta que ya era hora de levantarse y enfrentar un nuevo día.

Hacía poco se había mudado a ese nuevo lugar, su nuevo hogar, aunque no quería aceptarlo. Era una casa cómoda, extraña, con un pequeño comedor cocina, el amplio baño, la habitación y el sótano (lo más extraño aún). Nunca entendió por qué su abuela en vez de una hermosa sala de estar prefirió hacer un sótano. Tal vez sus aires bohemios le dictaron eso. Allí ella producía la más hermosa música, su música. El piano, sus partituras, la melodía, sus largos dedos, sus ágiles manos, su pasión…Sus promesas. Rotas. Pero ahora ella ya no estaba, lo había abandonado, nada de eso quedaba para Emilio, sólo las promesas (rotas). Se había mudado allí a desgano, era una bonita y particular casa, con sus altas paredes cubiertas de un color amarillo pastel, ya bastante desgastado y humedad en las esquinas, con sus mosaicos pequeños y repetidos, todos iguales, a lo largo de la casa, con sus ventanas de chapa color negro, con sus puertas altísimas de un marrón oscuro, muy profundo, pero sobre todo era una casa inundada de recuerdos. Y eso Emilio no lo soportaba. Los recuerdos, la memoria, el paso del tiempo. Como si todo fuera una gran encrucijada, en donde la memoria guarda recuerdos, en un intento desesperado por burlar el paso del tiempo.

- Si recordamos es para no olvidar algo con lo que ya no contamos, recordamos sólo lo que ya no tenemos- decía siempre Emilio.

Los recuerdos son crueles, injustos, despiertan en nuestra conciencia cuando menos los necesitamos. Y Emilio nunca había hecho las paces con las injusticias.

Le costaba acostumbrarse a ese lugar pero tampoco tenía otra opción. Los alquileres eran una locura y él, con su vida de estudiante, no podía darse el lujo de locuras.

Se levantó, se lavó la cara con abundante agua como queriendo borrar ese sueño y se dirigió hacia la diminuta cocina, desayunó, se dio un rápido baño y dio por comenzada su rutina. Al volver de la universidad ya comenzaba a oscurecer y alguien golpeaba la puerta. Era, para Emilio, un nuevo vecino, con unos enormes anteojos, el pelo completamente blanco, una camisa cuadriculada azul y blanca y un pantalón de vestir de un azul muy oscuro. Demasiado elegante para un martes, pensó Emilio. Venía a quejarse por los ruidos, hacía una semana que no podía conciliar el sueño ni por las noches ni en su rutinaria siesta.

- Por favor, practique su música en otros horarios. Yo sólo quiero descansar. – dijo Alberto, el vecino.

¿Su música? ¿A quién se refería con eso? Emilio no producía música. Él era un estudiante de literatura y sólo producía escritos. La música era un don con el que no había nacido.

Cenó, como de costumbre en ese plato hondo y con ese vaso, de vidrio grueso y oscuro. Se fue a dormir y sus sueños volvieron a inundarlo. Soñó con un teatro, había una orquesta y en el fondo un piano enorme que se imponía sobre todo lo otro, no podía (o no quería) ver quien tocaba pero esa melodía, ese sonido, le resultaba tan familiar. Lo despertó una ventana golpeándose. Después volvió a acostarse y regresó a su sueño. Lo recordó y aunque le pareció muy extraño le transmitió una tranquilidad que hacía desde aquella tarde de agosto que no sentía. Habían pasado ya siete años y recién esa noche se había animado a volver los pasos en su propia historia, que ya le estaba resultando un poco ajena. Y entre antiguos pensamientos se volvió a dormir.

Al otro día se levantó, se lavó la cara, cepilló sus dientes, dudó entre bañarse en ese mismo instante o después del desayuno. Optó por la segunda opción y al dirigirse a la cocina sintió un olor muy particular (y familiar) a pan recién tostado.

- Buenos días – dijo Emilio.

Esa noche cenó, ya no como de costumbre en esos platos hondos y con esos vasos, de vidrio grueso y oscuro.

Cuento fantástico: Mariana Chena

Reciclaje

¡Un pequeño cambio en tu rutina puede cambiar el Planeta!
(Instituto Coca Cola de la Felicidad)

