El libro 302: fuego y justicia
Aquí hay pocas
palabras pero yo sé que los silencios cuentan.
Julio Cortázar
“Destrucción” de Él mató a un policía
motorizado
Sale con su cargada mochila en la espalda,
repleta de libros, comprados, regalados, encontrados y robados, también; los
apuntes de historia y los de filosofía, una carpeta con tres hojas paupérrimas,
un cuaderno con poemas que desean tener título y una lapicera trazo fino, azul,
por supuesto. Apura sus propios pasos porque cree no llegar, mientras escucha
“Destrucción”, de El mató a un policía motorizado, siente que sus piernas se
han apoderado de su cuerpo y camina casi mecánicamente, su mente le repite: se
te hace tarde. Llega, por fin; el alivio a sus pensamientos de desesperación
cuando ve a pocos cien metros el cartel de la feria de libros. Para ese
entonces, tiene un ajustado reloj para elegir el libro, o los libros, que se
llevará. Vagabundea por los stands hasta que elige uno, lo recoge de entre
medio de una pila de pocos afanes y pocos amores, lo guarda en su mochila de
los mil kilos y sale, ahora sí, menos densa y menos pedante. Ya se sienta,
mientras escucha en la radio sobre la venida de tormentas eléctricas a la
ciudad, en su cómodo sillón, descalza, inmaculada, desnuda de dudas, impermeable
a los temores, a leer su nuevo libro.
Marlene levanta su mirada y siente la
necesidad de tomar una taza de café. Como si tal escenario no fuera parte de
sus rutinarios días, ahora presiente que el anhelo radica en algo más profundo;
el cotidiano café está más sabroso. Vaya a saber por qué. Con quietud y una
pizca de solvencia, realiza la tarea. Pretende entonces, satisfecha, sacar sus
paraguas y salir a cometer andanzas por las calles desoladas, inquietas,
indiferentes. Las miradas de quienes en soledad se sienten apuntan a ella,
pareciera que jamás hubieran visto un individuo con sentimientos de justicia.
O, por lo menos, jamás han visto aquello a lo que la gente común llama:
diferente. Menudas miserias cargarán. Su recorrido sigue hasta una plaza de
esas a las que siempre acuden aquellos quienes sienten arraigadas las misiones
de hacer justo lo injusto.
Sus zapatillas negras se mojan, y sus ojos.
Aquello que poco puede decir, que poco puede explicar, se queda en la
profundidad de sus recuerdos. Recapitula el número de la página, 87, por allí
ha quedado, son 302, largo trecho ha de recorrer. Sale, porque adentro quiere
desaparecer. Acudiendo a la humanidad, y a sus propias esperanzas, envía un
mensaje de texto a su amiga Eva para terminar el trabajo sobre Edad Media que
deben entregar el próximo miércoles para la facultad. Instantáneamente su
compañera responde que la espera en la plaza ya que estaba haciendo compras en
el centro, para ir juntas hacia su casa. 87, lo recuerda, lo debe recordar porque
no hubo marcas que rememorasen la pausa. Caminan, lado a lado, turbadas, hasta
llegar, y entran. Realizan la tarea y se va.
De nuevo en las calles, ansía en su cabeza
crear el escenario irreal y utópico que quisiera para el mundo. Porque si de
este mundo habla y piensa entonces, ¿qué busca?
Imagina los placeres mundanos sin
susodichos, ni retenciones, ni pagos, ni inquietudes, ni perezas; imagina que
la gula a veces está bien y que es real que la venganza hace mal al corazón,
imagina las muertas que injustamente han muerto revivir para entonces,
concretar sus cometidos, pero, aquello, piensa, es distinto a venganza; es
justicia. Imagina las vidas de los terrenales sin excesos pero, por supuesto,
con permitidos. Imagina la parsimonia de aquellos que se sienten perseguidos e
imagina también, el fin de las violencias y el fin de las guerras. En esa
atmósfera, los humanos están libres de pesares y los pies podrán caminar sin
atormentarse. Y es que el orden social la abruma. Imagina mucho, la verdad.
87, no lo ha olvidado. Sigue, con un nuevo y
sabroso café, la lectura. Sorprenden su indigente fe las figuras que la
historia cuenta, habla, grita o enmudece, incluso escalofríos recorren su
cuerpo. Parece sentir algo que jamás ha sentido: el miedo de seguir leyendo, y
al mismo tiempo, la necesidad, como si algo mas allá de lo que ella puede
controlar la incitara a seguir y a seguir. La sensación es algo así como estar
dentro de una habitación repleta de espejos. Ya está en la 198.
Recrea en sus pensamientos esquemas
“des-quematizados” y flores que marchitas reviven. Deconstrucción y
reconstrucción. Sigue leyendo, porque parar ya no puede. Ya no. Mira hacia
abajo, 267. Ya es de madrugada, y sabe: los desolados, desamparados,
perturbados, inquietos, impredecibles, son su mejor versión, a esta hora. Será
tal vez el arte que los conmueve o simplemente sus vacíos. 278. Sigue.
Al abrir sus ojos, somnolienta, reconoce
unos ruidos extraños, incómodos y casi incomprensibles. Se levanta de su
sillón, tambaleando, deseando ya volver a la brevedad, para salir e investigar
de dónde provienen aquellos sonidos. Se alerta cuando interpreta que son voces
que conversan en su puerta, escucha: “bruja, insolente, hoguera”. Reúne
fuerzas, vaya a saber el motivo que la alienta a hacerlo, y su puerta abre.
299, casi el desenlace.
Jamás será maldito aquello por lo que se ha
luchado. 300. Siente un golpe en su mejilla izquierda y cae. Casi que al
instante el calor se apodera de su cuerpo y su mirada es dirigida a quienes han
sido injustos. Porque unos ojos convincentes, saben a dónde mirar. Se escucha
arder: ella, sus palabras, sus silencios, los gritos, la valentía. Fuego,
mujer. Marlene, destruye; como suena en “Destrucción”.
301, el humo purifica las almas de aquellas
que han venido a desistir, no teman las que prosiguen a este hoy, no teman.
302, no teme. El fuego ha llegado: justicia
por el porvenir. El silencio enmudece, pero dice mucho.
El libro en su biblioteca tiene su lugar.
Ahora solo resta gritar lo que aquellas han callado.
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