TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA

Este blogfolio nació en 2008 para convocar la palabra escrita de las y los alumnos del TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA de primer año del Profesorado en Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Villa María, provincia de Córdoba, Argentina.

Trabajamos intensamente en clases presenciales articuladas con un aula virtual que denominamos, siguiendo a Galeano, Mar de fueguitos.

Allí nos encontramos a lo largo del año para compartir los procesos de lectura y de escritura de ficción. Como en toda cocina, hay rumores, aromas, sabores, texturas diferentes, gente que va y viene, prueba, decanta, da a probar a otro, pregunta, sazona, adoba, se deleita. Al final, se sirve la mesa.

Como cada año, publicamos los cuentos que cada estudiante escribió como actividad de cierre del taller para compartir con quien quiera leernos y darnos su parecer. Hemos trabajado explorando el género narrativo, buceando en las múltiples dimensiones de la palabra. Para ello, la literatura será siempre ese espacio abierto que invita a ser transitado.

Hemos ido incorporando, además y entre otras muchas experiencias de escritura creativa, el concepto de intervención performativa sobre textos y de patchwriting.

El equipo de cátedra está conformado por Jesica Mariotta, Natalia Mana y Mauro Guzmán, quienes le ponen intensidad amorosa al trabajo del día a día, construyendo un hermoso vínculo con las y los estudiantes.

Beatriz Vottero - coordinadora


SABRINA AVUNDO

 El libro mágico

Ángel era un niño retraído y solitario. En el aula siempre pasaba desapercibido, sus compañeros no lo incluían en los juegos, y en las fiestas de cumpleaños se las pasaba solo en un rincón.

A su madre le parecía raro encontrarlo siempre riendo solo, gritando o hablando como con alguien más. Sin embargo, no tenía compañía alguna.

Lo curioso es que en la vida de Ángel sí había alguien y era Tomás, su fiel amigo. Con él sí podía contar cuando el resto de sus compañeros no le llevaban el apunte o para estudiar alguna materia. Con gusto, Tomás lo ayudaba a repasar para sus exámenes orales.

En el patio había una casa del árbol y esa era su guarida donde vivían increíbles aventuras. Allí, Ángel pasaba horas y horas.

A la madre eso le preocupaba. Aunque lo consideraba un niño feliz, porque lo veía divertirse, que no tuviera algún compañerito le estrujaba el corazón de vez en cuando.

Una noche Ángel se quedó a dormir en la casita y con Tomás idearon un plan para hacerle una broma al vecino de la cuadra. Era un viejo cascarrabias, según su madre. Ninguna pelota podía caer en su jardín ya que se la quedaba y no volvían a verla nunca más. Una vez, de niño, pasó con su bicicleta por la vereda y ahí lo vio en el umbral, con su bastón y cara de enojado.

Recordaba haber vivido aquel momento como en cámara lenta, mientras contemplaba cada facción del anciano; fue el día que más temió. Por eso debía ir y asustarlo, tal vez rompiendo una ventana o solo tocando el timbre en mitad de la noche.

Cenó un rico bocadillo que le preparó su madre y conversó con Tomás sobre cómo sería todo. A las 00 de esa misma noche, emprendieron el recorrido hacia la vivienda del terror.

Al llegar a la puerta todo él temblaba como una hoja, pero logró poner el dedo en el timbre y un leve sonido se sintió. Logró ver cómo una luz se encendía. Corrió como pudo y regresó a la comodidad de su hogar. Todavía asustado, optó por taparse con las sábanas.

Esa misma noche tuvo un sueño de lo más extraño, con rostros conocidos y nombres que ni siquiera recordaba. Al otro día le contó su sueño a Tomás. Como en recuerdos estaba aquel viejo cascarrabias con una bella mujer y de lo más amable.

Sin embargo, no recordaba haber visto jamás una mujer en esa casa, no le sonaba de nada. Le relató la secuencia a su amigo y optaron por correr a preguntarle a su madre, quien, para su sorpresa, les habló sobre María, aquella señora cariñosa y dedicada que no era otra que el amor de ese vecino y había fallecido por una triste enfermedad. La tragedia lo había hecho odioso y solitario al señor José, que se dedicó a cuidar ese jardín como a su más valioso tesoro, donde María solía pasar sus horas en su juventud y cuando aún conservaba la salud.

Pero además Raquel, la mamá de Ángel, también contó que de chiquito él quedaba al cuidado de la señora, mientras ella y el papá trabajaban. Así fue como Ángel comenzó a recordar aquellas tardes en esa casa, llenas de historias contadas por esa increíble mujer.

 

Sorprendido por su descubrimiento ideó un nuevo plan para tratar de alegrar a aquel vecino cascarrabias, ahora que comprendía todo. Habló un poco más con su madre y planeó con Tomás cómo comprar aquella flor tan querida por María y entregársela.  

¡Cómo se le ponían vidriosos los ojos y comenzaba a temblar aquel anciano, parecía tan indefenso!

Todo eso Ángel lo observó, sin embargo, desde su guarida, ya que no se atrevió a dársela personalmente. La dejó enfrente y esperó hasta que José saliera a regar su jardín como hacía cada tarde.

Desde ese día su vecino comenzó ser un poquito más amable, aunque poco le duró porque había muchos niños traviesos dispuestos a perturbar sus tardes.

Con el correr de los años, Ángel fue haciéndose más cariñoso y sociable.

Las sesiones con una psicóloga y los talleres por la tarde en la escuela habían dado sus frutos. Poco a poco se olvidó de Tomás.

En una ocasión, recostando a su hija Sofía, encontró un libro de su infancia con un dibujo en la tapa de dos niños abrazados. Abajo decía Ángel y Tomás, y estaba firmado por María. El libro relataba las aventuras vividas por él mismo y su amigo.

Esa misma noche le contó a su esposa. Cómo era posible que María hubiese escrito esas increíbles aventuras.

No hay comentarios: