TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA

Este blogfolio nació en 2008 para convocar la palabra escrita de las y los alumnos del TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA de primer año del Profesorado en Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Villa María, provincia de Córdoba, Argentina.

Trabajamos intensamente en clases presenciales articuladas con un aula virtual que denominamos, siguiendo a Galeano, Mar de fueguitos.

Allí nos encontramos a lo largo del año para compartir los procesos de lectura y de escritura de ficción. Como en toda cocina, hay rumores, aromas, sabores, texturas diferentes, gente que va y viene, prueba, decanta, da a probar a otro, pregunta, sazona, adoba, se deleita. Al final, se sirve la mesa.

Como cada año, publicamos los cuentos que cada estudiante escribió como actividad de cierre del taller para compartir con quien quiera leernos y darnos su parecer. Hemos trabajado explorando el género narrativo, buceando en las múltiples dimensiones de la palabra. Para ello, la literatura será siempre ese espacio abierto que invita a ser transitado.

Hemos ido incorporando, además y entre otras muchas experiencias de escritura creativa, el concepto de intervención performativa sobre textos y de patchwriting.

El equipo de cátedra está conformado por Jesica Mariotta, Natalia Mana y Mauro Guzmán, quienes le ponen intensidad amorosa al trabajo del día a día, construyendo un hermoso vínculo con las y los estudiantes.

Beatriz Vottero - coordinadora


GASTÓN GALLARDO SEGUÍ


La violencia del silencio


Fui a verla por expreso pedido de su médico. El enfermero de turno, que llevaba la mirada tan perdida como la de los internos, me hizo pasar a la sala de espera. El lugar daba pena; un amplio salón de paredes descascaradas e iluminado por tubos fluorescentes cuyas ventanas estaban atravesadas por dos clases de enrejados, uno interno de barrotes gruesos, y otro externo, de alambre oxidado. El salón estaba vacío, pero se sentía la desesperación de las que pasaron por ahí. Almas aterrorizadas y aterrorizantes que se aferraron a las paredes y nunca lograron descansar.
Cuando me llamó Clara quedé shockeada. “Violaron a tu hermana –me dijo– escuché un auto arrancar e irse volando y las gallinas se pusieron locas. La encontré en la casita del frente, mudó su habitación ahí”. Dieciséis años tiene, y estos hijos de re mil yuta le arruinan la vida por puro morbo. Cuando la encontró en el piso, llamó a la ambulancia del pueblo y arrancó para la ciudad. Hace quince años me fui y siguen usado la misma furgo para no invertir en una ambulancia en serio. Negligencia inaudita. No es que pase mucho en un pueblo de 2000 habitantes, pero… ahí fueron. En la antena de la radio flotaba locamente la bandera con la cruz roja, y se corría a cien kilómetros por hora hacia las luces que crecían poco a poco, sin que ya se supiera bien por qué tanto apuro, por qué esa carrera en la noche entre autos desconocidos donde nadie sabía nada de los otros, donde todo el mundo miraba fijamente hacia adelante, exclusivamente hacia adelante.
Para cuando llegué al hospital, a Sofi ya le habían dado el alta, Clara había hecho la denuncia y el mundo mantuvo su vista al frente. Nada más que un “pobrecita”, o un “tan joven”. No dijeron nada de cómo iba vestida porque la encontraron en su propia casa, pero no me hubiese sorprendido. Nadie habla de lo violento que es el silencio. Callar lastima más que cualquier arma.
Dos meses pasaron sin que Sofi salga de su encierro. “No sale de la pieza” –me dijo Clara–. Me despierta el timbre de casa. Segundo shock: “quiero abortar –me dice llorando– No puedo ten… no quiero, no puedo, no”. ¿Qué le voy a decir? Contacto con el Colectivo Feminista, hablo con Jenny: “Clínica Clandestina. Son buena gente, pero no están equipados. No esperes más de lo que les estás pagando”. Turno: 23 de marzo, 2 am, en pleno centro. La acompaño, dejo la plata y me dejan afuera. Horas después, no sé cuántas –muchas–, me hacen pasar:
— El médico quiere que la veas —me dice el enfermero, como perdido.
Me encierran en la sala de espera. No podía definir si era una clínica o una cárcel. Poca luz, rejas, alambres. Quien supongo el médico me llama. Entro a la sala, lloro.
Desde ese día no puedo dejar de recrear lo que vivió aquella noche, tan vívido y brutal como me lo contó. Por odio, por morbo, por amor, por mi hermana y por todas las que lo vivimos, imagino:
—¡Soltame! ¡Dejame! —grito sacudiendo la pierna. Pero soy atraída.
—¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloro imperiosamente. Trato de sujetarme del borde, pero me arrancan y caigo.
—Mamá, ¡ay! Ma. . . —No puedo gritar más. Uno de ellos me aprieta el cuello, apartando mis bucles como si fueran plumas, y los otros me arrastran de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándome la vida, segundo por segundo.

Nota: se han intervenido fragmentos de los cuentos Letras modernas, de David Voloj; Autopista del sur, de Julio Cortázar; y La gallina degollada, de Horacio Quiroga.


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