TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA

Este blogfolio nació en 2008 para convocar la palabra escrita de las y los alumnos del TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA de primer año del Profesorado en Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Villa María, provincia de Córdoba, Argentina.

Trabajamos intensamente en clases presenciales articuladas con un aula virtual que denominamos, siguiendo a Galeano, Mar de fueguitos.

Allí nos encontramos a lo largo del año para compartir los procesos de lectura y de escritura de ficción. Como en toda cocina, hay rumores, aromas, sabores, texturas diferentes, gente que va y viene, prueba, decanta, da a probar a otro, pregunta, sazona, adoba, se deleita. Al final, se sirve la mesa.

Como cada año, publicamos los cuentos que cada estudiante escribió como actividad de cierre del taller para compartir con quien quiera leernos y darnos su parecer. Hemos trabajado explorando el género narrativo, buceando en las múltiples dimensiones de la palabra. Para ello, la literatura será siempre ese espacio abierto que invita a ser transitado.

Hemos ido incorporando, además y entre otras muchas experiencias de escritura creativa, el concepto de intervención performativa sobre textos y de patchwriting.

El equipo de cátedra está conformado por Jesica Mariotta, Natalia Mana y Mauro Guzmán, quienes le ponen intensidad amorosa al trabajo del día a día, construyendo un hermoso vínculo con las y los estudiantes.

