TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA

Este blogfolio nació en 2008 para convocar la palabra escrita de las y los alumnos del TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA de primer año del Profesorado en Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Villa María, provincia de Córdoba, Argentina.

Trabajamos intensamente en clases presenciales articuladas con un aula virtual que denominamos, siguiendo a Galeano, Mar de fueguitos.

Allí nos encontramos a lo largo del año para compartir los procesos de lectura y de escritura de ficción. Como en toda cocina, hay rumores, aromas, sabores, texturas diferentes, gente que va y viene, prueba, decanta, da a probar a otro, pregunta, sazona, adoba, se deleita. Al final, se sirve la mesa.

Como cada año, publicamos los cuentos que cada estudiante escribió como actividad de cierre del taller para compartir con quien quiera leernos y darnos su parecer. Hemos trabajado explorando el género narrativo, buceando en las múltiples dimensiones de la palabra. Para ello, la literatura será siempre ese espacio abierto que invita a ser transitado.

Hemos ido incorporando, además y entre otras muchas experiencias de escritura creativa, el concepto de intervención performativa sobre textos y de patchwriting.

El equipo de cátedra está conformado por Jesica Mariotta, Natalia Mana y Mauro Guzmán, quienes le ponen intensidad amorosa al trabajo del día a día, construyendo un hermoso vínculo con las y los estudiantes.

Beatriz Vottero - coordinadora


VALENTINA DEMARCHI


Simultáneo


Fue ahí cuando la vi. Me miraba con desconfianza, como si escondiera un secreto. Era una mujer rara, Andrée. Ese día fui para mi casa y vomité tres gatitos. Debo admitir que pasar de vomitar un gatito al día, a tres, dejaba mi garganta a la miseria. Podía notar, al tragar, cómo me ardía, cerca del paladar, y si mirabas muy de cerca hasta podías observar los rasguños. Un día, después de vomitar un gatito, fui al médico, se preocupó porque “tenía la garganta cortada”. Le podría haber dicho que había vomitado dos gatitos un poco gorditos, pero opté por mentirle que me había lastimado con las uñas al tener que vomitar. “Bueno, ya no lo hagas más, que se te puede infectar” ¿Te imaginás Andrée? Qué sé yo, para mí, me mintió el doctor, no creo que se te pueda infectar la garganta por vomitar gatitos. El que vomité la semana pasada hace tres días que no duerme. Como él, hace tres días que yo tampoco duermo. No puedo dormir y dejarlo ahí, llorando, triste y solo. Demasiado tengo con dejarlos cuando debo ir a trabajar. Ya ves, Andrée, después de vomitar diez gatitos tenés el corazón en la boca como cuando tenés hijos. Por eso, Andrée, tengo la casa desordenada todo el tiempo, es un quilombo. Como si fuéramos tantos. A los gatitos les encanta romper, arañan el tapiz, la madera, la pared (aunque no tanto porque los lastima) y la cama. Tengo todo desordenado y los gatitos no me dejan dormir cuando pasan sus uñas por algún lado, con el ruido chirriante que eso produce. Al gato negro le encanta afilárselas, está todo el día así y solo para para comer. Ay, pobre negrito. Me apena mucho tener que contar esto, pero un día lo intenté matar y ya ves, Andrée lo que dicen, que los gatos tienen siete vidas, pues debo admitir que es verdad. O por lo menos más de una vida tienen. Ay, pobre negrito, recuerdo bien cómo lo quise asfixiar con la almohada. Puse la almohada en su cabecita pequeña (aunque abarcaba todo su cuerpecito) y empecé a aplicar fuerza. Esperé 1,2,3 minutos y lo saqué y el negrito seguía intacto, bah, medio atontado por la falta de oxígeno, pero ahí estaba. Opté por probar otra vez, esta vez lo dejé 15 minutos. Con 15 minutos sin oxígeno el gato debía morir, pero no, Andrée, cuando saqué la almohada estaba toda arañada y había algodón por todos lados. Qué sé yo Andrée, los gatitos son de hierro. Después de eso no intenté asfixiar a ningún otro, aunque debo admitir, Andrée, que más de una vez he tenido el deseo. Bueno, creo que me fui por las ramas. Como decía, al otro día, la volví a ver. Yo sé, Andrée, que no debería andar mirando a mujeres por la calle, ni tendría que contarte esto, pero pasó algo peculiar. Ese día la mujer caminó, erguida y desconfiada; y cuando yo la miré a los ojos (porque siempre miro a los ojos a las personas) la mujer bajó la cabeza a mi garganta, Andrée. Como si supiera. Me puse nervioso, me empezaron a sudar las manos y sentí cómo el calor recorría mi cuerpo. Ella también parecía nerviosa. Esa noche estuve pensando todo el tiempo en ella. En cómo bajaba los ojos y miraba mi garganta. Yo creo, Andrée, que sabe de los gatitos. Después de eso no la vi más, y yo ya vomitaba menos gatitos. Ya no tenía la garganta tan lastimada y cuando podía, tomaba té con miel para aliviar el dolor, pero estaba mejor. Yo sé que insisto mucho con esta mujer, Andrée, que por cierto no me atrae para nada, pero es que el miércoles, después de una semana de nuestro último encuentro, la volví a ver. Esta vez se la notaba más tranquila. Recuerdo que estaba en la plaza fumando un cigarrillo cuando me acerqué, después de titubear un rato, y le pedí fuego. Cuando me lo estaba dando me volvió a mirar la garganta. Yo no podía más y hasta ya sentía bronca, pero quería saber qué sospechas tenía sobre mí. Cuando le devolví el encendedor apareció su hijo, Luc. Era un niño delgado y alegre, con mucha energía. Me saludó. Debo admitir, Andrée, que la madre era rara, pero el niño, ay, el niño tenía algo, algo extraño también. Al día siguiente, me invitó a tomar un café a su casa. A la tarde fui y por qué no, le llevé un gatito a Luc, le llevé al negrito. “Tomá, es muy manso” le dije y tomé mi café. Luc tenía 13 años y después de mirarlo mucho descubrí que se parecía tanto a mí, Andrée, es decir, se parecía mucho a mí cuando yo tenía su edad, aunque no recuerdo bien, porque la memoria me falla de vez en cuando, recuerdo que sus manos, su rostro y sus expresiones eran muy parecidas a las mías de niño, la torpeza al jugar, todo. Así fue como me empecé a juntar más con Luc, Andrée, y con su madre avejentada, creo que me faltó aclarar que la madre era medio grande. Todas las semanas iba a casa de Luc, tomaba el café que su madre preparaba y hablábamos. De la guerra, de la desocupación y de Luc. Durante el día yo podía hacer mi vida tranquila, a los gatitos los vomitaba de noche. Entre las 22:00 y las 23:00 horas, especialmente. Debo admitir que después de tomar café en la casa de la madre de Luc los gatitos me empezaron a salir como castaños, color café. Como te dije, Andrée, Luc se parecía a mí hasta en detalles pavos, es decir, Luc había pasado por una enfermedad que parecía interminable, al igual que yo a esa edad. Yo me había quebrado el brazo derecho y Luc el tobillo. Quiero decir, Andrée, ¿no sospechás que son demasiadas coincidencias? Porque yo sí, pero no me asusta, no, porque a raíz de conocer a este niño y de conocer su historia pude llegar a una conclusión, Andrée: somos inmortales. Sí, parece una locura, Andrée, pero con esto puedo llegar a una única conclusión, más específica. Luc va a vomitar gatitos como yo, o tal vez ya ha vomitado alguno, quiero decir, yo no recuerdo muy bien mi infancia, pero sí recuerdo haber vomitado una bola de pelos alguna vez, salían como los gatitos, secos y limpios, pero tal vez lo soñé y no lo recuerdo. Ahora bien ¿qué debería hacer? ¿tendría que decirle a Luc que va a vomitar gatitos? ¿si le digo, no se irá a asustar? Entonces no sé qué hacer Andrée, decime, Andrée ¿vos te asustarías si te digo que de acá a quince años vas a vomitar gatitos? Aunque, si Luc es como yo, estoy seguro que no se va a asustar.
 Un día decidí contarle. Los miércoles siempre iba a tomar el café y decidí hacerme el cuentista y contarle a Luc lo que me pasaba, en forma de relato. Le dije que hay gente que vomita gatos (aunque no sé si existe alguien más que yo y él) y también le dije que salen gatos secos y limpios y que debe comprarse anestesia para las encías y tomar un poquito en caso de que duela mucho la garganta. También le dije que a la gente que vomita gatos después le cuesta mucho tomar alcohol, que si tenés la garganta lastimada y tomás alcohol seguramente va a arder. Aunque si no tenés la garganta lastimada podés tomar alcohol tranquilo para que no te duela vomitar gatitos y como premio le traje otro de mis gatitos. En casa me quedaban once. Debo aclarar que los gatos que uno vomita no crecen. También le conté esto. El gato que le había regalado hace tiempo atrás sí había crecido, pero fuera de casa. En mi casa y en mi placar no crecen. Entonces le di el gatito, y lo saludé. Luc le puso mi nombre. Saludé a la madre y me fui. Desde ese día, Andrée, no volví a ver a Luc, ni a los gatitos, ni a la mamá, y tampoco vomité más gatitos. Tuve que dar en adopción los que ya tenía y me quedé con uno. Un gato negro al que le faltaba un ojo y que por eso nadie lo quería adoptar. Por supuesto, se llama Luc.

Nota: se han intervenido fragmentos de los cuentos Una flor amarilla y Carta a una señorita en París, de Julio Cortázar


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