El portazo
Ella
esperaba pacientemente sentada en el suelo. El enceguecedor foco del tren se
aproximaba despacio, podría hasta parecer que no se acercaba en lo absoluto.
Sin embargo, ella continuaba su espera sin la menor señal de intranquilidad, mientras
el frío viento córnico le despertaba escalofríos.
Volvería a la ciudad, a la rutina y a su
familia. Dos hijas, cuatro nietos y ya ningún marido. Ninguna de las personas mencionadas
tiene tiempo para ayudarla con su casa. Pero para lo que sí tienen tiempo, es
para las habladurías, los préstamos, las exigencias y el despilfarro; jamás
para ella. La luz del tren parece acercarse.
Qué bello era el amor romántico de su
tiempo, con desbalances de poder incluidos; los valores de la familia antigua,
que se respetaban sin que nadie supiera realmente por qué; escuchar la radio
con papá, a quien le importaba muchísimo el fútbol aunque, a veces se le iba la
mano. Ve en la televisión a los hermanos Marx, pese que solo puede distinguir
lo monocromático de la pantalla y un par de risas de fondo. Toma el té y se
dispone a acompañar las risas, para luego levantarse hábilmente y dirigirse
veloz a su habitación. Su teléfono celular suena y suena. Tras contestar, oye
la voz de Hugo, emocionada sale caminando con cuidado hacia el patio a
informarle de la noticia a su hija, quien la ignora completamente y sigue
cuidando a su nieto.
Se tambalea mientras baja las eternas
escaleras. Martín le demanda una cerveza a su mujer desde la cocina, que brilla
hasta encandilar los ojos gracias al nuevo foco que él, y nadie más, ha
instalado, porque, en sus palabras, “se ve tan poco que parece nueva la mesada”.
Y es por esta potentísima bombilla eléctrica que siente cómo la choca una pared
de improvisto.
Lentamente, agarrándose de las paredes y
los muebles, intenta acercarse al garaje, donde Ignacio no para de maldecir a
su padre por no haberle heredado nada más que una quincalla del año setenta y
ocho, sin prestarle la menor pizca de atención a la decrépita mujer posada en el
marco de la puerta, quien pareciera volverse monocromática como los hermanos
Marx.
Dando su último aliento le cuenta que la llamó Hugo, a lo que Ignacio le contesta dando un portazo porque entra frío. Aun así, ella pasa de largo.
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