El libro mágico
Ángel era
un niño retraído y solitario. En el aula siempre pasaba desapercibido, sus
compañeros no lo incluían en los juegos, y en las fiestas de cumpleaños se las
pasaba solo en un rincón.
A su madre
le parecía raro encontrarlo siempre riendo solo, gritando o hablando como con
alguien más. Sin embargo, no tenía compañía alguna.
Lo curioso
es que en la vida de Ángel sí había alguien y era Tomás, su fiel amigo. Con él
sí podía contar cuando el resto de sus compañeros no le llevaban el apunte o
para estudiar alguna materia. Con gusto, Tomás lo ayudaba a repasar para sus
exámenes orales.
En el patio
había una casa del árbol y esa era su guarida donde vivían increíbles
aventuras. Allí, Ángel pasaba horas y horas.
A la madre
eso le preocupaba. Aunque lo consideraba un niño feliz, porque lo veía
divertirse, que no tuviera algún compañerito le estrujaba el corazón de vez en
cuando.
Una noche
Ángel se quedó a dormir en la casita y con Tomás idearon un plan para hacerle
una broma al vecino de la cuadra. Era un viejo cascarrabias, según su madre.
Ninguna pelota podía caer en su jardín ya que se la quedaba y no volvían a
verla nunca más. Una vez, de niño, pasó con su bicicleta por la vereda y ahí lo
vio en el umbral, con su bastón y cara de enojado.
Recordaba
haber vivido aquel momento como en cámara lenta, mientras contemplaba cada
facción del anciano; fue el día que más temió. Por eso debía ir y asustarlo,
tal vez rompiendo una ventana o solo tocando el timbre en mitad de la noche.
Cenó un
rico bocadillo que le preparó su madre y conversó con Tomás sobre cómo sería
todo. A las 00 de esa misma noche, emprendieron el recorrido hacia la vivienda
del terror.
Al llegar a
la puerta todo él temblaba como una hoja, pero logró poner el dedo en el timbre
y un leve sonido se sintió. Logró ver cómo una luz se encendía. Corrió como
pudo y regresó a la comodidad de su hogar. Todavía asustado, optó por taparse
con las sábanas.
Esa misma
noche tuvo un sueño de lo más extraño, con rostros conocidos y nombres que ni
siquiera recordaba. Al otro día le contó su sueño a Tomás. Como en recuerdos
estaba aquel viejo cascarrabias con una bella mujer y de lo más amable.
Sin
embargo, no recordaba haber visto jamás una mujer en esa casa, no le sonaba de
nada. Le relató la secuencia a su amigo y optaron por correr a preguntarle a su
madre, quien, para su sorpresa, les habló sobre María, aquella señora cariñosa
y dedicada que no era otra que el amor de ese vecino y había fallecido por una
triste enfermedad. La tragedia lo había hecho odioso y solitario al señor José,
que se dedicó a cuidar ese jardín como a su más valioso tesoro, donde María
solía pasar sus horas en su juventud y cuando aún conservaba la salud.
Pero además
Raquel, la mamá de Ángel, también contó que de chiquito él quedaba al cuidado
de la señora, mientras ella y el papá trabajaban. Así fue como Ángel comenzó a
recordar aquellas tardes en esa casa, llenas de historias contadas por esa
increíble mujer.
Sorprendido
por su descubrimiento ideó un nuevo plan para tratar de alegrar a aquel vecino
cascarrabias, ahora que comprendía todo. Habló un poco más con su madre y
planeó con Tomás cómo comprar aquella flor tan querida por María y
entregársela.
¡Cómo se le
ponían vidriosos los ojos y comenzaba a temblar aquel anciano, parecía tan
indefenso!
Todo eso
Ángel lo observó, sin embargo, desde su guarida, ya que no se atrevió a dársela
personalmente. La dejó enfrente y esperó hasta que José saliera a regar su
jardín como hacía cada tarde.
Desde ese
día su vecino comenzó ser un poquito más amable, aunque poco le duró porque
había muchos niños traviesos dispuestos a perturbar sus tardes.
Con el
correr de los años, Ángel fue haciéndose más cariñoso y sociable.
Las
sesiones con una psicóloga y los talleres por la tarde en la escuela habían
dado sus frutos. Poco a poco se olvidó de Tomás.
En una
ocasión, recostando a su hija Sofía, encontró un libro de su infancia con un
dibujo en la tapa de dos niños abrazados. Abajo decía Ángel y Tomás, y estaba
firmado por María. El libro relataba las aventuras vividas por él mismo y su
amigo.
Esa misma
noche le contó a su esposa. Cómo era posible que María hubiese escrito esas
increíbles aventuras.
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