TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA

Este blogfolio nació en 2008 para convocar la palabra escrita de las y los alumnos del TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA de primer año del Profesorado en Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Villa María, provincia de Córdoba, Argentina.

Trabajamos intensamente en clases presenciales articuladas con un aula virtual que denominamos, siguiendo a Galeano, Mar de fueguitos.

Allí nos encontramos a lo largo del año para compartir los procesos de lectura y de escritura de ficción. Como en toda cocina, hay rumores, aromas, sabores, texturas diferentes, gente que va y viene, prueba, decanta, da a probar a otro, pregunta, sazona, adoba, se deleita. Al final, se sirve la mesa.

Como cada año, publicamos los cuentos que cada estudiante escribió como actividad de cierre del taller para compartir con quien quiera leernos y darnos su parecer. Hemos trabajado explorando el género narrativo, buceando en las múltiples dimensiones de la palabra. Para ello, la literatura será siempre ese espacio abierto que invita a ser transitado.

Hemos ido incorporando, además y entre otras muchas experiencias de escritura creativa, el concepto de intervención performativa sobre textos y de patchwriting.

El equipo de cátedra está conformado por Jesica Mariotta, Natalia Mana y Mauro Guzmán, quienes le ponen intensidad amorosa al trabajo del día a día, construyendo un hermoso vínculo con las y los estudiantes.

Beatriz Vottero - coordinadora


Cuento por Ayelén Bejarano

Es una situación comprometedora… me lo voy a repetir una y otra vez, mientras no logre dormir me martirizaré con ello.
Miro al techo y es una manera de decir, no veo nada, la luz está apagada.
Cierro los ojos pero no concilio el sueño.
Estoy en el patio del colegio. Veo como los niños juegan, unos corren, otros se trepan al gran árbol, allí están peleando, tendré que intervenir. Camino cansado y en mi dirección se encuentra Luz, la niña más linda del aula, me mira tímida y me regala una sonrisa, meto la mano en el guardapolvo y saco unos caramelos, me tomo el atrevimiento de abrir su manito y colocárselos delicadamente, es tan suave, delicada y fresca… se va corriendo.
Estamos en el salón de actos, formamos fila, todos de manera muy prolija, saludamos a la directora, izamos la bandera y cantamos el himno, nos ordenan ir al aula de manera tranquila ¡sin correr! -Grita la seño de 2º “B”-. Y ahí va ella, lleva una cinta rosa en el pelo.
Leemos el Principito, la lectura los atrapó, estoy seguro que les encantó, muchos levantan sus manitos y preguntan entusiasmados. Luz me dice que quiere viajar como él y yo prometí llevarla. De tarea hay que hacer un dibujo de la parte que mas gustó.
En la clase de Tecnología había que hacer un barquito, ella en el intento de cortar el tergopol se lastimó, fui el encargado de socorrerla, a toda carrera en búsqueda de algodón, agua oxigenada y una curita. Me dijo que le salvé la vida, me sentí especial y hasta me sonrojé.
No hago más que pensar en ella y querer tenerla conmigo, prometo cuidarla y tratarla dulcemente. Deseo verla, oírla, tocarla. ¡Me da rabia…! ¡Que voy a hacer!
Estamos jugando a las escondidas y me sumé, escucho “un, dos, tres el que no se escondió se embromó”…todavía no tengo escondite, abro un armario viejo, supongo que está vacío y me meto, siento una respiración, allí está ella, me agacho y le digo al oído “no nos encontrarán” pero susurrarle fue una excusa para olerla. De repente suena el timbre, fin del recreo y salimos.
Luz Poek… ¡presente!... que voz tan angelical.
Fui testigo de las veces que llegó tarde, de cuando perdió sus monedas y pensó que se quedaría sin merienda pero yo compartí con ella unas ricas galletitas rellenas, de cuando no entendía las multiplicaciones de dos cifras y entonces yo con paciencia y amor se las enseñé, de la pelea por el banco con Martín y mi aparición heróica para dejarle las cosas en claro a ese niñito o de cuando estuvo a punto de romper en llanto porque su madre se retrasó y entonces pasamos el tiempo charlando en las escaleras del colegio.
El tiempo va pasando y yo me voy poniendo peor.
Hay acto. Ella es una bella dama antigua y yo su caballero. Me acerqué y la saqué a bailar.
Últimamente no tengo ganas de nada, sólo me anima la idea de ir a la escuela porque sé que la veré, me siento raro, creo que estoy enloqueciendo.
Hoy salimos antes, debían traer firmada una autorización para poder retirarse pero ella lo olvidó. Se fueron todos. Y ahí esta mi princesita, sentada en su banco con la mochila puesta. Miro el reloj, el tiempo no pasa más, los segundos son eternos y llegar al minuto es un triunfo.
Tomo valor, me acerco, me arrodillo a su lado y me ofrezco llevarla a su casa, no me contesta, me mira y pestañea, esta vez fuí yo quién logró ruborizarla, sigue en silencio, supongo que en esa cabecita todo va más lento pero logro sacarle un “sí“.
Subimos al auto y de repente escucho ¡mmm…huele a limón! Parece que el aroma le fascinó, hacemos parada en una heladería, frutilla y chocolate. Retomamos el viaje, pongo mi mano en su pierna y la acaricio pero me la saca de manera brusca y veo miedo en su mirada, yo ya no siento amor, esa situación me irritó, una ira se apodera de mí. La tomé por la fuerza, grita pero mi mano opaca sus palabras, la veo llorar pero no me conmueve, no siento nada. Al fin fuimos dos, no fue como lo imaginé pero sucedió.
Quiero que mi cabeza deje de repetir esos momentos pero es imposible, de manera cíclica vuelven una y otra vez. Despierto y está a mi lado, no respira y ya no es tan bonita.
Tengo mucha pena y quisiera tener más.
Es una situación comprometedora, dormimos…es un decir.

