A la vuelta de la esquina
Banfield, 1933
decía el cartel donde abrí mis ojos. ¿Qué hago acá? Camino, perdida, sin rumbo,
saco mi teléfono pero es imposible que funcione. Observo. Es como ver una
película en blanco y negro. Esas casas, esa gente, ese barrio. Perdida, llego a
una plaza, me siento y trato de buscar explicación alguna de cómo llegué hasta
este lugar.
Yo en mi mundo,
con mi mirada a ni yo sé dónde, no escuchaba a un joven sentado a mi derecha
susurrándome preguntas. Hasta que reaccioné, lo vi. Tímido, observador y con unos
libros en sus manos me preguntó si me sentía bien porque me encontraba pálida.
Lo único que atiné a decirle fue que me explicara ¿dónde estaba?, y él con una
risa sarcástica y una buena respuesta me dijo “en la plaza, querida”. Yo,
desconfiada, enojada por la respuesta comencé a caminar y con un perdón de
fondo, frené. A metros de distancia y con silencio de por medio atinó a
invitarme a recorrer el barrio. Era el único desconocido que conocía, así que
acepté.
Caminamos sin
saber dónde ir por largo rato y sin decirnos una palabra, pero con tantas ganas
de hablar. Hasta que con mucho esfuerzo preguntó:
- “Decime, ¿cómo
te llamas?” -y fue el punto de partida de una charla interminable. Respondí
como una sonrisa:
-“Me llamo Ana, ¿vos?”
-“Julio
Florencio” -respondió devolviéndome la sonrisa.
Quedé anonadada,
como si lo conociera de algún lado pero sin saber de dónde, olvidándome de
pronto que estaba perdida.
Con esa simple
respuesta, me sentí inexplicable y completamente sumergida en ese lugar, en ese
momento, demasiado real.
Los días pasaron
y cada vez estábamos más juntos, compenetrándonos a cada instante, en cada
frase, en cada vaya a saber qué más.
Sentía que con
el paso de los días me volvía parte del destiempo que no era el mío. Cambié mi
ropa, mi forma de ser, mi vida. Acostumbrándome a algo que me asechaba por
completo. Pasó un año, 365 días justos, yo no era yo, supongo. Era una señora,
la señora de, como me llamaban en Banfield, aunque en el fondo no me sentía
así.
Julio empezó a
estar distante y yo sintiendo que algo me ocultaba. Ese día no fue uno más, ese
10 de noviembre fue único, cumplíamos un año juntos pero ya no recordaba como
habíamos arrancado nuestra relación, ni siquiera me interesaba saber de mi
familia, solo estábamos Julio y yo, como los únicos habitantes en el mundo. El
día pasó, y ya sintiéndome como una adulta realicé mis labores, presintiendo
que algo pasaría. Me fui a dormir y -como nunca- Julio escribía de noche, una
carta parecía ser, pensando dentro de mí supuse que estaba con insomnio y
quería distraerse un poco.
Me dormí en un
sueño tan profundo como si hubiera viajado en el tiempo, ahora que lo pienso…
¿habrá sido real el viaje? Desperté rara, en un cuarto oscuro, realmente no era
el cuarto que compartíamos con Julio.
Empecé a sentir
un ruido muy conocido; era mi celular.Le empezaban a llegar los mensajes pero
yo seguía sintiendo que algo me faltaba, había alguien, algo más que no
recordaba.
Desesperaba
encendí la luz y vi sobre mi mesa una carta, escrita de una manera muy
peculiar, que decía:
“Querida Ana,
fuiste mi mejor historia.
Julio
Florencio.”
Solo cinco palabras
que me hicieron recordar.
Bajé corriendo a
la vereda, el reloj marcaba el nacimiento del nuevo día y lo vi, estaba parado
en la esquina como llamándome pero de inmediato siguió mientras le gritaba que
parara, dobló la esquina y no lo vi más, como si se hubiera esfumado en el
aire.
Sonó la alarma,
un nuevo día comienza. Me levanté, encendí la luz y ahí estaba la carta, sobre
mi mesa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario