El cuarto
Todas las tardes caminaba en forma pausada por
su casa en dirección a aquella habitación, esa donde guardaba recuerdos
plasmados en imágenes, donde se apreciaban fácilmente los momentos en los que
fue tan feliz o quizás no. Un cuarto, en él una biblioteca que lo transportaba
a días entrañables con su tío Luis, ese hombre que en cada visita le repetía
una y otra vez al oído: la soledad y el silencio son tesoros que nos da la vida,
porque nos hacen pensar y recordar tantas cosas.
El muchacho
pensaba que las fotografías lo ayudaban a entender por qué estaba ahí, y le
permitían recordar a su familia.
Pasaba horas dentro del cuarto. Se recostaba
en el sillón, cerraba sus ojos y sentía la brisa de ese lugar de su niñez que
lo había llevado ahí. Una hamaca debajo de un enorme árbol, su madre mirándolo,
murmullos y risas en su cabeza que le decían que debía hacer.
No dejaba de hamacarse queriendo alcanzar el
cielo y tocar las nubes con las manos.
La alegría lo invadía, pero sus ojos estaban
fijos en la dolorosa y preocupante mirada de su madre. Se baja de la hamaca y
se acerca a ella lentamente.
A lo lejos se escucha el timbre. Asustado se
levanta rápidamente del sillón y sale hacia la puerta. Un dolor lo persigue. Un
gran vacío le invade el cuerpo. Sangre en sus
manos.
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