TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA

Este blogfolio nació en 2008 para convocar la palabra escrita de las y los alumnos del TALLER DE LECTURA Y ESCRITURA de primer año del Profesorado en Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Villa María, provincia de Córdoba, Argentina.

Trabajamos intensamente en clases presenciales articuladas con un aula virtual que denominamos, siguiendo a Galeano, Mar de fueguitos.

Allí nos encontramos a lo largo del año para compartir los procesos de lectura y de escritura de ficción. Como en toda cocina, hay rumores, aromas, sabores, texturas diferentes, gente que va y viene, prueba, decanta, da a probar a otro, pregunta, sazona, adoba, se deleita. Al final, se sirve la mesa.

Como cada año, publicamos los cuentos que cada estudiante escribió como actividad de cierre del taller para compartir con quien quiera leernos y darnos su parecer. Hemos trabajado explorando el género narrativo, buceando en las múltiples dimensiones de la palabra. Para ello, la literatura será siempre ese espacio abierto que invita a ser transitado.

Hemos ido incorporando, además y entre otras muchas experiencias de escritura creativa, el concepto de intervención performativa sobre textos y de patchwriting.

El equipo de cátedra está conformado por Jesica Mariotta, Natalia Mana y Mauro Guzmán, quienes le ponen intensidad amorosa al trabajo del día a día, construyendo un hermoso vínculo con las y los estudiantes.

