Viaje de ida
Palabra de honor, no la había visto en la perra vida.
Eran como la una y media de la mañana, en pleno enero, y como el Gallego cierra
el bar a la una en punto, sea invierno o verano, yo me iba para mi casa, con
las manos metidas en los bolsillos del pantalón, caminando despacio y silbando
bajito bajo los árboles. Era sábado, y al otro día no laburaba. La mina arrimó
el Bora al cordón de la vereda y empezó a andar a la par mía, en segunda. Cómo
habré ido de distraído que anduvimos así cosa de treinta metros y ella tuvo que
frenar y llamarme en voz alta para que me diera vuelta. Lo primero que se me
cruzó por la cabeza era que se había confundido, así que me quedé parado en
medio de la vereda y ella tuvo que volver a llamarme. No sé qué cara habré
puesto, pero ella se reía.
- ¿A mí, señora? -le digo, arrimándome.
-Sí -dice ella-. ¿No sabes dónde se puede comprar algo
de merca?—
Se había inclinado sobre la ventanilla, pero yo no podía
verla bien debido a la sombra de los árboles. Los ojos amarillos, como los de
un gato; se reía tanto que pensé que había alguno con ella en el auto y estaban
tratando de agarrarme para la joda. Me incliné. — ¿Merca? ¿Dijo merca?—
—Sí, haceme la
onda y tirame el dato —dijo la mina. Por la voz, le di unos treinta años. El
Gallego sabe tener algunas cosas para los clientes más frecuentes, aunque nunca
en grandes cantidades porque mayormente es para él. Si uno de nosotros se
quiere tirar una cana al aire, se lo dice y el Gallego le contesta en voz baja
que vuelva a los quince minutos.
—De acá a tres cuadras hay un bar —le dije—. Sabe tener
de vez en cuando. Tiene que ir hasta Crespo y la Avenida. ¿Conoce? —Más o menos
—dijo.
Me preguntó si estaba muy apurado y si quería
acompañarla. "Cagué, pensé; una vieja alzada que quiere cargarme en el
auto para tirarse conmigo en una zanja cualquiera”. El corazón me empezó a
golpear fuerte dentro del pecho. Pero después pensé que si por casualidad el
Gallego no había cerrado todavía y me veía aparecer con semejante mina en un
auto como el que manejaba, bajándome a comprar merca, todo el barrio iba a
decir al otro día que yo estaba dándome a la mala vida y que estaba por dejar
de laburar para hacerme dealer. Para colmo, en verano las viejas son capaces de
amanecer sentadas en la vereda.
—Te acompaño— le dije realmente sin ganas — Sino el
Gallego es capaz de meterte un tiro—
Aunque mi respuesta fue medio desubicada vi como la mina
medio se reía. Después de la compra, planeaba irme a casa como tenía pensado
antes, pero…
—Voy a una fiesta ¿Venís? — Me dijo con su mirada felina
de ojos amarillos casi prendida fuego
—Parece que no me queda de otra— Le contesté medio
haciéndome el boludo, estaba regalada y no iba a rechazar una fiesta gratis.
Media hora en auto, avenidas, bulevares, calles, en todo
el camino nos metimos mano cada vez que estaba un poco oscuro el camino para
disimular un poco. Ya fuera de la ciudad se veía una sola casa de campo al
final de la calle, todo iluminado y lleno de gente. Antes de bajar ella inhaló
un poco y me dio a mí también, ya listos bajamos del auto y entramos a la casa
repleta de gente, alcohol y drogas.
—¡Vení pibe! —
escuché entre la multitud decir a la mina. Por un segundo me pareció ver en su
cara rasgos que no eran humanos, como si fuera algo más reprimiéndose por salir
y sentí pánico, pero me contuve y seguí con la diversión. Al cabo de casi dos
horas, se cortó la música y el DJ empezó a hablar, la verdad no entendía nada y
mirando alrededor me di cuenta que no era el único que estaba así, pero en
cambio había otros que lo escuchaban atentamente casi en trance. Entre los que
escuchaban atentamente estaba ella, traté de hablarle pero me ignoraba y a la
vez me sonreía. Nuevamente vi ese destello de una imagen que no era humana en
su cara.
—…entonces damos por empezado el banquete— dijo entre la
confusión el Dj, de la nada el destello que no era humano en la cara de la mina
se vio en casi la mitad de las personas que podía llegar a ver, entre el miedo
y la confusión la vi… transformarse en un monstruo entre gato y mujer para
saltar sobre mí.
Nota: se han intervenido
fragmentos del cuento Verde y negro, de Juan José Saer.
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