La llave
Comenzó a
estudiar un libro de Cortázar para un práctico evaluativo, con nota. Pero lo
dejó por otras cosas urgentes, no negocios o algo de ese estilo, sino problemas
familiares y amorosos.
A la semana más
o menos, se puso nuevamente y comenzó a leerlo por segunda vez. Le gustaba
mucho, por la forma de redactar del escritor. El chico, sin embargo, no
entendía y lo quería hacer, el cómo lograba que fuese tan atractiva la
escritura que llevaba a cabo ese escritor. Aarón, un pibe alto, flaco, pelo castaño
y con mal gusto para vestir, intentó en varias oportunidades escribir como
Julio...pero no pudo, claramente, algo no le quedaba y veía que no podría
llamar la atención; lo intuía.
No le hizo caso
y algo enojado volvió a dejar todo. Además, no era un día para leer, había
discutido con su novia, algo ya normal para él y ella. La chica creía que le
era infiel, solo por pensamientos, además que él no le respondía las llamadas,
mensajes, no le daba prioridad y menos le decía lo que hacía, como si de alguna
forma le estuviera ocultando algo, pero no.
Ya le había
aclarado que no hacía nada de eso, sino que era por el tiempo que pasaba
estudiando y leyendo, pero ella no le creía.
Lo dañaba que
siempre pensara algo de ese estilo, aunque él se sinceraba muy seguido sin
conseguir nada. La dejó. Estaba harto de la relación, que llevaba años. Un amor
sufrido, como si de eso se tratase.
Lo tomó, sin
embargo, con calma, y siguió su vida.
Sentado en un
rincón de su casa, pensaba y pensaba, se quería distraer. Era loco todo lo que
le sucedía, no lo podía creer...
Decidió leer un
libro, pero no que el que tenía asignado como tarea o práctico, sino otro, uno
de fantasía. Se puso cómodo en su sofá, cruzó su pierna izquierda por encima de
su rodilla derecha y leyó. La mayoría de las cosas le quedaban grabadas en su
mente.
Se dejaba llevar
por la trama, por los sucesos, los hechos que acontecían... sentía placer al ir
leyendo, a tal punto de imaginar todo como si él fuera el personaje principal:
un castillo grande pero no como todos, con pocas plantas y no en una montaña,
sino en una playa, raro ¿no?, una muchacha morena preciosa, de ojos grises y
cabello blanco y bueno, él, el protagonista.
La morocha se le
insinuaba siempre que lo veía, pero no le interesaba al hombre, a quien solo le
importaban las plantas de todo tipo.
A Aarón le
parecía una historia muy buena y llamativa, tan así que leía atentamente
ignorando todo a su alrededor: el timbre que sonaba en su hogar, que apenas
alcanzaba a oír, el bullicio bajo que se escuchaba y el viento que azotaba
contra su casa.
Así siguió por
minutos y minutos, hasta cansarse o poner eso como excusa. Sus pensamientos
regresaron y más con la escena que había visto con sus ojos al ver el cuento.
Describía su relación terminada, por momentos de amor y otros, de nada. Cerró
el libro y lo tiró.
Se rascaba la
cara y apretaba su cabello, como si estuviera nervioso o ansioso o quizás, solo
arrepentido.
Se paró y miró
hacia la puerta, la tenía a metros de él, por ahí, donde tantas veces ella había
entrado y salido. Se acercó y de la nada, brillaba, por el marco, el picaporte,
y por donde se introduce la llave. Abrió la puerta, y...
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