La casa
Me llamo Mateo, estudiaba el Profesorado en
Lengua y Literatura, tengo dieciocho años, y hace poco me mudé. Supuse que
escribir estos datos aquí eran suficientes si desaparecía o me pasaba algo.
Pero por suerte ahora estoy bien.
Vivía con siete personas más en una gran
casa, casi todos estudiantes, menos la tía Alisa. Nunca me relacioné mucho con
los otros chicos de mi edad, pero la tía estaba siempre para mí.
A ella le agradaba que le digamos así, pero
a mí me incomodaba un poco. Se comportaba muy raro, sobre todo cuando
terminábamos de cenar y empezábamos a acomodar todo para irnos a dormir.
Cerraba la puerta de roble que separaba los dormitorios del living porque
estaba empeñada en que se iban a meter a robar. Pero no cerraba la puerta de la
entrada, lo cual se me hacía tan ridículo.
Ella era una señora grande, y siempre
estaba hablando de su madre Irene. No quiero sonar irrespetuoso ni nada por el
estilo, pero creo que Alisa tenía un severo problema de demencia. Habían pasado
ocho días desde que me mudé allí, y desde el día uno ella me dijo que me
parecía a un tal José. Al principio, viendo su carita redondita y arrugada cual
abuela de película, me lo tomé con ternura. Pero durante los siguientes días
comenzó a llamarme por ese nombre. De igual manera disfrutaba compartir con
ella, pero que me llamara todo el tiempo así, hacía que me diera tanta rabia
que todavía tengo las cicatrices en mis palmas por tanto apretar los puños.
Decía que él era un hombre muy caballeroso y atento, que nunca le había faltado
nada a su lado, que le gustaba la literatura francesa y que, como yo, estudiaba
letras, incluso me recomendó algunos autores. Me mostraba su colección de
estampillas, y un día le pregunté cómo había conseguido la casa.
"Yo nací en esta casa, mis padres se
habían ido de aquí, me dijeron que por cuestiones económicas, y luego la
recuperaron".
Nunca me dio detalles, solo me hablaba de
los tejidos de su madre y de ese José, que supuse era su marido por la manera
tan romántica con la que se refería a él.
Yo entendía que extrañara a su esposo, ser
una viuda en estas épocas es difícil, pero se me hacía muy extraño que una
señora tan grande y prácticamente sola, viviera en una casa antigua, enorme y
dejara entrar a cualquier "estudiante" que se le presentara como tal.
No nos cobraba la estadía, solo decía que
teníamos que aportar para comer.
Mi cuarto era pequeño y oscuro. Estaba al
lado del de ella. A la noche escuchaba muchos ruidos, susurros, pasos, y sonaré
loco, pero yo soy un chico muy observador y atento; estudio todos los sonidos y
movimientos de los lugares adonde voy.
Un día común de aquellos, Alisa, como de
costumbre, me había llamado para tomar mates a la siesta con ella en el living.
Era lindo hablar con esa señora en ese horario, porque un silencio caminando
despacito iba y abrazaba la casa. Me sentía tan acogido. Le ponía todos los
yuyos habidos y por haber al mate, burro, menta, cola de caballo, cedrón y
hasta cáscaras de naranja.
Recuerdo que en su empeño por decirme José,
y luego de corregirla tanto, ya simplemente dejaba que me dijera como quisiera.
En ese tiempo yo solía perder el
conocimiento, me sucedió muy rápido en varias ocasiones. Sufría de desmayos,
pero cuando me levantaba mis compañeros me decían que hacía cosas. Según ellos,
les hablaba de la madre de Alisa y me refería a mí mismo como José. Algo que me
contaron que no se me va a olvidar jamás, es que una vez me levanté del piso y
me le insinuaba a Alisa "en el papel" de su marido. Por suerte eso es
algo que me dijeron, de lo cual no tengo el más mínimo recuerdo, pero era
suficiente para que me hicieran burla y me excluyeran por eso.
En las noches escuchaba los ronquidos de
Alisa. Siento que esa casa tenía algo, nunca supe qué, pero algo tenía y me
asustaba.
En fin, me pasó el último mate porque ya
estaba lavado, y me dijo con los ojitos cansados, "me voy a dormir la
siesta, José".
Un zumbido ensordecedor entró por mis oídos
y de repente vi todo negro. Cuando abrí los ojos, estaba en mi cuarto acostado,
agarrando una almohada con mis manos tensas. Estaban todos gritando desde la
habitación de Alisa, entonces me levanté y fui hasta allí, y vi el rostro de
ella con una expresión de susto que nunca se me va a borrar de la memoria.
Pálida, boquiabierta, y los ojos casi saliéndose de las cuencas. Sin su
almohada.
Yo no la maté, no fui yo, fue José, fue la
casa.
Después de eso unos señores de azul me
sacaron de la casa, y no recuerdo bien cómo llegué aquí. Pero ahora estoy feliz
en un lugar iluminado, con paredes blancas, bien atendido, lástima que me pasan
la comida todos los días por el orificio de la puerta, pero tengo una ventana
con rejitas por la que me entra un poco de sol, y este cuaderno para escribir.
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