El juntaba todas las tapitas que iba encontrando por su mundo. Las ponía en bolsas de consorcio y las iba amontonado al fondo del patio. Eran miles y miles de elementos plásticos de color rojo, verde, amarillo, celeste transparente y otros exóticos colores. Muchas llevaban el nombre de la marca creadora, otras estaban en blanco, algunas tenían leyendas por dentro “siga participando”, “pruebe nuevamente”.
El patio se le llenó de tapitas y entonces empezó a amontonar adentro de la casa. Primero fue la habitación vacía, la que ya nadie ocupaba desde que el hijo se marchó. Luego se acordó del lavadero y lo llenó de tapitas. Más tarde siguió con el living y luego de tres años, empezó a amontonar tapitas en su propia habitación. Era un hombre divorciado, profesor universitario y miembro de una entidad ecológica. En la ciudad donde vivía tenía una buena reputación y se lo conocía por su exagerada dedicación a preservar la naturaleza de las catástrofes cotidianas.
Empezaron a llamarle “Señor Tapita”. Algunos se reían e inventaban mil historias inverosímiles sobre su obsesión. Otros respetaban su actitud. Los timoratos tenían pánico de que la ciudad fuera invadida por semejante cantidad de tapitas. Otros, lo ignoraban.
Ya llevaba cinco largos años de amontonar tapitas hasta que un día decidió reciclarlas. Su idea era construir un barco, una casa o una escuela. Se decidió por esto último. Avisó a todos los medios de comunicación acerca de su proyecto y solicitó colaboración para aquel emprendimiento que tenía un fin social.
Un día el señor Tapita recibió un llamado anónimo en su teléfono. La voz tenía un acento americano. La tonada extranjera puso en alerta al ecologista. Le dijo que se enteró de su proyecto por los diarios de la red, pero que había leído que las tapitas estaban conservadas en bolsas plásticas. Plástico sobre plástico parece ser rechazado en la misión de salvar la tierra. Entonces le sugirió guardar aquellos elementos redondos en cajas de cartón. No quiso dar su nombre, pero le aseguró que él mismo había juntado tapitas a lo largo de su vida hasta que abandonó el cometido por sentirse solo ante el mundo. Ahora estaba feliz de que alguien más tomara conciencia de la situación planetaria y continuara con su emprendimiento.
El hombre se sintió conmovido y hermanado y quiso seguir el mandato de la voz extraña. A partir de ese día empezó a pedir cajas de cartón en casi todos los comercios de su ciudad. Las iba poniendo como una caja de Pandora de mayor a menor, la más grande era la de un televisor LCD de 65 pulgadas y luego venían las diversas cajas menores. Entró a su casa invadida de tapitas y trato de ubicarlas en las cajas. El trabajo era tan arduo que tuvo que pedir licencia por treinta días en la universidad. Su cátedra de biología quedó acéfala porque no podían conseguir reemplazante, le suplicaron que empezara el trabajo de trasladar las tapitas de bolsas a cajas, durante las vacaciones estivales. Pero él no acepto y amenazó con renunciar, total podía vivir de lo que vendía como artesano, ya que por aquel tiempo confeccionaba aros y collares con algunas tapitas reservadas en la alacena y aquellas joyas ecológicas se vendían como pan recién horneado en la feria de la plaza los sábados y domingos.
Le llevó cinco meses trasladar todas las tapitas de bolsas a cajas. Cuando terminó su tarea, volvió a convocar a los medios y así empezaron la construcción. El edificio escolar fue diseñado por un arquitecto municipal y también el municipio se encargó de contratar al personal de albañilería.
Al cabo de dos años, la obra quedó de maravillas. Fue inaugurada con bombos y platillos dando comienzo al ciclo lectivo. Vinieron personalidades de todo el mundo a conocerla. Los fogonazos de los flashes de las fotos que la gente sacó, empezaron a desgastar aquella octava maravilla al cabo de algún tiempo.
El efecto del fuego sobre el plástico empezó a hacer combustión. Un día de enero, de calor rasante, la bella obra fue aniquilada. El señor Tapita asistió a su parsimoniosa destrucción. Miles de valvulitas multicolores parecían achicharrarse, sin embargo, se dirigían a su genio creador que las había rescatado de permanecer en la basura 30 años hasta degradarse definitivamente. Empezaron a derretirle las uñas y luego algunos huesos. Más tarde fundieron su columna vertebral y por último un fuego licuado se introdujo en las pupilas de los ojos del demiurgo.
Todo era un espectáculo fantasmal.
En la ciudad, por aquellos días, decidieron hacer un censo sobre el cuidado que cada uno le prodigaba al planeta. El profesor, antes de cumplir con su trabajo, tropezó con una caja de cartón que contenía tapitas de variada policromía que seguían creciendo como cucarachas.

Cuento fantástico: Rocío Monesterolo

LA DECEPCIÓN DEL FRACASO

La interrupción de la tranquilidad, de lo pasivo y dulce que se concentraba con el sueño, fue debido a la intervención de palabras insuficientes y sucesivas que se fundieron en mi cerebro.

Tras mi derrumbe en la soledad perdida del sueño, fragmentos de lo desconocido trasladaban silabas incorregibles del suspenso inofensivo que se introducía y se mezclaba con la receta que resultaría mi tragedia.

Con la mente en blanco solo lo tome de ambas manos y lo acerque a mí, a donde estaba yo, adonde solo el regular y típico loco iría.

Observé cada ilustración que podía inventar sin disgustarme de lo que realizara en forma sin nombre.

Él, sin embargo, no decía nada solo miraba lo desconocido, nuevo, lo que podía llamarse increíble.

Al fin, después de mostrarle lo que yo tenia en posibilidad restringida, lo lleve, ahí estaba su lugar, a partir de ahí viviría lo mismo que yo y lo disfrutaría tanto también.

Solo trate de incentivarlo para que no cayera tan fuerte por el hoyo que tenia que pasar. Pero como no avanzaba tome el mando y lo empujé. Cayó.

El alivio me vino al cuerpo, pero que solo duro unos instantes.

Cuando vi su cara de auxilio no pude evitar sentir esa culpa tan abominable corriendo por mis venas. La decepción se introdujo rápidamente en mi y mi cuerpo se paralizo al instante, pedía ayuda, gritaba, y extendía sus manos para que lo ayudara, y yo parado sin hacer nada, solo miraba como sufría.

Cuando dio el último manotazo, pude parpadear, reaccionar y lo único que pude hacer fue retroceder unos pasos hacia atrás, darme vuelta y partir. Sin voltear camine, y me detuve al instante en que pensé hacia mi mismo y me dije “EL PRINCIPIO DE LO QUE PARECIA REAL PERO ERA IMAGINARIO RESULTÓ IMAGINARIO PERO REAL”...

Cuento fantástico: Juan Manuel Córdoba

Mañana


Como Ana no era capaz de darlo, él, después de mirarla fijamente, fue a alcanzarle su campera, ella hizo el ademán de subir los hombros. Entonces partieron de vuelta a su acogedora casa donde a las veintiuna horas- como la mayoría de las noches- cenan, aunque esta vez sin visitas, ya que al día siguiente empezaban la rutina de trabajo semanal.

Ana a tres minutos de ahí, en Neuquén en el vivero de su difunto abuelo, donde atendía cordialmente a los clientes, podando y regando las plantas- manteniendo un contacto con la tierra como quien migra del país- y oliendo la tierra húmeda de la maceta que también alisa e hidrata su piel. Su esposo, se trasladaría como de costumbre en automóvil a Añelo, al museo de dinosaurios- su especialidad, por su carrera de paleontólogo- para guiar a las visitas, datar fósiles y armarlos pacientemente para las exposiciones, recreaciones de millones de años atrás.

Ana ama a Eze, quien conoció durante la adolescencia, allá por su provincia natal, a orillas de Los Esteros del Iberá. Tanto ella como él coinciden diciendo que ese encuentro en esa semana de amor a primera vista, fue para dar comienzo a la unión de similitudes, gustos y deseos, y hasta en la elección de la Luna de Miel en San Martín de los Andes, del que no pudieron escapar muy lejos, por eso están donde están, no pudieron escapar muy lejos. Ana se entendía a la perfección haciéndole muecas a Eze y ése quien se daba a comprender con guiños.

Aquella dice que ese quien dice ser Eze, pidió volver a donde nació, aunque se lo pregunta ya con cierta resignación. Ana dice que ese es un asunto muy importante y que él no tiene fundamentos o no quiere contarlos. En el trabajo de ella y como última actividad del día debía recibir y controlar un pedido recién llegado, arbustos, frutales y hierbas varias, las descargaron y al verificar los embalajes y ver que todo estaba bien firmó. Se quedó un rato a espiar su contenido- como le gustaba hacer seguido. Rosales, azafranes, helechos y una caja llena de ananá, ¿eran piñas, pensó? Y las cargó para su vivienda.

