El devorador
Jamás conocimos a una persona igual a Pablo Argales, su endeble constitución física y su descuidada vestimenta lo hacía uno de los personajes más miserables de nuestra pequeña comunidad.
Tendría alrededor de cuarenta años, nadie sabía con exactitud su edad, pero algunos recordaban que hacía más de ocho años había llegado desde Buenos Aires trasladado por el banco en el que trabajaba, hasta la sucursal de nuestro pueblo.
Fue así como se estableció en San Felipe. Nunca compartía nuestras reuniones sociales y solamente se dedicaba en silencio a su trabajo, o bien, pasaba el resto del día encerrado en su casa de la calle Güemes al ochocientos.
Aproximadamente por el mes de Julio de 1927 llegó al pueblo un médico nuevo, el doctor Garraza y con él, su esposa Sara, joven y bella mujer que apenas pasaría los veinticinco años.
Al tiempo de haber llegado, el negocio profesional del doctor Garraza marchaba espléndidamente, lo que le llevó a ser uno de los mejores clientes del banco local. Quizás fue en estas circunstancias, cuando se conocieron Argales y el joven galeno, estableciéndose entre ellos lo que parecía ser una solida e inquebrantable amistad. Para el humilde bancario esto significaba un importante cambio en su vida, había conseguido romper su aislamiento y merced a una gran sutileza, tenía ahora la amistad y la confianza de un hombre como el doctor Garraza.
Pero en Pablo Argales el sentimiento de amistad no existía, sus inclinaciones eran otras. Desde el día en que conoció a Sara la vida del hombre a quien teníamos por un pacífico empleado, cambió rotundamente, y todo su quehacer se centró ahora en lograr el amor de una mujer que él sabía perfectamente, era imposible.
Pasaron los días, los meses y en el corazón de Argales la figura de Sara Garraza, se convirtió en una obsesión, en una especie de hambre insaciable que empezaba a tomar siniestros y diabólicos contornos, en la mente del frustrado amante.
Argales se tomó su tiempo, conocedor de su poder y sus limitaciones esperó pacientemente que llegara el momento de hacer que Sara fuese única y eternamente suya.
Fue un domingo de Noviembre, el día había sido extremadamente caluroso y naciendo la tarde, por el sur, se podían ver oscuros nubarrones que presagiaban una inminente tormenta.
Al igual que todos los fines de semana, Argales había almorzado con los Garraza, quedándose los tres, hasta bien entrada la tarde enfrascados en distintas conversaciones.
Llegó la noche, y con ella la lluvia, parecía que el tiempo se ponía de acuerdo para encubrir el extraño suceso que acontecería mas tarde.
Alrededor de las nueve, y cuando mas arreciaba la tormenta, llegó hasta la casa un peón de la estancia Las Magnolias. La mujer de éste había sufrido heridas al caerse un muro por causa del fuerte viento y requerían con urgencia la presencia del doctor Garraza.
El médico no se hizo esperar, excusándose con su mujer y con su amigo salió en su automóvil hacia la estancia, acompañado por quien había venido a buscarlo; para Pablo Argales el momento había llegado, solo estaban en la casa, Sara, él, y la mucama Doña Remedios.
Ni bien estuvieron a solas, Argales se encerró con Sara en la sala de la casa, y una vez allí, le declaró su amor. Sin dejarle tiempo ni para el asombro, le argumentó cuáles eran sus verdaderas intenciones.
Los gritos y alaridos de horror traspasaron las paredes y alertaron a Doña Remedios, que desde la cocina corrió en auxilio de su patrona. Vanos fueron sus intentos por penetrar en la habitación, y paralizada por el asombro, pudo ver a través de los cristales de la puerta, como se consumaba la tragedia. Argales poco a poco habría de devorarse a Sara.
Todo era torbellino entre esas cuatro paredes, Argales estaba de pie en el centro de las mismas y con voces muy extrañas, lanzaba imprecaciones y blasfemias.
Desde un rincón, Sara avanzaba lentamente, como hipnotizada, hacia él.
La enjuta figura de Argales había tomado proporciones de gigantescas y apenas la tomo en sus brazos, Sara empezó a deteriorarse como un cadáver, mientras él con satisfacción, la incorporaba en su cuerpo a través de la piel.
Todo duró pocos minutos, y ni bien hubo desaparecido Sara en el cuerpo de Argales, un fuerte y estrepitoso rayo penetró en la habitación.
En un segundo, del insaciable amante, solo quedó un pequeño montón de cenizas que rápidamente fueron esparcidas por el viento.
3 comentarios:
Florencia: Un relato perfecto, te felicito!!! Comprendiste a la perfección la esencia del género fantástico y cómo se sumerge al lector en un mundo desconocido, extraño, paralelo al de nuestro mundo cotidiano, excelente!
Espero sigas escribiendo para que podamos leerte, es realmente un placer!!!
Euge, no se si el comentario iba para mi y te equivocaste de nombre. Sino te equivocaste de cuento jeje.
Besos! CARO!! :D
Mil disculpas Caro! Este es el comentario que hice para vos, perdón! Un beso!!!
Fabulosa tu historia Carolina, te felicito!!! Quedé encantada con tu cuento y con cómo trabajaste la trama de la historia sin revelarnos nada de nada hasta el final; quién podía imaginarse las intenciones ocultas de Argales!!!
Espero que te sientas orgullosa de tu trabajo, porque es realmente muy bueno y sigas escribiendo mucho más!!!
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