TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA

Este blogfolio nació en 2008 para convocar la palabra escrita de las y los alumnos del TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA de primer año del Profesorado en Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Villa María, provincia de Córdoba, Argentina.

Trabajamos intensamente en clases presenciales articuladas con un aula virtual que denominamos, siguiendo a Galeano, Mar de fueguitos.

Allí nos encontramos a lo largo del año para compartir los procesos de lectura y de escritura de ficción. Como en toda cocina, hay rumores, aromas, sabores, texturas diferentes, gente que va y viene, prueba, decanta, da a probar a otro, pregunta, sazona, adoba, se deleita. Al final, se sirve la mesa.

Como cada año, publicamos los cuentos que cada estudiante escribió como actividad de cierre del taller para compartir con quien quiera leernos y darnos su parecer. Hemos trabajado explorando el género narrativo, buceando en las múltiples dimensiones de la palabra. Para ello, la literatura será siempre ese espacio abierto que invita a ser transitado.

Hemos ido incorporando, además y entre otras muchas experiencias de escritura creativa, el concepto de intervención performativa sobre textos y de patchwriting.

El equipo de cátedra está conformado por Jesica Mariotta, Natalia Mana y Mauro Guzmán, quienes le ponen intensidad amorosa al trabajo del día a día, construyendo un hermoso vínculo con las y los estudiantes.

Beatriz Vottero - coordinadora


Cuento Fantástico: Juliana OLiva

Del algarrobo a la hamburguesa

Villa María, tierra de las pampas más llanas que en la propia pampa. Originalmente kilómetros y kilómetros de monte místico, hoy, año 2009, kilómetros y kilómetros de soja. El clima ya cambió, ahora casi no llueve y hace más calor, el Ctalamochita está contaminado y si llega a la cintura está hondito. Pero para ésta tierra somos sólo más fauna de la que debe protegerse, como los árboles de las hormigas o de algunos hongos o roedores.

El sonar del teléfono se me fue colando en el sueño, escuché los pasos rápidos de las chancletas de mi mamá seguido de una serie de palabras: “hola”, “Lorena duerme”, “adiós Ulises”.

Me levanté, fui hasta la cocina y llamé por teléfono.

Llevábamos el equipo de mates, caminamos por la costanera hasta Vista Verde. Es muy tranquilo por ahí en noviembre. Nos sentamos mirando el río y el monte que está al frente. Nos gustaban los montes y el río. Cuando hacía calor, lo cruzábamos y nos metíamos en esa especie de selva villamariense. Nos gustaba la soledad, escuchar los árboles y el olor a yuyo. Pero todo aquello estaba lejos de ser real. Doscientos metros hacia adentro, ese mundo natural se acaba, y comienza una devastación que parece infinita. Soja. Ni algarrobos, ni quebrachos o álamos.

Cebaba yo unos espumosos amargos mientras Ulises sacaba de la mochila un libro que quería mostrarme. No supo decirme quién le había dicho que en la biblioteca del Rivadavia había muchas cosas raras. Que el viejo Sobral escondía libros, escritos y muchos chirimbolos sobre nigromancia y alquimia en general. Yo lo miraba entre incrédula e interesada.

Tomé el libro, no decía nada por ningún lado. Lo abrí y la primera página estaba en blanco, en la segunda se leía: “Dogma y ritual de las pampas cordobesas” en letras pequeñas y negras. Me dio risa el nombre.

-¿De dónde sacaste esto? - le pregunté.

-De la biblioteca. Le dije a la bibliotecaria que buscaba un libro medio inconseguible para la facultad, y me dio las llaves del sótano y de las otras puertas que están subiendo las escaleras. Hay millones de libros y cajas con cosas.- Me explicó.

-Que confianzuda la bibliotecaria.-dije.

Me dijo que había estado leyéndolo, que era una especie de manual, muy explicativo.

Yo lo escuchaba atenta mientras le cambiaba la yerba al mate. Me confesó que tenía planeado realizar un viaje-ritual, siguiendo al pie de letra el libro. No pude menos que soltar una carcajada. Me pidió que lo ayudase.

Para el asunto eran precisas cuatro personas.

Ulises convocó a Fermín, su amigo de la infancia y autodidacta de la cultura Tiwanaku. Yo por mi parte, llamé a Ludmila, mi prima de Córdoba para completar el cuarteto.

El 22 de noviembre de 2009, a medianoche, nos internábamos en uno de los pocos montes que quedan, llevábamos todos los utensilios necesarios que Ulises había dispuesto para cada uno. Dejamos el auto al final de un camino que se cortaba y procedimos a pie. Cierta nerviosidad reinaba ante la inminente partida.

Circulaba por las manos del grupo no se qué botella de un licor catamarqueño. Ulises nos indicó que apurásemos el paso, tarea que resultaba prácticamente imposible porque cada dos por tres te chocabas al compañero de adelante o con mala suerte algún cardo o bien un cactus.

Luego de media hora de caminata, llegamos a una zona que no estaba cercada, era un desmonte que parecía haber conservado un solo árbol de entre miles. Un algarrobo. Con las condiciones del cielo y lejos ya de los montes más espesos, podíamos divisar perfectamente lo que se nos presentaba.

Ulises propuso que nos sentásemos para contarnos de qué se trataba toda ésta andanza nocturna.

-La liturgia de este viaje-ritual debe realizarse con mucha precaución. Realizaremos un ascenso a la realidad inteligible de la llanura cordobesa.

Tres pares de ojos extrañados se clavaban en los de Ulises.

-Muy bien.- continuó nuestro guía.- Tomen los objetos que les repartí antes de salir y pónganlos frente a ustedes. Vamos a comenzar-.

Se me había dispuesto una clepsidra que apoyé en el pasto frente a mis rodillas. Ludmila con una concentración casi zen hizo lo mismo con su obsidiana. Le siguió Fermín dejando en el piso suavemente su objeto: una edición de 1922 del Martín Fierro. Finalmente Ulises depositó su dibujo perfecto del Tetragrammaton completando el círculo mágico.

-Ahora bien- dijo Fermín- entiendo que haya una clepsidra, un tetragrammaton, una obsidiana, pero ¡¿qué cornos tiene que hacer acá el Martín Fierro?!-.

-Es cierto- admitió Ulises- tenía que elegir entre un mate o el Martin Fierro. Así lo requiere la ceremonia- dijo con resignación-.

Ulises se puso de pie y comenzó a leer con voz fuerte y segura en un idioma que parecía arameo, no entendíamos nada. Pronto los pájaros que anidaban en la copa del árbol volaron y se perdieron en la noche. Oímos el lento abrirse de una puerta invisible, y después nos sentimos etéreos.

Al recobrar el sentido nos encontrábamos en una región distinta. Un denso olor a hojas secas nos envolvía.

Lindo olor-dijo Ludmila apacible - ¿dónde estamos?-.

Estábamos en el primer círculo de la naturaleza, el otoño. No había desmonte, ni campos cercados, ni ríos contaminados. No había humanos. Colchones de hojas crujientes que nadie barría y un sol a pleno dejaban un paisaje dorado.

1 comentario:

Euge dijo...

Juliana: Fue un placer leer tu cuento, es maravilloso, te felicito!!! Tanto los espacios, como los personajes; como el juego que hacés del tiempo en la narración son perfectos!!! Destaco la elección del tema de la historia que hiciste, me pareció sumamente curioso.
Como ya te lo he pedido, no dejes de escribir!!!