A su vuelta Eze fue el tema de conversación pero ¿Eze era el tema o la música que puso al llegar? Ése tema que repetía el mismo sonido en cadencias cada vez más largas, que duraban más de lo que puede aguantar el aire en los pulmones, y que hacía que uno dudara si aspiró o exhaló. ¿Es ése? Ése es. Llegó tarde o temprano, Ana se había comido ya ¿el ananá? ¿tarde o temprano?, Ana ya era otra, decía ser otra: Añá, Señora de las Tinieblas, se había transformado, presagiando las más raras enfermedades. Para Eze un dinosaurio es Ana.

¿Cómo te fue hoy en el trabajo? Preguntó ella, Eze tuvo un escalofrío y se le cerraron sus ojos; Ana lo sacudió y lo despertó, tenía la barba crecida, la ropa pegoteada y el cabello más largo. Tres semanas sin ir al trabajo y el contestador de llamadas lleno, cartas y diarios por debajo de la puerta y hasta el correo electrónico repleto. Revisar no era necesario, al menos ahora, debían ir a sus trabajos y contar lo que les pasó. Pero -¿qué nos pasó? le decía ella,- si no sabés vos, le contestaba Eze. Digamos que nos ocurrió lo mismo, no nos pisemos.

Quien no tuvo problema fue ella, ya que era en parte-por herencia de su abuelo-dueña del negocio, él por su parte se acordó de lo dicho por Ana justo antes de desvanecerse y por el camino entremezcló lo que sabía y creía creer para argumentar su ausencia.

Ante la demanda de su jefe de una respuesta convincente, no le quedó más que decir que junto a su mujer fueron esas semanas a investigar un ser de la zona correntina, antiguo y del inframundo alejado de la faz humana.

De regreso y antes del encuentro con Ana se arrepintió de dejar su tierra para quedarse a vivir en el Sur y para colmo, pensó para estudiar dinosaurios. Pero siente que volvió, no puede asegurarlo y menos si ese sigue ahí adentro, debe, cree que para matar a un monstro hay que convertirse en uno también. Un dinosaurio es Ana.

Ya por fin juntos le interrogó sobre qué había hecho antes de aquella otra noche, a lo que ella le contestó que no recordaba. Entonces no le quedó otra que repetirle lo último que salió de boca de ella esa noche. Sin comprenderlo y menos quererlo entender, recordó las historias del Litoral y dedujo que Añá venía del Paraná o por allí, para Eze por sus estudios ese era el camino, pero no sabíamos si era la cuidad o el río.

Se propusieron ponerse al día con las llamadas, los correos y quizás leer los encabezados de los diarios. Llamadas de patrones, clientes, amigos, correos de pedidos, cursos, y averiguaciones de paradero que mandaron amigos y jefes. Al terminar extenuados, se sentaron juntos a ver los diarios, el local, el de la capital y el nacional, que lo pedían solamente cada domingo par la revista que incluye. Ojearon las tapas solamente y al llegar al del orden nacional, a él la vista-aunque cansada ya- le dio la impresión de la palabra paleontólogo. Revisó dudando por si sus ojos no le jugaban una mala pasada, y lo confirmó en un subtítulo. La noticia se titulaba: “Los mitos guaraníes dejan de ser mitos. Investigaciones de paleontólogo neuquino dan posibilidades de terminar con algunos mitos”.

A las reacciones de asombro le siguieron los apuros por buscar la página donde estaría ampliada. En la sección de Ciencia/Salud debía estar pero solo se hallaba de la página un pedazo del último párrafo, del que se podían leer las tres últimas palabras, las iniciales del Autor y su profesión-paleontólogo neuquino-. ¡¿Quién era, el que arrancó la hoja y quién el autor de la nota?! Las iniciales son las mismas que las tuyas le susurró Ana ¿es posible que haya otro con las mismas? ¿Es Eze?

El diario es de hace ya dos fines de semana, los del kiosco que nos lo traen no te atenderán a estas horas, nos queda buscar por Internet, dijo. Bueno entonces enciéndela mientras yo busco algo fresco para beber o comer le contestó.

Con la incertidumbre a cuestas y las ganas de averiguarlo se dirigió a la cocina abrió la heladera y al buscar su bebida favorita hallo al parecer un fruto del ananá.

Cuento fantástico; Florencia Ghione - Estefanía Colusso

Ella…
Amaneció abrumado…, perturbado... Una extraña sensación lo embargaba, una sensación que no desconocía, pero que hacía mucho no experimentaba.
Se levantó y abrió la ventana, el sol inundó la habitación. Desde la ventana hacia el sur podía ver el azul profundo del mar, las gaviotas sobrevolando sobre el pequeño bote de madera en el que tanto disfrutó cuando era niño, todo a su alrededor parecía moverse en cámara lenta…
Pensó en prepararse un café para tratar de organizar sus ideas. Bajó las escaleras y aumentó su desasosiego…
Cruzó la sala y llegó a la cocina, fue entonces cuando se dio cuenta que estaba solo… Ella no estaba en la habitación, tampoco en el piso inferior, corrió al jardín… el cielo tenía un color muy particular… los árboles movían sus hojas acompasadamente como queriendo contarle una historia…
Él necesitaba saber… debía saber. Decidió salir a buscarla. No podía estar muy lejos. ¿Dónde estaría? Trató de recordar los lugares en los que la había oído reír, con su incomparable risa melodiosa.
Oyó su voz llamándolo desde el bosque, volvió sobre sus pasos, atravesó el precario puente colgante y se internó entre los árboles. Otra vez esa sensación, esa extraña sensación. Sentía su aroma… el perfume de flores que ella usaba… se preguntó si estaría cerca. Siguió caminando… la búsqueda se tornó desesperada, empezó a correr, sin embargo… no podía encontrarla. ¿Hacia dónde ir? ¿Qué dirección tomar? …su desesperación aumentaba…
Nuevamente la hermosa voz volvió a llamarlo…. Sólo que esta vez la oía más cercana -Estoy acá, vení por mí…quédate a mi lado…
Su risa cristalina resonaba en el boscaje. ¿Acaso ella se estaba burlando? Caminó unos pasos, levantó la mirada y allí estaba, tan imponente como a él le gustaba. Experimentó un profundo alivio al pensar que la había encontrado. Se acercó y la abrazó con todas sus fuerzas, ahora se sentía completo. No quería volver a perderla…muy juntos se recostaron sobre la tibia hierba a mirar como jugaba el sol entre las copas de los árboles, inundado de felicidad la besó y fue entonces que las sombras cubrieron la espesura del bosque.
De ella sólo quedó su voz, que se oía cada vez más lejana, hasta desvanecerse por completo. Todo se volvió oscuro, frío y silencioso…permaneció inmóvil, había vuelto esa sensación de pérdida, de nostalgia…
Poco a poco unos pequeños rayos de luz atravesaron la espesura, entonces corrió desesperado hacia la playa recordando que una vez la había visto allí, caminó largo tiempo por la orilla del mar.
Exhausto y sin esperanzas sólo pensó en volver a su casa tratando de recordar la noche anterior y su sueño…
Era tan real y sin embargo ella no era más que la mujer de sus sueños…
Quiso volver a dormirse para verla una vez más, pero apenas se acostó comenzó a llorar… las sábanas tenían su perfume, su inconfundible perfume…

Cuento fantástico: Celeste Suarez

Lagrimas del cielo

Comenzó aquel mediodía, el reloj marcaba las doce en punto, Fernando se levantó del sillón, puso la mesa para almorzar, dos platos, mientras los minutos pasaban, pensaba en una persona con muy pocas palabras por quién él perdía el sentido al mirarla. Comenzó a recordar que en otro tiempo, llevaba a Carmen a almorzar a restaurantes de toda la ciudad. Tenían uno en particular llamado “EL RINCÓN DE LA COMIDA”, de la tía Alicia.

La comida se enfriaba. Él, era un estudiante de secundaria, que intentaba lo que no había podido hacer cuando adolescente. Todavía era joven y por esas razones de la vida vivía sólo y se ganaba el sustento trabajando para solventar sus gastos del colegio y su casa.

Ese día, llegó tarde a la escuela, la Profesora Marta lo regañó, diciéndole: “llegas tarde .La próxima, no entrarás”.Pasó al aula, la clase comenzó, matemáticas, una de las materias favoritas y sobre todo en la que mejores notas tenía. El timbre, ruido que por un momento decide la vida de las personas, minutos para poder salir a despejarse, hablar con los compañeros.

El celular sonaba, mensaje de Carmen diciendo; “¿Hola cómo estás? Te cuento que por aquí la vida es muy cargada, tengo la misma rutina de siempre, como te conté en varias oportunidades. Fernando respondió: muy rápido, escribiendo;” Bueno amor, por aquí bien lo mismo de siempre, te extraño y sé que pronto nos volveremos a ver”.” Besos”.

Fernando miró su reloj, entró a clases, como siempre se sentó en los bancos del medio, al frente se sentaba su amiga Micaela, cuyo perfil, le recordó a Carmen, una mañana en la “Placita de los niños”. Ella paseaba con sus amigas y por esas casualidades de la vida tropezó, la vio. La invitó a pasear, ella le pregunto, cómo se llamaba, y acepto caminar con él a la feria de relojes, relojes de arena, relojes de cucú, relojes para despertarse, relojes de mano, relojes de pared, reloj del sol, sólo relojes como el tiempo que decide nuestro destino.

Fernando caminaba feliz, cruzando palabras, por ese lugar, lleno de relojes por todos lados, miró en la última tienda del lado izquierdo un reloj brillante, grande, cuadrado, que decidió comprar y regalarle a Carmen.

Tok tok el reloj marcaba las quince horas y la profesora daría por finalizada la clase, se levantó y se ponía de acuerdo con sus amigos para salir más tarde, como las 20; 30. Salió por el portón principal del colegio, muy ansioso. Carmen lo esperaría, como siempre, a la salida. Esta vez no.

Llegó a su casa, puso la pava, hervía, mientras guardaba la ropa. Llegó un mensaje de Carmen diciendo; “¿ya saliste del colegio?” , y, “el responde” :“si!!!” con signos de admiración y cuenta que está lloviendo y el deseo más preciado de sus sueños estar con ella.

Llovía y llovía más fuerte cada vez, los dos en medio de la lluvia jugaban sin parar, repletamente mojados.

La pava está lista, se sienta en su silla como una piedra al lado del mar, mirando esas gotas de lluvia como lágrimas que se derraman cuando alguien se va. Él puso una cucharadita de azúcar a su taza, mientras revolvía. Otra vez ese perfume… un aroma familiar

Otra vez ese olor, nauseabundo.

Cuento fantástico: Cristián Garcia Pereyra

El nudo

Deslizar la corbata alrededor del cuello después de haber cerrado el último botón y subido el cuello de la camisa. Las dos partes de la corbata se colocan de manera asimétrica. La parte más ancha se deja más larga que la parte más estrecha de la corbata.

Cruzar la parte ancha sobre la parte estrecha. Mantener el cruce, y al lado, hacer una hebilla subiendo la parte ancha bajo la corbata y doblándolo. Traer la parte ancha hacia el otro lado bajo del cruce. Hacer otra hebilla subiendo la parte ancha sobre la corbata y doblándolo. Pasar de manera horizontal la parte ancha sobre la parte estrecha. Pasar de manera vertical la parte ancha bajo la corbata, estirarla y deslizarla por la parte ancha de la hebilla. Mantener la parte estrecha, tirar delicadamente sobre la parte ancha para reajustar la corbata; centrar el nudo arriba y al medio del cuello.

José del Bianco tenía una modesta cantidad de corbatas de seda en su armario y sabía elegirlas y combinarlas muy bien; cuando costaba decidir, su esposa lo ayudaba. Era un ritual matrimonial que sucedía no siempre, pero con frecuencia. “Esa no me gusta” “Esa te hace demasiado serio” “Esa es muy colorinche” “Esa es muy sexy, ojito con las ejecutivas que son las peores”. A veces la corbata elegida era un acto de sumisión, a veces de fe, a veces de rebeldía. El nudo Windsor era tan natural como atarse los cordones, o abrochar un botón.

