El despertar
Un picaporte, una puerta, una linterna, un rayo de
luz y un ojo cerrado. Despierto, otra vez lo mismo. Si me pareció raro la
primera vez que lo soñé, imagínense ahora que ya es el sexto día que sueño lo
mismo.
- ¿Otra vez? -pregunta mi novia.
- Sí, otra vez lo mismo. Salgo de la cama para buscar
un vaso de agua.
No, no fue lo mismo, esta vez hubo algo más, una
sensación como un deseo… de muerte. Respiro profundo y vuelvo a la cama, ella
está dormida -es un alivio, no me insistirá para que le cuente-.
Otra vez lunes, no debe existir nada peor que este
día. Todos con la misma cara de sueño, hartos de la rutina, deseando que ya sea
sábado para darle un poco de color a sus vidas. Por supuesto yo no soy
diferente, acá estoy en medio del tráfico, como todos los demás rumbo al
trabajo, sin embargo hay algo diferente en mí, algo que Angela notó y me lo
preguntó en el desayuno.
- ¿Estás bien? Te noto algo distante -me dijo.
- Sí, todo bien -me observa esperando algo más- es
que es lunes y no tengo ganas de volver a la rutina nada más -le sonrío.
- ¿Seguro que no tiene nada que ver con el sueño de
anoche? -me mira preocupada.
- No, An, estoy bien, en serio, el sueño de anoche
fue igual a los otros no te preocupes -vuelvo a sonreír.
No quería mentirle y es raro que lo hiciera, pero no
quiero preocuparla.
El día transcurrió normal en cuanto al trabajo,
papeles que firmar, balances que hacer, todo rutinario, pero esa sensación que
tuve cuando desperté del sueño sigue latente. Vuelvo a casa, ya es tarde, no me
sorprende encontrar a Angela en el sillón con un libro en sus manos. Sonreí,
somos tan distintos, ella ama la literatura y yo… no toco un libro desde la
universidad, soy más de las series, House of Cards, Breaking Bad, Sherlock,
esos son mis clásicos. Siempre que me atraso en el trabajo, ella me espera
leyendo. Me acerco y la beso brevemente.
- ¿Y hoy a quién leés? -le pregunto, mientras me
siento a su lado.
- Los cuentos de Poe -me mira y ya sé que se viene la
pregunta- ¿leemos un ratito?
Estoy cansado, esa siempre es mi excusa para negarme,
pero ya le mentí esta mañana y me siento mal por eso, la miro y le sonrío.
- Bueno… pero buscá el cuento más corto que tenga, si
no, me quedo dormido.
Ella ríe, pasa las páginas buscando algún cuento,
carraspea y comienza a leer.
¡Es cierto!
Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué
afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en
vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo
lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno.
¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen… y observen con cuánta cordura, con
cuánta tranquilidad les cuento mi historia.
Escuchaba atento cada palabra, la voz de Angela me
trasmitía una tranquilidad indescriptible. Esa sensación que me acompañó
durante la noche y todo el día, se iba desvaneciendo con cada palabra que
Angela iba pronunciando.
Todas las
noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría…
¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para
pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada,
de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh,
ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía
lentamente… muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me
llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de
la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido
tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro
del cuarto, abría la linterna cautelosamente… ¡oh, tan cautelosamente! Sí,
cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba
abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de
buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches… cada noche, a las doce…
pero siempre encontré el ojo cerrado.
¿Tendría que haberme alarmado? probablemente, pero
seguí inmutable escuchando el relato de An.
Entretanto, el
infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada
vez más fuerte, momento a momento.
Más fuerte, más fuerte. Mentiría si dijera que el
cuento no me gustaba. Estaba ansioso por el desenlace.
El
zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé
en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se
iba haciendo cada vez más clara… hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel
sonido no se producía dentro de mis oídos.
Estaba nervioso, muy nervioso. Las sensaciones
chocaban en mi interior, adrenalina, miedo, satisfacción, ira. No faltaba mucho,
el cansancio me había invadido y todo lo que quería era dormir.
¡Basta ya de
fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones!
¡Ahí… ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!
Angela cierra el libro. Y suelto el aire. Siento su
mirada expectante. No tengo nada que decir, solo sensaciones.
- ¿Y? ¿Te gustó?
Me levanto y la miro.
- Estuvo interesante -es todo lo que puedo decirle
mientras camino hacia la habitación.
Es Media noche, me despierto por un terrible dolor de
cabeza, An duerme plácidamente, ni siquiera la escuché cuando se acostó. El
dolor se hace más fuerte, siento mi cabeza latir, un extraño zumbido aparece y
se intensifica. El zumbido se convierte en latidos cada vez más fuertes. La
intensidad es inaguantable, estoy jadeando. Me pongo de pie y camino hacia un
lado y el otro. El sonido sigue creciendo. ¡Oh
dios! No lo resisto. ¡Necesito que pare! Vuelvo a la cama y tomo la almohada.
Sonrío alegremente al escuchar que los latidos cesan, coloco la mano sobre su
pecho y la mantengo ahí un largo tiempo. Respiro aliviado.
Vuelvo a acostarme, más tarde me ocuparía de ella,
después de todo no es la primera vez que lo
hacía.
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