Beatriz Vottero - coordinadora


Valentina Rojas

Pasaje

 “Bueno, es hora de empezar”, pensó ignorando el frío, tomado firmemente de la barra de apoyo. También dejó de lado la miseria de postguerra, los miles de casos de tuberculosis y habitations à loyers modérés. El ruido del metro no le molestaba, tampoco el bullicio de las demás personas que lo acompañaban ni mucho menos los virajes del transporte que lo obligaban a tomar más fuerte la barra metálica. “Ya tengo dos personajes pensados. Dos mujeres. Una va a ser argentina, de piel morena, joven y se llamará Dina; y la otra va a ser… ¿argentina o española que vive en Argentina? Argentina, mejor. Y se va a llamar Valentina, con algún apellido español. Lo que soñé anoche fue bastante flojo de detalles, pero de fuertes sensaciones. Quiero retratar esas emociones en el cuento.  Primero voy a elegir un lugar, después veo qué ocurre allí”.
Salió de sus cavilaciones y miró a su alrededor. Sintió algo en su mano que lo distrajo. Bajó la cabeza y vio que un dedo pequeño envuelto en un guante negro se había trepado, apenas, sobre su propia mano de guante marrón. Vio que éste venía de una manga de piel de conejo más bien usada, de una mujer, una mulata que parecía muy joven y miraba hacia abajo, ajena. Se extrañó, mas no dijo nada. Fijó sus ojos en ella. Notó la mata de pelo encrespado bajo la capucha del abrigo. “Con el calor que hace acá adentro bien podría echarse para atrás la capucha”, pensó, crítico. Entonces sintió que el dedo le acariciaba de nuevo el guante, primero un dedo y luego dos trepándose sobre su mano.
- Disculpe, ¿Señorita? – dijo tratando de no sonar molesto, ya que no lo estaba. Curioso, digamos.
De repente la joven se sobresaltó y despegó rápidamente su mano de la del escritor al tiempo que el metro viraba y si no hubiese sido porque él la agarró con su mano libre, ella hubiera sufrido una gran caída. 
- Perdón, perdón – dijo en español luego de que la soltara.
- ¿Estás bien? –contesté, a mi vez, en español.
- Es siempre así – dijo la muchacha -. No se puede con ellas.
- ¿De qué habla?
- No lo entendería. No entienden o no quieren, vaya a saber, pero no se puede hacer nada contra.
- ¿Por qué no aceptar lo que está ocurriendo sin pretender explicarlo, sin sentar las nociones del orden y de desorden?
- ¿Cómo?
- Nada, se me acaba de ocurrir.
Llegaron a la estación Saint-Michel. El escrito se despidió de la joven de piel morena y manos inquietas, tal vez con vida propia, y siguió su camino. “¿En qué estaba? Ambientación, sí”. Dio unos pasos por el andén de la estación, pensando. “Podría ambientarse en un lugar como este: aire estancado y caliente de las galerías del metro, frio y llovizna afuera, una muchacha extraña. Dina”. 
Saliendo del metro casi se choca contra un par de viejos no tan viejos, les pidió disculpas, pero estos ni se percataron. Siguieron hablando, en un castellano argentino inconfundible. Uno de ellos le llamó la atención: tenía el cabello más largo de lo que comúnmente se ve en París y una barba y bigote bastante poblados, era apenas más alto que el joven no tan joven escritor, lo cual tampoco era muy visto considerando que siempre sobresalía en las multitudes.
- Argentina merece algo mejor que a ese tipo como presidente –dijo con una mezcla de desprecio y lástima el más alto.
“Coincido totalmente” pensó el escritor, “Imaginate que preferí renunciar a mis cátedras antes de verme obligado a ‘sacarme el saco’, como les pasó a tantos colegas que optaron por seguir en sus cargos”.
- ¿Tan malo es ese Viola? En realidad no estoy al corriente de la situación argentina -contestó el otro.
- En Buenos Aires quebraron 35 empresas del grupo Sasetru y hay pedidos de captura para varios empresarios. Económicamente, es notable la preferencia por la compra de divisas; hasta los pequeños ahorristas se inclinan por la tenencia de moneda extranjera y evitaban invertir en el país.
“¿Cómo puedo estar tan desactualizado?”
Impulsado por la curiosidad y la necesidad de informarse sobre la situación de Argentina, no lo pensó dos veces y comenzó a seguir a esos desconocidos. Se situó detrás de ellos y ajustó su velocidad para ir al mismo ritmo. Sacó un cigarrillo de su bolsillo, lo encendió y clavó la vista en el suelo, haciéndose le pensativo.
Los señores hablaron poco durante el trayecto, pero fue una conversación bastante interesante. Estaba realmente sorprendido por su ignorancia de los temas actuales. Caminaron desde la estación del metro, por la Rue Danton hasta llegar a un pequeño Café sobre el Boulevard Saint-Germain. El escritor sonrió al verlo, ya que solía acudir a allí siempre que podía desde que llegó a París. 
Los amigos se separaron en la entrada del café. El que le había llamado la atención por su apariencia entró en el local, mientras que el otro siguió caminando luego de despedirse. El escritor no lo dudó y aprovechó esa oportunidad para hablarle al desconocido y de paso tomar un café.
- Disculpame, buen día – dijo el más joven - ¿Puedo sentarme con vos?
El otro lo miró extrañado primero, pero luego sonrió, dientes blancos contrastando con la oscura barba y adelante, sentate. Ambos pidieron el café y en la espera, el escritor miró a su alrededor.
- Vengo a acá frecuentemente…
- ¿Sos de sentarte con desconocidos frecuentemente? – dijo con un tono que estaba entre la curiosidad y la burla.
- A veces, cuando algo de esos desconocidos me interesa. En esta caso, no pude no darme cuenta de que sos argentino y que estás bastante bien informado de la situación del país.
- Ah ¿Y te diste cuenta recién o cuando empezaste a seguirme?
- Oh… Perdón por eso, pero atrapaste mi interés y no puede evitarlo –sonrió nervioso.
- Y sí, fue bastante obvio. Bueno, ahora que sé que no sos un ladrón o algo así, preguntame lo que quieras – dijo mientras llegaban las bebidas.
- En realidad ya me enteré de todo lo que quería saber, sobre Argentina digo. Pero ya que estamos, hablemos, señor…
- Julio, soy Julio Denis, un gusto 
- Que casualidad… 
- ¿Por qué?
- No, nada. Yo también soy Julio. Cortázar. – Ambos estrecharon sus manos.
- ¿A qué te dedicás, joven?  
- Soy escritor y traductor de la UNESCO. ¿Y vos?
- También escribo. Es mi pasión. Los libros van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo, ¿No te parece?
- Totalmente. De hecho, ahora mismo estoy planeando mi siguiente cuento. Hoy pasó algo que me dio inspiración para crear a un personaje. Estaba pensando en escribir sobre una joven, de piel morena que se llamaría Dina, y justo en el metro me encuentro con una joven de piel morena bastante particular, digamos.
- ¿Vas a hacerlo fantástico? El metro es un buen lugar para ese tipo de historias.
- Sí, ese es el género con el que me siento más cómodo. Y sí, los metros… tienen algo, no sé cómo describirlo… Es como si cada vez que te subís terminás en otra… ¿dimensión? No sé si es la mejor expresión, pero siento como si el tiempo cambiara.
- El metro es un lugar de pasaje. Al bajar de allí, entramos en una categoría lógica totalmente diferente...categorías lógicas donde la sensación del tiempo cambia.
- Claro, tengo la impresión de que se puede habitar un tiempo que no tiene nada que ver con el tiempo que existe en la superficie una vez que salimos a la calle.
- Exacto -Denis sonrió y pareció que iba a decir algo más, pero se calló. Se miraron en silencio y Cortázar notó la palidez del mayor. Ahora que lo miraba bien parecía cansado y como la barba y el bigote cubrían tanto su rostro recién ahora veía lo flaco que era. Parecía… consumido. Se apuró en despedirse, pensando que el otro Julio quería ya irse a casa para descansar. 
- Nos vemos otro día, Julio – dijo, retirándose del café. El mayor asintió con la cabeza.
- Adiós. 
Todavía tenía tiempo de hacer algo antes de pasar a buscar los papeles que había ido a buscar. Fue a la librería de siempre. Caminó unas pocas cuadras. El lugar estaba distinto, las paredes pintadas de otro color, los estantes ubicados de otra forma, la vieja dueña no estaba, y en su lugar había una joven de pelo corto. “Primero un hombre con el pelo relativamente largo y ahora una mujer con el pelo corto, qué revolución”.
- ¿Anda buscando algo en particular, señor? ¿Un título, un autor? – preguntó ella, ojos café sobre el blanco rostro. 
- ¿de dónde sos? – Preguntó el escritor – Tenés un acento raro.
- Siempre lo mismo – masculló por lo bajo –. Soy de Córdoba, Argentina. 
- ah, bien. Bueno, vengo a buscar alguna novela de Albert Camus, ¿puede ser?
- Sí, sí –dijo sonriendo. Justo ayer nos llegó una nueva obra suya, espere a que la encuentre… La había dejado por acá....
Después de aquello y de retirar los documentos que necesitaba, volvió a la estación Saint-Michel. “Hacia otra ‘categoría lógica’, como dijo Denis”, pensó, bajando lentamente los escalones. Subió al metro. Miró el libro que llevaba en su mano. “El extranjero”. Lo guardó en su bolso. Se tomó de la barra metálica. Reconoció a un argentino, turista seguro. Totalmente distinguible por su ropa, su mirada, todo. “Parece que ni me hubiese ido de Argentina”. Entabló una conversación con él. El metro empezó el recorrido.
-  y ¿sos peronista o anti? – dijo el muchacho. Parecía que nuestra recién iniciada relación dependía de la respuesta. 
- ¿Qué importa eso ahora? ¿No deberías preguntarme, mejor, qué opino de Viola?
- ¿Quién es Viola? 

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