La impecable sonrisa rigurosamente ensayada en el espejo de José le quedaba muy bien a la Corbata y ella nunca le fallaba. Ella le proporcionaba elegancia y distinción en su vida social. Se complementaban perfectamente, como aquella vez en una reunión de hombres con corbatas, en la que se acercó el dueño de una corbata de diseño exclusivo a felicitar a José por la suya. José por su parte, se sintió muy halagado, a pesar de que no se refería a él, sino a la Corbata.

Cierto día José pensó en dejar la corbata en casa, e ir a una reunión sin ella. Su esposa lo alentó diciéndole al despedirse que el look latino con los botones de arriba desprendidos le quedaba de mil maravillas. Y ni hablar de las gafas oscuras. Aquel día José al volver, extrañó la situación de sentarse en el sillón y aflojarse la corbata un poco mientras encendía el televisor para no pensar en nada hasta la hora de cenar. Al día siguiente, un viernes, decidió volver a llevarla, porque ciertamente había sido algo incómodo estar en una reunión donde todos la utilizaban y ser el único sin aquel objeto tan significativo.

Cuando conducía su automóvil hacia el trabajo notó que la Corbata le apretaba un poco el cuello. Como con el tránsito de la ciudad no debe uno descuidarse ni un minuto no se la aflojó sino hasta llegar al salón donde se reunía.

Aquel día volvió alegre y relajado a su casa, porque había sido un buen día en el trabajo.

El lunes siguiente al momento de marchar al trabajo se acercó al armario y tomó dos corbatas para decidir cuál le quedaba mejor. Le costó decidirse, hasta que al fin pensó al diablo, voy sin corbata y caso solucionado. En el fondo no porque le costara decidirse, sino porque le estaba resultando incómodo ya. Al regresar volvió a sentir la ausencia de la Corbata, y hasta sospechaba que sus compañeros lo miraban extraño cuando no la llevaba. Había olvidado la sensación de la semana anterior, y se repetía una vez más.

Finalmente el martes en su habitación se colocó una corbata roja con detalles en azul marino. Pensaba por qué carajo tener que usar una corbata…pero el trabajo es así. Después de todo hay cosas peores. Se perfumó y luego se dirigió al baño para peinarse. Desde allí se percibía el aroma del almuerzo, que luego tomaría rápidamente y con una servilleta colgada del cuello de la camisa.

Algunos minutos después la esposa de José se acercó al baño con su delantal de cocina para avisarle que la comida estaba servida hace rato y que se le iba a hacer tarde para ir al trabajo. Lo encontró en silencio, tendido sobre la cerámica color ámbar, amoratado el rostro, las manos exánimes cerca del cuello, el nudo Windsor oprimiendo su garganta. Los colores de la corbata combinando trágicamente con la cianosis del semblante.

Ella fue quien llegó tarde.

Cuento fantástico: Jésica Biolatto

EL ESPECTRO

Leonardo y Alma realizan un viaje de luna de miel. La mañana antes de salir, Alma le cuenta a su esposo lo que había soñado esa noche; convencida de que algo sucedería ella no quiere realizar ese viaje. Pero él decide realizarlo y la convence diciendo que no iba a suceder nada.

La pareja se había conocido una noche, en una cena que habían realizado sus familias para festejar el cumpleaños de Alma. Los chicos después de dos años de noviazgo se casaron muy enamorados.

El matrimonio emprendió el viaje hacia Mar del Plata y en el camino atropellaron a una persona, a la joven Alma esa cara le resultaba familiar, pero del miedo siguieron su camino sin mirar ni retroceder. Solamente se escuchó un grito desgarrador en la mente de la joven que decía “ME VENGARÉ”.

Esa noche en un hotel de Rosario, nadie supo explicar semejante tragedia. En una de las tantas habitaciones del lugar yacían dos cuerpos jóvenes, colmados de felicidad. La mano de la mujer sostenía dos anillos, las manos del hombre, apretadas fuertemente. Fuertes voces se escucharon, pero no eran sólo dos personas; seguro eran muchos más, lo confirmaron algunos huéspedes del hotel.

Cuento fantástico: Cecilia Luna

EL ACCIDENTE

A Laura le encantaba viajar. Era una de sus pasiones. Viajar era como transportarse, vivir nuevas experiencias, conocer lugares diferentes, personas diferentes, siempre vivía sucesos nuevos que la llenaban de emoción.

En cierta ocasión, ella emprendió un nuevo viaje hacia un lugar añorado por ella y para reencontrarse con alguien muy deseado y que hacía tiempo necesitaba ver.

El viaje era en micro, tranquilo, de noche, a ella le gustaba viajar de noche, con su tranquilidad, el silencio de la gente durmiendo, le leve sonido del motor… Al principio estaba ansiosa, estaba contenta de hacer ese viaje, lo esperaba hacía tiempo, por esa razón no podía conciliar el sueño, estaba rara, como a la expectativa. Con el correr de los kilómetros, notó su cuerpo cansado, agotado, sentía que los pies y los brazos se le relajaban, que sus párpados eran como dos cortinas de hierro que eran inevitables mantenerlos abiertos y se le cerraban de a poco… Se durmió.

Se despertó por el sonido de los gritos que provenían de afuera, el sonido de las sirenas y del bullicio de la gente. Al asomarse a la ventanilla, vio como centenares de personas observaban lo sucedido, y se estremeció: un tren había arrollado el colectivo donde viajaba. Sintió que se le oprimía el corazón, miró a su alrededor y no había nadie con vida, volvió a asomarse por la ventanilla, y veía que estaba lleno de policías, bomberos, cámaras de televisión, gente que lloraba. No sabía que hacer, pensó que tal vez era la única sobreviviente, pero tendría que levantarse e ir a buscar ayuda y avisar que estaba viva, que era la única persona viva. Se levantó como pudo, se fijó si tenía alguna herida, algún golpe, algún dolor, pero no, estaba intacta, como había salido de la terminal. Cruzó el asiento de al lado trepándose por el pasajero, que, estaba muerto. Caminó por el pasillo del primer piso, sólo había cadáveres, bajó las escaleras hasta llegar al piso de abajo y se encontró con la misma postal. Afuera seguían los mismos ruidos y movimientos. Salió por una ventana rota que encontró y la primer persona con la que se encontró fue con un bombero muy gentil, le preguntó que había pasado y éste le explicó lo sucedido, y que era la única sobreviviente, ella no podía creerlo, ´”cómo la única sobreviviente”, porqué. En ese instante aparecieron un médico y una enfermera, la llevaron a la ambulancia, la revisaron, pero no tenía nada, estaba bien, más allá del shock emocional que la situación le había provocado. En lo único que podía pensar era en esa persona a la que ella viajaba a ver, le tenía que avisar lo que había pasado, como se iba a enterar, ella iba a tardar en llegar y él se iba a preocupar… Todo eso pensaba mientras los médicos le tomaban sus datos para trasladarla a un lugar donde estuviera mejor atendida.