Perdido en un mar de lágrimas por Jorge Barberi

“No acabé de llegar a la ciudad de Ébano que me hablaron de ella: -Puede quedarse el tiempo que quiera- me dijo el mayor de la guardia al reportarme -pero trate de mantenerse alejado. No me dio muchas más explicaciones y me despachó de la oficina del Censo. Debía descender algunos escalones desde la entrada, cruzar el puente a la derecha y seguir colina arriba hasta llegar a la guarnición imperial.
“Cuando llegué el cielo parecía amenazante y al salir noté que se había formado una pequeña tormenta -“pequeña” comparada con otras que me ha tocado vivir pero para el común denominador esto era un diluvio. No podía subir la colina ahora aunque quisiera, habían cerrado las puertas de la ciudadela y, por la hora, no las abrirían de nuevo hasta la mañana.
“Intenté volver a la oficina pero se habían percatado del mal tiempo y trancado las puertas. La gente corría de aquí para allá y en pocos segundos no quedaba nadie más en la plaza, salvo algunos perros acurrucados bajo los estrechos aleros.
“La posada estaba dentro de los muros de la ciudad y fuera no parecía haber lugar alguno donde pasar la noche, al menos no adentro junto al fuego del hogar. -En fin, seré el único en disfrutar de la cándida lluvia- pensé y comencé a caminar.
“Al principio pensaba acercarme al puerto para ver los barcos menearse con las olas pero me detuve poco antes de salir de la plaza. Sentía un leve crujido, casi apagado por el fuerte silbido del viento. Miré hacia atrás, hacia lo que pensé era la fuente y vi, bajo la sombra del árbol de la plaza, algo que se movía levemente. Me cerqué poco a poco y la vi más claramente. Allí, bajo la luz de Earendel soslayada por las nubes, una muchacha tallaba con un cuchillo una figura de madera.
“Lentamente, poco a poco, cesó la lluvia y menguó la espera de aquellas que nuevamente pueden guiar a los navegantes. Pasamos varias horas juntos allí bajo la protección del árbol. Al principio la miraba sorprendido pues no entendía que hacía allí mojándose pero al acercarme descubrí que el árbol mantenía seco un pequeño espacio.
“La observé con fino ojo observando siempre la delicadeza con que tallaba la madera. Quería
preguntarle por su nombre pero no me atrevía a interrumpir su labor. -Josefina- dijo de repente -Me llamo Josefina ¿no es eso acaso lo que quiere saber?-
“-Sí- le contesté, no del todo sorprendido, seguramente todos los viajeros se lo preguntaban.
Permanecimos otro rato en silencio y luego hablé, tan repentinamente como ella lo había hecho: -Atuel, yo me llamo Atuel-.
“Luego siguió otro silencio y ella continuó: -Encantada-. Eso solo, “encantada”. La conversación
continuaría con las mismas pausas. Recuerdo que le pregunté por la figura que tallaba y ella me dijo que era una imagen de su esposo perdido hace años en el mar, que siempre que había una tormenta iba allí a recordarlo y a esperar su regreso. Una historia muy triste.
“Cuando desperté ya era la hora segunda. Había algunas personas caminando por la plaza pero no tantas como el día anterior, era invierno y, a pesar de la hora, pude ver a Earendel esconderse nuevamente tras el resplandor del Naciente. Caminé entonces colina arriba esquivando los edificios con cierto aire de culpa.
-¿De culpa?-
-Sí de culpa, mirase donde mirase la gente me veía con ojos recriminadores-
-Ja ja ja, prosiga por favor-
-No hay mucho más que decir, llegué a la fuente, crucé el frontón y llegué hasta aquí. Hace días que no salgo de la guarnición y no he vuelto a verla.
-¡Menuda historia Atuel! Pensaba que tú también te habías vuelto loco. Sin embargo la gente murmura que fuiste tú quien la ha vuelto a poner en ese estado. Verás, su “esposo” se perdió en el mar y durante años ella iba bajo el árbol a tallar una figurilla de él cuando el tiempo estaba mal. Pero hacía tiempo que no lo hacía. Personalmente no creo que hayas tenido que ver en eso. Hacía tiempo que no veía una tormenta como la de ese día, creo que desde el día en que él se perdió, y tal vez fue eso lo que la llevó de nuevo allí. Ahora basta de chácharas y preséntate en el patio.
Los días siguen fríos desde hace días y el cielo blanco. Avanzo hacia la fuente y siento que se me
acerca alguien de atrás: -¡Ey, Atuel! ¡Interesante la reprimenda que te ha dado el jefe! ¡Al principio pensé que te sacaría a patadas por loco pero parece que tu “menuda historia” le conmovió!-
-No deberías escuchar a hurtadillas, Ernil. De cualquier manera, ¿sabes por qué le dicen “Pie Ciego” al jefe?
-Créeme, no quieres saberlo... y yo tampoco.
-Ya sé, quieres saber sobre el “esposo” ¿no?- dice entonces Ernil espabilándome de mis pensamientos
-A saber, no era su esposo en primer lugar. Era la mujer más bella de la capital y sus padres la habían comprometido con el emperador. ¿Te imaginas que hubiera podido ser la emperatriz? En fin, sus padres la mandaron acá donde “nunca pasa nada” pero resulta que al final pasó: se enamoró de un joven marinero y perdió la cabeza por él. Parece que fue terrible para ella cuando su amado se perdió en el mar y quedó así, media media.
“Cuando vino el emperador a buscarla la encontró desvariando y la dejó acá sin nada. Me dijeron que sus padres empobrecieron poco después y murieron. Una historia muy triste.
Llega entonces el capitán Hrisskar Pie Ciego y pasa revista a todos. A Ernil lo manda a lavar los baños, ha descubierto que le escucha las conversaciones, y a mí me manda a patrullar la plaza. Sé que ningún soldado sale jamás de las murallas pero por alguna razón me lo ordena.
Camino hasta el puente y allí una multitud de viejos me espera impaciente. ¡Me espera impaciente! -
¡Ey tú! ¡Sí tú!- me dice uno de entre ellos -Estábamos tranquilos hasta que tu llegaste, aléjate de ella si no quieres terminar como mi hijo Lázaro. Él se ocupó de la miserable cuando el emperador la dejó de lado.
¡La mugrienta acabó con mi hijo y con mi familia!.
-¡Rompientes!- le gritó al viejo una voz que se acercaba desde la ciudadela, era el capitán -¿Qué está pasando aquí?
La muchedumbre se dispersó en un abrir y cerrar de ojos. -No te preocupes por ellos, Atuel- dijo Hrisskar con calma- olvídate de tus quehaceres en la guarnición, acabo de firmar tu baja. Disfruta del lugar y bienvenido seas nuevamente.
No entiendo lo que me quiere decir y decido caminar un poco, tal vez así comprenda. Camino en
derredor pero no veo a Josefina por ningún lado. Miro nuevamente el árbol como esperando algo pero nada. De pronto veo que junto a él hay una piedra que antes no estaba. La levanto y adentro encuentro dos figurillas de madera y una carta. Leo:
Mi amado:
Mi amado Xavier que con tu nombre iluminaste tantos abriles.
Mi querido Atuel que con tu nombre ensombreciste tantos otros.
(Y también tú, Lázaro, cuyo nombre no quise para mi vida)
A mis dos amores, a mi único amor, le dejo mi corazón.
Ahora que has vuelto a mí podremos por fin realizar ese viaje que tanto quisimos.
Podremos navegar por fin juntos nuevamente.
Josefina.
Ya entiendo, ya comprendo, ya recuerdo. Mi nombre es Xavier Abril, pero ahora soy Atuel Tormenta.
¿Y Josefina? ¿Dónde está Josefina? ¿El viaje que tanto quisimos? ¿Se hizo a la mar sola? ¿Dónde estará ahora? Tantas preguntas asedian mi corazón y caigo de rodillas, llorando ante el amor dos veces perdido.
De pronto oigo una voz a mi lado.
-Hola, soy Josefina, Josefina Salud ¿y usted?
La miro y es ella, pero ya no viste harapos, viste ese vestido floreado que usaba cuando nos conocimos aquella vez en este mismo puerto.
-Yo soy Atuel Tormenta- digo mientras una lágrima corre por mi mejilla.
-Encantada Atuel, lo miro y presiento que seremos muy buenos amigos- dice, la misma voz, las
mismas palabras, y nuestras miradas se reencuentran y se confunden en un mar de lágrimas.

