La soga
El avión parte a Francia a eso de las doce
del mediodía, una azafata anuncia por altavoz el despegue y comienza a detallar
las instrucciones de seguridad. Hacia el fondo del pasillo se escucha una voz
un tanto fastidiosa. –No entiendo para qué me explican esto si yo ya lo sé,
trabajé en esta maldita aerolínea por diez años y conozco las instrucciones de
memoria; además debo decir que son inútiles, se ve que Cortázar no las sabía y
por eso hizo que mi avión cayera y yo saliera despedido por los aires e
intentara matarme ¡Que tipo inservible!
En ese instante una pareja ubicada unos
asientos más adelante comienza a susurrarse. –Hermano, ¿escuchaste lo que dijo
ese señor? ¿será uno de los nuestros? – Habló por lo bajo Irene. –¡Disculpe
señor! Espero no le resulte imprudente mi pregunta pero ¿de dónde conoce usted
a Cortázar? Marini levanta su vista rápidamente, mirando a la pareja que llama
su atención. –Bah, ni me lo nombre al viejo ese, que lo único que sabe hacer es
matar a la gente.
En su voz se puede notar con claridad el
enojo. Unos asientos hacia el costado, alguien más se deja escuchar. –Tenés mucha
razón, a mi familia la desgracia le llueve con Cortázar al mando, perdí a mi hermano,
a mi tía y después a mamá–. Habla con mucho pesar en su voz la muchacha. –Es
más, hasta nos dejó de locos porque hizo creer al lector que nosotros mismos
creíamos en nuestras mentiras, que básicamente necesitaríamos ir a un
psiquiátrico–. Agrega con enfado Rosa.
–No deben insultar de esa manera a nuestro
creador, deberían estar agradecidos de haber sido escritos por tal deidad como
lo es don Cortázar, responde Hermano señalando a ambos sujetos con notorio
disgusto. –Estás muy equivocado, cegado, Cortázar no es ningún buen hombre, ni
mucho menos buen escritor -contradice de pronto Marini–. A mí me dejó como un tarado obsesionado con
una isla, y obviamente para no perder la costumbre, me mató; pero no solo eso,
sino que al final no se sabe si realmente estoy muerto o no porque el señor “yo
hago lo que se me canta” nunca deja en claro nada, a ver si se decide de una
buena vez –dice con sarcasmo Marini, moviendo agresivamente sus manos en el
aire.
–Lo que sucede aquí es que ustedes no han
podido entender a nuestro creador –habló Hermano nuevamente–. Claramente no, con
el nivel intelectual que tienen –agrega por lo bajo Irene–. Lo fantástico de
Cortázar en eso se basa, en dejarte confundido hacia el final de la historia,
donde esas últimas líneas te provocan un knock-out que te deja estancado en el
cuento–, continúa Hermano, que no podía dejar que insultasen a Cortázar de tal
manera.
–Pues lamento decirte que eso no me
convence, no tiene ningún sentido confundir de esa manera al lector ¿con qué
finalidad, me querés decir? Se mete Rosa nuevamente. –Con el fin de entretener,
¿no les parece a ustedes, mis queridos colegas, que los demás cuentos se
vuelven aburridos, monótonos? Siempre con la misma historia de amor o de
ciencia ficción. Cortázar, en cambio, revolucionó la manera de escribir,
deberían estar más que orgullosos de ser su creación –remata hermano que
parecía comenzar a enfadarse. –Después de todo, ¿qué hacen aquí, en un vuelo
que los lleva directamente a él, si tanto odio le tienen? Pregunta curioso.
–Pues verás. Responde con aires de superioridad Marini. –A ver cómo te va,
protegiendo a tu querido creador–, dice riendo egocéntrico.
Rápidamente cierra el cuaderno, temiendo
que algo más pudiese escapar de sus hojas. Lentamente, con un miedo profundo
levanta la vista; allí inmóvil pero con la vista clavada en él se halla el
objeto del destino, colgado, balanceándose en el techo. A tientas se sostiene
de ambos posabrazos del sillón, pensando para sus adentros “será mejor que yo
termine con todo esto antes de que ellos lleguen a mí”.
Ya en esa habitación solo queda el
silencio, el sillón verde, y lo que había sido un muy buen escritor.
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