Todas las noches esa noche
Dejé de escribir hace ya algún tiempo. Todo lo
que salía de ese lápiz me parecía sencillamente una basura. Lo cuento hoy, acá
en confianza, porque nunca se lo dije a nadie. Uno se cree que los reconocidos
escritores nunca tenemos bloqueos, déjenme decirles que sí, ocurre. Hacía
algunas noches tenía un sueño recurrente, soñaba que mi hermana Ofelia tomaba
un vuelo a Francia y venía a visitarme de sorpresa. Llegaba enojada a decirme
que mis últimos cuentos eran un desperdicio, los desenlaces previsibles, los
conflictos burdamente cotidianos y que tenía que dejar de incluir datos de
nuestra historia familiar en mis obras o dedicarme a otra cosa. Despertaba
sudado, confundido y hasta un poco enojado. ¿A qué se refería exactamente mi
hermana al decir semejantes barbaridades? ¿Por qué llegaba así todas las noches
para atormentarme? ¿Debería realmente conseguirme otro oficio?
Sentarme a escribir ya no me generaba el mismo
goce, como si sintiera miles de ojos clavados en mi espalda, una presencia
difícil de explicar. Como si me encontrara justo al borde de un abismo por el
que podría rodar fácilmente con tan solo una falla. Culpa, eso sentía. Quizás
era esa tonta pesadilla que volvía a mí cada noche. O tal vez que por esa razón
mis pocas horas de descanso se veían afectadas y el cansancio interfería en mi
proceso creativo; todos sabemos que una mente con sueño no trabaja igual. Por
eso me dispuse a cambiar mis hábitos, cené temprano y me dirigí a mi
habitación, libro mediante, bajo la tenue luz de una vela. El libro que me
acompañaba esta vez era una elegía de Arthur Rimbaud que a cada detalle de su
mágico surrealismo me iba hundiendo en un sueño profundo. Ahora que lo pienso
no sé qué tan dormido estaba. No es posible, pensé entre mí. Las posibilidades
son inexistentes. Ni siquiera sé cómo suenan sus voces, cómo podría estar tan
seguro que de verdad son ellos dos. No sé cómo, pero lo estoy, tan seguro cómo
que mi nombre es Julio Florencio Cortázar. Y de nuevo los murmullos en la
puerta. Irene, golpeá, que se haga cargo de lo que causó, no tenemos dónde
pasar la noche. Fue lo único que llegué a entender. Un frío me heló los huesos,
la sangre, las manos. No supe qué hacer, tal vez Ofelia venía a advertirme y yo
no la quise escuchar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario