Tres treinta
Delia acababa de recibirse de
arquitecta y había entrado como aprendiz en un estudio, su primera experiencia
laboral. Todo iba bien excepto una cosa: todos los días se despertaba a las
3:30 de la madrugada. Hace tiempo que le venía pasando lo mismo, todas las
noches a esa misma hora se despertaba con una sensación rara, asustada, con
adrenalina; miraba el reloj, a su alrededor y se volvía a dormir. Aquella
mañana, Delia se encontraba camino al estudio. De pronto, en la vidriera de una
librería, algo le llamó profundamente su atención: un libro de tapa negra y
letras rojas. Todo el día pensó en él, por lo que a la vuelta pasó y lo compró.
Era una novela extensa, aproximadamente mil páginas.
Ansiosa por descubrir la historia
dentro del libro, se recostó en su cama sobre su acolchado de satén bordó,
soltándose el cabello y permitiéndole que se deslizara sobre la delicada tela,
comenzó a leer. Poco a poco su mente fue atrapada por cada renglón y las
ilustraciones de colores vivos cual vitral gótico hacían que sólo se
concentrara cada vez más en el relato. Recluido en un instituto de salud
mental, tras una conducta imprevisible, Lucas había sido internado tras ser
descubierto por su hermano con el cadáver de su novia en su habitación, quien
había fallecido unos meses atrás en un accidente automovilístico. Era imposible
para Delia no poder sentir piedad por el alma de aquel joven, y así poco a poco
se volvió testigo de su dolor. Las paredes blancas acolchonadas con
recubrimiento de cuero y en la esquina derecha un bulto blanco, solo se
distinguía su cabeza morocha pero jamás dejó ver su rostro. Antes del trágico
suceso, Lucas era una persona normal que llevaba una buena relación con su
novia. Los hechos llevaron a que él no pueda aceptar esa pérdida. Cada página
que Delia leía era un recuerdo de la mente del muchacho, y hacía que el dolor
de su alma se hiciera carne en ella. Solo saldrá de la institución si cumple
con el período de internación requerido por los médicos y, de acuerdo a su
progreso, en seis meses habrá vuelto a casa aún bajo tratamiento con
medicación.
Pero algo pasó, los sistemas de
seguridad fallaron y la blanca habitación se tornó negra, alguien la empujó.
Lucas, logró escapar de la Institución y siendo la una de la madrugada, las
autoridades dan la alarma a la central policial activando su inminente
búsqueda. Las manos de Delia sudaban y manchaban las hojas, pero no podía dejar
de leer, se puso de costado sobre el satén bordó y acomodando su lacio pelo
sobre la almohada le dio la espalda a la ventana. Era verano y adoraba sentir
la brisa que entraba por la noche desde la calle.
La adrenalina se mezclaba con el
amor hacia esa persona que ya se había marchado y con la falsa esperanza de
volver a verla al menos una vez más. Los minutos se hicieron horas y Lucas ya
había atravesado la ciudad, frente a la iglesia gótica que se alza intentando
llegar al cielo, cae de rodillas quedándose sin aire, ahí en ese lugar donde
ocurrieron los fatídicos sucesos y ella había dado su última bocanada de aire. Sólo
la fe lo mantuvo vivo, pues comprendió que esa era la última oportunidad que
tenía para convencerse de que ella estaba viva, de que era mentira lo que los
médicos habían dicho y que era imposible que el amor de su vida lo hubiera abandonado
para siempre.
Sólo debía correr un par de
cuadras más, debía probarse a sí mismo que no estaba loco, y así continuó, las
luces de la calle parecían cada vez hacerse más altas y él cada vez más
pequeño, las sombras se alargaban y se fundían con la oscuridad de la noche,
los árboles que se movían apenas, suavemente. Llegó al lugar, todo en esa casa
estaba herméticamente cerrado, menos la ventana. Su novia la dejaba abierta
para que la brisa de verano ingresara, se metió a la casa y allí la vio, leyendo
un libro recostada sobre un acolchado de satén bordó con su lacio pelo sobre la
almohada dándole la espalda a la ventana. Eran las 3:30.
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