- Señorita! Señorita!, Hemos llegado a destino, por favor, falta usted de bajar del micro, ya se han bajado todos los pasajeros- la llamaron.

- ¿Cómo que llegamos a destino? ¿Usted está vivo? ¿Y el tren? ¿Y el accidente que tuvimos?- exclamó Laura.

- No, señorita, me parece que está equivocada, nosotros no tuvimos ningún accidente, gracias a Dios tuvimos un viaje tranquilo.

“No puede ser” pensó ella.

Al descender del micro y hacer unos pasos para irse, vio parado al lado de la puerta de salida, al bombero que la había atendido en su imaginado accidente. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, y sintió que sus piernas se aflojaban y que no podía dar un paso más.

El bombero se le acercó con un papel en la mano y le dijo: “Señorita, un joven de pelo largo me dio esto para usted”. Laura, con la garganta seca apenas esbozo un “Gracias”.

Lo que le había dado este hombre era un papel, Laura lo desenrolló y leyó:

“Laura, quedate tranquila, viniendo en el tren tuve un accidente, pero estoy bien, yo salí ileso por suerte; al bajar del tren me encontré con este bombero tan gentil, que me realizó los primeros auxilios, yo estaba preocupado por vos, te conozco y te iba a impacientar mi tardanza, es por eso que escribí esta nota y te la hice llegar con él. Vos anda para casa, que cuando me terminen de hacer unas radiografías, voy para allá, así tenemos este encuentro tan esperado por los dos.

Te quiero. Gonzalo”.

Cuento fantástico: Lucrecia Bono

DECISIONES

Sí, señor juez, soy culpable, lo confieso. Y no tengo justificación alguna por mi accionar… pero él me obligó. Si hubiera sido diferente, nada de esto habría pasado. Pero él me lo juró… me juró amor eterno para toda la vida, y en la primera prueba que tuvo, me falló.

Éramos felices; sí, lo éramos. Mi corazón le pertenecía por completo; era el dueño de mis alegrías, mis tristezas, de mis arrebatos de pasión y hasta de mis ilusiones… las que se encargó de destrozar por completo.

Cuando miraba hacia un futuro, nos veía tan tiernos, viejitos, todos arrugaditos y rodeados de nuestros nietecitos. ¡Yo lo hubiera ayudado en todo! A superar los obstáculos de la vida, y también los problemas de la vejez… ¡Le hubiera dado todos los hijos del mundo! Hasta hubiera bajado las estrellas por él... pero ¡no! ¡Me traicionó!

Vivía en mi castillo de cristal, sostenido por nada más que mis añoranzas, y entonces volvió a emerger frente a mí esa figura oscura e indefinida. Nunca supe el motivo de su aparición y tampoco de su abandono, pero presumo que regresó porque había algo que debía contarme... algo que me apenaba y que estaba delante de mis propios ojos y no me atrevía a ver. Esa voz, tan clara como profunda, y que a la vez, me llenaba de una paz inexplicable, me regalaba una seguridad que pocos me daban y que me hizo confiar en ese susurro que me confesó tantas cosas... del pasado... de la gente... de él.

Ahí, sentada a los pies de mi cama, me reveló lo peor. Lo que yo tenía tanto miedo de oír, pero que en mis más profundos pensamientos ya había descubierto.

Él nunca lo admitió. ¿Quizás pensó que jamás me daría cuenta? Le rogué que dejara de hacerlo. Estaba dispuesta a perdonarlo si terminaba con esa locura de una vez por todas… pero seguía sin reconocerlo. A pesar de todo, lo esperé… Dios sabe que lo esperé y le supliqué que cambiara, que volviera a mis brazos. Sin embargo, no me eligió a mí. Dejó de lado todo lo que alguna vez compartimos, nuestros preciados recuerdos y todo lo que le brindé… ¡Dejé mi vida por él! Y no le importó nada… no tuvo ni siquiera consideración de mí.

Fue entonces cuando ya no soporté su indiferencia ni el dolor que me provocaba; y mientras una idea loca rondaba en mi cabeza, los llamé al balcón, ese que había sido testigo de tantos planes y discusiones… No estaba segura pero lo hice. Quería que reconociera frente a mí y delante de esa que era mi confidente, lo que ya todos sabíamos; pero se negó a hacerlo. Vi sus ojos oscuros que alguna vez fueron sinceros, vi sus manos, escuché sus gritos; vi mis manos y nuestros cuerpos ya sin peso…sus ojos me lo anunciaron, por eso estuvo allí.

Cuento Fantástico: Daiana Fulgenzi

Por debajo de las penumbras.


Cada tanto se miraba en aquel espejo. Cada tanto reflejaba lo que quería ser. Se despertaba con la ilusión de mantenerse paciente. De a poco pintaba su imagen, la humedad la entristecía. Chintia sentía ser algo raro. Ella misma no soportaba lo que era. Sentía que era distinta, pero aun sin saberlo nunca quiso averiguarlo. Aquella mañana cuando el sol brilló encandilando las ventanas, Chintia no sentía nada especial en su cuerpo, pero luego sintió de a poco una sensación desagradable y pesada, como si de pronto bajara la intensidad de la luz en su dormitorio. Una bruma gris la envolvió o al menos eso sentía, Chintia se encogió hombros, se pasó la mano por la frente creyendo tener fiebre, pero nada. No tenía fuerzas para gritar, para que la ayudaran. La situación la preocupaba demasiado. Parecía una fuerza extraña, exigiéndole algo de ella… Sospecho que ésta tenía que ver con lo especial que ella era.

Los días siguieron, al menos tranquilos, las mañanas, el colegio, los almuerzos, las salidas con amigos, pero de vez en cuando sentía esa sensación que la esparcía a otro mundo que no era justamente el que ella quería. Una de esas noches, Chintia cae en cama. Su enfermedad la recostaba sin poder levantarse, los médicos le pronosticaron que tenia Porfiria, algo común en todas las personas, porque esta en todas ellas pero que solo a algunos se le despiertan. Chintia no sospecho nada esta vez. Creyó que estando así, todo era fruto de su imaginación, y que lo diferente y especial que se sentía era causa de eso. Pero Chintia callaba, solo para evitar ese dolor que sentía.

