TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA

Este blogfolio nació en 2008 para convocar la palabra escrita de las y los alumnos del TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA de primer año del Profesorado en Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Villa María, provincia de Córdoba, Argentina.

Trabajamos intensamente en clases presenciales articuladas con un aula virtual que denominamos, siguiendo a Galeano, Mar de fueguitos.

Allí nos encontramos a lo largo del año para compartir los procesos de lectura y de escritura de ficción. Como en toda cocina, hay rumores, aromas, sabores, texturas diferentes, gente que va y viene, prueba, decanta, da a probar a otro, pregunta, sazona, adoba, se deleita. Al final, se sirve la mesa.

Como cada año, publicamos los cuentos que cada estudiante escribió como actividad de cierre del taller para compartir con quien quiera leernos y darnos su parecer. Hemos trabajado explorando el género narrativo, buceando en las múltiples dimensiones de la palabra. Para ello, la literatura será siempre ese espacio abierto que invita a ser transitado.

Hemos ido incorporando, además y entre otras muchas experiencias de escritura creativa, el concepto de intervención performativa sobre textos y de patchwriting.

El equipo de cátedra está conformado por Jesica Mariotta, Natalia Mana y Mauro Guzmán, quienes le ponen intensidad amorosa al trabajo del día a día, construyendo un hermoso vínculo con las y los estudiantes.

Beatriz Vottero - coordinadora


Ana Pasero

A la vuelta de la esquina

Banfield, 1933 decía el cartel donde abrí mis ojos. ¿Qué hago acá? Camino, perdida, sin rumbo, saco mi teléfono pero es imposible que funcione. Observo. Es como ver una película en blanco y negro. Esas casas, esa gente, ese barrio. Perdida, llego a una plaza, me siento y trato de buscar explicación alguna de cómo llegué hasta este lugar.
Yo en mi mundo, con mi mirada a ni yo sé dónde, no escuchaba a un joven sentado a mi derecha susurrándome preguntas. Hasta que reaccioné, lo vi. Tímido, observador y con unos libros en sus manos me preguntó si me sentía bien porque me encontraba pálida. Lo único que atiné a decirle fue que me explicara ¿dónde estaba?, y él con una risa sarcástica y una buena respuesta me dijo “en la plaza, querida”. Yo, desconfiada, enojada por la respuesta comencé a caminar y con un perdón de fondo, frené. A metros de distancia y con silencio de por medio atinó a invitarme a recorrer el barrio. Era el único desconocido que conocía, así que acepté.
Caminamos sin saber dónde ir por largo rato y sin decirnos una palabra, pero con tantas ganas de hablar. Hasta que con mucho esfuerzo preguntó:
- “Decime, ¿cómo te llamas?” -y fue el punto de partida de una charla interminable. Respondí como una sonrisa:
 -“Me llamo Ana, ¿vos?”
-“Julio Florencio” -respondió devolviéndome la sonrisa.
Quedé anonadada, como si lo conociera de algún lado pero sin saber de dónde, olvidándome de pronto que estaba perdida. 
Con esa simple respuesta, me sentí inexplicable y completamente sumergida en ese lugar, en ese momento, demasiado real.
Los días pasaron y cada vez estábamos más juntos, compenetrándonos a cada instante, en cada frase, en cada vaya a saber qué más.
Sentía que con el paso de los días me volvía parte del destiempo que no era el mío. Cambié mi ropa, mi forma de ser, mi vida. Acostumbrándome a algo que me asechaba por completo. Pasó un año, 365 días justos, yo no era yo, supongo. Era una señora, la señora de, como me llamaban en Banfield, aunque en el fondo no me sentía así.
Julio empezó a estar distante y yo sintiendo que algo me ocultaba. Ese día no fue uno más, ese 10 de noviembre fue único, cumplíamos un año juntos pero ya no recordaba como habíamos arrancado nuestra relación, ni siquiera me interesaba saber de mi familia, solo estábamos Julio y yo, como los únicos habitantes en el mundo. El día pasó, y ya sintiéndome como una adulta realicé mis labores, presintiendo que algo pasaría. Me fui a dormir y -como nunca- Julio escribía de noche, una carta parecía ser, pensando dentro de mí supuse que estaba con insomnio y quería distraerse un poco.
Me dormí en un sueño tan profundo como si hubiera viajado en el tiempo, ahora que lo pienso… ¿habrá sido real el viaje? Desperté rara, en un cuarto oscuro, realmente no era el cuarto que compartíamos con Julio.
Empecé a sentir un ruido muy conocido; era mi celular.Le empezaban a llegar los mensajes pero yo seguía sintiendo que algo me faltaba, había alguien, algo más que no recordaba.
Desesperaba encendí la luz y vi sobre mi mesa una carta, escrita de una manera muy peculiar, que decía:
“Querida Ana, fuiste mi mejor historia.
                                        Julio Florencio.”
Solo cinco palabras que me hicieron recordar.
Bajé corriendo a la vereda, el reloj marcaba el nacimiento del nuevo día y lo vi, estaba parado en la esquina como llamándome pero de inmediato siguió mientras le gritaba que parara, dobló la esquina y no lo vi más, como si se hubiera esfumado en el aire.

Sonó la alarma, un nuevo día comienza. Me levanté, encendí la luz y ahí estaba la carta, sobre mi mesa. 

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