TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA

Este blogfolio nació en 2008 para convocar la palabra escrita de las y los alumnos del TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA de primer año del Profesorado en Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Villa María, provincia de Córdoba, Argentina.

Trabajamos intensamente en clases presenciales articuladas con un aula virtual que denominamos, siguiendo a Galeano, Mar de fueguitos.

Allí nos encontramos a lo largo del año para compartir los procesos de lectura y de escritura de ficción. Como en toda cocina, hay rumores, aromas, sabores, texturas diferentes, gente que va y viene, prueba, decanta, da a probar a otro, pregunta, sazona, adoba, se deleita. Al final, se sirve la mesa.

Como cada año, publicamos los cuentos que cada estudiante escribió como actividad de cierre del taller para compartir con quien quiera leernos y darnos su parecer. Hemos trabajado explorando el género narrativo, buceando en las múltiples dimensiones de la palabra. Para ello, la literatura será siempre ese espacio abierto que invita a ser transitado.

Hemos ido incorporando, además y entre otras muchas experiencias de escritura creativa, el concepto de intervención performativa sobre textos y de patchwriting.

El equipo de cátedra está conformado por Jesica Mariotta, Natalia Mana y Mauro Guzmán, quienes le ponen intensidad amorosa al trabajo del día a día, construyendo un hermoso vínculo con las y los estudiantes.

Beatriz Vottero - coordinadora


LUCÍA PÉREZ

La niña pájaro

Era una mañana tranquila y cristalina. En un pequeño pueblo rodeado por árboles y animales, ya era miércoles, mitad de la semana. Eran las nueve en punto de la mañana cuando Zaira, una niña con ojos claros y piel morena, ya estaba lista para saltar de la cama e ir a despertar a su abuela con un enorme abrazo, y así lo hizo: bajó de la cama de un salto, buscó debajo sus pantuflitas de conejo y, despeinada, cruzó el pasillo que separaba los cuartos.

-¡Abuela!

Finalmente, ya echada sobre el inmenso cuerpo, escuchó la risa de Sarabi; Zaira sabía que la abuela siempre se despertaba bien temprano, sólo que le gustaba hacer fiaca porque era muy pronto para levantarse.

-¡Zaira! ¡Cómo estás, mi niña?

-Hoy tengo que estar muy bien abuela, ¡ya tengo nueve!

Sarabi sonrió con nostalgia, no quería recordar cuánto había crecido su nieta, estaba segura de que si no resistía, varias lágrimas se le escaparían. Rodeó a la niña en un fuerte abrazo, uno de esos que le das a alguien cuando no quieres que se vaya, y rápidamente la soltó para levantarse.

-Vamos a la cocina, m’hija

-¡Sí! ¿Puedo cocinar yo, abuela?

-Claro que no, te vas a quemar

La casa de Sarabi era sencilla y de un piso. La cocina estaba en el primer cuarto, pintado del color de la esperanza. Los dos dormitorios, que se miraban de frente, estaban en el pasillo, y el baño se encontraba al final.

El ambiente se pintaba de serenidad cada mañana; esta vez, estaba coloreado de felicidad: por fin retornaría a la escuela, su abuela se lo había prometido. Con aquello en mente pudo degustar su desayuno favorito, aunque en el fondo de su corazón algo la agobiaba.

-¿Qué te pasa, mamita?

-Es que… otra vez soñé lo mismo, abuela

Sarabi intentó tranquilizarse, pero no le era fácil. Hacía varias noches que Zaira se despertaba traspirada y agitada. La abuela quería pensar que era normal tener pesadillas, aunque Zaira nunca recordaba el sueño. Lo más raro era que la niña siempre se levantaba con una pluma azul en la mano, y ninguna de las dos podía explicarse cómo ni porqué. Posiblemente fuera sonámbula, ¡quién sabe qué hace una cuando está dormida!

-Después discutiremos eso, ahora… te tengo un regalo

-¿¡En serio!?

Sarabi le mostró un gran paquete que sacó de sus espaldas y la morena corrió hacia él con emoción. No quería romper el lindo envoltorio así que, con cuidado, lo abrió hasta descubrir una brillante mochila.

   -¡Te acordaste!

-Pero claro, vos pediste ir a la escuela, ¿no? Pues ahora tienes lo necesario, vamos que se hace tarde

-Gracias abue

Ya preparada, juntas partieron hacia el centro del pueblo, que se encontraba lejos ya que la casa de la abuela se situaba a las afueras, a unos pasos de la arboleda.

Zaira disfrutaba mucho cada paseo por esa arboleda, le gustaba ver a los pájaros cantar e ir de rama en rama. Por alguna extraña razón, sentía que ellos la miraban y que se entendían.

Una vez, estando en el bosque, alguien del pueblo la descubrió y salió corriendo a contarles a los demás. Desde entonces la llamaban “Niña Pájaro”, aunque luego no se escuchó más y se esperaba que lo hubiesen olvidado.

Después de caminar varias cuadras, llegaron a la escuela. Una mujer alta y seria la condujo a su aula, y allí la presentó a sus compañeros y maestra. Algunos estaban cansados, otros la miraban raro y cuchicheaban entre sí. La enviaron a sentar con una niña que ni siquiera se había percatado de su presencia. Zaira, entonces, intentó iniciar un diálogo:

-Hola –la niña se giró hacia ella sorprendida y de inmediato le sonrió simpática.

-Hola, ¿sos nueva? –Zaira asintió e inconscientemente se rascó el brazo. Su compañera parecía estar contenta.

-¿Y cómo te llamas?

-Zaira, ¿y vos?

-Eva

Al final de la clase, las dos ya eran amigas. El inconveniente ocurrió después, durante el recreo. Eva le contaba anécdotas de su vida cuando otras niñas decidieron acercarse.

-Eva, no te juntes con ella, es la que habla con los animales

Los demás que habían escuchado la miraron sorprendidos, no podían creer que Ella estuviera allí. Eva se volteó a su amiga preguntando en silencio si era verdad, pero Zaira sólo agachó la cabeza. Durante el resto de la clase, Eva se apartó de ella.

Luego de la escuela, muy triste, se dirigió al bosque; estaba segura de que sus amigos de los árboles la entenderían y se sentiría mejor nuevamente.

A la mañana siguiente, Eva seguía ignorándola y los demás niños todavía susurraban sobre ella. Pero esta vez no fue al bosque, hacía tiempo que no veía a su amigo Milo y decidió visitarlo.

   Milo vivía en el pueblo, en una casa bien pintoresca, envuelta de plantitas y flores. La morena saludó a Doña Teresa, una anciana encorvada muy bondadosa que la quería mucho y la guió a un cuarto cubierto de plantas, allí encontró a Milo en la ventana, dentro de la misma jaula que recordaba.

-¡Milo! Te extrañé, ¿cómo has estado? –éste comenzó a pitar dulcemente.

Milo era un guacamayo azul que Doña Teresa tenía desde que conoció a Zaira, solían tener largas charlas y a veces cantaban juntos. Esta vez no fue diferente, excepto por la picazón en el brazo de la niña.

De repente, se le ocurrió una idea; le pidió permiso a la doña para llevar el ave a la escuela y enseñarles su canto a sus compañeros, tal vez así podrían descubrir la maravilla de los pájaros. Doña Teresa aceptó y Zaira se lo llevó a casa para contarle a la abuela. Al llegar, se lo escondió detrás de la espalda tal como había hecho la abuela con la mochila, y entró emocionada a la cocina.

-Abuela, se me ocurrió una idea para presentar en la escuela

-¿Ah, sí? A ver

-¿Te acordás de Milo? El guacamayo que iba a visitar

-Ah, sí. Todavía me pregunto cómo lo encontraste en el bosque

-No abuela, Milo de Doña Teresa –Sarabi frunció el ceño tratando de recordarla.

-¿Qué Doña Teresa, mamita?

-La que vive en la esquina de la panadería –comentó, rascándose el brazo, extrañada de que no la recordase.

Sarabi se quedó mirándola en silencio por unos minutos, congelada. Bajaba la mirada al brazo que Zaira se frotaba y volvía a su cara. Algo andaba mal.

-Zaira, esa casa… es decir, Doña Teresa ya no vive ahí

-¿Cómo que no? Si yo fui hace un rato

-Zaira, mamita, no vive nadie en esa casa porque Doña Teresa murió

-Pero… no, mirá, acá está Milo –dijo levantando la jaula, vacía y oxidada. La abuela se llevó las palmas a la boca, sin poder contener las lágrimas.

Zaira comprendió de pronto, dejó caer la jaula y siguió rascándose el brazo con furia. Sarabi no sabía qué hacer, lo único que le dictó su conciencia fue correr lejos de allí.

-¡Abuela!

-Zaira, ¿qué pasó, cariño? –la niña se aferró fuertemente a su cintura.

-Otra vez soñé lo mismo, fue horrible

-Tranquila, fue una pesadilla, ya pasó –Sarabi le acaricia el cabello suavemente mientras la niña abre la mano y deja ver una larga pluma azul.


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