Contigo en mí
Suena reloj de
madrugada. Ana se estira y se remueve entre las sábanas. Había dormido poco, su
corazón estaba inquieto y alegre por las mariposas alborotadas en su panza.
Mientras se
ducha piensa en él. Siempre piensa en él. Tan experimentado, tan profundo, tan
maduro e impenetrable ante el mundo; y tan manso y tierno entre sus brazos.
Se apresura,
en breve inicia su turno en el hospital de niños de la ciudad. Por suerte vive
en un monoambiente a pocas cuadras de allí.
Ana ama su
profesión. La medicina le había permitido aflorar su innata vocación de
servicio. Ansía devolverle a la comunidad lo que la educación y la universidad
pública hicieron por ella. Una chica de sin demasiados recursos que, gracias a
su esfuerzo inquebrantable, logra estudiar en su propia ciudad. El estudio y la
profesión la llenan de buenos amigos que mitigan las penas de una infancia
difícil y un viejo desamor.
Mientras
desayuna frugalmente vuelve a sentirse inquieta, casi intrigada.
Todas las
mañanas espera su mensaje de buenos días, una palabra directo al corazón o
alguna balada de Sabina. Pero este lunes por la mañana el teléfono no sonó.
Tampoco durante el fin de semana. Sabía que él estaría con sus hijos.
Apenas ingresa
a su despacho, se encuentra con Marita, su compañera de cursado de toda la
carrera.
-Ana, acaban de internar al director de la
terapia intensiva por Covid +. Al parecer con fiebre elevada e insuficiencia
respiratoria-
Los días de
trabajo se vuelven interminables y de silenciosa espera, hasta que al fin se vislumbra
una mejoría.
Ya fuera de terapia,
a Carlos le retiran el respirador y pasa a sala común de recuperación. Ana se
escabulle para verlo unos minutos, no puede contarle a nadie que tuvo tanto miedo
de perderlo.
Una nueva
jornada que termina a deshora. Llega a su casa muy cansada, se quita la ropa en
la entrada. Enciende el lavarropas, desinfecta sus zapatos de calle con alcohol,
baja la intensidad de las luces, pone una vieja canción, de esas que él suele
dedicarle, y se sumerge bajo la ducha. El agua corre mansamente por su cuerpo,
como cascada de agua fresca. Él está en
su mente, más presente que nunca.
De pronto siente
una brisa que se cuela por debajo de la puerta. – Dejé la ventana entreabierta –piensa. Pero allí lo ve, abriendo la
puerta del baño ante su desnudez. – ¡Qué
felicidad! ¡Te dieron el alta! ¿Por qué no me avisaste y te esperaba?
– Así estás perfecta, este es nuestro tiempo- le dice él,
callándole la boca con un beso de antesala a una noche inolvidable.
Suena el reloj
de madrugada. Ana se estira y se remueve entre las sábanas. Había dormido poco,
su corazón estaba inquieto y alegre por las mariposas alborotadas de su panza. Carlos
ya no estaba. -Seguramente salió temprano
hacia el hospital. Ya me escribirá más tarde – piensa-.
Apenas llega,
todo el personal se encuentra alborotado, Marita tiene el horror en la mirada.
- ¿Dónde estuviste Ana? Te llamé anoche
varias veces para avisarte. ¡No pudieron reanimarlo! Y eso que había
salido de peligro. ¡Es una locura! Esta pandemia nos va a llevar a todos…-
Un ahogo la
aprisiona y un ardor le trepa la garganta. Le duele el pecho.
En su
auricular suena Sabina…
No hay comentarios:
Publicar un comentario