TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA

Este blogfolio nació en 2008 para convocar la palabra escrita de las y los alumnos del TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA de primer año del Profesorado en Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Villa María, provincia de Córdoba, Argentina.

Trabajamos intensamente en clases presenciales articuladas con un aula virtual que denominamos, siguiendo a Galeano, Mar de fueguitos.

Allí nos encontramos a lo largo del año para compartir los procesos de lectura y de escritura de ficción. Como en toda cocina, hay rumores, aromas, sabores, texturas diferentes, gente que va y viene, prueba, decanta, da a probar a otro, pregunta, sazona, adoba, se deleita. Al final, se sirve la mesa.

Como cada año, publicamos los cuentos que cada estudiante escribió como actividad de cierre del taller para compartir con quien quiera leernos y darnos su parecer. Hemos trabajado explorando el género narrativo, buceando en las múltiples dimensiones de la palabra. Para ello, la literatura será siempre ese espacio abierto que invita a ser transitado.

Hemos ido incorporando, además y entre otras muchas experiencias de escritura creativa, el concepto de intervención performativa sobre textos y de patchwriting.

El equipo de cátedra está conformado por Jesica Mariotta, Natalia Mana y Mauro Guzmán, quienes le ponen intensidad amorosa al trabajo del día a día, construyendo un hermoso vínculo con las y los estudiantes.

Beatriz Vottero - coordinadora


Mauro Pizzi

Sumergido en lo escrito

El Prefecto Patrice estaba seguro de que esa noche atraparía al asesino. Por fin la funesta ola de ataques que azotaba a Paris acabaría.
El potencial encuentro con el homicida era una cuestión de vida o muerte. El modus operandi de este consistía en atacar a los desprevenidos transeúntes nocturnos que transitaban cerca de los bares y antros parisinos para luego, bajo el velo de la noche, desaparecer por alguna callejuela oscura. Patrice, siguiendo los datos previamente recolectados se dio cuenta que todos los testigos coincidían en haber visto un sujeto de actitud sospechosa, ataviado con lo que parecía una campera de cuero negro y llevando un corte de pelo estilo greaser (muy común por esos días), eso sí, todo enmarañado.
El incansable policía había recorrido, junto a su escuadrón, casi todos los callejones y escondites cercanos a los más concurridos lugares de entretenimiento, sin éxito alguno. Comenzaba a pensar que el homicida se le escaparía una vez más. Entraron a un callejón cercano al Boulevard Saint-Germain. El silencio era absoluto. En la penumbra, el experimentado oficial vislumbró un contenedor de basura y se le hizo extraña la forma en que estaba puesto. Se dispuso a abrirlo. Dentro se encontraba el cuerpo de un hombre que, por las marcas, había sido ahorcado. No encontraron más indicios que una tarjeta del Artus Hôtel. El sospechoso no se encontraba lejos.
El comisario ni lento, ni perezoso, desplegó a todas sus fuerzas para que rastrillaran más a fondo el área. Esa noche, era la noche, Patrice lo presentía…

Terminé de escribir esa última línea. Di un largo trago a mi escocés y descansé la muñeca. El Old Navy se encontraba casi vacío y por cerrar, inclusive habían apagado ya la mayoría de las luces, sin embargo un trío de hombres que todavía bebían muy risueños se negaban a irse, al igual que yo. El que parecía más joven, interpelaba al más alto. Le decía que todavía no entendía como había conseguido ese acento afrancesado. 
-Mauro, los por qué de mi forma de hablar ya se los he explicado -le respondió tranquilamente-, es sólo que usted se encuentra con algunas copas de más y no lo recuerda. 
Acto seguido el del acento sacó de su bolsillo un paquete de Gauloises y se dispuso a fumar.
El whisky ya comenzaba a hacer efecto en mí. No paraba de dar pequeños cabezazos en mi propio asiento, señal que me aconsejaba dejar de beber y retirarme.
De repente la agradable tranquilidad del lugar se esfumó con el ruido de un portazo. Un muchacho era el causante de ese alboroto. Luego de entrar se sentó en la mesa contigua a la mía. No podía ver su cara muy bien, pero deduje su juventud por el desalineado pelo estilo Elvis que llevaba. Respiraba aparatosamente, como si hubiera corrido una maratón. Sus manos inquietas se escondían en los bolsillos de una campera de cuero oscura. Al ver que reparaba demasiado en él, fijó su vista en mí. Me miró fijamente por largo rato. En su rostro se dibujó una blanca sonrisa retorcida que, brillando en la oscuridad, me inquietó, y su mirada penetrante me hizo correr un escalofrío por la espalda. Tomé mis cosas lo más rápido que pude, y salí a la calle.
No había alcanzado a hacer un par de metros cuando escuché unos pasos detrás de mí. Di media vuelta, nada ni nadie se encontraba en la calle a esa hora, solo yo. Maldito alcohol, pensé, y apuré el paso. Una sonrisa retorcida cruzó por mi mente.
No recorrí mucho más cuando volví a sentir los mismos pasos y eché a correr asustado. Preso del miedo entré al primer hotel que encontré, pedí por una habitación y me dieron la 27. Tomé la llave y me encerré.
No había amanecido todavía cuando tomé fuerzas para salir. Bajé al hall para devolver la llave y me encontré con el recepcionista siendo interrogado por un policía. Este último se identificó como el Prefecto Gustave Patrice y preguntó si un hombre vestido con campera de cuero negro había alquilado en aquel lugar. Ante la afirmativa del recepcionista preguntó dónde. Habitación 26, segundo piso -le respondió -. El corazón me dio un vuelco. Rápidamente pregunté a un tipo con gorra que bajaba detrás de mí, en qué hotel me había metido. El Artus, me respondió con una blanca y retorcida sonrisa.

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