Recuerdos
Florencia mira atentamente a través de
la ventana: otra noche más de tormenta. Los indicios están claros: el cielo
nublado, la luna casi desaparecida y las fuertes oleadas de viento que mecen a
los árboles y a algunas plantas más pequeñas que había plantado su hermano
menor ayer nomás, para darle un toque de color al jardín. Después de las arduas
remodelaciones que sufrió la casa, ese toque de color era como un listón final.
Mirar por la ventana, con sus ojazos
color chocolate, era una rutina que Florencia se había impuesto durante varios
meses, después de lo que pasó. Siempre a la misma hora y en el mismo lugar. La
pequeña sala en donde la familia solía reunirse a desayunar casi todos los
días, ahora estaba repleta de libros, plantas y de una mecedora gastada, en
donde Florencia se sentaba para cuidar de la casa que con tanto esfuerzo habían
logrado reconstruir.
Los gritos llegaron cuando las
primeras gotas tocaron el suelo. Sonrió ante aquello, se recostó y empezó a
mecerse para relajarse, mientras su vestido desgastado y un poco sucio tocaba
el piso y se movía al compás de sus movimientos.
El crujido del piso gastado de madera
delataba el sonido de los pasos. El perfume del muchacho se impregnaba en todos
los muebles, en todos los libros, en todas las plantas, las voces se
intensificaban, parecía como si cada vez estuvieran más cerca.
La felicidad la invadió de nuevo.
Florencia se mece relajándose, con la ventana abierta para sentir la brisa, el
frío y algunas gotas de agua que logran tocarle la piel. En el jardín, el muchacho
sonriente, de ojos color chocolate, acomoda las coloridas plantas que son como
el listón final de la casa recién remodelada.
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