Tú mundo. Mi mundo. Nuestro mundo por Nayla Beltramo

Una fría neblina bañaba las costas del mar. Venía del océano y atravesaba los bosques cercanos como leve suspiro mojado. Todo estaba quieto, inmóvil, como si nada pasara. Todo allí en su lugar.
El mar tan vivo con sus olas, la playa tan fresca, las flores dando toques de color al paisaje y ¡los árboles! Los árboles meciéndose al compás de la brisa leve proveniente del sur que con ella traía lo más hermoso, lo admirable, lo conocido pero olvidado.
Allí estaba yo, en medio de este mundo visto pero tal véz poca veces vivido. Observé cada detalle, oí sonidos en medio de la nada. Sólo el paisaje y yo. Nadie más, nada más.
Por varios minutos me mantuve así, inmóvil.
La gente del lugar nunca se hizo presente. Tal véz poque nadie vivía allí o por lo menos esa fue mi impresión primera. La falta de personas alborotadas y en movimiento constante a plena luz del día me desorientaba aún más. No entendía lo que estaba viviendo.
En medio de mis confusiones seguían allí los aromas, la frescura, la perfección del paisaje que ayudaban a que por momentos olvidara que ese no era mi mundo, sino tierra extraña.
De pronto ví algo a lo lejos que sobresalía en las olas del mar que la brisa trajo. Como si alguien estuviese ahí más que yo. Me acerqué, con cierto temor pero a la vez algo de curiosidad por saber si realmente me hallaba sola en estas tierras.
Cada vez más cerca pude reconocer una figura humana en las olas del mar, insistí en acercarme hasta que logré preguntar: ¿cómo llegamos aquí? Este movió la cabeza con lentitud, sonriendo y dijo: yo te he traido aquí.
De repente una catarsis comienza a producirse en mí. Millones de preguntas se vienen a mis labios pero solo una fue la que ganó lugar y emitió sonido. ¿Por qué estoy aquí?, pregunté muy asombrada. Dio muchas razones pero la más exacta fue la última.
Frase que dejó resonando en mi: este es tú mundo, mi mundo, nuestro mundo.
Su aspecto era raro pero no dejaba de ser hermoso, mezcla de hombre y Dios. Alguien a quién no se podía dejar de mirar, ni muchos menos alejarse de él.
Si bien antes había visitado este lugar y dicho ser, poco a poco dejé de viajar hasta allí, ya que en mi actualidad se convertía una especie de más allá sin realidad ni base lógica.
Mi vida se convirtió en una más de nuestra mundo real, de nuestra actualidad. Con idas y vueltas como todos.
Un día de esos en el cual la vida logra traspasarnos hasta lo más profundo de nuestro ser, sucedió lo inesperado. Tras varios años de discusiones conmigo misma, tomé la decisión. Esa que por tantos años dejé de lado haciendo oidos sordos. Es ahí donde comencé a viajar a ese mundo sobrenatural. A la vez me dolía mucho. Podía sentir como todo mi cuerpo se desagarraba, pues, a pesar de todo, en mi realidad había muchos lazos que me ligaban.
Sentía en mi cuerpo mucho frío. De a poco la vista se me nubló, no podía entender muy bien que estaba pasando, ni mucho menos que había hecho para sentir tanto aroma a flores.
En lo poco que podía ver, ví a esa gente rara que por mucho tiempo estuvo a mi lado vestida con sus uniformes, dándome sustancias que me hacían doler mucho el estómago. No entendía porque ahora se preocupaban por mí, si nunca antes lo hicieron.
Sinceramente un poco de risa me causó en medio de semejante dolor que sentía, porque ellos querían retenerme o a lo mejor viajar conmigo, ¡jajaja! Nunca los llevaría conmigo si puera escapar, porque mucho me hicieron sufrir.
También veía mucha gente corriendo desesperada como si algo malo estuviera sucediendo. Para mi no era así, sólo es que no podía ver muy bien y sentía mucho dolor, pero tampoco era para que tanto se alborotaran.
De pronto solo silencio y oscuridad, mi cuerpo inmóvil y con mucho dolor en él. Dolor que se hacía cada vez más fuerte.
Estaba completamente sola, ya no veía más nada ni nadie.
Cuando más fuerte se hizo el dolor, dejé de sentirlo. Comencé a ver luz, a sentir aromas frescos, a ver un mundo soñado.
De pronto ví algo muy extraño a lo lejos que sobresalía en las olas del mar que la brisa trajo. Como si alguien estuviese ahí más que yo. Me acerqué, con cierto temor pero a la vez algo de curiosidad por saber si realmente me hallaba sola en estas tierras.
Cada vez más cerca pude reconocer una figura humana en las olas del mar, insistí en acercarme hasta que logré preguntar: ¿cómo llegamos aquí? Este movió la cabeza con lentitud, sonriendo y dijo: yo te he traido aquí.
Confusa en mi mente comienzo a recordar de a poco, como una breve película.
Después de haberlo abandonado por tanto tiempo, me parece ilógico estar aquí y mucho más escuchar las razones que este ser me da, del porqué regresé a este mundo. Relató una supuesta relación de ambos, cosa que mucho no creí.
Comencé a repetir más insistentemente: ¿por qué?, ¿por qué yo?, ¿por qué a mí? El respondió: porque me enamoré como nunca antes lo hice con otras a quien visité. Continuó relatando que este era mi mundo y no el otro, que debía quedarme a su lado. Ofreció de todo para convencerme pero nada me seducía lo suficiente para olvidar mi mundo, la realidad.
Me comentó que en mi ausencia había preparado especialmete todo nuestro mundo con nuevas sorpresas para mi llegada. Él decía que siempre pensó que cuando tuviese todo como quería iba a ir a buscarme, porque ese debía ser mi mundo.
Y fue así, cuando él creyó conveniente fue a buscarme.
Me recordó cada juego que tuvimos en la infancia, me detalló como habíamos convivido juntos en estas tierras. También sostenía que él fue el que me ayudó a viajar de nuevo a este mundo, es decir que en cierta manera impulsó mi decisión.
A medida que avanzaba en su relato más me convencía de que ese ser ya no me era extraño y que ese mundo me había pertenecido en el pasado. Empecé a ver en él algo nunca visto por mí en otros seres y mucho menos en mi mundo.
Ese misterioso elemento había sido la decepción de mi mundo, porque nunca lo había encontrado. Tal vez por eso es que tuve que viajar a este mundo, para encontrar aquello tan maravilloso que en otro lado no hubiese conocido jamás
Sin decir una palabra seguí oyendo pero a la vez comencé a divagar en mi mente, la idea de quedarme y empezar de cero una nueva vida.
De nosotros dependía que esta fantasía siguiese existiendo, nada nos faltaba para vivir. Todo lo necesario estaba ahí.
Mis pensamientos continuaban a favor de quedarme en ese mundo y las propuestas ayudaban. Comenzaban a sonarme tentadoras.
Él me habia cautivado. Además el mundo se veía muy perfecto, algo que siempre soñé ver.
Aquel dolor que sentí al llegar ya no estaba más en mi, se había ido.
Seguí pensando más aún en quedarme porque aquí nadie me hacía daño, iba a vivir como siempre desee. Ya no más esa vida en oscuridad, con gente rara rodiándome.
Ahora pienso, no fue tan mala mi decisión. ¡Qué bueno que la tomé! Pero también sabía que por mas que quisera regresar ya no podría hacerlo, así que solo me quedaba acostumbrarme a la nueva vida.
De pronto volví en sí y oí: vamos que te mostraré cada sorpresa que preparé para ti, mi amada. Como poco tenía por perder en el mundo real acepté y hasta los días de hoy sigo conociendo dichas sorpresas después de que le dije: ¡Muy bien, llévame a verlas!

