Estela
La salsa con
hojas de albahaca, cebolla y tomates, bien natural. Nada de procesados. Cerca
de las doce del mediodía, es un permitido que una vez por mes me doy en
preparar. El ritual siguiente de lavar los platos no me desespera. Más que cocinar,
me apetece limpiar, aunque no lo hago tan a menudo. Solo tres veces por semana.
Suficiente cuando no hay niños ni mascotas.
La siesta, que no
siempre está, pero cuando estoy rendida luego de una mañana atareada, resulta
reparadora.
La tarde es tranquila
en el barrio, solo se sienten algunos perros o las chicharras en verano bajo el
calor abrumador. La merienda y los libros suelen ser mi pasatiempo más común.
Alguna que otra visita de amigos. Meditación o entrenamientos en alguna parte
de la casa que tenga buena iluminación. Poco contacto con el exterior. Solo lo
necesario para el abastecimiento de comida y un trabajo parcial que proporcione
ingresos para sostener algunos de los gustos y gastos.
Llegada la noche,
el baño y la cena son protagonistas. Nada de TV.
Salir de casa a
dejar la basura, higienizar las manos y cerrar la puerta del frente. Salir a
caminar. Paso ligero hasta llegar a uno de los postes de alumbrado público
ubicado a unas cinco cuadras. Este ritmo de vida lo vengo sosteniendo por al
menos un par de meses. Es bueno para mejorar la circulación y oxigenar los
pulmones.
Justo debajo del poste, la luz comenzaba a titilar y de pronto se
apaga. Es entonces que sentí no estar en el sitio donde hacía segundos me hallaba.
Oscuridad absoluta y siniestra.
Me desplace, con
esfuerzo. Al menos pude llegar hasta casa. Me miré al espejo. Vi a Janis Lyn Joplin, la cantante de rock
estadounidense. ¿Tendría que haberme bañado, sacado la ropa para que al otro
día nadie sospeche? O tal vez esperar a que todo vuelva a la normalidad. ¿Ocurriría
eso?, me cuestioné.
Entre tanto
pensar, me quedé dormida.
7 de la mañana, levantarse
y mirarse al espejo. Mis rasgos, el cabello lacio intacto, las mejillas bien
rosadas y el mentón pronunciado.
Las tareas del
día ocurren una tras otra. No me animé a contarle a nadie lo que ha pasado.
Llegada la noche salí
a caminar. Mismo recorrido, ya cerca del poste de luz.
Esta vez, Aretha
Louise Franklin, cantante de soul, también fallecida.
De tanto cantar, me
quedé dormida.
Con una lista en
mano, fui referenciando días tras día las personalidades que se apoderaron de mí
por las noches: Whitney Elizabeth Houston; Laura Ann Branigan, y otras.
Cada noche, tomé
fotografías con mi cámara. Las guardé en una caja con llave. Una noche de
invierno decido volver a mirarlas: veo a la Estela de siempre, eso sí, un poco
más vieja, pero con el mismo mentón pronunciado. Tal es
la angustia que me envuelve, que creo haber olvidado detalles de aquellos
días.
Luego, me puse a escuchar
música. Conectar con algo de Jazz, Rock y Soul.
Entre los
variados artistas que suenan, me encontré con un viejo disco de A. Franklin,
que guardaba. Al tomarlo noté que estaba autografiado, o alguna cosa por el
estilo. Yo jamás marcaría una tapa de disco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario