El proyecto
El reloj marca las 00:15. Con Pedro quedamos en que
llegaría en quince minutos para seguir el proyecto “Argentina Habla”. Hoy se
cumple un año desde que lo comenzamos. Ya preparé su postre favorito, lemon
pie, y compré un Casa Boher para brindar y acompañar la velada. Me dirijo hacia
la sala, donde se encuentra el escritorio, y poso mi mirada en mi biblioteca.
Recorro las tapas con la punta de mis dedos y los acaricio. Esas distracciones
que cuestan tiempo y que llenan el alma.
Advierto que ya pasaron diez minutos. Vuelvo a
transitar, con la mirada, la habitación
y, al distinguir la calidez y elegancia en su punto máximo, me zambullo en el
sillón y prendo el televisor. Mis nervios van seminando un notable malestar. De
a poco el murmullo de los programas me va fastidiando y los sonidos de los
autos allá abajo retumban en mi cabeza. Intento levantarme en busca del control
pero el dolor aumenta y me mareo. No entiendo qué pasa y cierro fuertemente los
ojos. Escucho bocinas y mucha gente hablando. Mi cabeza retumba y el dolor no para
de crecer minuto a minuto. Reconozco una voz. Balbucea algo y un escalofrío
logra besar mí alma, inundando sorpresivamente de paz: “te quiero”, oigo
nítidamente. Abro los ojos y veo casas. Casas altas, bajas, blancas, amarillas,
marrones. Reconozco el auto donde estoy sentada. Es el auto de Pedro. Pero, ¿dónde
estamos?
Vuelvo a marearme intentando girar la cabeza y
mirarlo, de pronto me desespera mi situación. De nuevo, de forma natural,
cierro los ojos con todas mis fuerzas esperando un poco de sanación. Y aquí
estoy. La tele prendida y yo en el sillón.
Pedro aún no llega, el tránsito debe estar
retrasándolo, pienso. Mi ansiedad aumenta y comienzo a morderme las uñas.
Insisto en llamarlo, pero es en vano, él no contesta el teléfono.
El reloj marca las 00:50. ¿Dónde estás Pedro? Se
supone que estaríamos juntos en casa. Algo anda mal. Mi dolor de cabeza es
tremendo, siento como si fuera a estallar. Vuelvo a marearme.
Me acerco a la silla y voy sentándome poco a poco
mientras me sostengo en el escritorio. El dolor me hace llorar, y todo empeora.
Hago fuerza para abrir los ojos, y al hacerlo vuelvo a
ver el auto de Pedro. Estamos parados frente al semáforo. Puedo ver cómo la
gente se desprende desde una vereda a otra atravesando la calle. Hay un sinfín de individuos que distingo por
sus ropas, sus cortes de pelo, sus alturas, la compañía a su lado, sus rostros.
Todos llaman mi atención. Una señora grande cruza de la mano con un nene.
Parece ser su abuela. Su sonrisa muestra paletas blancas y amor de punta a
punta. Pedro me dice algo de unas vacaciones juntos. Consiguió una habitación
para dos en Cuba para cuando presentemos el libro. Una puntada me distrae de lo
que dice. Pedro, por favor, ¡Ayudame!
¡Pedro!
Exaltada me levanto del sillón. Mi cabeza da vueltas. Yo
sólo quería festejar nuestro año en el proyecto y en la vida.
Como puedo voy hacia la cocina. Algo me empuja y
caigo, lentamente, sobre el capó del auto.
Siento mucho dolor. Tengo un vidrio muy grande dentro
de mi pierna, y me sangra la frente. Dentro del auto está Pedro. Tiene sangre y
parece dormido sobre el volante. Logro levantar un poco mi cabeza y veo otro
auto. Está pegado al nuestro y los dos abollados. No puedo mover mi cuerpo y
duele. Mi cabeza de a poco se va apoyando, de nuevo, sobre el capó. Desvaneciéndome
en el sillón.
1 comentario:
Caro, muy lindo tu cuento. Muy buena la idea de jugar con el tiempo, me resultó atrapante y muy interesante, a medida que iba leyendo imaginaba cada momento. Muy lindo e intenso, me encantó.
Abrazos
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