¿Un sueño? por Marianella Giusiano

Todo empezó una noche de verano, era perfecta, las estrellas brillaban, una leve brisa corría. De pronto dormida me quedé mirando hacia la ventana que alumbraba la inmensa luna ¿Cómo olvidar el sueño que tuve? Era tan real que me desperté en la mitad de la noche y mi corazón latía muy fuerte con solo pensar que podía ser realidad.
Me levanté temprano a la mañana, desayuné como siempre y salí de casa corriendo cuando mi mamá me dijo: ¿donde vas Soledad?, le dije a casa de Rocío e Isabetta.
En casa de Rocío me atendió su mama Bety. Mi amiga estaba lavándose los dientes, por eso corrí al baño y le dije que se apurara que teníamos que buscar a Isabetta y contarle un secreto. Ella salió del baño y nos fuimos a buscar a nuestra amiga.
Edit, mamá de Isabetta, la llamó y salió de la pieza en pijamas. Nos metimos las tres a su cuarto y ahí les conté de mi sueño. Ellas se quedaron heladas. Rocío, adivina en tarot, tiró las cartas y me dijo “preguntá si eso podría llegar a pasar”. Isabetta salió de la pieza muy asustada porque no le gustan esas cosas. Las cartas de repente se cayeron todas del escritorio; con Rocío nos miramos y nos reímos y dijimos “esto no nos puede pasar a nosotras, ya somos grandes para creer en esto”. No le dimos importancia y nos organizamos para salir a bailar ya que esa noche salíamos con unos amigos nuevos.
Comimos en casa y salimos hacia el centro en donde nos encontraríamos con los chicos. Nos subimos a sus motos. Rocío fue con Agustín, Isabetta con Matías y yo me fui con Leonardo. Esa noche fue hermosa bailamos mucho y nos divertimos como nunca.
Volviendo a casa todos juntos, pasamos por una calle muy oscura donde había una sola luz alumbrando una casa inmensa. De pronto miré la casa. No lo podía creer, era la casa con la cual soñé, miré a mis amigas y pedí que frenaran las motos, que debíamos bajarnos ahí. Nuestros amigos nos miraron diceindo “¡están locas!”. Nos bajamos los seis pero ninguno quería entrar. Les expliqué sobre mi sueño, no me creían al principio, hasta que Isabetta les dijo “¿por qué le vamos a mentir? Luego de dar tantas vueltas por más de 15 minutos decidimos entrar. Había una mesa redonda con seis sillas que tenían nuestros nombres. Me corrió un escalofrío por mi cuerpo, una sensación muy extraña y fea. Enseguida Isabetta, la mas miedosa, gritó “yo me voy ya”. Aunque cuando quiso salir la puerta se trabó. No la podíamos abrir. Leonardo no lo podía creer, repetía en voz alta “ahora como salimos de acá”.
A lo lejos se escuchó una voz que nos decía: “para salir deben jugar mi juego, y muy pocos salen con vida”. Por detrás se escuhaban risas malvadas. Agustín pedía que nos tranquilizáramos, que hiciéramos lo que nos pedía la voz; mientras tanto Rocío lloraba sin consuelo.
Nos sentamos en la mesa y la voz nos pidió que alguno de nosotros tiráramos los dados. Matías fue el primero, salió el numero dos y de repente apareció una tarjeta en su mano que decía: “debes subir las escaleras y abrir una puerta roja”. Muy asustados fuimos todos, acompañándolo. Dentro del cuarto había un libro, lo abrió Matias. De pronto salió un humo negro y una sombra que se lo llevó adentro. Ese libro cayó abierto al piso y en una de sus páginas se veía a Matías muy viejo, Isabetta no podía creer lo que veía. De repente se escuchó esa voz de nuevo que nos pedía que volviéramos al juego, era el turno de Rocío. Salió el número cinco. Su tarjeta decía serás un fantasma de por vida, fue envuelta con un humo blanco y su cuerpo se elevó muy alto y desapreció por completto. Agustín en su enojo, reprochaba a la voz “¿Por qué nos hacés esto, qué te hicimos nosotros? La voz respondió: “Soledad sabe porque todos ustedes están acá”. Yo respondí que no tenía ni idea porque estábamos en esa casa. Lo único que recordaba es que soñé con esa casa, nada más.
Leonardo muy enojado rompió uno de los vidrios de la casa y apareció un mayordomo con la cabeza en su mano y se lo llevó. Lo único que se oían eran sus gritos desesperados. Muy angustiada corrí hacia la mesa y tiré los dados. Salió el número cuatro. La mesa y las sillas empezaron a girar muy rápidamente, en el susto nos tiramos al suelo. Se escuchó otra vez la voz. Ella nos pidió que nos sentáramos en la sillas; le obedecimos y nos llevó a un cementerio antiguo donde nos pidió que encontremos un cofre. Si lo hacíamos nos dejaría salir a todos con vida. Empezamos a buscarlo ya que nuestros amigos estaban en peligro, y lo debíamos encontrar, por sobre todo porque ella nos lo pidió.
En medio de la noche se escucharon unos pasos, nos quedamos en silencio pensando que era nuestra imaginación. Pero no era así. Algo nos estaba siguiendo, incluso molestando. Empezamos a caminar muy rápido y sin darnos cuenta nos chocamos con una bruja que nos dijo que el cofre estaba en la tumba del señor Ezequiel. Este había muerto de un embrujo terrible y para llegar a él, uno de nosotros debía intercambiar su alma con el gran hechicero de la magia negra. Agustín muy angustiado aceptó, su cuerpo quedó tendido en el suelo y la bruja se convirtió en el cofre que nosotros buscábamos. Isabetta me pidió que lo abriéramos. Yo no quería hacerlo, pero a su vez me llamaba mucho la atención la melodía dulce que salía dentro del cofre. Era única. Nunca antes la habia escuchado. Además una luz celeste muy brillosa salía de una de las ranuras. Más me tentaba la idea de abrirlo, pero no.
Llegamos a la casa y lo dejamos sobre la mesa.
“Nosotros cumplimos. Lo único que te pido es que por favor me devuelvas a mis amigos, sólo fue un sueño. No quise que nada de esto sucediera”, palabras que mi mente pensaba pero que mis labios no emitían.
El cofre se abrió. Dentro había fotos mías con una mujer. Las luces de la casa se encendieron y en una de sus paredes decía: “hija mía te amo”. Quedé perpleja al ver que en la pared había una gigantografía mía sentada en una silla con todos mis amigos.
Ellos salieron con vida de la casa. Mi alma aún anda por los pasillos tratando de entender porque estoy en este lugar y el porqué de mi sueño. Muy seguido voy a la casa de Rocío e Isabetta; a ver mis padres. Pero ellos no me pueden ver. Siento un dolor muy profundo en mi alma al verlos sufrir.
El único que pasa por frente de aquella misteriosa casa es Leonardo, dejando siempre un ramo de rosas en la puerta con mi nombre.