Esa misma tarde, tenía una cita, con una persona que desde hacía un tiempo se había enloquecido. Se puso un poco de maquillaje para desaparentar ese color pálido con bordes púrpuras que llevaba e su rostro, con mucho cuidado, ya que pensaba que bastaba con tener prisa para que todo salga mal. Si con experiencias se sabe que no vale apurarse, por mucho que hagamos el retraso ya es irremediable. Se pintó los labios con un carmín de tono muy tenue, color mate. Utilizó una sombra de ojos resistentes a las lágrimas. Unos veinte minutos más tarde, se encontraron en aquel bar de la esquina, donde el aire no era fresco, justo en medio de la avenida, donde las personas enloquecen, el ruido es insorpotable y la bruma, esa bruma que ha Chintia le hacia acordar a eso…a eso que ella deseaba borrar de su vida, esa terrible sensación de abocarse, de entregarse a alguien tan lejano a ella. Chintia no podía mantener la atención en ese chico, hacía ese galancito que la había vuelto loca, ella sólo pensaba y pensaba… No atendía a las preguntas de Yago. Pensó tal vez que simplemente él no era de su tipo, pero había algo en esa bruma que la molestaba. Chintia se preparó para oír hipócritas payasadas nuevamente y ésta vez prestándole atención, no siéndole indiferente. Lo escuchó mucho más de lo que sus oídos soportaron, y al final, sin decir una palabra se levantó de su asiento, tomó su bolso y se fue desilusionada sin poder descubrir porque había actuado así, de esa manera tan oscura con él.

Pasaron los días, el tiempo no se acomodaba en las sombras de Chintia. Su cuerpo se debilitaba, tenía ansiedades, tenía obsesiones. Recogía cada gota de energía de la luz que encontraba a su paso. La oscuridad la desprotegía. Sintió sensaciones extrañas nuevamente, eran fuerzas que no dejaban de molestarla. Asustada se escondió debajo de la cama, comenzó a recordar para aliviar las molestias de su cuerpo, aquella vez cuando se baño por primera vez en el mar, siendo todavía una niña, y recordó también que en aquel tiempo ya sentía que no pertenecía a la especie humana; el destino habrá querido que fuera OTRA?. Recordaba su estallido de alegría cuando comprobó que el mar se rendía ante sus brazos. Pensó en las olas, en lo maravilloso que había sido ese día, cuando de repente esa bruma la acosaba nuevamente. Una voz le habló. Comprendió la razón de aquel tono impersonal que la balanceaba. Comenzaron a titilar las luces de su dormitorio, los alrededores parecían desconocidos, permanecía debajo de la cama asustada por una penumbra espesa. El suelo se sentía helado. Chintia no podía comprender lo que le estaba pasando. Por un minuto no recordó nada.

Chintia despertó. Ahogada en llanto corrió hacia un espejo. Quería reflejar su rostro. Deseaba haber estado soñando…Su cuerpo no se sentía mal, sus ganas de vivir no la entristecían, ella se sentía feliz, pero de repente haciendo muecas en el espejo, descubre que en su cuello había una cicatriz, era un modelo raro, no común, parecido a una mordida. Chintia desesperada corre su cabello del cuello y trata de quitársela refregándola con sus manos. Pero era imposible. Permaneció en silencio, sin moverse, intacta frente al espejo. Sus ojos comenzaron a inundarse de lágrimas, su rabia la descontrolaba, no entendía que había pasado. Unos minutos mas tarde tocan la puerta. Chintia abre, con la ilusión de encontrar a alguien que la escuche, pero encuentra una caja, envuelta como un regalo. Ilusionada pensando que el día podía llenarla de sorpresas, porque era su cumpleaños número veinte, encuentra en esa caja una linterna. Chintia desconcertada busca al final de la caja una nota, quería saber quien le habría querido regalar una linterna cuando en este siglo la luz invade el mundo con distintas energías, y no hacia falta una de ellas. Encuentra la nota, dentro de un sobre color gris, y decía: “Cuando la bruma acaricie tu piel, la oscuridad quiera abrazarte y hundirte en lo que soy…úsala, entre las penumbras te hará sentir mejor!

Cuento fantástico: Natalia Mana

“SINFONÍA PARA JULIA”

Desperté con los primeros rayos de resplandor en mi frente y, todavía, con algunos vestigios de cotidianas peleas nocturnas, maldigo éstas riñas y me pregunto si se acabarán; si se irá de una vez por todas y dejará que mi vida siga corriendo como un río sin compuertas, quiero estar solo con mis composiciones y nadie más.

En los próximos días tengo que entregar un trabajo para la orquesta de cámara del conservatorio, me han pedido una Sonata en D mayor para tocar en el concierto de fin de año, con un arreglo para violín solista, creo poder hacerlo enseguida, sólo si ella apareciera con más frecuencia; cuando viene por las noches quizás estoy ya muy cansado, en cambio si viniera por las tardes podría sacar más provecho de sus apariciones.

Sentado frente a mi viejo piano la melodía comienza a sonar en mi cabeza, toco escalas mayores, menores, tomo nota de la partituras correctas y veo fluir las corcheas y fusas que nacen solas desde mis manos; la música retumba en éstas cuatro paredes vacías, la única decoración que puedo tener es su rostro en un cuadrito de plata que me regaló para nuestro aniversario hace dos años ya. A veces la extraño.

Todas las pulsiones de amor que me genera su aparición, trato de plasmarlas en algún pentagrama, aun qué se que lo único que obtendré a cambio son unos pesos para comprar más papel pentagramado y algo de comida, después de todo de algo tengo que vivir.

Estoy esperándola, tengo que terminar la sonata, y es que sólo verla provocará mi inspiración para los últimos retoques. Hago un esfuerzo sobrehumano para continuar mi obra, pero la necesito tanto que saldría por las calles a gritar ¿dónde estás?, quiero que se siente junto a mí, acaricie mi rostro con sus frágiles manos tan blancas, tan frías, tan tiesas. A veces la extraño.

Escucho un brusco ruido en la puerta que da a la calle, sobresaltado corro hasta el lugar para ver que sucede y cuál fue la causa de tremendo estruendo, abro la puerta, nada ni nadie del otro lado y es imposible que haya sido el viento, giro en mi eje para volver a mi instrumento; ella ya estaba allí mirándome con su cara ida de la realidad.

