La noche en la sala
TacTacTacTacTacTac.
Gira la bolilla sobre la ruleta que se ha vuelto un círculo hipnótico,
rojo-negro-rojo-negro-verde. El trance eriza los pelos del brazo. TAC TAC… TAC…
TAC. Parece que va a parar, pero todavía la pelota cambia de casilla una vez
más. Los ojos están tan abiertos que tiemblan. Las pupilas son el reflejo de
esa bolita negra que todavía se mueve unos casilleros más y se estaciona
finalmente en el numero 3 casilla roja.
Bueno, al
final perdimos todas ¿vamos a otro juego ahora? Vos Anto, que sos la que conoce
¿a cuál vamos?
Las palabras
de Carla despiertan a Isis del trance del tablero quieto. En el celu dice que
son las tres de la mañana. Hay doce llamadas perdidas, cinco mensajes de
WhatsApp. Las chicas están decidiendo algo. Isis lee: “Amor” a las 00:36hs. “Amorchiiii”
a las 00:41hs. “Amor por favor, te llamo y no me contestas. Me estoy empezando
a preocupar” 01:05hs. Los siguientes mensajes son reclamos muy largos que no
termina de leer, pero los adivina. Bloquea el celu y mira a las pibas.
Chicas yo ya
me voy a casa. Tengo mucho sueño-. Las va abrazando a medida que las saluda.
…
Si le digo
que vinimos al Casino me mata -Isis piensa en voz alta mientras va en la bici- Tengo
más chance de que me perdone si le digo que estaba con otro. Se mueve más lento
en la medida que está más cerca, se siente la bolilla cuando se acerca al
casillero final, tan segura de que alguien va a salir perdiendo. Capaz llego y
está la policía ¡qué cagada! ¡Cómo se me pasó la hora! ¿En qué momento se hizo
tan tarde?
Un viento frío
le aprieta los pantalones anchos contra las piernas. Se le revuelve el
estómago. El recuerdo del cuento que habían leído en la última clase antes de
salir de la universidad, se le había instalado en la mente y no se iba mientras
abría la reja que daba al jardín que daba a la puerta de entrada. Al otro lado
los ojos de Nery que la habían escuchado abrir la reja, la esperaban llenos de
preguntas y de angustia. Isis había llegado decidida, no había vuelta atrás.
Pidió perdón muchas veces. Esa noche lloraron mucho y se prometieron muchas
cosas. Ella había estado hasta las once en reunión con el centro de estudiantes
y cuando vio la hora salió enseguida, pero en el camino vio una moto que por
esquivar una mujer se reventó contra el pavimento, el pibe gritaba un montón,
ella no pudo evitar asistirlo, había intentado calmarlo mientras otros lo
sacaban de debajo de la moto y ya no pudo dejarlo solo. Lo había acompañado
hasta el hospital en la ambulancia, había dejado la bici atada. En el hospital
las horas habían pasado volando, ella se había quedado en la sala de espera y
al lado se había sentado una mujer que tenía la hija en terapia intensiva, la
iban a operar de urgencia. Le había dado charla para distraerla “pobre mujer,
si vieras cómo lloraba, amor”.
Isis ya no
pudo parar. La historia siguió creciendo y Nery la siguió abrazando y
consolando cada vez que ella volvía del hospital llorando porque la situación
la rebalsaba.
Amor ¿No
querés que vaya yo a ver al pibe esta noche? Estas descuidando la Uni. Yo
entiendo que querés acompañarlo, pero vos no podés hacer nada. El pibe está
durmiendo todo el tiempo, por ahí no se da ni cuenta de quién sos.
No Nery. Yo
necesito estar ahí. Además, los médicos ya me conocen y él cada tanto se
despierta y como que intenta murmurar alguna cosa antes de dormirse. -Isis lo
convenció, antes de subirse al taxi que la iba a dejar en la puerta del casino-.
Esa noche
perdió ocho mil pesos y volvió a punto de decirle todo. Estaba indignada y
necesitaba confesarle. En veintidós tiros no había salido ni una sola vez el 9
rojo. Pero cuando llegó, Nery estaba sacando una pastaflora del horno que había
hecho para ella. Se olvidó de la plata, de las casillas rojas, de la bolilla
girando, de todo.
Al otro día
le pidió al taxista que la dejara en la puerta del hospital. Sentada en la sala
de espera, escuchó las camillas pasar de un lado a otro y retuvo el sonido a
modo de estímulo musical de máquinas metálicas. Las caras de preocupación
simulaban que todos estaban perdiendo en esa sala. Los enfermeros: uniformados
que explicaban las reglas del juego a los novatos. Ahí las personas murmuraban
y eso le gustaba porque podía concentrarse más. Una señora pomposa llegó con un
olor a perfume nauseabundo y eso la acercó más todavía a la otra sala. Fijó los
ojos en un punto de la pared blanca, apoyó los codos sobre los muslos y con las
manos se sostuvo la frente. Poco a poco, los ojos se nublaron y en la pared fue
apareciendo ese círculo numerado negro-rojo-verde que giraba con la bolillita
adentro. La bola frenó en el 9 rojo justo un segundo antes de que empezara a
vibrar el bolsillo avisando que era hora de volver a casa.
Esa mañana
Isis volvió exaltadísima de contenta. El pibe se había despertado, estaba
muchísimo mejor. No sabía cómo agradecerle haberse quedado con él todas esas
noches. Se estaba recuperando muy rápido. Él no era de acá y estaba bastante
solo, la familia era de un pueblo. Todo eso les dio tema de charla los
siguientes días y Nery la quería más ahora que estaba contenta, se alegraba
muchísimo de verla así “Tengo la novia con el corazón más grande del mundo”
decía. La tormenta del pibe accidentado parecía estar pasando.
La última vez
que Isis se sentó en su silla de la sala, de nuevo la reproducción del ritual
hipnótico la hizo imaginar la ruleta girando rápido y el ruido de la bolilla.
Una camilla cruzó la sala de golpe y casi la distrae. Se concentró más, la
bolilla empezaba a relentecer. Un pibe gritaba de dolor. Cerró los ojos:
Rojo-negro-verde. “¡Me duele!¡No aguanto más!” gritaba el pibe. Isis cerró
fuerte los ojos. El celular vibraba en el bolsillo. <<ya casi>>
pensó con los ojos y los dientes haciendo mucha fuerza.
Tac-14...tac-2…tac-0…tac-28…tac. La pelota frenó. Isis se levantó de un salto,
dio un grito eufórico desde lo más hondo de su pecho:
¡Siiiiiiiiiiiiiiii!
-mientras abría los ojos y levantaba la lanza en la mano derecha.
A su alrededor una multitud de personas celebraban. Un señor desnudo pintado completamente de barro negro se salpicaba la sangre de aquel que caía, ya sin vida, sobre el pastizal.
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