El traje estructural por Federico Balderramos

Yo ya había terminado de cumplir casi todas las metas de mi vida con estos 63 años
Me recibí como profesor de legua, fui jefe de los bomberos de mi queridísima ciudad y publique un libro llamado “Alas de papel” que me hizo ganar muchos premios y fue uno de los libros más vendidos durante la década del 2040.
Me case con Rosa que fue mi novia desde el día que nos conocimos en la universidad. Tengo 3 fabulosos hijos. Uno es ingeniero agrónomo (Manuel), otro es medico (Luciano) y mi hermosa hija Alfonsina, que fue la primera en darme un nieto, es abogada.
Siempre soñé con tener una familia perfecta, y la tuve gracias a todo el empeño que puse y la ayuda incondicional de mis viejos y de mis amigos.
Un día me levante a la mañana y mi queridísima Rosa me sebo unos mates con bizcochitos de grasas. Ella con sus 64 años seguía siendo la mujer mas linda del mundo. Yo siempre se lo dije y ella se reía y se sonrojaba, Mientras me estaba pasando los primeros mates. Entonces ella me pregunto:
-Fede, Te acordas que día es hoy
Yo en mi total ignorancia le dije:
-no… ¿que día es hoy?
-Hoy es 2 de junio amor, te acordas ¿que se celebra hoy?
- si, hoy se celebra el día del bombero amor.
Ahh, el día del bombero que lindo día que es ese. Siempre hay asado y guitarreada en el cuartel. Lo mejor de lo mejor con todos los colegas y compañeros bomberos de la regional. Hace fácil 3 años que no voy al cuartel y hoy, no sé por qué, me dan ganas de ir a visitar a los muchachos para ver cómo anda la cosa por allá y compartir un delicioso asado con ellos.
Hice toda mi rutina cotidiana y cuando termine esperé que se hiciera las 8 para irme a los bomberos a festejar con los colegas. Me di una fuerte ducha con agua bien calentita, me puse las mejores pilchas que tengo y empecé a calentar el auto. El auto que tenia era un Percha modelo 2045 de color bordo, hacia mucho que no lo usaba y hoy lo puse a andar. Me subí al auto y me fui al cuartel.
Cuando llegue era una cosa que no lo podía creer. El cuartel estaba el doble de grande que la última vez. Tenía 6 pisos y una torre de guardia que, fácil, llegaba a los 8 metros de altura. Seguí por la entrada y me encontré con los oficiales Ceballos y Peretti que estaban contentos de verme, me abrazaron y me acompañaron hasta el casino. Cuando miro el casino estaba el triple de grande tenia hornos más modernos, tres heladeras grandes y un televisor mega digital de 50 pulgadas. Pero lo que más me sorprendió fue la presencia de mujeres bomberas en el cuartel. Yo siempre quise que también las mujeres fueran bomberas pero la federación no lo permitía, pero ahora veo que se cumplió otras de mis deseos.
Después de haber comido un rico asado el Comisario Hidalgo, otro amigo mío que también estaba retirado, me llevo al galpón a ver las unidades. Por dios nunca había vistos tantas unidades nuevas. Eran como 63, grandes y todas 0 km. Me subí a una de ellas y me sentía como si estuviera en un avión. El equipo era muy sofisticado, tenia aparatos para regular la potencia de la salida de espuma (en los casos de incendios de hidrocarburos), una capacidad de por lo menos de 50.000 litros de agua, una escalera de 20 metros de altura que tenia conexión al tanque de agua para atacar el fuego desde la altura y herramientas pequeñas que las utilizaban para cortar todo tipo de material, como el hierro, el vidrio, etc. En cuanto a las ambulancias eran más grandes que la última vez. Encontré equipos de electro choques, para los casos de ataques cardiacos, tablas rígidas de madera que soportaban un peso aproximado de 250 kilos y una sirena que era estrepitosa pero no se escuchaba adentro de la ambulancia.
Al bajarme de la ambulancia le pregunte a Mayco en donde estaba la vestimenta. El me dijo que estaba en el mismo lugar que antes. Pero que estaba el triple de grande y separada por la mitad (Por el tema de que había mujeres en el cuartel). Me llevo hasta allí y era una cosa de no creer. Todo estaba prolijo y ordenado. Los trajes estructurales estaban hechos una pinturita. El color de los trajes había cambiado mucho, en mis tiempos los trajes eran de color negro con rayas fluorescentes y botas negras, ahora los trajes eran de color amarillo con rayas rojas y botas de color blanco. Me acerque a una de las gavetas y vi muchas particularidades que el traje antes no tenía. Ejemplo, el traje tenía regulador de temperatura y estaba bien acolchonado en la espalda. En los pantalones tenía unas almohadillas pequeñas en la parte del trasero y en las rodillas para mayor comodidad y en los cascos tenía un hermoso cubre nuca y una almohada arriba para que la cabeza no estuviera tan apretada y no se callera con facilidad.
Cuando había terminado de observar uno de los trajes de los bomberos el oficial Mansilla se acerco a mí, me dio un gran abrazo y me dijo que tenía una sorpresa para mí. Me llevo al fondo de las vestimentas y me mostro las gavetas viejas, aun las conservaban tal cual estaban en mis años de aspirantes. La abrí y me encontré con mi viejo traje. Se me escapo una lagrima de alegría por volver a ver ese traje que tanto lo use cuando era joven, cada rotura de ese traje tiene una historia y a pesar de que este todo cuarteado seguía siendo un tesoro para mí. En ese instante se me cruzo por la cabeza ponérmelo para ver si me seguía entrando y lo hice. Me saque mis zapatos marrones, mis pantalones claros, mi camisa y la tire hacia el fondo de la gaveta como siempre lo hacía. Me puse las botas, subí el pantalón, acomode las tiras, me coloqué el chaquetón y a lo ultimo me puse el casco en la cabeza. Me ti mi mano en el bolsillo derecho del chaquetón y me encontré con la foto que tenia de mi tío Manuel Alejandro cuando tenía 25 años. Esa foto era la preferida de la abuela y yo le había hecho una copia para ponerla en la gaveta. Según mi viejo yo era igual a mi tío. Siempre pensaba en los demás y me preocupándome por el bien de todos.
En ese mismo instante que me puse todo el traje sentí una vibración en mí que hacía que todo mi cuerpo se moviera. De repente vi que mis manos arrugadas y manchadas se transformaban en manos lisas. En las muñecas aparecían varias pulseras de distintos colores, como las que yo usaba cuando tenía 18 años. En mi cara sentía los cachetes bien firmes y empecé a notar que en mi boca aparecían todos los dientes que me faltaban. Mi pelo ya no era mas de color blanco sino de color castaño tirando a rubio y percibí un cambio en mi voz. Cuando habían culminado todos esos sucesos de cambios repentinos vi que los vestuarios estaban igual a cuando yo era bombero.
En ese mismo instante escucho una voz que decía.
-Balderramos. Súbase a la 62 que hay un 03 en calle Tucumán al 1.600.
Esa voz la reconocí, era la voz del oficial Matías Salcedo. Ese fue, para mí, uno de los mejores oficiales que tuvo el cuartel.
Me repitió en voz alta:
-Balderramos súbase a la 62 ahora
Sin pensarlo, Salí corriendo hasta la 62. Cuando me subí vi a varios compañeros como a Ceballos, Peretti y Ávila que me preguntaron si estaba nervioso. Yo les respondí que no. Entonces se acerca el oficial salcedo y nos dice a todos:
-Muchachos es su primera vez así que no se pongan nervioso y no hagan cagadas eh!
Yo les respondí a salcedo
-Es la primera, pero no la ultima mi oficial.
Yo no estaba nervioso. Solo pensaba en el tiempo; en lo que él hace de nosotros.
Así que salió la 62 a toda marcha con esa estrepitosa sirena a luchar contra esas llamas que fueron las primeras que combatir en mi larga y hermosa carrera como bombero.