Mi corazón entre sobresaltado y un poco infeliz me llevó a seguir tocando, ella solo miraba y contemplaba mis manos entre las teclas, moví mi cabeza, la mire hacer una mueca de alegría y la melodía surgió sola. Estas escenas de ella, yo y el piano solíamos hacerlas a diario, valorábamos tantas horas de música y amor, que yo prometí que si algún día no estábamos más juntos dejaría de tocar. Y así fue, el día que Julia rodó por las escaleras de ésta, nuestra casa, dejándome solo, decidí dejar de tocar. Se volvía absurdo que tratara de hacerlo sin ella, mi música era sorda y sin sentido .Al tiempo de de su muerte yo había resignado mis composiciones para dedicarme a otra cosa, buscar algún empleo por ahí para pasar las horas y poder mantenerme por lo menos vivo. Pero un día volviendo de la calle ella estaba aquí esperándome, con su vestido verde, sus zapatos negros y con el pelo un poco blanco; nada que me llamara la atención. No hablaba o por lo menos yo no podía escucharla, su presencia me era suficiente. No comprendo aun hoy por qué sigue viniendo a verme, será para que siga con la música que tan felices no hizo tanto tiempo, o será que mi tremendo deseo de estar con ella hace que no pueda dejar este mundo por completo, quien sabe. A veces la extraño.

Julia, mi amada Julia apareces como si nada, solo verte hace que melodías perfectas surjan de mi mente, pero ya no me basta con mirarte, cuanto anhelo volver a tocar tu piel desnuda, besar tus labios ardientes como fruto maduro; y en cambio esta nada y nada que nos separa el uno del otro. Debería conformarme con casi todas las noches que vienes a escuchar viejas obras de Mozart, pero ya no lo aguanto Julia, no soporto observar como me abandonas cada amanecer entrando el alba, con que simpleza te levantas y vuelves a entrar en tu cuadrito de plata. Basta Julia, basta, te lo suplico; deja que clave este puñal sobre mi piel vencida y juntos volvamos a estar, basta Julia basta.


Cuento fantástico: Débora Buratti

Despistado conductor

Curioso un día como hoy. El cielo está pintado de gris, el viento respeta la señal, no sopla, el ruido no existe, y no puedo definir mi estado: no tengo frío ni calor. Perfecta fotografía, pienso.

No puedo moverme, me encuentro solo. Me han trasladado, a un lugar con las mismas características, alguien se abalanza, va y viene ¿Gente?, pienso. Mi vista es miope, no puedo definir bien quienes son, hago una maniobra con mis pies, la curiosidad me mata, pero están pegados encima de la nada.

De pronto, unas gafas aparecen en mis ojos ¿Quién las puso ahí?, la imagen ahora es traslucida, aunque la lluvia no cesa. Me veo ubicado a tres cuadras de casa, entre Libertad y Maipú, aquí la vista es sorprendente, siempre hay gente, pero hoy no ¿Raro?, pienso.

De repente un tumulto de personas aparece, no se de donde, pero lo curioso es que son todas mujeres. Y con las mismas características, todas iguales! ¿Qué está pasando?

Caminan cabeza gacha, su pelo color oscuro les resalta su piel, flacas y altas, ni un centímetro más, ni uno menos; pollera larga color marrón, un marrón aburrido por cierto, y una remera negra. Marcan el paso, un paso ligero y continuo, como si alguien las siguiera. Veo agua en el suelo, sigue lloviendo. Quiero hablarles, pero sólo me levantan la mano en señal de “stop” y siguen su rumbo, no querrán mojarse, me imagino.

Algo amenaza mi estomago, y siento como si mi cuerpo quisiera despedir algo de inmediato, algo que ya no quiere formar parte del todo. Ellas siguen pasando frente a mí. Empiezo a vomitar, vomito letras y más letras, todas caen al piso, en forma desordenada; ahora son imágenes. Era un recuerdo perdido, grito y me desespero! Eso es lo que creo, y formulo una hipótesis: Mi inconsciente, no tiene más lugar y decidió lanzarlo a la realidad. Pero no logro concretar este hecho tan común en mí, ni al menos divisarlo con claridad.

Alguien intenta decirme algo, me susurra al oído, no lo veo pero tampoco logro escuchar. En ese momento, sólo soy capaz de observar detenidamente mi entorno en cuestión de segundos, las mujerzuelas me habían paralizado; fue entonces cuando vi que el reloj del edificio de enfrente se caía hacia el vacío, parecía tomado por una cámara lenta; la estatua de San Martín, se balanceaba continuamente, para delante y para atrás; la lluvia parecía otra, ahora era salada; señales de tránsito de formas diversas, estaban en exposición “No ceda el paso” “En caso de neblina o lluvia, frene”; y las letras de los carteles esparcidos por los edificios, bombeaban como queriendo salirse de donde era su lugar habitual, formando en tamaños grandes y pequeños rotundos “No”.

-¿Nico que te está pasando? ¿Qué significa todo esto?

La realidad se está apoderando, de este ser humano, de este organismo para hacerlo entrar en razón y actuar, pensé.

Una mirada sólo una, necesité para darme cuenta de que ya eran menos, mejor dicho ya era la última, estas últimas caminaban ahora en fila de indio, y me dije: de nuevo sentado sobre el silencio y la soledad, de nuevo un hombre sin objetivos ni sueños, de nuevo solo en el mundo consecuencia de mi incurable egoísmo, enfrentando la adversidad invencible, justo en el momento que la vida encontraba su rumbo. Sólo éramos ella, y yo. Y decidí seguirla.

Ahora me podía mover, quizás eran la voluntad que se hacía visible o la fuerza de un ser irreal y sobre protector que me posibilitaba ser el creador de un nuevo mundo, con ella, como Adán y Eva.

Fue entonces, cuando decidí correr como nunca antes lo había hecho, era la última, ¿Única oportunidad? Pensé con rapidez. Ella estaba llegando a la esquina, su remera decía Olivia, lo grité con todas mis fuerzas. Pero no entiendo que fue lo que pasó, no me escuchó, o no quiso hacerlo. Quizás no respetó las señales, las señales de tránsito. El reloj ya había caído y ella solo era una laguna de lágrimas. Y yo un pobre tipo.

Sin lograr recuperarme, un chillido, similar a un estampido de timbales, me interrumpe. Salí a buscarla, pero nada salió como pensé. No me lo pude perdonar.