Beatriz Vottero - coordinadora


CRISTIAN SALICAS

Un amor tóxico

Llegaba julio y comenzaban las vacaciones donde podía dormir hasta tarde, sin la preocupación por el colegio. Tenía tiempo libre a la noche y casi siempre entraba a mis redes, me ponía a ver memes y a stalkear personas para seguir. Ahí fue que en un momento observé a una chica que me parecía atractiva, le mandé la solicitud y me la aceptó en el momento.
Comenzamos a hablar y ella me preguntaba cómo me llamaba, dónde vivía, mi edad. Siguió la charla, nos pasamos los números, conversamos por WhatsApp, y así estuvimos toda la noche. Al otro día yo viajaba y recuerdo que tenía unas ojeras tan grandes que parecía un zombi.
Semanas tras semanas hablamos, hasta que un día decidimos que nos debíamos juntar y salir a un boliche. Llegó aquella noche y no sabía qué ponerme, tenía tantos nervios, era la primera vez que salía con una chica. Le había dicho que no me animaba a salir pero Lucía me convenció, así que pasé por ella y en la primera impresión me pareció linda. Fuimos al boliche, recuerdo que pasaban reguetón y yo no suelo bailar porque soy muy pata dura, pero ella me arrastró. Mientras me iba explicando cómo bailar, la miré a los ojos y sonreí.
Llegó la hora de marcharnos del boliche. Lucía estaba un poco borracha y me prepuso ir al río. Le dije que sí y nos fuimos con la ropa del boliche, sin avisarle a nadie; tomamos el tren y cuando nos sentamos ella puso su cabeza en mi hombro. Yo pensaba “estoy soñando”, todo estaba pasando tan rápido.
Al llegar a destino, me dijo que tenía unos familiares ahí y me prepuso quedarme. Yo acepté.
Esa noche fue como si de golpe hubiera llegado la primavera y los árboles florecieran, nos besamos y fue raro, fue como sentir que el corazón se salía del cuerpo. Cuando nos acostamos, las sábanas se juntaron y fue como el arco iris que sale después de una tormenta.
Al otro día, cuando consideré que ya era hora de irme, nos intercambiamos unos anillos, me despedí con un beso y subí al colectivo.
No había días en que no me mandara algún mensaje, esperaba cada fin de semana para ir a verla y salir a bailar, siempre la pasábamos tan bien, era mágico. Pero llegaron los celos por cruzarme a su expareja en los boliches. No puedo explicar qué me pasaba, pero ciertamente me ponía de mal humor y terminaba peleando. Sin embargo, al otro día ya no hablábamos del tema y estaba todo bien.
No había etiquetas, pero sentía que me estaba enamorando. Sin embargo, empezó a ser tan intensa nuestra amistad que nos peleábamos por cualquier cosa, luego salíamos y nos arreglábamos. Sé que no estaba bien, pero por alguna extraña razón, me acostumbré.
Al cabo de tres meses recibí el siguiente mensaje:
“creo q lo mejor es ser amigas, estuve pensando mucho, nos estamos haciendo mal”
Inmediatamente le contesté:
–¿Es joda?
–No ¿pero vos viste lo mal que la pasamos? No estamos bien -respondió ella-.
No volví a escribirle una sola palabra, ni siquiera en respuesta a sus nuevos mensajes. Me encerré: no tenía ganas de hablar con nadie.
No sé cuánto tiempo estuve hundida en aquel sonambulismo en el que los sentidos perdieron su valor. Sólo sé que después de muchas horas incontables de no hacer nada, de estar paralizada, oí una voz en la pieza vecina. Una voz que decía: “Ahora podés girar la cama para ese lado”. Era una voz fatigada, pero no voz de enfermo, sino de convaleciente. Después oí un ruido como de ladrillos tirados al agua. Permanecí rígida antes de darme cuenta de que me encontraba en posición horizontal. Entonces sentí el vacío inmenso. Sentí, como nunca, el trepidante y violento silencio de la casa, la inmovilidad increíble que afectaba a todas las cosas. Creí que me estaba volviendo loca. ¿Qué eran esas voces?, ¿qué eran esos ruidos?
Llego el día que una de mis amigas cumplía años y tuve que levantarme. Mi madre me obligó. Sin ánimos llegué al boliche y me puse a bailar con una amiga, cuando de pronto se apareció Lucía. Me costó reaccionar, pero alcancé a preguntarle ¿qué te pasa? y sólo me hace un guiño con el dedo, de que estaba todo bien, y luego le pidió a su compañera que se fuera.
Cuando logramos hablar, volví a preguntarle qué le pasaba. Ella insistía en que estaba “todo bien”. Regresé con mi amiga, pero no pude evitar enviarle un mensaje. Sin embargo la terminé bloqueando. Luego recibí un mensaje de Instagram que si quería que comiéramos como amigas y dije que sí. Comimos y hablamos de todo; ella me propuso tener una amistad y como no quería perderla, acepté.
En ese momento pensé que no me iba pasar nada, hasta que la vi hablando con otra chica. Caminando para mi casa decidí que debía alejarme.
 Pasaron semanas y comencé a salir de nuevo. Fui a una fiesta lejos y entonces volví a cruzármela. Estaba de nuevo con aquella chica. Comprendí todo. Empecé a tomar sin medida, quería olvidarme de todo. De pronto eran las 6 am y debía irme, ella se me acercó una vez más para tratar de hacerme tomar conciencia:
–¿Por qué hacés esto? -casi me gritó- yo no te conocí así.
Mi única respuesta fue:
–Por vos hago todo esto, fui una idiota.
Me marché a mi casa como pude. Luego de un buen rato me desperté porque golpeaban la puerta. Era Lucia. Venía a devolverme el anillo.
– Por mí, tiralo a la mierda -alcancé a decirle-.
Ya no la veía, pero cada noche ella regresaba a mí. En sueños, en recuerdos. Empecé a tener una pesadilla reiterada donde ella se paseaba nerviosa con una mujer al hombro a modo de fusil. Ya no sabía cuáles eran los recuerdos y cuáles, los monstruos de mi imaginación. Dentro de uno, todo se agrupa y hace daño.
Hoy mismo está parada, una vez más, casi como una aparición, al frente de mi casa, con ella. Dolió fuerte, pero comprendí mi destino.
O tal vez ni siquiera esté parada frente a mi casa, y yo mismo sea apenas un sueño, una ilusión, como las cosas que se estropean de tanto desearlas. Me queda, sin embargo, el anillo, que habrá que destruir como un ladrillo arrojado contra el agua.


Observación: se han intervenido fragmentos de los siguientes cuentos:
El oboe que se escondió, de Daniel Moyano, e Isabel viendo llover en Macondo, de Gabriel García Márquez.

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