Antes de mí por Juan Montes

Al amigo Montes le habían pedido que escribiese un cuento fantástico. Pero Montes era un hombre lógico, estructurado, lineal. No atinaba a conmoverse con cuestiones cuyo razonamiento escapara a las miradas convencionales. Podían pedirle que escribiese de política, de derechos humanos, de libertad de expresión y lo haría en un santiamén, hasta un poema era capaz de trazar en menos que se abre un párpado. Eso sí, combativo, frontal.
Escribió: “Antes de mí”.
Al hombre le costaba escribir; la edad, el cigarrillo, la falta de costumbre, la ansiedad, eran razones para que se esforzara a dibujar, con trazo infantil, cada letra. Antes… Dibujó una A casi gótica. Cuando iba por la curva que hace la A gótica mayúscula en su vértice más alto, dio vuelta carnero y para no caerse, se aferró con las piernas a ese trazo de tinta, y sintió que la sangre recorría su cuerpo incendiándole las mejillas. Si hubiera tenido la bicicleta negra, sin guardabarros ni frenos que lo llevaban a la escuelita de Munro, cuyas gomas, en su vertiginoso rodar fusilaban la espalda del guardapolvos blanco con miles de minúsculos proyectiles de barro. Si hubiera tenido la bicicleta, pensó, podía haber agarrado con envión la curva vértice de la A gótica mayúscula, y hubiera podido caer en pendiente urgente hacia la loma de la n de la palabra Antes.
Pero no tenía la bicicleta negra, de dos caños, con manubrio mariposa y sin frenos con la que atemorizaba al gentío en la feria franca los miércoles y los sábado en la calle Manuel García. Cuando los puestos de verdura reventaban de verdes y las frutas estallaban en rojos amarillos y naranjas, mientras cientos de mujeres regateaban el kilo de pescado y sus lenguas italianas se mezclaban con taitas, arrabales y gallegos, gritando chincue peso entre la mixtura de músicas que provenían de los puestos, mientras tanos bigotudos con guardapolvos tipo pechera que alguna vez fueron blancos vociferaban “al pescado fresco”, “limone, cinco por uno”, “a los churro calentito”, cuando el enjambre de carritos, bolsas, viejas, chicos y vendedores formaban conglomerados de vida cotidiana, el pibe Montes como una bala aparecía por la esquina, y revoloteando al viento su flequillo negro, zigzagueaba entre la turba que insultaba, y al llegar a la esquina, al último puesto de la feria donde estaba el pajarero, gritaba “Ea, ea, ea!” y largando el manubrio, con movimiento de saeta, manoteaba la jaula de los loros que al caer se abría, convirtiendo la feria en una terrible cacería.
Si tuviera la bicicleta negra me hubiera podido bajar del vértice de la A gótica mayúscula de la palabra Antes. Pero no tenía la bicicleta negra, entonces colgaba de la letra, aferrado por los pies al chorrito de tinta negra y su cabeza para abajo, coloradas las mejillas de tanta sangre. No era un rubor de vergüenza, como aquella que sintiera cuando en sexto grado se escondió con Liliana Pérez en el hueco de un eucaliptus gigante que había en el patio de la escuela y se dieron un beso. Colgado de la punta de la A gótica, cabeza para abajo, miró por la ventana de la letra que forma una carpita como un hueco en el tronco de un eucaliptos, y mirando al revés vio que latían besos, bocas extrañas, rojas, lilas, pálidas, con besos húmedos y fogosos, con besos secos e insípidos, miles y miles de besos borboteaban en la carpita de la A pero el beso vergonzoso que le dio a Liliana Pérez en sexto grado, no estaba.
Se aferró con sus manos del travesaño de la A mayúscula y como un gimnasta soltó sus pies de la línea de tinta curva del vértice de la letra, y luego hizo una pirueta en el travesaño y se soltó. Miró el tamaño de la A y la gigantesca senda de la palabra Antes de mí y espantado corrió hacia la calle Manuel García, donde había edificios y luces y negocios, donde no habitaba ya el olor a pescado ni se oía la mezcla de gritos con lenguas italianas, gallegas y lunfardas. Miró hacia atrás buscando la bicicleta negra pero sólo había espejos rotos, en un pedacito de vidrio se miró y no encontró el flequillo, una calva promisoria descubría una cara agrietada y de barba rala, la frescura de aquellos ojos verdes reflejaban una mirada acuosa y gastada. Alzó otro pedacito de vidrio y en él no vio su rostro, eran los labios de Liliana Pérez los que devolvía el reflejo, no eran labios vergonzosos.
Corrió hacia la letra A y comprobó que no podría cumplir con el pedido de su profesora por que sin su bicicleta negra no podría tomar con envión la curva de la letra y porque Liliana Pérez le había robado la pureza y la ingenuidad que nos hacían fantásticos.

