Al salir del bar, pasó por la farmacia a comprar unos medicamentos que el doctor le había recetado. Unos metros más adelante de la farmacia vio a una chica hablando por teléfono, pero algo de esa chica le llamó la atención. Era una chica morena pero teñida de rubio, con ropa bastante gastada. Sus gestos eran exagerados, movía mucho sus manos, parecía alterada, incluso parecía que lloraba.
Sara esperó a que cortara la llamada, dejó pasar unos minutos y se acercó:
–Hola, soy Sara, disculpá que me entrometa, te estaba observando recién y quería saber si estás bien.
–Hola, sí, está todo bien. Perdón, no me presenté, soy Amanda –dijo con la voz quebrada y los ojos hinchados.
Sara no insistió y siguió el camino a su casa.
Al pasar algunos días, volvió a su bar preferido pero esta vez no era la única mujer, apenas entró pudo reconocer a Amanda, que la saludaba con la mano. Sin dudarlo, Sara se sentó en su mesa y charlaron como si se conocieran de toda la vida. Amanda estaba tan entretenida y en confianza que, sin saber por qué, le contó a Sara porqué lloraba la vez que se conocieron.
–Estoy peleada con mis padres, hace ya cinco años, la relación con mi novio no está bien, y yo, la verdad, tampoco lo estoy.
–Yo estoy enferma, tengo cáncer y la verdad tampoco estoy bien –confesó Sara, a su vez. –Estoy cansada de todo esto. Cambiaría mi vida por la que sea, con tal de no estar más así, aunque sea por un rato.
–¿Y si probamos de hablar con alguna bruja? –dijo Amanda en un arrebato.
– ¿Qué? ¿Estás loca? ¿Para qué?
–Sería momentáneo, vos tendrías mi vida y yo la tuya. Ya sé que no nos conocemos, pero probemos si se puede –dijo Amanda, casi suplicando.
–Es una locura, aparte esas cosas no existen. Aunque con gusto tendría tu vida.
A los pocos días fueron a hablar con la bruja. La mujer les prometió cumplir con sus deseos. Entre velas y palabras que Sara y Amanda no entendían, hizo un extraño ritual. Al salir de ahí, cada una toma su camino.
Pasaron los días, ambas empezaron a sentirse cada vez más tristes, como derrotadas. Se volvieron a comunicar, coincidiendo en el deseo de volver el tiempo atrás, o por lo menos de recuperar sus vidas. Regresaron a lo de la bruja, pero no había nadie allí. Las atendió finalmente una vecina que se acercó a ver qué pasaba, preguntándose por qué esas dos mujeres insistían en golpear, casi con desesperación, la puerta de una casa que desde hacía muchos años era sólo una guarida de ratas.
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