La máquina
Todo sucedió una mañana, cuando con mi familia
nos mudamos a una nueva casa en Santiago del Estero. Dejé mis bolsos y decidí
ir a recorrer el barrio.
En el andar de mis pasos me encontré con un
descampado en el que se encontraba un objeto extraño cubierto por una lona
negra. Mi curiosidad había despertado y quise descubrir de qué se trataba.
Observé a mi alrededor para corroborar que nadie me viera y retiré la lona.
Cuánta fue mi sorpresa al ver que se trataba, como decía su propio rótulo, de
una “máquina viajera”. Rápidamente comencé a buscar que tuviera algún
instructivo para usarla, y por fortuna, sí había.
Luego de unos segundos empiezo a seguir los
pasos para encenderla y de pronto aparece escrito en una pantalla: ¿Te gustaría
viajar a través de esta máquina? ¿sí o no?, me puse muy nervioso, no sabía qué
tan malo podía ser acceder a ella, pero tomé coraje y presioné sí. Rápidamente
se abrió una pequeña puerta, entré y de inmediato una luz blanca me trasportó a
un lugar extraño. Todas las personas que se encontraban allí tenían un aspecto
raro, medio punk, escuchaban música metálica y rock, hasta incluso todas las
casas estaban pintadas de negro y los autos volaban.
Al rato, una persona se me acerca y dice:
-Hola, me llamo Enoc, espera… eres igual a mí…
Para mi sorpresa Enoc era igual a mí. Luego de
titubear un momento, le respondí:
- Vos sos igual, ¿cómo eso es posible?
- No lo sé…
De inmediato le digo que el mundo del que yo
vengo no es para nada parecido a este, las casas tienen distintos colores y los
autos no vuelan. Enoc me contesta:
- Tengo una idea: ¿por qué no cambiamos
nuestras vidas?, así tú vivirás la mía y yo la tuya, ¿no te parece divertido?
Pensé… No lo sé, podríamos intentarlo.
En ese momento recordé que había leído en las
instrucciones que para volver debía buscar la máquina por el lugar al que me
había trasportado. Así fue que comenzamos a buscar. Enoc ingresó a ella y se
despidió de mí.
De pronto se oyeron los gritos de mi madre que
me buscaba muy preocupada. ¡Dónde te habías metido Estocolmo! Ahí estaba yo, en
pleno mediodía santiagueño saliendo de debajo de los restos de una lona vieja y
sucia, en un baldío de mi barrio nuevo donde no había más que trastos y basura,
abrazado a algo que ella juzgó como un juguete roto y desteñido lleno de pulgas
y de barro seco.
Hoy, después de tantos años, ya casi ni me
acuerdo de que alguna vez me llamé Enoc.
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