Una segunda oportunidad para Ignacio por Verónica Pitta

Me desperté en el sillón de casa, vestido de traje y corbata. Aturdido, mareado, como fuera de mí. No recordaba haberme acostado allí.
Decidí subir a mi habitación para ducharme y ver si Clara estaba despierta. Pero antes pasé por el cuarto del bebé, para contemplarlo mientras sonríe en sueños, como lo hago cada mañana desde hace dos meses y medio.
Pero clara me ganó de mano, estaba en la cocina preparando el desayuno, con el bebé en brazos. Parecía sollozar.
Quise sorprenderlos con un abrazo y un beso, pero ella me ignoró. Se dirigió al comedor a encender la televisión.
La saludé y no contestó. Pregunté si estaba todo bien. Le conté que me dormí en el sillón sin saber la razón, pero no respondió. Quizás esa era la causa de su enojo.
Preferí subir a ducharme y luego charlar más tranquilos. Pero no había terminado de cambiarme, cuando vi por la ventana que estaba sacando el auto de la cochera.
Corrí a buscar las llaves de mi auto, pero me tardé en hallarlas y no pude alcanzarla.
Traté de llamarla con el teléfono celular, pero no lo encontré.
Entonces decidí seguirla, total no debía trabajar, estaba de licencia. Me sentía raro, no entendía su ignorancia. Quería saber que pasaba. Qué había sucedido la noche anterior, si en los años que llevamos casados, jamás pasé una noche en el sofá por más enojados que estuviéramos.
Cuando logré divisar el auto, ella se detuvo frente al cementerio. Dejó al niño dormido y entró con un ramo de crisantemos, mis preferidos.
Mientras caminaba, le grité varias veces, pero no se volvió. Se paró frente a una tumba, colocó las flores en agua y se desplomó llorando.
Me estremeció su dolor y corrí para abrazarla. Pero me detuve a unos pocos pasos, tuve miedo de asustarla. Me arrodillé a su lado y cuando levanté la vista para ver de quien se trataba, me quedé pasmado.
La inscripción decía…
IGNACIO POMBA
26 de julio de 2008
En recuerdo de un padre y esposo maravilloso.
Te amamos y lo haremos siempre.
Tu esposa y pequeño hijo.

¡Imposible! Si yo estaba vivo, arrodillado a su lado. Tratando de consolarla. Ella sólo estaba rara. Yo desperté en el sillón de casa…Dios mío, que está pasando. Esto sólo es un sueño, no puede ser verdad… ¡Estoy vivo!, le grité.
Ella volvió su rostro y me preguntó llorando por qué la había dejado sola. Que cómo hacía para seguir, para criar a nuestro hijo. Intenté abrazarla, pero mis manos traspasaron su cuerpo.
Me pedía que le demostrara que estaba bien, que seguía con ella a pesar de todo. Pero como hacerlo, si ni siquiera me sabía muerto. Si yo había manejado hasta allí para saber que pasaba.
De pronto, una luz blanca lo inundó todo y los dos nos calmamos. Como un flash, me pasaron miles de imágines por la mente y recordé.
El 25 de julio volvía de un viaje laboral. Quería llegar pronto, pues comenzaba mi licencia y quería disfrutar a mi familia cuanto antes.
Clara me llamó cuando estaba en la ruta y le dije que tenía media hora de viaje para llegar. Pero nunca llegué, un camión sin luces me chocó de frente. Luego me vi en una sala de emergencias, rodeado de médicos y a Clara con el bebé en brazos, detrás de la puerta. Pidiendo a gritos que me salven.
Entonces ella me abrazó, me besó y yo di gracias a Dios porque sólo se trataba de una terrible pesadilla. Pero una voz grave me pidió que me despidiera.
Ella me apretaba fuertemente. Yo intentaba comprender, quedarme con su olor, su rostro, su cuerpo. Mi hijo…No me salían palabras. Cómo despedirme y calmarla, si yo no quería irme, si yo estaba aterrado.
Quería tomarla de la mano y decirle que nada era verdad, que seguíamos juntos. Quería buscar a mi niño y acunarlo, besarlo, verlo crecer. Quería, quería…pero la luz comenzó a debilitarse y yo sentí que flotaba.
Me quedó grabada su sonrisa y sus ojos mojados. Tan frágil, tan sola. Se adueñó de mí una paz inexplicable, infinita y me desvanecí.
Me despertó el sonido del celular, mientras manejaba en la ruta. Me detuve al costado del camino para atender. Era Clara que preguntaba en cuanto tiempo llegaba a casa.

Más allá del tiempo por Sebastián Peña

Despertó con el dolor más intenso entre sus sienes, dolor que anestesió sus sentidos, casi poniendo en juego su juicio sobre el tiempo y el espacio. Dudó por supuesto si de verdad era su dolor o el desconcierto su miedo verdadero; no obstante, no reconoció el perfume de las sábanas debajo de su cuerpo que de a poco recuperaba los sentidos.
No se preguntó dónde estaba, ni quién era, ni mucho menos el por qué. En ese mismo instante, en si mismo descubrió un agudo ingenio capaz de hacerle comprender más allá de las preguntas; fue así que entonces sólo se levantó y caminó hacia la puerta blanca.
Doctores diferentes a los que pudo conocer le preguntaron por una familia, si es que existiera alguna, y no pudo contestarles por algo más sorpresivo que lo comprensible si sólo se tratara de amnesia. Él podía oírlos, y antes en sus oídos un silencio inimaginablemente denso colmaba los recuerdos. No recordaba una familia, ni un nombre, ni la prisión de una identidad que supiera liberar su mente del presente sin pasado que le tocaba ahora comprender. Todo su primer día estuvo en silencio hallando cosas que decidía perder en un instante. Cosas como la soledad, los improbables pasados que imaginaba y demás heridas cuyas cicatrices comenzaban a doler.
Sosegado estuvo incomprendiendo durante tres días; a todos en ese lapso saludó con gesto noble que comprendían, al cual respondía con cordialidad. Sin prestarle atención al tiempo transcurrido, en la mañana del cuarto catando sinsabores observó un calendario en la pared que decía: “Nuevo siglo, año 2000”; cerró sus ojos y cayó en cuentas que la lógica no sabría descifrar ni resolver, este no era su tiempo. Entendió también que el tiempo no se puede descifrar, no en su caso; pero le encerramos porciones pequeñas de sí mismo en las horas de un reloj para no perdernos dentro de él, y aun así a veces no nos encontramos.
Luis, nombrado así por alguien y por él aceptado, dentro de sí gestaba una certeza sin saber el motivo. Él sabía algo que nadie más sabría de esa manera, pero su pregunta trataría de resolver que sería eso… Comprendió por segunda vez de inmediato que al conocer esa respuesta conocería su pasado y su presente perdido en el tiempo, cambiado por el de hoy.
Entre sus pertenencias, dejando de lado sus manos, sólo se contaba una maleta con un grabado pequeño en un costado que decía: “del árbol de la paciencia nacerán todos tus frutos…” y un candado sin llave que lo encerraba dentro de un misterio. Al parecer la maleta fue encontrada junto a él, según lo que un doctor supo contarle, y como cada vez que le hablaban sorprendido estaba de poder oír y comprender.
Sin su nombre, cansado de conocer cosas insignificantes, escapó con su maleta una noche más iluminada de lo habitual; quizá la luna lo reconoció.
Ya en la mañana caminaba seguro de dirigirse a buen puerto pero un tanto desconcertado por no reconocer nada. Siempre sin atrás mirar, tarareando melodías, recorrió las calles de la ciudad; mas allá de todo lo que a sus ojos inimaginable pudiera ser, sólo un lugar detuvo el tiempo en su atención. Con calma entró al salón y al acercase un vendedor atinó a responder cualquier posible pregunta con una sola respuesta – Sólo paseo – pero no se dejó caer en la admiración de haber sabido expresar palabras.
Disfrutó cada instrumento de aquella casa de música sin tocar nada; de pronto, algo tenía sentido, algo valía la pena; pero no fue sino hasta el final del salón cuando en sus ojos se pintó el color caoba inmenso. Ante un excelso piano de cola apagó de nuevo sus oídos al mundo, y un minuto después se sentó ante él y comenzó a acariciarlo. Las personas en el lugar no tardaron en hacerse público de tan cautivante acto cuando melodías dulces escaparon del antes solo lustroso mueble; que una hora después se apagó cuando la conciencia de Luis despertó: Levantó su mirada y vio una multitud en su entorno. Miradas excitadas, sorprendidas y lágrimas en las mejillas empalidecieron el rostro del músico y los aplausos agradecieron el momento.
Siempre comprometido con su calma, la tomó de la mano, alzó su maleta y salió satisfecho de saber que empezaba a conocerse. Sólo una persona salió detrás de él y luego de varios pasos sin hablar caminaban a la par. Luis preguntó - ¿lo conozco? – y este hombre con gracia contestó – si supieras quién eres, sabrías quien soy -.
Luis detuvo su caminar y sorprendido volvió a hacer preguntas… - ¿Cómo sabe que no sé quién soy? –
-No sólo eso sé – contestó el anciano, sé también quién eres pero no te lo diré. A cambio te pido que me acompañes, mientras tanto te diré que te estuve esperando desde aquella vez en Viena y…
Interrumpiendo, Luis siguió preguntando - ¿Viena?, por favor si sabe quién soy ¿Por qué no me dice?, ¿si sabe qué soy, por qué antes no apareció? -; Y ese hombre tan seguro de saber contestó – si sabía que vendrías, pero supe también que casual sería nuestro encuentro. Veintitrés años te esperé cuidando la llave de tu pasado, llave que pretendo darte, pero debes acompañarme.
-Discúlpame – golpeó el viento con su aliento y siguió – no sé porque mi respeto se merece como otras tantas cosas que no me puedo explicar, pero no sé quién es y al parecer no vivió un presente sin memoria como a mí me sucede; ¿Por qué no me da la llave o me enseña el camino a casa?, necesito una respuesta…-
De inmediato por oír desentonada su desesperación, el mayor de ellos habló, - está bien joven amigo mío; sólo necesitaba saber si de verdad necesitabas lo que tengo para darte aunque tuyo ya sea…-
Luis bajo de sus hombros la desesperación y al recordar el grabado en su maleta, alzó de nuevo la calma arrojada al suelo.
-No es muy lejos de aquí… y por cierto, mi nombre es Amadeo.
-Debo decir que es un placer – respiró profundo y agregó – si no, no me devolverá mi llave- ; las sonrisas relajaron las miradas mientras comenzaban a caminar hacia la casa del anciano. Ya en camino Amadeo respondió sin anterior pregunta – lo que llevas tú en tu maleta te dirá quién eres mejor de lo que pueda yo decirte -.
Frente al umbral de una gran puerta detuvieron sus pasos – aquí es – dijo Amadeo, - hermosa casa – agregó Luis y el anciano culminó el cumplimiento con un – gracias -. Dentro del hogar cálido del anciano, Luis se dirigió al salón mayor como si algo incomprensiblemente fuerte lo atrajera. Amadeo observaba y con voz firme dijo – en esta sala, debajo de esa tela blanca está tu pertenencia más preciada y en él la llave de todo lo que te arrebató el tiempo-.
Un mueble escondido debajo se descubrió, e incrustado en la tapa que cubría recuerdos la llave de su maleta. Siempre en calma quitó la llave de su encastre perfecto sin dañar el lustre y no solo abrió su maleta, sino también la tapa que encerraba los sonidos pasados del instrumento. De su maleta, amanecieron partituras repletas de música en silencio esperando por su dueño y por fin las teclas blancas y negras respiraron perfumes de libertad…
Un instante pasó y la sorpresa aconteció. Los ojos del músico al leer en esas viejas hojas y en ese conservado piano, escritas las palabras “Este piano y partituras pertenecen a Ludwig van Beethoven”… abril de 1791.